The Project Gutenberg eBook of Vidas cruzadas

This ebook is for the use of anyone anywhere in the United States and most other parts of the world at no cost and with almost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included with this ebook or online at www.gutenberg.org. If you are not located in the United States, you will have to check the laws of the country where you are located before using this eBook.

Title: Vidas cruzadas

Cinedrama en dos partes, dividida la primera en diez cuadros y la segunda en tres y un epílogo, y en prosa

Author: Jacinto Benavente

Release date: September 12, 2025 [eBook #76860]

Language: Spanish

Original publication: Madrid: Prensa Moderna, 1929

Credits: Ramón Pajares Box and The Online Distributed Proofreading Team at https://www.pgdp.net (This book was produced from images made available by the HathiTrust Digital Library.)

*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK VIDAS CRUZADAS ***

Índice:

RepartoPrimera parteSegunda parteCuadro epílogo.

Nota de transcripción


Cubierta del libro

p. 1

VIDAS CRUZADAS


p. 2

Imp. Artística Sáez Hermanos.
Norte, 21. Teléf. 16244. Madrid.


p. 3

Portada del libro

el Teatro

MODERNO

Director: LUIS URIARTE

Jacinto Benavente

Premio Nobel de Literatura de 1922

VIDAS CRUZADAS

Cinedrama en dos partes, dividida la
primera en diez cuadros y la segunda
en tres y un epílogo, y en prosa


Estrenado en el Teatro Reina Victoria,
de Madrid, el día 30 de marzo de 1929

Prensa Moderna

MADRID


p. 5A

D. Manuel Díaz de la Haza,

a quien tanto debe el teatro español
en tierras de América.

Jacinto Benavente.


p. 6

REPARTO

Eugenia Castrojeriz Josefina Díaz de Artigas.
La marquesa de Valladares Ana María Quijada.
Guillermina María Isabel Pallaré.
María Antonia Concepción Ajenjo.
La condesa del Encinar Elena Rodríguez.
Fanny Rosa Díaz Gimeno.
Una criada Consuelo Pallaré.
Otra criada Esperanza Iglesias.
El hombre de sociedad Agustín Povedano.
El hombre insociable Rafael Ragel.
El ladrón de sueños Manuel Dicenta.
Manolo Castrojeriz Manuel Díaz González.
Enrique Garcimora Santiago Artigas.
El marqués de Valladares José Trescolí.
Isidoro Manuel Kayser.
Ricardo Octavio Castellanos.
Damián Fulgencio Noguera.
Un camarero Francisco García Alajoz.
Un niño Rosarito Kayser.

p. 7

Primera parte

p. 9

PRIMERA PARTE


CUADRO PRIMERO

En primer término, paralelo a la batería, barandal de la terraza de un dancing; sobre los pilastres, grandes jarrones o macetas con profusión de flores. Al fondo, la fachada con grandes puertas de cristales; detrás, un salón de baile. Al levantarse el telón, en el salón bailan y pasean diferentes parejas y grupos. Música de jazz-band. La luz del salón ha de ser algo fantástica, entre azulada y rojiza; la terraza estará también iluminada del mismo modo. Es de noche. Lugar de la acción: un Biarritz cualquiera, playa a la moda.

Se abre una de las puertas del salón, y al abrirse se oye la música con mayor intensidad; entran y vienen a apoyarse en el barandal, frente al público, el Hombre de Sociedad y el Hombre Insociable. El público figura que es el mar, y no es mala comparación, porque con ninguno de los dos puede uno confiarse mucho.

EL HOMBRE DE SOCIEDAD

Se aburre usted, ¿verdad?

EL HOMBRE INSOCIABLE

De ningún modo, y con usted, tan excelente guía y conocedor de este gran mundo...

EL HOMBRE DE SOCIEDAD

Que es tan pequeño, como usted ve.

EL HOMBRE INSOCIABLE

Y, para mi, ignorado; mi vida ha sido tan distinta.

p. 10EL HOMBRE DE SOCIEDAD

Y supongo que nunca habrá usted envidiado esta.

EL HOMBRE INSOCIABLE

Mal puede envidiarse lo que no se conoce. Si es siempre así...

EL HOMBRE DE SOCIEDAD

Casi siempre, porque cuando quieren escapar de esta vida, su vida social, para vivir un poco de su vida propia, al huir unos de otros, vuelven a encontrarse; porque hasta en sus vicios, en sus pasiones, en sus quimeras, siguen siendo iguales unos a otros, creyéndose distintos.

EL HOMBRE INSOCIABLE

Si siempre se divierten con tan poco...

EL HOMBRE DE SOCIEDAD

Aquí nadie viene a divertirse: Unos vienen a hacer tiempo para otras diversiones; otros vienen a prepararlas; otros esperan el azar de un encuentro que se les depare, y hay quien, con mayor ambición, espera que ese azar de un encuentro sea la solución de su vida.

EL HOMBRE INSOCIABLE

¿Cree usted que en un lugar como este puede encontrar nadie la solución de su vida?

EL HOMBRE DE SOCIEDAD

¿Por qué no? Aquí puede encontrarse hasta la felicidad; lo que hay es que para encontrar lo que más se parece a la felicidad en la vida, que es un amor verdadero, es preciso que dos seres vayan en su busca por el mismo camino, y aquí los caminos se cruzan, como las vidas: se cruzan en un punto y ya no vuelven a encontrarse. El amor se cruza con un deseo: cree que es también el amor; p. 11pero el engaño dura poco tiempo. Otras veces el amor se cruza con el interés, y el engaño es el mismo, y el desengaño más triste todavía. (Por otra puerta del salón entran Eugenia Castrojeriz y Guillermina.)

GUILLERMINA

¿Huyes de la persecución?

EUGENIA

No, Guillermina. ¿Quién hace caso?

GUILLERMINA

No digas, Enrique está loco por ti.

EUGENIA

Ya lo sé.

GUILLERMINA

¿No te gusta? Es guapísimo, y en cuanto a posición...

EUGENIA

Sí, un gran partido, y para mí, figúrate.

GUILLERMINA

Entonces...

EUGENIA

Demasiado sabes que él no piensa en casarse, y menos conmigo. ¿Qué soy yo para él?

GUILLERMINA

Por Dios, Eugenia, no quieras que te regale los oídos con ponderaciones. No sé a qué más podía aspirar Enrique, y él, que no tiene más pretensión que figurar en sociedad, p. 12¿cómo podría colocarse mejor que casándose contigo, una Castrojeriz?

EUGENIA

Enrique no necesita casarse conmigo, que no soy más que una aristócrata pobre, lo peor, lo más triste que se puede ser; Enrique puede casarse con quien quiera, noble y con dinero; ni él necesita de enlaces nobiliarios para figurar en sociedad más de lo que ya figura. Ya lo vemos: en estos tiempos todo va muy de prisa, y cualquiera puede ser descendiente de sí mismo. Por humilde, por bajo que sea su origen, el dinero, los viajes, el trato social afinan a una persona en pocos meses, cuando en otros tiempos eran precisos siglos para afinar a una familia. Yo he leído crónicas de nuestra casa, y al cabo de muchos años y linajudos antepasados, aún había marqueses de Castrojeriz tan bárbaros que hoy no los querría Enrique para mozos de sus caballerizas. Al padre de Enrique son muchos los que le han conocido detrás de un mostrador, en una mala tienda de un pueblecillo de pescadores, y su hijo, ya lo ves, un perfecto gentleman... hasta ahora.

GUILLERMINA

Dices bien, hasta ahora, porque la raza no se improvisa: el plebeyo es siempre plebeyo, y, tarde o temprano, «en la ocasión descubre la hilaza», como suele decirse.

EUGENIA

Enrique ya lo demuestra solo en el modo de pretenderme.

GUILLERMINA

¿Tú crees? Yo solo veo que está muy enamorado, que te quiere.

EUGENIA

Me quiere, eso sí, me quiere y me insulta al quererme.

p. 13GUILLERMINA

Yo no puedo creer que él piense...

EUGENIA

Piensa que todo es posible con su dinero.

GUILLERMINA

Pero él debe saber quién eres tú, debe comprender que contigo nunca sería posible...

EUGENIA

¿Qué sabe él de mí? ¿Qué sabrá nunca?

GUILLERMINA

Y tú le quieres.

EUGENIA

No lo sé; ni él habría de creerlo.

GUILLERMINA

¿Por qué?

EUGENIA

Enrique es muy rico; yo soy pobre... ¿Vienes?

GUILLERMINA

Sí, nos esperaban para bailar; vamos. (Entran en el salón.)

EL HOMBRE DE SOCIEDAD

De estas dos muchachas, la que estaba más cerca de nosotros es Eugenia Castrojeriz; una muchacha muy interesante; ella y su hermano, únicos vástagos de una nobilísima familia de las más ilustres de nuestra aristocracia, p. 14una de esas familias perseguidas por trágicos destinos, como la familia de los Atridas: suicidios, muertes violentas, matrimonios desgraciadísimos, y, por fin, la ruina total. Estos dos hermanos viven de la protección de amigos de su casa, de algún pariente; la muchacha viste desechos de sus amigas, pasea en auto, asiste a teatros y a fiestas de sociedad; veranea, como usted ve, de un lugar en otro, todos de moda y todos caros. El hermano lo mismo, aunque ya no está siempre tan clara la procedencia de sus recursos. Los dos son una especie de asilados de lujo, protegidos por toda su clase. Pepín Solares, que tiene la especialidad de los motes, llamó a esta muchacha el perro del regimiento.

EL HOMBRE INSOCIABLE

No es muy galante el mote.

EL HOMBRE DE SOCIEDAD

No prosperó, por cierto, y le costó al motejador algunos disgustos; porque el hermano, no tanto, pero esta muchacha, sobre todo, cuenta con muchas simpatías en sociedad: ¡ha llevado siempre su difícil situación con tan noble decoro! A mí también me inspira simpatía. ¡Pobre muchacha! Soporta humillaciones sin volverlas en odio; para mí, la mayor virtud, porque es fortaleza espiritual, virtud en su recto sentido etimológico.

EL HOMBRE INSOCIABLE

Así es; no hay odio que no tenga su origen en una humillación; es lo que menos se perdona.

EL HOMBRE DE SOCIEDAD

Por eso admiro yo tanto a Eugenia Castrojeriz. La he visto soportar tantas humillaciones... Es que es tan difícil proteger sin humillar a nuestros protegidos...

EL HOMBRE INSOCIABLE

Pero entre esta gente distinguida, yo creí...

p. 15EL HOMBRE DE SOCIEDAD

No es la peor, pero es la más inconsciente. Por eso la hora de los grandes cataclismos sociales: revolución francesa, revolución de Rusia, les halla siempre desprevenidos, y ellos son las primeras víctimas sin haber sido los más culpables. (Entran Manolo Castrojeriz e Isidoro.) A propósito; ahí tiene usted al hermano de esta muchacha, del que yo le hablaba; de los dos, el más joven: Manolo Castrojeriz. Este ya no es tan digno de admiración como su hermana: parásito de los muchachos más ricos de Madrid, es, como ahora se dice, un animador de todos sus jolgorios; sablea con tal elegancia, que todavía hay que agradecérselo, y como los grandes señores del siglo diez y ocho, enmienda los errores de la fortuna convirtiendo un juego de azar en juego de inteligencia, si hay ocasión propicia. Los dos hermanos son la mejor prueba de que lo mismo en los pueblos que en las familias, aun en su decadencia, son siempre las mujeres las que por más tiempo mantienen las nobles tradiciones de una raza. A Eugenia Castrojeriz no la creo capaz de una bajeza indigna de su nombre; a su hermano le creo capaz de todo, y no me extrañaría verle complicado algún día en cualquier delito vulgar y hasta en algún crimen, como alguno de triste memoria. (Siguen hablando bajo.)

ISIDORO

Cálmate, Manolo; has estado muy duro con Ricardo.

MANOLO

Me molestan los consejos. Si sabré yo cuándo he hecho mal sin que me lo digan.

ISIDORO

Por lo demás, te aconsejaba muy bien; no te conviene el trato con ese Piñuela; todo el mundo le va dando de lado.

MANOLO

Hoy no tenían razón; estoy seguro de que pidió carta p. 16sin haber visto que en los dos paños habían ya descubierto las suyas.

ISIDORO

Vamos, Manolo, no me digas; es ya mucha distracción; y se ha repetido tantas veces...

MANOLO

Otras, no digo; pero hoy, te aseguro...

ISIDORO

Todo el mundo sabe que tú juegas a medias con él; te digo que no te conviene; tú verás lo que haces.

MANOLO

No me digas nada. Estoy loco. Era el golpe decisivo... Mañana...

ISIDORO

¿Mañana, qué? ¿Lo de siempre?...

MANOLO

No, ahora es más serio; si mañana no pago, no quiero pensarlo. El tiro, no hay otra solución.

ISIDORO

¿No tienes quien pueda sacarte del apuro? Pídele a Valladares.

MANOLO

¡Imposible! ¡Me ha servido tantas veces!...

ISIDORO

Pídele a Enrique; en estos días lleva una buena racha.

p. 17MANOLO

¿A Enrique?... Ni pensarlo; ya sabes que anda haciendo el amor a mi hermana.

ISIDORO

Sí; nunca se le ha visto tan colado. Eso sí que te convendría, que se casara con tu hermana.

MANOLO

Claro que solo podría ser eso: casarse; no creo que él haya pensado otra cosa.

ISIDORO

Hombre, ¿quién va a creerlo? No por él, por tu hermana.

MANOLO

Comprenderás que a Enrique no puedo pedirle nada.

ISIDORO

Sí; en estas circunstancias no te conviene.

MANOLO

Entonces, tú dirás qué recurso me queda.

ISIDORO

¿Pero tan fiera viene ese hombre?

MANOLO

No lo sabes. ¡Me tiene tan cogido! Cuando está uno apurado firmaría uno su sentencia de muerte, y eso será. Te juro por el nombre que llevo que yo no voy a la cárcel.

ISIDORO

¿A la cárcel?... ¿Pero puede ser eso?

p. 18MANOLO

¿Si puede ser? Anda, vamos, no quiero que me encuentre mi hermana, no quiero ver a nadie; vámonos; pasearemos por la playa; a esta hora no hay nadie, y... Perdona, chico, perdona; si tú quieres quedarte...

ISIDORO

No faltaría más; yo no te dejo. Pasearemos. Veremos... ¿Quién sabe?... (Salen.)

EL HOMBRE INSOCIABLE

Bien decía usted. Por la nerviosidad, por palabras sueltas, se advierte que el mozo anda preocupado.

EL HOMBRE DE SOCIEDAD

Se le habrá dado mal el tournant esta noche. Cuando los puntos no están en el secreto y no perdonan distracciones... (Entran Enrique y Ricardo. Al verlos entrar.) Buen contraste. Vea usted: al aristócrata fin de raza, arruinado, que acaba usted de conocer, sucede el plebeyo enriquecido, savia nueva, buen injerto para estirpes nobiliarias en decadencia. Enrique García y Mora, que de dos apellidos vulgares ha formado un apellido que puede parecer aristocrático: Garcimora. Su padre, y no hará muchos años, en un pueblecillo de la costa cantábrica, a la sombra de un miserable tenducho, guarida y refugio de contrabandistas de todo género, amplió sus negocios durante la guerra, sin preferencias por nadie, suministrando a los barcos de unos lo que muy pronto había de perderse en el mar, gracias a los suministros proporcionados a los otros, todo a buen precio. El negocio fue fabuloso. El hijo se educó en Inglaterra; muerto el padre, de la noche a la mañana se presentó en Madrid, y no tardó en ser admitido en la mejor sociedad con las mejores cartas de crédito, autos de las mejores marcas, jacas de polo, balandros, criados ingleses, mecánicos belgas, espléndido en sus obsequios, asequible a las peticiones, anticipándose a ellas muchas veces con generoso desprendimiento; premio gordo en la lotería matrimonial para las p. 19muchachas solteras. Flirteo ideal para casadas y equívocas de todas clases, decorativo siempre y siempre provechoso. Detrás de todo eso... ¿Quién sabe?... Lo que ahora se llama honorabilidad se satisface con tan poco, y Enrique Garcimora aún no ha cometido ninguna torpeza que pueda poner en duda su perfecta honorabilidad. (Siguen hablando bajo.)

RICARDO

Anda, vamos. Esta noche está esto muy aburrido, y hemos quedado en ir; esas pobres chicas nos estarán esperando, y los amigos..., si faltas tú será un desencanto para todos.

ENRIQUE

Ve tú, yo estoy muy cansado; esta noche quiero acostarme pronto.

RICARDO

Es que no hay quien te arranque de aquí mientras veas que no se ha ido Eugenia.

ENRIQUE

No, qué tontería. Para el caso que me hace... Apenas si me ha saludado esta noche.

RICARDO

Táctica.

ENRIQUE

¿Tú crees?

RICARDO

¡Bah! No lo dudes.

ENRIQUE

¿Tú crees que no hay otro medio que casarse?

p. 20RICARDO

Y si no hubiera otro, si tan colado estás, cásate; será el único modo de curarte.

ENRIQUE

Tanto como casarme...

RICARDO

En tus condiciones, cuando te aburras, con dinero pronto se deshace uno de una mujer.

ENRIQUE

No lo creas; mujer propia o querida, no es tan fácil deshacerse de una mujer. Ahí tienes al pobre Evaristo, víctima de la suya y de toda su familia.

RICARDO

Por cicatero, le está bien empleado. Tú no lo serías; dejarías a tu mujer en condiciones de vivir. Pero, de veras, ¿te gusta tanto Eugenia?

ENRIQUE

Sí, chico; me trae loco; es la única mujer por quien yo haría cualquier disparate.

RICARDO

No tantos, por lo visto, cuando no te decides al del matrimonio.

ENRIQUE

No, eso no; el matrimonio me asusta; no tengo carácter para soportar aunque no sea más que las atenciones sociales a que se obliga uno con el matrimonio.

RICARDO

No serían tantas como las que ahora te impones, a ti p. 21que te gustaba tanto viajar, ir de un lado para otro; te dispones a pasar aquí todo el verano, sin ir a más sitios que donde crees que puedes encontrarte con ella. Pues te advierto que si no has pensado en casarte, aunque yo creo que llegarás a pensarlo, te expones a un disgusto.

ENRIQUE

¿Disgusto?

RICARDO

Sí. Ya sabes que Eugenia está muy protegida... defendida por todos los suyos; se vería entre ellos muy mal que alguien pretendiera la conquista de esta muchacha por medios ilegales. Esta gente, que en apariencia se complace en murmurar unos de otros, en descubrir sus pecados y sus defectos, más por justificar cada uno los propios que por censurar los ajenos, pone el espíritu de clases sobre todo y saben defenderlo cuando les interesa, más también por el prestigio de clases que por el de una persona determinada, y si quien lo pone en peligro no es de los suyos, entonces la defensa se convierte en ofensiva hasta la más sañuda persecución. Ya estás advertido.

ENRIQUE

¿Y no crees tú que Eugenia no pudiera preferir algún día a esa protección de los suyos, que, después de todo, tú lo sabes, todos lo vemos, está pagada a costa de bien tristes humillaciones, otra situación más segura, más brillante, más alegre?

RICARDO

No lo creo. Por muy caídos, por muy arruinados, por muy bajos que estemos, hay siempre en la nobleza, como en los reyes, algo que es de derecho divino, valores morales que aún tienen un valor entre nosotros.

ENRIQUE

Todo lo que tiene un valor puede tener un precio.

p. 22RICARDO

Juzgo por mí.

ENRIQUE

Eso es decirme que yo juzgo por mí, a lo plebeyo.

RICARDO

No, Enrique. Nos juzgas por lo que nosotros mismos podemos hacer creer muchas veces con nuestra conducta. Tú juzgas a Eugenia por su hermano Manolo, al que todos creemos capaz de todo y acaso estemos equivocados. Yo estoy seguro de que, en ocasión decisiva en su vida, Manolo tal vez nos sorprendería mostrándose digno de su noble linaje.

ENRIQUE

(Distraído, mirando al salón.) Es posible.

RICARDO

Sí; es ella, ella, que está con Guillermina Valladares y con María Antonia Santonja. Anda, vamos; no estás deseando otra cosa.

ENRIQUE

Si te dijera que hasta ahora no he sabido lo que era desear a una mujer.

RICARDO

Eugenia. Pues no lo pienses, cásate; a ti, con tu dinero, ¿qué puede importarte el matrimonio? Un capricho más que te pagas; nunca es caro un capricho. (Entran en el salón.)

EL HOMBRE DE SOCIEDAD

¿De veras no se ha aburrido usted con mi charla?

p. 23EL HOMBRE INSOCIABLE

Nada de eso; ha sido usted mi Virgilio, al penetrar por primera vez en mi vida en estos círculos dantescos que ni aun merecen el nombre de infernales.

EL HOMBRE DE SOCIEDAD

Nada de eso; entre el limbo y purgatorio, salvo casos excepcionales en que sobre tanta superficialidad se desencadena algún vendaval de pasión y tragedia; pero a usted, hombre de más graves estudios, poco puede interesarle todo esto.

EL HOMBRE INSOCIABLE

¿Por qué no? Nunca he sido hombre de sociedad, y al lado de usted bien puedo parecer el hombre insociable; pero me intereso por todo, y para abismar nuestro pensamiento en el infinito misterio de todo lo creado, lo mismo es la contemplación de esta inmensidad del mar y del cielo que contemplar un hormiguero o, sobre la lente de un microscopio, el pulular de millares de infusorios en una gota de agua: todo abisma y confunde por igual.

EL HOMBRE DE SOCIEDAD

Pues entre las hormigas y los infusorios podemos colocar a las gentes de este pequeño mundo.

EL HOMBRE INSOCIABLE

Y usted, tan admirable observador de todo lo observable, ¿no ha pensado usted nunca en aprovechar sus observaciones?

EL HOMBRE DE SOCIEDAD

¿Para qué? ¿Para escribir alguna obra literaria? De ningún modo. Detesto esa literatura porteril de menudencias y chismes de sociedad. En general detesto la literatura, y, si me apura usted, todo lo que es arte. El arte solo sirve para los espíritus inferiores. Un espíritu superior p. 24labora para él solo su arte; el suyo, que sería incomprensible para los demás; si procura comunicarlo, su arte se empequeñece al ponerse a nivel de los espíritus mediocres. El artista no puede dar la medida de su valor al comunicarse. Poco vale el artista que no vale más que su obra, por perfecta que nos parezca, y no merece el nombre de artista el que no sabe medir su propia grandeza por el desprecio que le inspiran sus obras y el juicio que a los demás les merecen. Y ahora, como limpieza espiritual, ¡contemplemos el mar y la majestuosa serenidad del cielo en esta noche; en el silencio de la contemplación se perderá nuestro pensamiento hasta no sentirnos vivir, hasta olvidarnos de lo que somos, pobres criaturas humanas!

TELÓN


CUADRO SEGUNDO

Un telón oscuro con estrellas doradas, y como cola de las estrellas todos los colores del Iris. El ladrón de sueños, vestido de farolero fantástico; en la mano el palo de encender.

LADRÓN

La noche es mi reino, y en la noche las almas, al sumergirse en el profundo mar del sueño, entre sus sombras, exploran la verdad de su vida, como los submarinos al sumergirse bajo las aguas turbulentas observan más seguros la ruta de los barcos sobre ellas navegantes. Y en este reino de la noche, poblado de almas en letargo, soy el Ladrón de sueños, minador de luz, captador de verdades, tesoros que los hombres, más cobardes que avaros, ocultan y guardan hasta de sí mismos, sin pararse a contarlos, sin querer saber de ellos, aunque yo los muestre a sus ojos, más cerrados despiertos que dormidos. Como en las noches de la ciudad, de calle en calle va el farolero rasgando la oscuridad con pinchazos de p. 25luz, así yo por la ciudad de los sueños rasgo de claridad las almas que, a la luz de sus sueños, pudieran conocerse y saber de sí mismas si el despertar no fuera para ellas caer en sueño más profundo: el de no querer saber nunca la verdad de su vida. Hoy se ha entrado la ciencia por mis dominios con gran aparato investigador; mas, como siempre, antes que los hombres de ciencia supieron los poetas las verdades del misterioso abismo de mi reino. Como los cuerpos, para su descanso, se desnudan de vestiduras al acostarse, también al dormir para soñar se desnudan las almas, y si pudieran así hablar y entenderse unas con otras, nadie se engañaría en la vida. Una mujer y un hombre van a hablarse así ahora, sin saber ellos mismos que hablan ellos, desnudas sus almas en la desnuda verdad de sus deseos. Al despertar lo habrán olvidado todo; volverán al engaño, a la mentira, entre sospechas y traiciones, entre miedos y sombras. Animador de luz, captador de verdades, la noche es mi reino; soy el Ladrón de sueños.

MUTACIÓN


CUADRO TERCERO

Se descorre la cortina, y sobre un fondo negro, solo visibles y apenas iluminados los rostros de las figuras, aparecen Eugenia y Enrique.

EUGENIA

Cuando nos encontramos en sociedad me dices siempre: «No parece sino que huyes de mí».

ENRIQUE

Te haces desear.

p. 26EUGENIA

Sí; eso es lo que tú piensas, lo que tú crees: coquetería, habilidad, ¿no es eso? Y como tú lo creerán todos.

ENRIQUE

Y haces bien. Tú sabes que yo te quiero; procuras hacerte querer como tú quieres.

EUGENIA

Que no es como tú piensas. Tú crees que toda mi aspiración es el matrimonio, ¿y qué mejor partido que tú? Tú, por tu parte, piensas que para conseguirme basta con tu dinero, sin comprometer tu libertad, y esto, que debía ofenderme como una insolencia, me admira como una valentía; siempre nos admira el valor de que no somos capaces. Sí; en ti es una valentía pretender que yo, una Castrojeriz, pueda ser para ti lo que tantas mujeres cotizables; valentía y desinterés, porque mi nobleza bien vale tu dinero, y en tu afán de figurar en sociedad nada perderías con hacerme tu esposa; pero prefieres tu independencia, no deber a nadie tu situación en sociedad; eres orgulloso. Yo también. Es difícil que podamos entendernos.

ENRIQUE

¿Difícil?... ¿Quién sabe?... Si yo viera rendido tu orgullo, tal vez entonces se rindiera el mío hasta ser esclavo de tu voluntad, si esa voluntad era amor.

EUGENIA

Si yo estuviera segura de rendir tu orgullo al rendirme... Yo he leído, tal vez he soñado, no sé. Era una reina joven y hermosa; reyes y príncipes se disputaban la gloria de reinar a su lado; pero un terrible pirata había logrado hacerse dueño del mar sobre la costa de su reino, y reyes y príncipes, al llegar en sus galeras engalanadas a conquistar un corazón y un reino, eran apresados o puestos en fuga por el pirata de valor temerario. La reina p. 27decidió acabar con él, y aprestó todas sus galeras para darle caza; ella misma quiso mandar una de ellas; quería ser ella misma la que trajera cautivo al pirata; pero la galera real más era palacio y jardín que barco de guerra; sus tripulantes más eran galanes cortesanos, músicos y poetas que diestros marinos y aguerridos soldados, y la reina era mal capitán de navío. Perdida la ruta, su galera se halló de pronto, separada de las otras, frente a frente con la galera del pirata, y la reina fue pronto su cautiva, cautiva del pirata, que era en verdad lo que ella había querido, porque en el fondo oscuro de su corazón, donde se ocultan los deseos inconfesables a nosotros mismos, la reina amaba al pirata con toda su alma; pero sabía que una reina no podía ofrecerse a un pirata sin abdicar su dignidad de reina; por eso dejó al azar de la fortuna poder ser su cautiva, que después, en sus brazos, ya contaba ella con su hermosura y su majestad para hacerle, por fin, cautivo suyo. Yo no sé si lo he leído o lo he soñado, pero sé que yo quisiera ser esa reina cautiva del pirata, y, como ella, pedir al azar de la fortuna poder ser tu cautiva, humillado por la violencia mi orgullo; pero ser tuya y que tú nunca seas mío, eso no, eso no; por eso huyo de ti, porque te quiero.

ENRIQUE

Yo no puedo creer en cariño que pone condiciones para rendirse. Rinde tu orgullo, y acaso se rinda el mío.

EUGENIA

No es tiempo de leyendas. Hay en mí sangre de reyes; hay en ti sangre de piratas; mi sangre empobrecida de una raza decadente acaso busca en la tuya la sangre de mis lejanos antepasados, que, como los tuyos cercanos, fueron también piratas y bandoleros rudos y fuertes; pero hoy la fuerza es el dinero, el signo de todo poderío, y rendirse al dinero es siempre humillación. Nadie puede creer en orgullo que se rinde al dinero; si yo me rindiera al tuyo, dejarían de creer en mí.

ENRIQUE

Es verdad.

p. 28EUGENIA

Ya lo ves; como yo dejaría de creer en ti si dejaras de creer, en tu orgullo, que una Castrojeriz puede venderse a tu dinero sin hacerla tu esposa.

ENRIQUE

Debemos separarnos para siempre.

EUGENIA

No, eso no; la vida... Acaso yo he soñado.

ENRIQUE

Yo deseo.

EUGENIA

Yo espero.

ENRIQUE

¡La vida!

EUGENIA

Acaso... (Se van perdiendo las figuras en la oscuridad y la voz alejándose con ellas.)


CUADRO CUARTO

Se descorre el fondo y aparece una parte de la terraza del primer cuadro sin el barandal.

Eugenia, Guillermina, el Marqués y la Marquesa de Valladares, Enrique y Ricardo.

MARQUESA

Sí, ya nos retiramos; es muy tarde y está esto muy aburrido, como siempre.

p. 29EUGENIA

(A Enrique.) No le he visto a usted en toda la noche.

ENRIQUE

Yo creía que no había usted querido verme; yo sí la he visto a usted, pero no parece sino que huye usted de mí.

EUGENIA

Solo se huye por odio o por miedo; yo no tengo por qué odiarle a usted, y menos por qué temerle. ¿No han visto ustedes a mi hermano? ¿No le has visto, Ricardo?

RICARDO

Si, aquí estaba; le vi con Isidoro.

MARQUÉS

Tengo yo que hablar con Manolo muy seriamente; frecuenta unas amistades...

EUGENIA

Sí, ya me lo han dicho. Harás bien en reñirle; a mí no me hace caso.

MARQUESA

(A Enrique.) ¿Todavía aquí mucho tiempo?

ENRIQUE

Sí, ya todo el verano.

MARQUESA

¿No se aburre usted? ¿No encuentra usted que está esto muy aburrido este año? Mucha gente, demasiada gente; pero una gente especial.

p. 30ENRIQUE

Sí, para quien no tenga algún interés.

MARQUESA

¡Ah! Usted sí le tiene. Entonces comprendo. ¿Reservado? No lo creo; ahora que yo soy tan poco observadora; pero no tardarán en decírmelo: el amor y el dinero... Y el amor con dinero, que es el caso de usted.

ENRIQUE

No hablemos de dinero, marquesa; cuántas veces es un estorbo.

MARQUESA

No lo crea usted; nunca. Hasta siempre, Enrique, Ricardo... (Despidiéndose.)

ENRIQUE

(Saludando.) Marquesa... Guillermina, me debe usted una explicación.

GUILLERMINA

¿Yo?...

ENRIQUE

Sí, de unas palabras misteriosas.

GUILLERMINA

No las dé usted importancia.

ENRIQUE

(Despidiéndose.) Eugenia...

EUGENIA

Adiós, Enrique. (Salen todos, menos Enrique y Ricardo.)

p. 31ENRIQUE

Nos iremos también, si te parece.

RICARDO

Claro que me parece; ya se ha ido ella. Y qué, ¿vas a pasarte así toda la vida? ¿Qué esperas? Sin matrimonio no esperes nada, y este amor de cadete ya va siendo ridículo.

ENRIQUE

Tienes razón. Mañana nos vamos.

RICARDO

¿Mañana?... ¿A que no?

ENRIQUE

Bueno; mañana no es posible; son los partidos de tennis; pero muy pronto, sí, muy pronto. Tienes razón; me estoy poniendo en ridículo.

RICARDO

Oye, ¿te ha pedido dinero Manolo Castrojeriz esta noche?

ENRIQUE

No, hace mucho tiempo que no me ha pedido nada.

RICARDO

Entonces...

ENRIQUE

¿Qué?

RICARDO

Nada; que ha jugado muy fuerte esta noche, y no sé de p. 32dónde haya podido sacar el dinero. Después le he visto que hablaba muy acalorado con Isidoro; debe de estar en un mal momento. A propósito, aquí está Isidoro. (Entra Isidoro.)

ISIDORO

Creí que ya no estaríais aquí, y no sabía dónde podría encontraros a estas horas.

RICARDO

¿Qué te pasa?

ISIDORO

A mí, nada. Oye, Enrique, contra ti vengo.

ENRIQUE

Tú dirás.

ISIDORO

No se trata de mí, es de Manolo; está en un apuro muy grande; habla de matarse; bueno, eso ya no es para creerlo; lo ha dicho tantas veces, pero el caso sí es grave; pueden meterle en la cárcel.

RICARDO

¿Qué te decía yo? Ya me figuraba yo algo.

ISIDORO

No tiene a quién recurrir; ha pedido tanto, y a ti no se atreve, no quiere; él no sabe que he venido a buscarte; pero chico ¿a quién acudía yo? Y ya sabes, con todas sus cosas, yo quiero a Manolo, es como un hermano. ¿Te perturbaría mucho desprenderte de...? Son quince mil pesetas las que necesita; pero con cinco mil podría pararse el golpe; de eso yo me encargo. Y perdona, chico, perdona; abusamos de ti; ahora, ya ves, no es para mí; para mí no te p. 33pediría nada. Y que no lo sepa Manolo; yo le diré que... No sé qué voy a decirle, porque cinco mil pesetas, así de pronto, ya sabe él que ningún amigo nuestro las tiene... En fin, ¿puedes salvarnos?

ENRIQUE

Sí, hombre, sí; cuenta con ellas; si quieres ahora mismo, precisamente esta mañana tomé un dinero que necesitaba; vamos a casa y en seguida...

ISIDORO

No, ahora no; es más urgente tranquilizarle, y si supiera que tenía ahora el dinero tendría que pelearme con él porque querría jugárselo. Le he dejado en el Americán; le diré que todo está arreglado, y mañana a primera hora iré yo por tu casa. ¿Tú madrugas mañana?

ENRIQUE

Sí, aquí madrugo siempre.

ISIDORO

¿A las nueve, entonces?

ENRIQUE

Muy bien; a las nueve.

ISIDORO

Pues hasta mañana, y gracias; no esperaba menos; eres grande. Gracias, chico, gracias. Me estaba dando la noche ese Manolo. Adiós, Ricardo. Enrique, otra vez gracias. (Sale.)

RICARDO

¿Tú crees que no es Manolo el que le ha mandado?

ENRIQUE

Qué sé yo; ¿pero qué más da? Vamos. (Salen. Se ven p. 34pasar a las parejas bailando por el fondo, y al caer el telón la música sigue con estruendo, que se va perdiendo poco a poco hasta levantarse el telón nuevamente.)


CUADRO QUINTO

Gabinete en la villa de los marqueses de Valladares.

Marqués y Marquesa de Valladares; Eugenia y Guillermina, entrando.

MARQUESA

No me habléis de volver a ese Posilipo. ¿A quién se le habrá ocurrido ponerlo de moda? No puede haber sido más que a Isidoro Casanueva en complicidad con Filo Manzanares, que los dos se habrán hecho pagar el corretaje. Está más aburrido que Palermo y con peor gente que el Corfú, y casi tan mal como el Misukusko. Claro que todo mejor que el Casino.

MARQUÉS

¿Y a mí qué me cuentas? Si eres tú la que no quiere que nos quedemos en casa ninguna noche.

MARQUESA

¿Yo?... ¡Jesús!... Por mi gusto no iría a ninguna parte; voy por estas chicas, porque no se aburran aquí toda la noche con nosotros solos.

GUILLERMINA

Pues, por nosotras... ¿Verdad, Eugenia?

EUGENIA

Figúrate, por mí... Esta noche me estaba cayendo de sueño.

MARQUÉS

¿Tienes mucho sueño?

p. 35EUGENIA

Ya no.

MARQUÉS

Pues siéntate aquí con nosotros, y antes de acostarnos vamos a hablar de tu hermano; es preciso que sepas...

EUGENIA

¿Qué vas a decirme? ¡Ya lo sé! Esta noche ha ocurrido algo desagradable en el Casino, ¿verdad? Por palabras sueltas, por conversaciones cortadas de pronto al acercarme yo, con menos disimulo que si hubieran continuado, he comprendido que algo querían ocultarme todos.

MARQUÉS

Es que tu hermano... Sí, esta noche no sé qué ha ocurrido; pero no es esta noche: es siempre. Tu hermano se reúne con una clase de gente; ese Piñuela, inseparable suyo este verano, conocido de todo el mundo como un vividor de la peor especie, que, según dicen, hasta se ha visto en la cárcel más de cuatro veces, y tu hermano se presenta con él en todas partes, y juega con él en sociedad, y yo sé que han tenido que llamarles la atención por descuidos, incorrecciones en el juego, por no decir trampas, y hace unas noches que en la taquilla del Casino cambiaron un billete de quinientas pesetas falso, y no cabe duda que el billete era de ellos: era el único billete español que se cambió aquella noche. Esta noche también han cometido no sé qué incorrección, y parece que la dirección del Casino les ha llamado al orden muy seriamente. No es eso solo: tu hermano juega y pierde, y nunca le falta dinero. ¿De dónde sale ese dinero? Todo el mundo sabe cuáles son vuestras rentas; todo el mundo sabe que vivís atenidos a pensiones, a regalos de vuestros parientes y de algunos buenos amigos de vuestra familia; suponte el mal efecto para cuantos ponen de su parte todo lo posible para que podáis vivir con decoro, saber que tu señor hermano se juega de esa manera un dinero que no puede ser suyo, mío tampoco; por supuesto, a mí ya no se atreve a pedirme; p. 36yo supongo que es a Enrique Garcimora a quien le saca ahora el dinero.

EUGENIA

¿Tú crees?...

MARQUÉS

No puede ser a otro, o había que creer en algo peor. Sí, no te quepa duda; es a Garcimora, y tú debes ser la primera en comprender lo que eso te perjudica; en el concepto de Enrique todos vemos, todos sabemos que está muy enamorado de ti; pero su actitud contigo no es nada correcta; no es la actitud del hombre que pretende a una señorita; te pretende como se pretende a una mujer casada o a otra clase de mujeres; lo ve todo el mundo.

EUGENIA

¡Dios mío!...

GUILLERMINA

¡Eugenia!...

MARQUESA

Qué cosas tienes, hombre.

MARQUÉS

Perdona, hija mía; comprenderás que hablo por vuestro bien, por ti sobre todo; no podrás dudar lo que todos te queremos en esta casa, lo que eres para nosotros.

EUGENIA

Sí, sí; si no me dices nada que yo no sepa, en que yo no hubiera pensado antes; pero ¿qué puedo hacer yo? ¿Qué puedo hacer? Yo no tengo autoridad sobre mi hermano; tampoco creo que él sea tan malo; es por ligereza, eso sí; pero yo no le creo capaz de una indignidad. En cuanto a Enrique, sí; dices bien; su actitud conmigo no es la del hombre que pretende honradamente a una mujer honrada. p. 37Aunque tuviera motivos para pensar de mi hermano lo que quisiera, de mí no puede haberlo pensado, no ha debido pensarlo nunca; pero si su actitud es incorrecta por lo que calla, hasta ahora nunca lo fue por sus palabras; comprenderás que yo no puedo perder toda la razón al advertirle que su actitud me ofende, cuando él pudiera decir con más razón todavía que mis agravios se habían anticipado a sus ofensas.

MARQUESA

Eso es verdad; él hasta ahora... ¿Y qué sabemos si su actitud no es más bien cortedad, si él no teme que tú, a pesar de todo su dinero, no le creas digno de ti?

MARQUÉS

¿Cómo ha de creerlo? Estos ricachos de ahora no creen que hay nada imposible para ellos, y hay que confesar que entre todos, altos y bajos, les damos sobrado motivo para que lo crean. Ahora, dices muy bien: tú aún no puedes darte por agraviada si solo ha pecado por omisión; claro que tratándose de pretender a una muchacha soltera, no hablar para nada de matrimonio ya es una omisión muy significativa; pero dices bien: hay que esperar, acaso estemos equivocados; si él, por su parte, ha interpretado mal tu actitud, que, naturalmente, había de ser reservada hasta la frialdad, otra cosa hubiera sido para que él se creyera que tú solo veías en él al hombre de dinero, y que sin haberle apenas tratado, sin esperar a conocerle bien, no hubiera más que hablar. De todos modos, el asunto es muy delicado. Yo creo, en mi opinión... ¿Me autorizas para que yo hable con él, como cosa mía, por supuesto, sin decirle que tú...?

EUGENIA

Te agradezco la buena intención; pero temo lo que él pueda pensar de mí; lo que piense, que lo piense por él; que nunca pueda decir, si ha pensado mal, que tuvo razón para pensarlo.

p. 38MARQUESA

Eugenia dice muy bien: hasta ahora no hay razón para llamarle al orden; esperemos. Él, claro es que no ha dicho a nadie que quiere casarse contigo, pero tampoco ha dicho que no piense casarse.

GUILLERMINA

Yo estoy segura de que se casará, por lo mismo de que quizás no lo piensa.

MARQUÉS

No sería un mal matrimonio por ningún estilo; todos nos alegraríamos.

EUGENIA

¿Deseas decirme algo más? Estoy rendida de sueño.

MARQUÉS

Sí; todos vamos a acostarnos tardísimo, como siempre. Buenas noches, Eugenia, hija, y perdona si te he dado un mal rato.

EUGENIA

Por Dios, vosotros sí que tenéis que perdonarnos. Hasta mañana a todos.

MARQUESA

Que descanses bien, hija mía. (Sale Eugenia.) No sé por qué le has dicho nada.

MARQUÉS

Esta misma tarde me decías que era necesario decírselo.

MARQUESA

Sí; pero nosotros éramos los menos indicados; estos muchachos tienen su familia; la familia es la llamada a p. 39intervenir en sus asuntos; nosotros bastante hacemos con lo que hacemos.

MARQUÉS

Es que si no fuera por nosotros...

MARQUESA

Sí, al principio la gente promete mucho. Cuando estos chicos se quedaron sin sus padres y en la más completa ruina, todos eran a prometer pensiones, tantos mensuales; pero poco a poco todos han ido desentendiéndose, algunos hasta dándose por ofendidos con cualquier pretexto.

MARQUÉS

Sí, es muy cómodo disgustarse a la hora de soltar los cuartos; cualquier pretexto es bueno para ahorrarse unas pesetas.

MARQUESA

Ello es que los únicos que no hemos faltado a lo que prometimos hemos sido nosotros.

MARQUÉS

No es que me pese; en nuestra clase estamos más obligados que en ninguna otra a dar ejemplo de solidaridad.

MARQUESA

Y Eugenia hasta ahora se lo merece todo.

GUILLERMINA

A propósito, mamá; Eugenia anda muy mal de vestidos de noche; los dos que tiene están ya muy desluciditos.

MARQUESA

Dale el tuyo rosa, que apenas te lo pones.

p. 40GUILLERMINA

Me da no sé qué darle mis vestidos usados; esta mañana hemos visto unos modelitos muy monos y baratos; cuatrocientos francos, ya ves. Me compraré yo uno también para que no crea que se lo compramos a ella solo por ser baratos.

MARQUESA

Lo que tú quieras.

MARQUÉS

No he insistido en hablarle de su hermano por no disgustarla y porque ella le defiende en seguida; es que ella no sabe, no puede creer; ¡pero ese Manolo!... Quisiera equivocarme, pero el día menos pensado... Va por mal camino, muy malo.

MARQUESA

Los muchachos, aunque hagan locuras, no pierden nada; no es como las muchachas. Lo mejor que podían hacer los dos hermanos es casarse pronto; sería un descanso para todos. Es lo que trae el favorecer: sin darse cuenta, se impone uno obligaciones y adquiere responsabilidades.

MARQUÉS

Eso sí que no; ¿responsabilidades nosotros? Los dos hermanos ya no son unas criaturas, y Eugenia es juiciosa. ¿Nos acostamos?

MARQUESA

(A Guillermina.) ¿Tú te pondrás todavía a escribir cartas?

GUILLERMINA

No, esta noche no; estoy muy cansada.

MARQUESA

Pues no has bailado mucho.

p. 41GUILLERMINA

No, no me he separado de Eugenia en toda la noche, jugando al escondite por no encontrarnos con Enrique.

MARQUÉS

La verdad, yo no me explico lo que pretende ese hombre. ¿Qué te ha dicho a ti Eugenia?

GUILLERMINA

Eugenia le quiere más de lo que ella misma se figura.

MARQUESA

¿Querer?... Que le convendría mucho casarse con él.

GUILLERMINA

Estás equivocada, mamá; yo creo que le querría aunque no tuviera dinero.

MARQUESA

Si no tuviera dinero, ni le hubiéramos conocido.

GUILLERMINA

Eso es verdad.

MARQUESA

Es una tontería desear que las personas que conocemos fueran de otra manera de como las hemos conocido; porque son lo que son las conocemos, y por lo que son se las quiere o no se las quiere. Buenas noches, hija. Y mañana no me habléis de ningún dancing. ¡Qué aburrimiento! Mejor lo pasamos en cualquier cine. (Toca un timbre y sale un Criado.) Que apaguen, que se acuesten todos. (Salen todos, y el Criado apaga las luces y sale.)

TELÓN


p. 42CUADRO SEXTO

La habitación de Eugenia. Ventana al fondo.

Eugenia, en quimono o deshabillé de noche, sentada, cose el vestido que ha llevado puesto junto a una mesita con neceser de costura y una lámpara con pantalla. Después, Guillermina. Se oye cantar en la calle una canción francesa como por un grupo de gente que va algo bebida. Después suena también un gramófono más lejano.

GUILLERMINA

(Llamando a la puerta.) Eugenia.

EUGENIA

¡Ah! Guillermina, entra.

GUILLERMINA

¿Qué haces?

EUGENIA

Ya lo ves: coso. Está tan pasadita la tela de este vestido...

GUILLERMINA

Mañana vamos a comprarnos uno de los modelitos que hemos visto; es un regalo de mamá.

EUGENIA

No, Guillermina.

GUILLERMINA

No digas nada, porque si no compramos el tuyo no me compran a mí el mío. Me gustan a mí esos modelitos, son una monada.

EUGENIA

¡Qué buena eres!

p. 43GUILLERMINA

He querido venir antes de acostarme para saber si no te has disgustado por lo que te ha dicho papá.

EUGENIA

¿Cómo puedo yo disgustarme con tu padre? ¿Cómo puedo yo olvidar nunca lo que en tu casa habéis sido para nosotros?

GUILLERMINA

No hay que hablar de eso. (Acercándose a la ventana.) ¿Hay todas las noches tanto ruido en esta calle? Como mi cuarto da al jardín, allí no se oye nada.

EUGENIA

En esta calle hay dos o tres cabarets, y hasta muy tarde pasa gente cantando, gente alegre.

GUILLERMINA

Sí debe pasar mucha gente, porque son muchos los que algunas noches han visto pasar a Enrique.

EUGENIA

Saldría de alguno de estos cabarets con amigos.

GUILLERMINA

Los cabarets de esta calle no son para que Enrique los frecuente. Le han visto pasar solo, pasar y pararse delante de esta ventana; sin duda veía luz, si estaban las maderas sin cerrar, como ahora, y acaso esperaba...

EUGENIA

Alguna vez me asomo a la ventana antes de acostarme. No le he visto nunca.

GUILLERMINA

Pues ya lo sabes: ha pasado más de una noche. Si eso no es pensar en ti...

p. 44EUGENIA

Eso es querer que otros piensen lo que no es; tú lo sabes. (Se levanta y va a cerrar las maderas.)

GUILLERMINA

¿Vas a cerrar?

EUGENIA

Por si acaso.

GUILLERMINA

Tal vez haya sido casualidad otras noches. Yo creí que ibas a alegrarte al saberlo. Está visto que hoy todos nos hemos propuesto disgustarte.

EUGENIA

No, Guillermina, no me hables así; pero yo no quiero que tú creas... No, no es verdad. Yo no puedo querer a Enrique, no quiero quererle. (Se echa a llorar.)

GUILLERMINA

Vamos, ¡por Dios! Van a oírte, ¿y qué van a creer? Vamos, acuéstate; no pienses en nada. Si supieras que yo estoy muy segura de que vas a ser muy dichosa... Lo creo, lo creo. Hasta mañana, Eugenia; dame un beso. (Sale Guillermina. Eugenia apaga la luz, abre las maderas, suelta las cortinas de la ventana y por entre ellas mira a la calle.)

TELÓN


CUADRO SÉPTIMO

Un gabinete-despachito en la villa de Enrique Garcimora.

Enrique, en pijama, entra, abre un mueble-secreter, busca y rebusca, sale de escena, vuelve a poco y busca de nuevo p. 45en el secreter, con muestras de impaciencia y de extrañeza. Entra Damián.

ENRIQUE

(Al verle.) ¡Damián!

DAMIÁN

Ya sé. No te canses, no busques; era un sobre con dinero, un sobre como ese. (Señalando uno que tiene Enrique en la mano.) No busques, lo han robado.

ENRIQUE

¿Tú sabes?

DAMIÁN

Lo he visto.

ENRIQUE

Algún criado. Se despidió a uno cuando faltaron el alfiler y la pitillera, y por lo visto el ladrón sigue en casa.

DAMIÁN

No, el ladrón no es de casa; yo no lo había creído nunca; ya sabes que siempre me opuse a que se despidiera al pobre Tommy; le gustaba beber, pero era un buen muchacho. No fue él el que robó el alfiler y la pitillera; ya lo sabía yo; por eso he vigilado, y ahora ya sé.

ENRIQUE

¿Qué sabes?

DAMIÁN

Ayer tarde estuvieron aquí el señorito Isidoro y el señorito Manolo.

ENRIQUE

¿Eh?

p. 46DAMIÁN

Tú habías sacado una porción de billetes de tu cartera, los metiste en un sobre y guardaste el sobre en ese mueble, que dejaste abierto mientras pasabas a vestirte a tu cuarto; recuerda. Yo estaba allí, detrás de esa puerta entornada, frente al mueble. El señorito Isidoro se puso a leer estos periódicos; el señorito Manolo se paseaba por la habitación y no dejaba de mirar al mueble y a la puerta de tu cuarto. En uno de sus paseos, como distraído, tomó de ahí otro sobre, fue hacia el mueble y con gran rapidez cambió por este sobre (Señalando el que tiene Enrique en la mano.) el que tú habías dejado, que se guardó en un bolsillo de la americana y en seguida se sentó al lado del señorito Isidoro. Y recuerda que antes de que tú salieras, se despidieron diciéndote desde aquí que al señorito Manolo se le había olvidado una cita que tenía a aquella hora y que te verían por la noche.

ENRIQUE

Si, todo fue así. ¿Pero tú estás seguro?

DAMIÁN

¿Estás tú seguro de mí?

ENRIQUE

Es la primera vez en mi vida que quisiera no estarlo, que casi preferiría dudar de ti, de cualquiera.

DAMIÁN

(Sacando un sobre del bolsillo.) ¿Era este el sobre en que dejaste los billetes?

ENRIQUE

Un sobre blanco.

DAMIÁN

Un sobre de estos, ¿como el que has encontrado en lugar del otro?

p. 47ENRIQUE

Sí, de estos era... Este es. (Viendo el que tiene Damián.) ¿Entonces es que tú?... ¿Cómo está este sobre en tu poder?... ¿Es que...?

DAMIÁN

No, no es lo que te figuras; yo no hubiera tomado nunca ninguna determinación sin contar contigo.

ENRIQUE

Te lo agradezco. ¿Entonces?...

DAMIÁN

Verás: sin que ellos pudieran notarlo yo salí detrás de ellos, dispuesto a seguirles, fueran donde fueran; más que nada quería saber si la cosa estaba tramada entre los dos o había sido solo el señorito Manolo.

ENRIQUE

Hubieras hecho un buen policía. ¿Y ahora sabes?...

DAMIÁN

Asuntos más difíciles han andado a mi cargo. Si viviera tu padre, él podría decírtelo.

ENRIQUE

Sé que tenía en ti confianza absoluta, la misma que yo tengo; solo por eso puedo creer lo que me dices; pero es horrible llegar a eso, a robar así, a mansalva, contando con que antes se sospecharía de cualquier pobre criado que del amigo.

DAMIÁN

Desde que faltaron el alfiler y la pitillera sospechaba yo del señorito Manolo; no quise decirte nada porque, como a ti, me parecía imposible; no, imposible no hay nada; ha visto uno tanto, me parecía que sería desagradable para ti, que te costaría un disgusto, como ahora.

p. 48ENRIQUE

Como ahora, no lo sabes tú bien. Bueno, ¿les seguiste y...?

DAMIÁN

Verás: el señorito Manolo se separó del señorito Isidoro; debió poner un pretexto muy mal urdido, porque el señorito Isidoro se reía con sorna, como si no creyera lo que el otro le estaba diciendo; ello fue que se separaron, y el señorito Manolo empezó a andar y a andar de una calle a otra, como quien no sabe qué hacer ni por dónde tirar; yo ya estaba desesperado de poder averiguar nada más, y tuve que hacerme mucha fuerza para no echarme sobre él y no mandarle detener por ladrón; tuve que acordarme de muchas cosas y pensar en ti mucho.

ENRIQUE

Hiciste bien, Damián, hiciste bien.

DAMIÁN

De pronto pareció que tomaba alguna resolución y echó a andar más aprisa y a mirar a un lado y a otro, y por fin entró en una casa de cambio de muy mal aspecto, una que hay en la esquina de esa calle de escalerillas, que baja al puerto de pescadores; yo, desde enfrente, procurando que no me viera, observé toda la operación; cambió unos billetes de mil pesetas por billetes franceses. Al salir estaba muy pálido y se llevaba una mano al pecho, como si le costara respirar.

ENRIQUE

Lo comprendo. Casi le tengo lástima.

DAMIÁN

Ya lo sabía yo. Muy práctico se ve que no está todavía. Dejé que desapareciera y entré en la casa de cambio, pregunté al dueño si conocía al señor que acababa de salir; me dijo el hombre, judío de lo más puro, que no le había visto nunca ni sabía quién pudiera ser; me dijo que p. 49había cambiado diez mil pesetas en francos, y ya al salir, dejando a mi hombre muy escamado, delante del mostrador vi el sobre que el señorito Manolo había cometido la imprudencia de tirar, después de guardarse el dinero en su cartera; lo recogí, y presentándoselo al hombre: «Haga usted el favor de poner alguna contraseña en este sobre», le dije. ¡Vieras su cara! También él debió ver la mía, y sin chistar echó esta rúbrica y puso este sello, «el de la casa», me dijo. Quería que yo le explicara; yo me limité a decirle que estuviera tranquilo, que su dinero no lo perdería, y el hombre me acompañó hasta la puerta haciendo reverencias. Esto es todo; ya lo sabes; ahora tú verás. ¿Cuánto era el dinero?

ENRIQUE

Treinta mil pesetas; acababa de cobrarlas.

DAMIÁN

Es un pico.

ENRIQUE

Lo de menos es el dinero.

DAMIÁN

Pues el amigo no vale tanto. ¿Guardas el sobre?

ENRIQUE

Sí. Ahora mismo telefonea al señorito Ricardo a su casa, ya sabes.

DAMIÁN

¿A su verdadera casa?

ENRIQUE

Sí, a su casa; anoche le dejé allí. De mi parte, que venga en seguida, en seguida; es el único en quien tengo confianza.

p. 50DAMIÁN

Por si acaso, cierra el mueble.

ENRIQUE

No, ese no.

DAMIÁN

Con gente de todas clases andaba tu padre; pero si él viera con la gente que tú andas ahora...

ENRIQUE

No digas disparates.

DAMIÁN

Queda entre nosotros; ya sabes que delante de gente nadie te trata con más respeto; eso sí, perro fiel siempre; le debo la vida a tu padre y yo no he comido desde chiquillo más pan que el de tu casa; pero delante de gente, para mí eres el señor, don Enrique, de usted y hasta de usía, si quieres, y de vuecencia si llegara el caso; yo sé estar en todo. Y no te lleves ningún disgusto; bueno es que sepas a quién tratas y quién es cada uno. Aprender nunca es caro.

ENRIQUE

Anda, anda, haz lo que te he dicho, avisa al señorito Ricardo; si está dormido, que le despierten, que le necesito en seguida.

DAMIÁN

Descuida; si es preciso voy yo mismo y le traigo. (Sale Damián. Enrique mira el sobre, vuelve a mirar en el mueble. Damián vuelve a entrar y anuncia.) El señorito Isidoro.

ENRIQUE

Que pase en seguida. Entra, Isidoro, entra. Anda, Damián. p. 51(Sale Damián.) (A Isidoro.) Siéntate, has venido muy temprano.

ISIDORO

A las nueve, como te dije.

ENRIQUE

Es verdad, quedaste en venir a las nueve.

ISIDORO

¿No te acordabas ya?

ENRIQUE

Sí, ¿no había de acordarme? ¿Has visto a Manolo?

ISIDORO

Ahora le dejo; no nos hemos acostado en toda la noche, sin parar en ninguna parte, paseo arriba, paseo abajo. Está loco.

ENRIQUE

Sí, debe estarlo; de otro modo, no... (Se calla de pronto.)

ISIDORO

¿Qué ibas a decirme?

ENRIQUE

Nada, nada. ¿Es tan grave lo que le ocurre?

ISIDORO

Muy grave; de no serlo, nunca me hubiera atrevido a molestarte; ya nos has hecho bastantes favores; pero no quieras saber; ese Manolo ha firmado todo lo que le han exigido: hay firmas falsificadas, recibos de alhajas y valores en depósito... ¡El delirio! Hay para ir del juzgado a la cárcel en veinticuatro horas. Luego, sobre no pagar, ha p. 52querido echarlo a lo bravo, y ha maltratado de palabra y creo que hasta de obra al hombre de los documentos, que, claro está, ya no hay quien le amanse; no sé si aun con las cinco mil pesetas podremos arreglarlo; en fin, de eso yo me encargo. Manolo es imposible; con echar por delante su nombre y su caballerosidad; y en estas cuestiones y con esa gente figúrate si hay nombre ni caballerosidad que valgan.

ENRIQUE

Sí, su nombre, su caballerosidad...

ISIDORO

No ha aprendido a tratar con los usureros, que, después de todo, no es tan mala gente. Yo los tengo que, vamos, se dejarían matar por mí; cuestión de coba fina: les convido a comer de cuando en cuando, me los llevo de excursión en el auto, no vuelvo una vez de viaje que no les lleve algún recuerdillo. En el auto he conseguido yo grandes rebajas en los intereses, gracias al acelerador. Manolo no sabe llevar estos asuntos, con su carácter... En fin, vamos a sacarlo del apuro cuanto antes, porque está en un estado... ¡Qué nochecita!

ENRIQUE

Oye: Manolo jugó ayer y perdió bastante. ¿Tú sabes lo que perdió, poco más o menos?

ISIDORO

No ha querido decírmelo. Jugó en el Casino y luego en Posilipo; confiaba en una buena racha para salvar la situación. Por cierto que tuvieron un disgusto, una discusión por una jugada.

ENRIQUE

Sí, ya sé. ¿De modo que perdió todo lo que tenía? Porque tenía bastante para haber pagado, según mis noticias.

ISIDORO

Eso no sé.

p. 53ENRIQUE

Sí, por la tarde tenía en su poder treinta mil pesetas.

ISIDORO

¿Tú crees?

ENRIQUE

Estoy seguro; las mismas que faltan aquí. (Sacando el sobre.)

ISIDORO

¿Qué dices?

ENRIQUE

Recuerda que estabais aquí cuando yo llegué de Bilbao, en donde había cobrado ese dinero; recuerda que saqué los billetes de la cartera y los metí en este sobre, que dejé en ese mueble, y en seguida entré en mi cuarto para vestirme, y dejé el mueble abierto, porque, naturalmente, estando vosotros aquí me parecía una indelicadeza cerrarlo delante de vosotros. Después, ya lo sabes: Manolo se apoderó del sobre, que, como ves, ha vuelto a mis manos, con el sello de la casa en donde cambió parte del dinero.

ISIDORO

No, no es verdad; no puedo creerlo; eso no.

ENRIQUE

¿Tú crees que me atrevería a decirlo, a pensarlo siquiera, si no estuviera seguro de ello?

ISIDORO

Yo te digo que no es verdad, que no puede serlo; no lo creo aunque me lo jures.

ENRIQUE

¡Isidoro!...

p. 54ISIDORO

¿Qué?...

ENRIQUE

¿No basta que yo lo diga, que yo lo afirme? ¿Qué crees de mí entonces, si me crees capaz de semejante acusación sin la certeza, la evidencia de que es verdad?... ¿Qué crees de mí?...

ISIDORO

Creo... No sé, perdona; de ti no creo nada; pero menos puedo creer que sea verdad lo que dices; alguien te ha engañado, alguien te ha hecho creer... No, eso no puede ser. Ahora mismo traigo a Manolo, y delante de mí vas a repetir lo que me has dicho; que él lo oiga, que él lo sepa, que pueda defenderse; no puedes negarle ese derecho.

ENRIQUE

Eres un buen amigo, Isidoro; pero temo que tu buena amistad va a tener un cruel desengaño. Está bien, sí, trae a Manolo; es lo mejor. Yo, por mi parte, he avisado a Ricardo; juntos podemos hablar, en la seguridad de que cuanto hablemos aquí no saldrá de nosotros. Comprenderás que yo no voy a ser inexorable, que de antemano he perdonado.

ISIDORO

Es que yo no creo que tengas nada que perdonar.

ENRIQUE

No vas a tardar en saberlo. Anda, trae en seguida a Manolo Castrojeriz.

ISIDORO

Sí, sí; pero yo no le diré nada; has de ser tú, tú mismo quien le digas lo que me has dicho a mí.

ENRIQUE

Lo mismo; puedes estar seguro.

p. 55ISIDORO

Está bien. Hasta ahora. (Sale. A poco entra Damián.)

DAMIÁN

El señorito Ricardo, que viene en seguida. ¿Le has dicho a este...?

ENRIQUE

Sí, no puede creerlo.

DAMIÁN

Lobos de una camada.

ENRIQUE

Ahora volverá con el otro.

DAMIÁN

¿Con el señorito Manolo?

ENRIQUE

Sí.

DAMIÁN

¿Y qué vas a decirle?

ENRIQUE

Qué voy a decir... Lo que él pueda decir es lo que importa.

DAMIÁN

El negará de todas maneras; pero a mí, no; a mí no podrá decirme que no es verdad todo lo que he visto, lo que ya sabes. (Viendo entrar a Ricardo.) Aquí está el señorito Ricardo.

ENRIQUE

Hola, Ricardo.

p. 56RICARDO

¿Qué te ocurre?

ENRIQUE

Algo muy grave, muy desagradable que no va a sorprenderte. Recuerda que anoche mismo me preguntabas si Manolo Castrojeriz me había pedido dinero en estos días.

RICARDO

Sí.

ENRIQUE

Que tú sabías que anoche había jugado fuerte en el Casino y en el Posilipo, y no podías explicarte de dónde había sacado el dinero.

RICARDO

Exactamente.

ENRIQUE

El dinero era mío.

RICARDO

Ya decía yo.

ENRIQUE

No, tú supones que me lo hubiera pedido; no podías sospechar que lo hubiera robado.

RICARDO

¿Eh?

ENRIQUE

Robado, sí, robado. Damián te dirá lo que él ha visto, lo que él sabe. (A Damián.) Díselo todo. Voy a escribir unas cartas urgentes, unos telegramas, perdona un momento; Damián te contará.

p. 57RICARDO

¡Ese Manolo! No me sorprende, dices bien; pero nunca le creía capaz de una cosa así.

ENRIQUE

Escucha, escucha.

DAMIÁN

Verá usted: (Mientras Enrique escribe, Damián habla con Ricardo; por sus gestos y ademanes se ve que refiere lo mismo que ha referido antes: escena muda que queda encomendada a los actores. Cuando se crea oportuno entran Isidoro y Manolo, que se quedan parados sin atreverse a entrar, hasta que Enrique deja de escribir y repara en ellos.)

ISIDORO

Aquí nos tienes.

ENRIQUE

(A Damián.) Estas cartas y estos telegramas; manda a cualquiera y vuelve aquí en seguida, puedo necesitarte. (Sale Damián y entra a poco.)

MANOLO

(A Enrique.) Me ha dicho Isidoro que tenías que decirme algo, tú dirás.

ENRIQUE

Ven aquí; sí, es verdad, tenía que decirte algo y no sé cómo decirlo; yo quisiera que fueras tú el que lo dijeras todo, que tuvieras ese buen impulso. (A Isidoro.) ¿Tú no le has dicho nada?

ISIDORO

Nada, ya te dije que habías de ser tú quien le repitiera delante de mí lo mismo que me has dicho antes.

p. 58ENRIQUE

Sí, sí.

MANOLO

¿Pero qué pasa? ¿Qué caras tenéis todos? ¿Qué sucede?

ENRIQUE

No, Manolo, así no; eres tú el que, antes que nosotros lo digamos, debes confesarnos la ligereza, ya ves que no la califico de otro modo, la ligereza que has cometido sin pensar, estoy seguro; un momento que lo hubieras pensado...

MANOLO

¿Pero qué dices? ¿De qué me hablas? No entiendo, no quiero entenderte. ¿De qué se me acusa?

ENRIQUE

¿Lo ves? Eres tú el acusado, y más parecemos nosotros los culpables; por eso puedes comprender la violencia que me cuesta decirte lo que ya debías haber tú dicho. Los tres somos amigos tuyos, los tres te queremos a pesar de todo...

MANOLO

¿A pesar de qué? ¡Basta! ¿De qué se me acusa? ¿Qué tienes qué decirme? ¡Pronto!

ENRIQUE

(A Ricardo.) ¿Estás viendo?

ISIDORO

Tienes razón; no se acusa a nadie por sospechas, por indicios.

ENRIQUE

¿También tú? Pues bien; habrá que decirlo todo. Ven aquí, Damián: ¿Qué has visto tú? ¿Qué sabes? Dilo todo.

p. 59MANOLO

¡Ah! Es un criado, ¿un criado tuyo el que va a acusarme? ¿Y crees que voy a consentirlo?

ENRIQUE

Es lo mismo. Damián, que no es un criado, es una persona de toda confianza, que ha vivido en mi casa toda la vida.

MANOLO

En tu casa, ¡es una garantía!; en la casa de tu padre, una caverna de ladrones y contrabandistas.

ENRIQUE

(Va a arrojarse sobre él.) ¿Qué dices?

DAMIÁN

(Sujetándole.) Deja, Enrique.

RICARDO

(Sujetando a Manolo, que también va a arrojarse sobre Enrique.) ¿Qué vas a hacer tú?

ISIDORO

Tiene razón: le insultan, se defiende.

ENRIQUE

Pues bien; ya no diré nada. (A Damián.) No digas nada tú tampoco. Ya no eres para mí el amigo: eres el ladrón que abusa de la confianza del amigo y a quien se trata como a un ladrón.

MANOLO

(Arrojándose sobre Enrique.) ¿Qué estás diciendo, miserable?

p. 60ENRIQUE

(Forcejeando con él y sujetándole.) Miserable tú, ¡canalla!

DAMIÁN

Enrique.

RICARDO

Vamos. (A Isidoro.) Llévatele.

ISIDORO

Vamos, sí, vamos; pero comprenderás...

RICARDO

Luego, luego hablaremos más en calma; ahora salid los dos.

ISIDORO

¿Pero es que tú crees?

RICARDO

No creo nada, todavía no creo nada.

MANOLO

Y será él quien diga que no puede batirse conmigo.

ENRIQUE

Claro está que no. ¡No faltaría otra cosa! Es en otro lugar donde los dos responderemos de todo: yo, de mis palabras; tú, de tus hechos.

MANOLO

Piensa lo que vas a hacer.

ENRIQUE

Antes debías haberlo pensado tú. ¡Fuera de aquí, fuera!

p. 61ISIDORO

(Llevándose a Manolo.) Vamos, vamos. (Salen Isidoro y Manolo.)

ENRIQUE

(A Ricardo.) ¿Has oído a Damián?

RICARDO

Sí.

ENRIQUE

¿Estás convencido de que todo es verdad?

RICARDO

Sí, Enrique, por desgracia, lo creo; creo que todo es verdad.

ENRIQUE

Tú sabes que yo estaba dispuesto a perdonar; tú sabes que el dinero era lo que menos significaba para mí, que solo quería que él me hubiera confesado su falta, que se hubiese arrepentido, y ya has visto: su orgullo, su soberbia de raza han podido más que todo; ya lo has oído.

RICARDO

Sí, Enrique.

ENRIQUE

Ahora comprenderás que tengo razón para todo.

RICARDO

Sí, Enrique; pero cuando se tiene razón es cuando es más fácil y más noble perdonar.

ENRIQUE

No, eso sí que no, no. También yo tengo mi orgullo de raza, la mía, esa que él me echaba en cara. Quiero demostrarle p. 62que tenía razón, ya ves si soy generoso, que tenía razón, que procedo de esa caverna de ladrones y contrabandistas, como él ha dicho. Figúrate mi orgullo, mi satisfacción cuando haya demostrado a todos que un Castrojeriz, un noble de más ilustre prosapia, es igual a los míos, ¡igual a mí!... ¡Ya ves qué alegría!... ¡Ya ves!...

TELÓN


CUADRO OCTAVO

El cuarto de Manolo en una modesta pensión.

Entran Manolo e Isidoro.

MANOLO

¿Por qué me traes? Necesito andar, andar hasta caer rendido. ¿No ves que aquí encerrado voy a volverme loco? Déjame salir, déjame.

ISIDORO

No, Manolo, no sales. ¿Para qué? ¿Para seguir bebiendo? Siéntate aquí; vamos, Manolo.

MANOLO

Y no poder matarle, no poder matarle.

ISIDORO

No, no puedes matarle, no podéis mataros. Vamos, escúchame; atiende, hazme ese favor; por lo que más quieras, escucha.

MANOLO

Sí, sí.

p. 63ISIDORO

No dudarás que yo soy tu amigo, suceda lo que suceda; ya has visto que me he puesto de tu parte contra Enrique, contra Ricardo, que no parecía muy convencido; ahora ya los dos solos, vas a decirme la verdad, la verdad, Manolo; mira que ya me asusta lo que has hecho. Sí, Enrique tiene razón; tú no sabes que era él quien me había ofrecido las cinco mil pesetas que habían de librarte por lo pronto de ese hombre; que a eso fui a su casa esta mañana, y entonces fue cuando me dijo lo que ya sabes, lo que has oído, lo que él cree, y comprende que no se afirma una acusación semejante sin un convencimiento, sin una seguridad. Aunque no fuera cierta, bastaría con que se sospechara para que todas las apreciaciones estuvieran en contra suya. Todo el mundo sabe que ayer jugaste fuerte y perdiste un dinero que nadie se explica de dónde has podido sacarlo. ¿Podrías explicarlo? La misma vehemencia con que te has anticipado a rechazar una acusación que aún no era terminante, nada te favorece. Yo no he podido hacer más que aparentar, aparentar a pesar mío que no podía creerlo; pero ahora ya estoy pesaroso si al ponerme de tu parte, con mi actitud he agravado la indignación de Enrique, al que has ofendido con agravios de esos que nunca se perdonan porque nunca pueden olvidarse, y ofensa que no se olvida, no se perdona nunca... Ahora hay que esperarlo todo, hay que temerlo todo.

MANOLO

(Rompe en llanto de desesperación.) Sí, sí; tienes razón; es verdad: soy un miserable, un canalla. ¿Qué he hecho yo? ¿Qué he hecho yo?

ISIDORO

¿Era verdad? Entonces, ¿por qué no se lo confesaste todo a Enrique? Y aunque hubieras negado, ¿por qué insultarle, por qué ofenderle todavía?

MANOLO

¿Qué quieres? Cuando uno comete una canallada y a pesar de haberla cometido, la verdad es que no es uno p. 64un canalla, al oírse acusar por los demás hay algo que se revuelve, que se rebela en todo uno: es que al oírlo ya nos parece mentira; es cuando se comprende que no ha debido ser, cuando nos parece que no ha sido, y así me pareció a mí; si te dijera que yo creía en mí al rebelarme contra la acusación, que era sincero al defenderme, porque ese era yo, el que se defendía, el que creía en mí; el que hizo lo que hice era otro, era otro. ¿Cómo he podido serlo? ¡Estoy loco! Creí que podía salvarlo todo, que podría restituir... Tú lo sabes: yo no soy un canalla; yo no soy malo; yo no había nacido para ser esto, esto...; ¡un ladrón..., un ladrón miserable!

ISIDORO

Vamos, Manolo; hay que ser hombre, hay que pensar con serenidad.

MANOLO

¡Pensar!... Ya lo tengo pensado.

ISIDORO

¿El qué?... ¿Matarte? Sí, es una solución. ¿Y tu hermana? ¡Tu pobre hermana!

MANOLO

Para mi hermana sería un bien perderme para siempre.

ISIDORO

No digas eso.

MANOLO

Estoy seguro de que si Enrique no ha pensado en casarse con ella ha sido por mí; que es por mí por quien ha creído posible conseguir a mi hermana de otro modo. Y ahora, ¿cómo podrá comprender él?... ¿Cómo podrás comprender tú, cuando anoche mismo me decías: pídele a Enrique, y yo te decía que a Enrique de ninguna manera, sabiendo que pretendía a mi hermana? ¿Cómo podrás p. 65comprender que el mismo que tenía la delicadeza de no querer pedirle nada, momentos antes le había robado? ¡Este orgullo nuestro, que solo estima nuestras acciones por lo que de ellas puedan pensar los demás!... Yo confiaba que nadie supiera que yo había robado, aunque yo lo supiera siempre, y temía en cambio que alguien supiera que Enrique me había dado dinero.

ISIDORO

Y ese hombre, que esperaba...

MANOLO

¡Ya! ¿Qué importa, qué importa nada?

ISIDORO

¡No, Manolo, no; no pienses locuras; no pienses en matarte! ¡Júrame que no harás una locura, júralo por la memoria de tu madre!

MANOLO

Sí, sí. ¿Pero ya qué puedes tú hacer por mí?... ¿Qué puede hacer nadie?

ISIDORO

¿Qué sabemos? Enrique... Yo aún confío; en el fondo es un buen muchacho; ha sido nuestro amigo; yo hablaré antes con Ricardo; espérame aquí, no saldrás de aquí hasta que yo vuelva. Mira, si nada se consigue, si Enrique es inexorable, como debemos temer, entonces...

MANOLO

Sí, entonces ya sé lo que tengo que hacer.

ISIDORO

Espérame aquí.

MANOLO

Sí, te esperaré; entretanto escribiré unas cartas.

p. 66ISIDORO

Déjate de cartas, ¿qué cartas ahora? Reza, será mejor; reza mientras yo vuelvo; reza como rezábamos de niños; no digas que lo has olvidado, y si no recuerdas más oraciones di con toda tu alma: «¡Dios mío!... ¡Madre mía!...». ¿Qué mejor oración? Con eso basta.

MANOLO

Dios mío... Madre mía... (Rompe a llorar, pero ya sin desesperación.)

ISIDORO

Así, así. Bueno es que llores. Espérame, espérame. (Sale.)

TELÓN


CUADRO NOVENO

La habitación de Eugenia, lo mismo que en el cuadro sexto.

DONCELLA

(Dentro.) Señorita Eugenia, señorita Eugenia.

EUGENIA

(Detrás de un biombo que figura ocultar el lecho.) ¿Quién?

DONCELLA

Soy yo, Filomena.

EUGENIA

Voy en seguida. (En salto de cama o deshabillé sale y va a abrir la puerta.)

p. 67DONCELLA

Usted perdone, señorita Eugenia; ¿la he despertado a usted?

EUGENIA

No, no dormía. ¿Qué ocurre?

DONCELLA

El señorito Isidoro desea ver a usted.

EUGENIA

Que pase en seguida. Eso es que le ha ocurrido algo a mi hermano... Venir así a estas horas... ¡Dios mío!...

DONCELLA

No se asuste usted, señorita. Voy corriendo. (Sale la doncella. Eugenia se dirige a la puerta y espera con ansiedad a Isidoro. Entra Isidoro.)

ISIDORO

Hola, Eugenia. Perdona...

EUGENIA

¿Qué ocurre? Es a Manolo, ¿verdad? ¿Qué le sucede?

ISIDORO

No te asustes; vas a saberlo todo; no le ocurre nada; verás...

EUGENIA

Dímelo todo por malo que sea. Si anoche mismo hablábamos de él y todos temíamos que algo le hubiera sucedido. Anoche jugó, ¿verdad?

ISIDORO

Sí, hoy tenía que pagar una cantidad; le amenazaban con un escándalo si no pagaba; jugó por ver si conseguía p. 68ganar ese dinero que necesitaba, y al mismo tiempo podía restituir lo que había pedido para jugar.

EUGENIA

¿Que había pedido dinero?... ¿A quién?

ISIDORO

Verás, fue una locura; por la tarde estuvimos en casa de Enrique...

EUGENIA

¿Ha sido a Enrique a quien ha pedido el dinero?

ISIDORO

Peor, Enrique había dejado en un secreter una cantidad, el secreter estaba abierto...

EUGENIA

¿Eh?... ¿Y mi hermano?...

ISIDORO

Sí.

EUGENIA

¡No, no es verdad; eso es una infamia de Enrique!... ¿Quién lo ha visto?... ¿Qué pruebas hay de que es verdad?

ISIDORO

Soy el primero en lamentarlo, Eugenia; por desgracia, es verdad; todo le acusa: le siguieron, le vieron cambiar parte del dinero, hubo quien recogió el sobre que lo contenía... No es posible dudar.

EUGENIA

¡Dios mío!... ¡Madre mía!...

p. 69ISIDORO

¡Sí, es horrible; pero más horrible sería!...

EUGENIA

¿Qué?...

ISIDORO

Es capaz de matarse.

EUGENIA

¡Eso no, eso nunca! ¿Dónde está?... Vamos, sí, vamos...

ISIDORO

Le he hecho jurar que me esperaría. Es que no sabes: al rechazar la acusación de Enrique le insultó gravemente, y Enrique ya no quiso oír más y está decidido a todo; denunciará la falta de ese dinero; por lo menos se lo dirá a todo el mundo; será el escándalo, la vergüenza para todos.

EUGENIA

¡No puedo creerlo!... ¡No puedo creerlo!...

ISIDORO

Tampoco yo hubiera querido creerlo; pero él mismo me lo ha confesado. Ahora lo que importa es salvarle, convencer a Enrique; yo no podría; llevado de mi amistad por Manolo, yo también he ofendido a Enrique; no me recibiría en su casa; por eso no he dudado en venir a decírtelo todo; si tú le escribieras a Enrique... Si tú le pidieras...

EUGENIA

¿Tú le crees capaz?...

ISIDORO

Ahora sí; ahora le creo capaz de ensañarse sin compasión p. 70de tu hermano; solo tú podrías conseguir que perdonara... Escríbele.

EUGENIA

No, escribir, no. Iré yo misma.

ISIDORO

No me atrevía a decírtelo; si tú vas, perdonará de seguro. Iré contigo.

EUGENIA

No, iré yo sola.

ISIDORO

Pero yo te acompaño. A la puerta tengo mi cochecillo.

EUGENIA

No. Delante de la Mairie hay siempre taxis; tomaré uno; llamará menos la atención. Voy a vestirme. Tú vete con Manolo; ¡no le dejes, por Dios, no le dejes!

ISIDORO

Descuida. ¿Dónde nos vemos después de la entrevista?

EUGENIA

Yo iré a la pensión. Si ahora al salir te pregunta alguien de la casa, di que Manolo está enfermo, que has venido a avisarme. (Viendo entrar a Guillermina.) ¡Ah, Guillermina!

GUILLERMINA

¿Qué ocurre? Me dijo Filomena que había venido Isidoro. Hola, Isidoro. ¿Qué sucede?

EUGENIA

Mi hermano Manolo que se ha puesto muy malo; Isidoro ha venido a avisarme. Voy a echarme un vestido y voy corriendo. (Se oculta detrás del biombo.)

p. 71GUILLERMINA

¿Qué le pasa a Manolo?

ISIDORO

¿Qué sé yo? ¡Nos ha dado un susto!... Un colapso, algo nervioso...

GUILLERMINA

¿Quieres que yo vaya contigo? ¿Quieres que avise a algún médico?

ISIDORO

No, ya le han visto, ya le han recetado un calmante; cuando yo le dejé había pasado el peligro; pero está muy asustado, llorando como un chiquillo. Quería ver a su hermana; por eso vine en seguida, a riesgo de asustarla como la he asustado. ¡Pobre Eugenia!

GUILLERMINA

(Bajo a Isidoro.) De verdad, ¿qué le ocurre a Manolo?

ISIDORO

¡Chiss!... Luego...

GUILLERMINA

¡Pobre Eugenia!

EUGENIA

(Saliendo a medio vestir.) Vamos, Isidoro, vamos.

GUILLERMINA

¿Te has asustado mucho? ¡Estás muy pálida; da miedo verte!

EUGENIA

No, no es hada. Vamos, Isidoro.

p. 72GUILLERMINA

¿Vas tú con ella, verdad?

ISIDORO

Sí, descuida.

GUILLERMINA

Mis padres no se han levantado todavía; ¿quieres que les avise, que les diga algo?

EUGENIA

¡No, no les digas nada, que no sepan..., es mejor! ¡Dame un beso y tenme mucha lástima!

GUILLERMINA

¡Pobre Eugenia mía!

EUGENIA

Vamos, vamos. (Salen Eugenia e Isidoro.) (Telón.)

MUTACIÓN


CUADRO DÉCIMO

El despachito de Enrique Garcimora, lo mismo que en el cuadro séptimo.

Un criado. Después entra Damián.

DAMIÁN

Que pase esa señorita. (Sale el criado, y a poco entra Eugenia.) Tome usted asiento. El señor, que perdone usted un momento; saldrá en seguida.

EUGENIA

Esperaré. (Sale Damián. Eugenia se sienta en primer p. 73término, muy abatida. Se hace el oscuro, sale el Ladrón de Sueños y con la luz que lleva en la mano ilumina el rostro de Eugenia, que va diciendo:) «Era una reina joven y hermosa; un terrible pirata había logrado hacerse dueño del mar sobre las costas de su reino; la reina aprestó sus galeras para darle caza; ella misma quiso mandar una de ellas. La reina fue pronto su cautiva, cautiva del pirata, que era, en verdad, lo que ella había querido, porque en el fondo oscuro de su corazón, donde se ocultan los deseos inconfesables a nosotros mismos, la reina amaba al pirata con toda su alma».

TELÓN


p. 75

Segunda parte

p. 77

SEGUNDA PARTE


CUADRO PRIMERO

Una salita en casa de los marqueses de Valladares. Es de noche. Hay fiesta. Música dentro.

ESCENA I

Guillermina, María Antonia, Marquesa de ValladaresCondesa del Encinar.

CONDESA

¿Cómo no ha venido Eugenia esta noche? Es la primera vez que no la veo en vuestra casa en una noche como esta.

MARÍA ANTONIA

Eso mismo le preguntaba yo a Guillermina; dice que apenas la ha visto desde que ha vuelto a Madrid.

MARQUESA

Si vieras que yo prefiero no saber nada; oye una tantas cosas.

CONDESA

Sí, yo también he oído... Claro es que no puedo creerlo.

MARQUESA

No puede creerse; pero es tan raro todo. Ya sabes que, como siempre, pasaba el verano con nosotros, en nuestra casa.

p. 78CONDESA

Ya sé; allí fue la última vez que la vimos.

MARQUESA

De la noche a la mañana se escapó, no puede decirse de otra manera, sin querer esperar a que nosotros regresáramos; se vino a Madrid, y desde entonces, en lo que va de invierno, solo la hemos visto dos o tres veces, y eso porque Guillermina ha ido a buscarla. Con nosotros no ha tenido ningún disgusto, no puede tener queja de nosotros. Vosotros sabéis lo que Eugenia ha sido siempre para nosotros.

CONDESA

Por Dios, todo el mundo lo sabe.

MARQUESA

No es que no pueda presentarse en sociedad; porque no es porque nosotros lo digamos, pero todo el mundo sabe que Guillermina le regala sus mejores vestidos, algunos casi sin estrenar. Está muy rara esa muchacha.

CONDESA

Siempre ha sido muy especial. Nosotros también, al principio de su desgracia, procuramos atenderles en lo posible; pero nunca fueron muy agradecidos ni ella ni su hermano, y, la verdad, ya tiene una bastantes atenciones.

MARÍA ANTONIA

¿Qué dice su hermano? Porque ese sí ha venido.

MARQUESA

Sí, ha venido sin que se le invitara.

p. 79GUILLERMINA

Qué cosas tienes, mamá; Manolo es de casa.

MARQUESA

Yo ni siquiera le he preguntado por su hermana; no he querido ponerle en el caso de disculparla con una mentira. ¿Tú le has preguntado algo?

GUILLERMINA

Sí, pero no necesitaba preguntarle; Eugenia está muy disgustada por su hermano; la da muchos disgustos. Este verano, yo no creo que fuera todo verdad; pero dijeron cosas horribles: Eugenia tuvo que ir a suplicar a Enrique Garcimora para que salvara a su hermano.

CONDESA

Y Enrique fue tan generoso que perdonó y pagó deudas y dio todavía algún dinero; todo el mundo lo sabe, y, naturalmente, cada uno lo explica a su modo, y todo ello no favorece a Eugenia en nada.

MARQUESA

¿A ti te han dicho?...

CONDESA

¡Figúrate! Yo no he querido creerlo; pero tú lo habrás oído como yo, como todo el mundo.

GUILLERMINA

No, eso que dicen no puede ser verdad; eso no; yo pondría las manos en el fuego por Eugenia. Yo quiero mucho a Eugenia.

MARÍA ANTONIA

Ella habrá pensado que Enrique se casaría con ella, porque él estaba muy encaprichado; lo vimos todos.

p. 80GUILLERMINA

Y se hubiera casado; pero con su hermano...

CONDESA

Enrique tiene otras aspiraciones; de Eugenia pensará que solo le aceptaba por su dinero, y por su dinero, él, que es un poco fatuo, antes que casarse lo habrá creído todo posible.

GUILLERMINA

Pero yo no creo que Enrique...

CONDESA

Pues, hija, lo que ve todo el mundo es que ahora ni ella ni su hermano pasan apuros, y yo no sé lo que vosotros haréis todavía por ellos; pero de otras muchas personas yo sé que han dejado de protegerles, y ellos no tienen más que el día y la noche, como suele decirse, y todos sabemos lo que cuesta vivir.

GUILLERMINA

Eugenia, la pobre, vive como siempre; no es para pensar mal; y Manolo todos le conocemos: ese tiene la culpa de todo.

MARQUESA

La verdad es que Eugenia hace muy mal en huir de la gente, como parece que huye. ¿Por qué no viene a nuestra casa como antes? ¿Por qué no ha venido esta noche? Debió pensar que todo el mundo había de comentarlo, y los comentarios no han de favorecerla.

CONDESA

Naturalmente. Cuidado que nadie la ha defendido como p. 81yo; pero no va una a pelearse con todo el mundo por defenderla. Ya sabe ella que yo la he querido siempre.

MARÍA ANTONIA

(A Guillermina.) Tú, que conoces bien a Eugenia, ¿tú crees posible que sea verdad lo que dicen?

GUILLERMINA

Yo no sé. Pero si Eugenia no perdería nada casándose con Enrique, no sé tampoco qué perdería Enrique casándose con ella. ¿Qué necesidad tenían de dar una campanada?

MARQUESA

No, si yo no digo que todo no acabe en boda, porque Enrique tampoco quedaría muy bien conceptuado de otra manera; pero, en su vanidad de nuevo rico, ¿quién le quita la satisfacción de haber comprometido a una muchacha de nuestra clase, aunque no sea más que para humillarnos a todos los que hemos tenido la condescendencia de admitirle en nuestra sociedad como a uno de los nuestros? Nos está muy bien empleado.

ESCENA II

Dichas, y el Marqués de Valladares.

MARQUÉS

¿Te parece que es buena hora de pasar al comedor?

MARQUESA

En seguida. Hablábamos de Eugenia y Enrique.

MARQUÉS

Yo no quiero hablar, no quiero hablar. Por ahí anda el fresco de su hermano; apenas si le he saludado. ¡Pero p. 82ese muchacho!... ¡Qué inconsciencia!... ¿No sabrá?... ¿No habrá oído?... No, pues esta noche ya habrá advertido los desaires de todo el mundo.

MARQUESA

Bastante le importa. Debiera haber empezado por no presentarse en nuestra casa sin su hermana.

MARQUÉS

Para colmo, no se separa de Enrique en toda la noche, sabiendo todos lo que sabemos.

CONDESA

¿Entonces tú lo crees?... ¿Crees también lo que dice todo el mundo?... Yo que te he conceptuado siempre como la persona más ecuánime de nuestra sociedad, y solo tenía la esperanza de que tú no lo creyeras para no creerlo yo tampoco, porque para mí tu opinión pesa más que la de todo el mundo. Ahora ya no tendré más remedio que pensar mal como todo el mundo. ¡Es horrible!

MARQUÉS

Mira, Carolina, yo te agradezco el favorable concepto de mi persona; pero esas frases, que en tu boca adquieren un valor apocalíptico: «Todo el mundo lo dice... Todo el mundo lo sabe...». Todo el mundo significa muy poco, porque el mundo es muy grande para que todo el mundo sienta ni diga lo que aun en este Madrid, que ya es una pequeña parte del mundo, solo le importa a otra pequeñísima parte, que somos nosotros, y si fuéramos a ver, tampoco nos importa gran cosa.

CONDESA

Si tú no le das ninguna importancia.

MARQUÉS

Sí, le doy la que debe dársele. Me disgusta que Eugenia dé ocasión a murmuraciones de ese género; pero después de todo, a poco que Enrique lo piense comprenderá p. 83que a él le conviene menos que a nadie que por él se murmure de una muchacha como Eugenia.

CONDESA

¿Entonces tú crees también que todo acabará en boda?

MARQUÉS

¿Quién lo duda?... ¿Qué razón hay para que Enrique, aunque fuera verdad lo que la gente ya supone, se niegue a reparar una ligereza?

MARQUESA

Lo mismo le decía yo a Carolina. De todos modos es muy lamentable que Eugenia tenga que aceptar como reparación un matrimonio con quien, por su origen, por su educación, por todo menos por su dinero, es muy inferior a ella.

MARQUÉS

¡No has dicho nada!... Por su dinero...

CONDESA

Tienes razón; pero es que no sabemos si de otro modo... Yo no quiero creerlo, no quiero pensar que Eugenia haya calculado que no exponía nada al arriesgarlo todo, porque en el peor caso contaba siempre con nosotros para hacer comprender a Enrique su obligación de caballero, porque yo no puedo creer que Enrique haya puesto un precio indigno de un caballero al favor de salvar al hermano de Eugenia... ¡Sería horrible! (Mirando a las chicas.) ¿Nos habrán oído?

MARQUÉS

No te preocupes; estarán hablando de lo mismo con mayor claridad y más atrevimiento. ¿Vamos al comedor?

MARQUESA

Cuando quieras. (A María Antonia y Guillermina.) ¿Estáis cansadas de bailar?

p. 84GUILLERMINA

No, es que sabíamos que Manolo nos buscaba, y yo no quería bailar con él.

MARÍA ANTONIA

Yo tampoco.

GUILLERMINA

Y nos refugiamos aquí. Yo pienso ir a casa de Eugenia mañana mismo, quiero hablar con ella. ¿Me dais permiso?

MARQUESA

No sé qué vas a decirle. Esta hija mía es de un candor...

GUILLERMINA

Conformes, siempre que no situéis el candor en una higuera.

MARQUESA

¡Guillermina!...

GUILLERMINA

Porque si creéis que no estoy enterada de todo, aunque habléis con medias palabras... Yo sé bien lo que se dice de la pobre Eugenia, y aunque fuera verdad, hay que evitarlo. Pero lo que yo quiero es saber la verdad, y yo sé que ella me dirá la verdad, toda la verdad, sea la que sea. Manolo viene; vámonos antes. (Salen Guillermina y María Antonia.)

MARQUESA

¿Qué te parece, Carolina?

CONDESA

Que me dan una envidia estas muchachas de ahora... Dicen todo lo que piensan con la mayor libertad.

p. 85MARQUÉS

Y menos mal cuando se contentan con decirlo; pero no son peores por eso, porque en nuestros tiempos...; vosotras bien está que no queráis acordaros, pero nosotros sí nos acordamos.

MARQUESA

¡Por Dios! ¡Cualquiera que os oiga!

ESCENA III

Dichos; Manolo, Enrique y Ricardo.

MANOLO

¿No estaban aquí Guillermina y María Antonia?

MARQUÉS

Si, aquí estaban cansadas de bailar. (Salen el Marqués, la Marquesa de Valladares y la Condesa del Encinar.)

ESCENA IV

Enrique, Manolo y Ricardo.

MANOLO

¿Os quedáis todavía?

RICARDO

Como Enrique diga.

ENRIQUE

Por mí...

p. 86MANOLO

Yo me marcho. Ya habréis observado cómo está la gente esta noche con nosotros.

ENRIQUE

¿Conmigo?

MANOLO

Es verdad; es que no me he separado de ti; era por mí entonces. Tú sabrás...

ENRIQUE

No me mires así, porque no entiendo lo que quieres decirme. Por mí nadie ha sabido nada; de Ricardo tampoco creo que supongas...

MANOLO

No, ya lo sé. No era preciso que nadie lo dijera: lo sabían. No he debido venir a Madrid. ¡Si no hubiera sido por mi hermana!... Y si ella quisiera nos iríamos los dos lejos, muy lejos, ahora que gracias a ti puedo irme sin que parezca que huyo, sin temor a que nadie pudiera impedirlo; empezar otra vida... ¿Cómo voy a pedirte más de lo que has hecho?... ¿Cómo voy a pedir que tengas confianza en mí para nada?... Pero si tú pudieras emplearme en tus empresas, en tus negocios; ¡yo te juro!... ¿Por qué te lo juraría yo?...

ENRIQUE

No es preciso, Manolo; no es preciso.

MANOLO

¡Soy otro hombre! Sería el ser más despreciable si no fuera capaz de sentir toda la vergüenza de lo que hice; ¡y cien veces me hubiera matado si no me hubiera sentido capaz de regenerarme!

p. 87ENRIQUE

Vamos, Manolo; no vamos ahora a dramatizar, ni es el lugar, ni es el momento.

MANOLO

¿Es que no creéis en mí, verdad?... ¡No, no creéis; no cree nadie; mi hermana tampoco!... ¡Ese es mi mayor castigo!... ¡Por mí!... ¡Por mí!... ¿Verdad?

ENRIQUE

¿Qué quieres decirme?

MANOLO

¡Nada, es verdad!... ¡Estoy loco!... ¿Qué derecho tengo yo a pedirte explicaciones de nada?... ¡Cuentas, menos!... Hasta mañana. No os digo que me despidáis de nadie, porque sé que nadie preguntará por mí. (Sale.)

ESCENA V

Enrique y Ricardo.

ENRIQUE

¡Explicaciones!... ¡Cuentas!... ¿Qué ha querido decir?

RICARDO

No, no se refería a lo que tú supones, a lo que tú temes. Él solo piensa que tú querías a su hermana; que tal vez por su conducta has dejado de pensar en ella. Otra cosa, no; estoy seguro. Él nada sabe; nadie le ha podido decir...

ENRIQUE

¿Decir? ¿Qué? ¿Qué podrían decirle?

RICARDO

¡Enrique!...

p. 88ENRIQUE

Te suplico que no insistas. No sé cómo voy a decirte...

RICARDO

Que tú no puedes decir nada ni a mí, a tu mejor amigo, lo sé: es tu obligación, tu deber de caballero; pero debieras comprender que en mí no es exceso de curiosidad; es que acaso yo pudiera aconsejarte, prevenir con tiempo lo que preveo que te verás obligado a hacer por fin.

ENRIQUE

Casarme con Eugenia, ¿no es eso?

RICARDO

Es lo que más te conviene, tenga la gente o no tenga razón; todo antes que nadie pueda suponer de ti que si salvaste a su hermano de ir a presidio fue a cambio del precio...

ENRIQUE

Supongo que tú no me habrás creído nunca capaz de semejante villanía.

RICARDO

No lo creo; pero entonces..., ¿qué ha sucedido? Porque Eugenia ha sido tuya, es inútil que me lo niegues; tu temor al interpretar las palabras de su hermano ahora mismo; tus caballerosas negativas con más silencios que palabras; porque sabes bien que las palabras nunca tendrán el valor que solo da la verdad a nuestras palabras... ¡Sí, Enrique, sí, y no soy yo solo quien lo supone, quien lo cree; lo dicen todos; lo aseguran todos!... ¿Quieres un consejo leal? Apresúrate a pedir la mano de Eugenia.

ENRIQUE

Sí, caeré sin defensa en una habilísima trama.

p. 89RICARDO

Tal vez no. ¿Por qué no ha de quererte Eugenia? Quizá eso que tú juzgas habilidad solo haya sido llevada del temor a perderte; pero no hay razón para que ella no se case contigo enamorada, aparte de la conveniencia; pero ¿en qué acción humana hallaremos nunca el perfecto desinterés?

ENRIQUE

Es que si tú supieras... ¡No, no debo hablar, no puedo hablar!... ¡Es que te espantarías si supieras!...

RICARDO

¿La facilidad de la caída?

ENRIQUE

Eso.

RICARDO

Razón de más para no creer que hubiera habilidad; comprende que era exponer demasiado.

ENRIQUE

Ya sabía ella que nada exponía; que estaban todos los suyos para obligarme, porque de otro modo yo sería para todos el más vulgar traidor de melodrama; he salvado a su hermano, he pagado deudas, le he amparado con mi amistad de las más infamantes sospechas; pero todo a costa de otra deshonra mayor, la de la mujer que había de resignarse a todo por salvar a su hermano. ¡Eso creerían todos, eso se diría, y el más deshonrado sería yo! ¡Qué voy a hacer!... Esta misma noche anunciaré a los marqueses mi resolución de casarme con Eugenia. ¿Está bien?

RICARDO

Es lo mejor que puedes hacer. Te felicito. Y no pienses demasiado mal de Eugenia. ¿Quién sabe?... ¿Quién sabe nunca con las mujeres?...

p. 90ENRIQUE

¡Quién sabe!

RICARDO

Supongamos lo peor: que ni ella te quiere ni tú puedes ya quererla; con mucho dinero y sin cariño no hay infelicidad posible en el matrimonio.

TELÓN


CUADRO SEGUNDO

Gabinete modestísimo en casa de Eugenia y Manolo.

ESCENA I

Eugenia y Manolo.

EUGENIA

¿Mucha gente?...

MANOLO

Sí, ya sabes. Guillermina me preguntó por ti.

EUGENIA

Guillermina me quiere; es muy buena. (Pausa.)

MANOLO

¿Te importaría que nos marcháramos de Madrid los dos?

EUGENIA

No deseo otra cosa; pero ¿cómo viviremos?...

p. 91

MANOLO

Yo buscaré, yo trabajaré.

EUGENIA

También yo, también yo quiero trabajar.

MANOLO

¡Pensar que yo tengo la culpa de todo!... Enrique se hubiera casado contigo.

EUGENIA

¡Quién piensa en eso!...

MANOLO

Tú le querías.

EUGENIA

¡Qué importa, si él no hubiera creído nunca que yo le quería!...

MANOLO

¿Por qué no habrá de creerlo?

EUGENIA

Lo sé, estoy segura ... ¡Si me hubiera querido!... ¡No, no!...

GUILLERMINA

(Dentro.) ¡Eugenia!... ¡Eugenia!...

EUGENIA

¡Ah, Guillermina!...

p. 92ESCENA II

Dichos y Guillermina.

EUGENIA

¿Vienes sola?

GUILLERMINA

Sí, yo sola, y muy contenta. Tenemos mucho que hablar; traigo muy buenas noticias. ¡Qué alegría!...

EUGENIA

¿Buenas noticias?...

GUILLERMINA

Sí, sí, ya verás. Estoy contentísima. ¿Quieres dejarnos solas, Manolo? Tengo que decirle a tu hermana tantas cosas... Delante de ti no me atrevería.

MANOLO

Te veo tan contenta; como sé cuánto quieres a mi hermana, me voy tranquilo y contento también. ¡Gracias, Guillermina!... ¡Por Eugenia y por mí: gracias!... (Sale.)

ESCENA III

Eugenia y Guillermina.

GUILLERMINA

¡Qué alegría, Eugenia, qué alegría!... ¿No sabes?... Anoche Enrique dijo a mis padres que estaba dispuesto a pedir tu mano.

EUGENIA

¿Eh?...

p. 93GUILLERMINA

¡Sí, sí!... ¡Si no podía ser otra cosa; si él te quiere; si te ha querido siempre, y ahora él sabe muy bien, tú también lo sabrás!... ¡La gente es muy mala! Por culpa de tu hermano tuviste que suplicar a Enrique; ha habido gente capaz de suponer que él había puesto precio, un precio indigno de su generosidad... Ya ves qué infamia... Yo sabía que eso no era posible, ni por él ni por ti; por ti, menos.

EUGENIA

No..., Enrique no...

GUILLERMINA

Había gente capaz de suponer que tú eras su amante, que podías serlo; ahora se convencerá todo el mundo: serás su mujer y serás muy dichosa.

EUGENIA

¿Lo crees?... Lo que no creerás nunca es lo que voy a decirte, lo que no podrás explicarte nunca: Que yo he sido de Enrique... Sí, he podido ser su amante; podía creerse con derecho a serlo.

GUILLERMINA

¡Eugenia!... ¡Me asustas!... ¡No es verdad, no es verdad!...

EUGENIA

Sí, es verdad. Y he sido yo, he sido yo, no puedo culparle... Él nada exigía; he sido yo la que se ha ofrecido como una mujer fácil, como una mujer cualquiera; en ninguna de esas mujeres que él habrá conseguido con su dinero habrá hallado más fácil conquista. Lo que él no sabrá nunca es cómo pudo ser; cómo el orgullo puede llevar a la humillación; porque ese fue mi orgullo. Yo le quería, le quería con toda mi alma, y sabía que él no podía creer en mi cariño, y mi orgullo era que él creyera sin exigirle nada. Al salvar a mi hermano yo adivinaba p. 94en él la satisfacción orgullosa de sentirse superior a mí, a nosotros; estaba a merced suya, y él era tan generoso que salvaba el honor de nuestro nombre; solo el orgullo de mi humillación podía humillar su orgullo; era preciso pagar, pagar con lo que más valía... ¿Me miras espantada?... Mi orgullo es que yo sola me comprendo, y mi orgullo mayor, porque no podré ocultar la verdad: que he pagado con la vergüenza de toda mi vida.

GUILLERMINA

¿Qué dices?... Entonces, ¿si Enrique no se hubiera casado contigo?...

EUGENIA

Sí, la deshonra, la vergüenza; pero no me arrepentiré nunca. Mi única tristeza es que él nunca comprenderá cómo le he querido, aunque yo sola sé de lo que soy capaz para que lo comprenda.

GUILLERMINA

¿De qué has de ser capaz?... De ser muy dichosa con él, de ser los dos muy felices.

EUGENIA

Sí, sí. ¿Dices que ha hablado con tus padres?...

GUILLERMINA

Sí, él sabe que nosotros somos vuestros mejores amigos, y ha querido que fuéramos los primeros en saberlo. Esta tarde vendrás a casa, ¿verdad?, y allí, delante de mis padres, de todos... ¿No estás contenta?... Debías estarlo... ¿Ves cómo yo tenía razón?... Yo lo creí siempre; tenía una fe ciega en el cariño de Enrique. (Entra una criada.)

CRIADA

Con permiso de la señorita.

p. 95EUGENIA

¿Qué es?...

CRIADA

(Dándole una tarjeta.) Este caballero que si puede recibirle la señorita.

EUGENIA

¡Enrique!... No, no, diga usted...

GUILLERMINA

Diga usted que pase; yo hablaré con él. Comprendo que tú no quieras verle ahora. (A la criada.) Que pase. (Sale la Criada.) Vamos, Eugenia; ya no hay por qué llorar. (Sale Eugenia.)

ESCENA IV

Guillermina y Enrique.

ENRIQUE

¡Guillermina!

GUILLERMINA

Perdone usted; Eugenia está muy emocionada; no ha tenido valor para recibirle a usted. Esta tarde vendrán a nuestra casa; también usted, ¿verdad?

ENRIQUE

Sí.

GUILLERMINA

Hasta luego entonces.

ENRIQUE

Hasta luego, Guillermina, y muchas gracias. (Sale Enrique. p. 96Entra Eugenia y se arroja llorando en brazos de Guillermina.)


CUADRO TERCERO

La misma salita del primer cuadro. Es de día.

ESCENA I

La Marquesa de Valladares, el Marqués de Valladares, Eugenia, Guillermina, Enrique y Manolo, todos sentados menos Enrique.

ENRIQUE

Y por mi parte no tengo más que decir a ustedes, a Eugenia.

MARQUÉS

Está bien, Enrique, está bien. No dude usted que nuestra satisfacción es inmensa; Eugenia es como una hija para nosotros. (Abrazándola.) Eugenia.

MARQUESA

(Abrazándola también.) Hija mía.

MANOLO

(A Enrique dándole la mano.) Enrique, hermano mío.

EUGENIA

¿Y si yo no aceptara?... (Movimiento de sorpresa en todos.) No, no acepto.

MANOLO

¿Qué dices?

p. 97MARQUESA

¿Estás loca?

MARQUÉS

¡Eugenia!

GUILLERMINA

¡No, no es posible!

EUGENIA

Ya lo he dicho: no acepto, no, mil veces no.

ENRIQUE

¿Por qué, Eugenia, por qué?... ¿Es que no me quiere usted?... ¿Que no puede usted quererme?...

EUGENIA

Ya no.

ENRIQUE

No creo que tenga usted que culparme de nada. No haga usted que nadie pueda creer de mí lo que usted sabe que no es verdad.

EUGENIA

Sí, ya lo sé; no puedo culparle a usted de nada porque en su voluntad de usted no hubo culpa, y el corazón no es nunca culpable, y solo con el corazón podía usted haber adivinado... solo su corazón podía haberle dicho que tal vez no hay en nuestra vida más que un instante en que dos corazones pueden comprenderse, y si ese instante se pierde en nuestro corazón ya no es posible encontrarse nunca. Si yo aceptara su ofrecimiento nunca creería usted la verdad; dudaría usted siempre, siempre; creería usted que todo fue hábil comedia bien representada, un riesgo fácil en que yo no arriesgaba nada porque estaba segura de que el final sería esto: un matrimonio ventajoso.

p. 98ENRIQUE

No, Eugenia, no... No puedo creerlo.

EUGENIA

No podrá usted creerlo nunca; pero solo así no podrá usted creerlo. La verdad solo tiene un camino: el sacrificio, la verdad que nos mostró Dios en la cruz.

ENRIQUE

No, Eugenia, no puede ser; usted sabe que no puede ser, que hay algo sagrado entre nosotros que no tiene usted derecho a sacrificar, aunque nuestro cariño no fuera verdad, aunque yo no creyera en usted y usted hubiera llegado a odiarme.

EUGENIA

Mi hijo, ¿verdad? El que ha de nacer de mí y será tan mío, tan mío, que solo de él y de Dios acepta mi conciencia mi absolución o mi castigo, de nadie más. Callen ustedes, es inútil, no hay palabras que me convenzan; cuanto más tardara en convencerme para acceder después, más pensaría usted que todo era mentira, y yo quiero que no pueda usted dudar nunca, que sepa usted siempre que le he querido con toda mi alma, y que por quererle tanto, antes que a dudar siempre, le condeno a la verdad.

ENRIQUE

¿Aunque esa verdad sea mi remordimiento para siempre?

EUGENIA

Eso sí, para siempre, para siempre; así quiero que sea. No podrá usted dudar nunca de mí. No hay nada que pueda destruir una verdad; pero si es de amor esa verdad, ¿no valdrá más que todo en nuestra vida?

ENRIQUE

¡Eugenia, no, no; no es posible, no es posible!...

p. 99EUGENIA

Déjeme usted..., déjenme todos... ¡Para siempre, para siempre!... (Sale del brazo de su hermano.)

TELÓN


CUADRO EPÍLOGO

Jardín de un hotel de viajeros.

ESCENA I

Fanny y Enrique, sentados en una mesa, toman café, y un Camarero cerca.

ENRIQUE

Hemos merendado muy bien.

FANNY

Está muy bien este hotelito; nunca se nos había ocurrido pararnos aquí.

CAMARERO

Pues paran aquí muchos autos; en verano está esto muy concurrido, y desde que el hotel cambió de dueño es otra cosa; había caído mucho.

ENRIQUE

¿El dueño vive aquí?

CAMARERO

No, señor; aquí está el encargado, un amigo del dueño, que, lo que es el mundo, es un joven de la aristocracia.

p. 100ENRIQUE

¿Sí? ¿Cómo se llama?

CAMARERO

Don Manuel, y se apellida..., deje usted, aquí se apellida de otro modo; pero yo tengo oído, por gente que viene aquí y le conoce, que el título, porque es de título, es algo así..., deje usted..., de Castro...

ENRIQUE

¿Castrojeriz?

CAMARERO

Ya: Manolo Castrojeriz.

FANNY

¿Le conoces?

ENRIQUE

Sí, mucho.

CAMARERO

Pues ese es el encargado. Vive aquí con su hermana.

ENRIQUE

¿Sí?

CAMARERO

Muy buena señora y muy trabajadora; ella, más que nadie, es la que tiene todo a su cargo; no perdona falta; pero tiene un modo de decir las cosas que no puede uno disgustarse. Se ve que es persona de clase, porque la mujer del dueño de antes, no quiera usted saber, dicen que había sido cocinera, y no había quien la aguantara. (Se oye la voz de Eugenia dentro.)

EUGENIA

No pises las flores.

p. 101CAMARERO

Esa es doña Eugenia, con el niño, su hijo.

FANNY

¿Es casada?

CAMARERO

Viuda muy joven, quedó viuda muy joven. También dicen... Vaya usted a saber; como aquí viene tanta gente, qué no oirá uno.

ENRIQUE

¿Sabe usted si ha merendado ya el mecánico?

CAMARERO

Iré a ver. ¿Se marchan ustedes? Esto ahora es cuando empieza a estar bueno, a la caída de la tarde.

ENRIQUE

Sí, pero vamos muy lejos.

CAMARERO

Ya.

ENRIQUE

La cuentecita, si me hace el favor.

CAMARERO

Voy a ver cuánto importa lo del mecánico.

ENRIQUE

Dígale usted que prepare el coche. (Sale el camarero.)

FANNY

Sí que parece todo muy cuidadito el jardín; bonitas flores, ¿vamos a verlas?

p. 102ENRIQUE

Deja, sentiría encontrarme...

FANNY

¿Con el encargado?

ENRIQUE

Sí, no puede hacerle gracia encontrarse con amigos que les conocieron en otra posición.

FANNY

¿Los conocías mucho?

ENRIQUE

Sí, de Madrid; después, claro, con mis viajes dejé de verlos; no sabía lo que había sido de ellos. (Entra el Camarero.)

CAMARERO

Aquí tiene usted, señor. (Dándole la cuenta. Enrique saca dinero y paga.) Voy por la vuelta.

ENRIQUE

Está bien.

CAMARERO

Muchísimas gracias. (Ha entrado un niño pequeño con un ramo de flores.) El niño de la señorita que trae unas flores para la señora: es su costumbre.

FANNY

Es muy guapo.

NIÑO

De parte de mi mamá.

p. 103FANNY

Muchas gracias a tu mamá y a ti. ¡Qué amable!... ¿Me das un beso?... ¿Cómo te llamas?

NIÑO

Jesusito.

CAMARERO

Van ustedes a oír. Vamos a ver: diles a estos señores lo que eres tú.

NIÑO

Soy el niño Jesús de mi mamá.

FANNY

Qué rico. (Basándole.)

ENRIQUE

¿Qué juguetes te gustan más?

CAMARERO

Tiene de todo; no crean ustedes: su tío le compra muchos juguetes; siempre que va a Madrid le trae sin fin de cosas.

ENRIQUE

¿Te gustaría un auto de verdad, un auto muy pequeño para manejarlo tú y pasear por aquí?

NIÑO

¿Un auto de verdad..., de verdad?

ENRIQUE

Pues dentro de unos días van a traerte uno.

p. 104CAMARERO

Mire el señor que va a creérselo y no va a haber quien le aguante pensando en el auto.

ENRIQUE

Es que vendrá de verdad.

CAMARERO

¿Tú oyes esto?

ENRIQUE

¿Había merendado ya el mecánico?

CAMARERO

Sí, ya está junto al coche.

ENRIQUE

Pues vamos.

FANNY

Adiós, hermoso; da muchas gracias a tu mamá por sus flores.

NIÑO

¿Cuándo traerán el auto?

ENRIQUE

Muy pronto..., muy pronto.

FANNY

Ya volveremos alguna vez a verte. Adiós, adiós.

CAMARERO

Muy buenas tardes; que los señores sigan bien. Dales las buenas tardes.

p. 105NIÑO

Muy buenas tardes tengan ustedes.

FANNY

Adiós, adiós. (Salen Enrique y Fanny. El niño se va corriendo en dirección contraria. La escena queda sola un momento, al cabo del cual entra Eugenia con el niño de la mano.)

NIÑO

Ese señor que estaba aquí, que le di las flores a la señora que estaba con él, me ha dicho que me iba a traer un auto de verdad, un auto pequeñito para mí, para andar por aquí, para montarme yo. ¿No será mentira? Dime, mamá..., mamá.

EUGENIA

No; hijo mío, será verdad. (Entra Manolo.)

NIÑO

¿Quién es ese señor y por qué va a regalarme a mí un auto?

EUGENIA

Porque sabe que vas a ser muy bueno, y por eso.

NIÑO

Pero no es un rey mago, ¿verdad?... ¿Verdad, mamá?

EUGENIA

Calla, hijo.

MANOLO

¿Le has visto?

EUGENIA

Sí.

p. 106MANOLO

Es su mujer; yo le había visto con ella en Madrid; también tiene mucho dinero. ¿En qué piensas?... ¿Te has puesto triste?...

EUGENIA

No, ¿por qué?

MANOLO

Y él vivirá tan feliz.

EUGENIA

Eso no, estoy segura; eso no; soy yo mucho más feliz. (Abrazándose a su hijo.) ¿No es verdad, hijo mío? ¡Más feliz!...

TELÓN


Contracubierta del libro