The Project Gutenberg eBook of Historia de la Conquista de Mexico, Volume 2 (of 3) This ebook is for the use of anyone anywhere in the United States and most other parts of the world at no cost and with almost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included with this ebook or online at www.gutenberg.org. If you are not located in the United States, you will have to check the laws of the country where you are located before using this eBook. Title: Historia de la Conquista de Mexico, Volume 2 (of 3) Author: Antonio de Solís Editor: Auguste-Louis Josse Release date: February 28, 2022 [eBook #67524] Most recently updated: October 18, 2024 Language: Spanish Original publication: United Kingdom: R. Juigné Credits: Adrian Mastronardi and the Online Distributed Proofreading Team at https://www.pgdp.net (This book was produced from scanned images of public domain material from the Google Books project.) *** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK HISTORIA DE LA CONQUISTA DE MEXICO, VOLUME 2 (OF 3) *** HISTORIA DE LA CONQUISTA DE MEXICO, POBLACION Y PROGRESOS DE LA AMERICA SEPTENTRIONAL, CONOCIDA POR EL NOMBRE DE NUEVA ESPAÑA, ESCRIBIALA DON ANTONIO DE SOLÍS SECRETARIO DE SU MAGESTAD, Y SU CRONISTA MAYOR DE INDIAS. NUEVA EDICION CORREGIDA POR _DON AGUSTIN LUIS JOSSE._ TOMO SEGUNDO. ================== EN LONDRES: _En la Imprenta de R. Juigné, 17, Margaret-street, Cavendish-square._ A EXPENSAS DEL DICHO EDITOR, Se Hallará En su casa, No. 18, Broad-street, Golden-square; Y en las de B. DULAU y Co. Soho-square; T. BOOSEY, Broad-street, Royal Exchange; WHITE, Fleet-street; DE CONCHY, New Bond-street; WINGRAVE, Strand; LONGMAN y REES, Paternoster-row; y LACKINGTON y ALLEN, Finsbury-square. 1809. THIS WORK, as well as LAS FÁBULAS LITERARIAS, por _Don Tomas de Yriarte_, 1 volume, small 8vo. vellum paper, price 7s. may be had at A. L. JOSSE'S, Professor of the French and Spanish Languages, author of a Spanish Grammar, a Course of Exercises, &c. No. 18, Broad Street, Golden Square. HISTORIA _De la Conquista, Poblacion y Progresos de Nueva España._ _LIBRO III._ CAPITULO PRIMERO. _Dáse noticia del viage que hicieron á España los Enviados de Cortés; y de las contradicciones y embarazos que retardaron su despacho._ Razon es ya que volvamos á los Capitanes Alonso Hernandez Portocarrero y Francisco de Montejo, que partieron de la Vera Cruz con el presente y cartas para el Rey: primera noticia y primer tributo de la Nueva España. Hicieron su viage con felicidad, aunque pudieron aventurarla, por no guardar literalmente las órdenes que llevaban; cuyas interpretaciones suelen destruir los negocios, y aciertan pocas veces con el dictámen del superior. Tenia Francisco de Montejo en la Isla de Cuba cerca de la Habana una de las estancias de su repartimiento: y quando llegaron á vista del Cabo de San Anton, propuso á su compañero, y al piloto Juan de Alaminos, que sería bien acercarse á ella, y proveerse algunos bastimentos de regalo para el viage; pues estando aquella poblacion tan distante de la ciudad de Santiago, donde residia Diego Velazquez, se contravenia poco á la substancia del precepto que les puso Cortés para que se apartasen de su distrito. Consiguió su intento, logrando con este color el deseo que tenia de ver su hacienda; y arriesgó no solo el baxel, sino el presente y todo el negocio de su cargo: porque Diego Velazquez, á quien desvelaban continuamente los zelos de Cortés, tenia distribuidas por todas las poblaciones vecinas á la costa diferentes espías que le avisasen de qualquiera novedad, temiendo que enviáse alguno de sus navios á la Isla de Santo Domingo para dar cuenta de su descubrimiento, y pedir socorro á los Religiosos Gobernadores: cuya instancia deseaba prevenir y embarazar. Supo luego por este medio lo que pasaba en la estancia de Montejo, y despachó en breves horas dos baxeles muy veleros, bien artillados y guarnecidos, para que procurasen aprehender, á todo riesgo, el navio de Cortés, disponiendo la faccion con tanto celeridad, que fué necesaria toda la ciencia y toda la fortuna del piloto Alaminos para escapar de este peligro, que puso en contingencia todos los progresos de Nueva España. Bernal Diaz del Castillo mancha, con poca razon, la fama de Francisco de Montejo, digno por su calidad y valor de mejores ausencias. Culpale de que faltó á la obligacion en que le puso la confianza de Cortés: dice que salió á su estancia con ánimo de suspender la navegacion, para que tuviese tiempo Diego Velazquez de aprehender el navio: que le escribió una carta con el aviso: que la llevó un marinero arrojándose al agua; y otras circunstancias de poco fundamento, en que se contradice despues, haciendo particular memoria de la resolucion y actividad con que se opuso Francisco de Montejo en la Corte á los agentes y valedores de Diego Velazquez; pero tambien escribe que no hallaron estos Enviados de Cortés al Emperador en España, y afirma otras cosas, de que se conoce la facilidad con que daba los oídos, y que se deben leer con rezelo sus noticias en todo aquello que no le informaron sus ojos. Continuaron su viage por el canal de Bahama, siendo Anton de Alaminos el primer piloto que se arrojó al peligro de sus corrientes: y fué menester entónces toda la violencia con que se precipitan por aquella parte las aguas entre las Islas Lucáyas y la Florida para salir á lo ancho con brevedad, y dexar frustradas las asechanzas de Diego Velazquez. Favoreciólos el tiempo, y arribaron á Sevilla por Octubre de este año en ménos favorable ocasion, porque se hallaba en aquella Ciudad el Capellan Benito Martin, que vino á la Corte, como diximos, á solicitar las conveniencias de Diego Velazquez: y habiéndole remitido los títulos de su Adelantamiento, aguardaba embarcacion para volverse á la Isla de Cuba. Hizole gran novedad este accidente; y valiéndose de su introduccion y solicitud, se querelló de Hernan Cortés, y de los que venian en su nombre ante los Ministros de la Contratacion, que ya se llamaba de las Indias, refiriendo: "Que aquel navio era de su amo Diego Velazquez, y todo lo que venía en él perteneciente á sus conquistas: que la entrada en las provincias de Tierra Firme se habia executado furtivamente, y sin autoridad, alzándose Cortés y los que le acompañaban con la armada que Diego Velazquez tenia prevenida para la misma empresa: que los Capitanes Portocarrero y Montejo eran dignos de grave castigo; y por lo ménos se debia embargar el baxel y su carga mientras no legitimasen los títulos, de cuya virtud emanaba su comision." Tenia Diego Velazquez muchos defensores en Sevilla, porque regalaba con liberalidad: y esto era lo mismo que tener razon, por lo ménos en los casos dudosos, que se interpretan las mas veces con la voluntad. Admitióse la instancia; y últimamente se hizo el embargo, permitiendo á los Enviados de Cortés por gran equivalencia que acudiesen al Rey. Partieron con esta permision á Barcelona dos Capitanes y el piloto Alaminos, creyendo hallar la Corte en aquella ciudad; pero llegaron á tiempo que acabada de partir el Rey á la Coruña, donde tenia convocadas las Cortes de Castilla, y prevenida su armada para pasar á Flandes, instado ya prolixamente de los clamores de Alemania, que le llamaban á la corona del Imperio. No se resolvieron á seguir la Corte, por no hablar de paso en negocio tan grave, que, mezclado entre las inquietudes del camino, perderia la novedad, sin hallar la consideracion: por cuyo reparo se encaminaron á Medellin con ánimo de visitar á Martin Cortés y ver si podian conseguir que viniese con ellos á la presencia del Rey, para que autorizáse con sus canas y con su representacion la instancia y la persona de su hijo. Recibiólos aquel venerable anciano con la ternura que se dexa considerar en un padre cuidadoso y desconsolado, que ya le lloraba muerto; y halló con las nuevas de su vida tanto que admirar en sus acciones, y tanto que celebrar en su fortuna. Determinóse luego á seguirlos, y tomando noticia del parage donde se hallaba el Emperador (asi le llamarémos ya) supieron que habia de hacer mansion en Tordesillas, para despedirse de la Reyna Doña Juana su madre, y despachar algunas dependencias de su jornada. Aquí le esperaron, y aquí tuvieron la primera audiencia, favorecidos de una casualidad oportuna: porque los Ministros de Sevilla no se atrevieron á detener en el embargo lo que venia para el Emperador; y llegaron á la misma sazon el presente de Cortés y los Indios de la nueva conquista: con cuyo accidente fueron mejor escuchadas las novedades que referian, facilitándose por los ojos la estrañeza de los oídos: porque aquellas alhajas de oro preciosas por la materia y por el arte, aquellas curiosidades y primores de pluma y algodon, y aquellos racionales de tan rara fisonomía que parecian hombres de segunda especie, fueron otros tantos testigos que hicieron creible, dexando admirable su narracion. Oyólos el Emperador con mucha gratitud: y el primer movimiento de aquel ánimo Real fué volverse á Dios, y darle rendidas gracias de que en su tiempo se hallasen nuevas regiones donde introducir su nombre, y dilatar su Evangelio. Tuvo con ellos diferentes conferencias: informóse cuidadosamente de las cosas de aquel nuevo Mundo, del dominio y fuerzas de Motezuma, de la calidad y talento de Cortés: hizo algunas preguntas al piloto Alaminos concernientes á la navegacion: mandó que los Indios se llevasen á Sevilla, para que se conservasen mejor en temple mas benigno: y segun lo que se pudo colegir entónces del afecto con que deseaba fomentar aquella empresa, fuera breve y favorable su resolucion, si no le embarazáran otras dependencias de gravísimo peso. Llegaban cada dia nuevas cartas de las ciudades con proposiciones poco reverentes: lamentabase Castilla de que se sacasen sus Cortes á Galicia: estaba zeloso el Reyno de que pesáse mas el Imperio: andaba mezclada con protestas la obediencia: y finalmente se iba derramando poco á poco en los ánimos la semilla de las comunidades. Todos amaban al Rey, y todos le perdian el respeto: sentian su ausencia, lloraban su falta; y este amor natural convertido en pasion, ó mal administrado, se hizo brevemente amenaza de su dominio. Resolvió apresurar su jornada, por apartarse de las quejas; y la executó, creyendo volver con brevedad, y que no le sería dificultoso corregir despues aquellos malos humores que dexaba movidos. Así lo consiguió; pero respetando los altos motivos que le obligaron á este viage, no podemos dexar de conocer que se aventuró á gran pérdida: y que, á la verdad, hace poco por la salud quien se fia del exceso, en suposicion de que habrá remedios quando llegue la necesidad. Quedó remitida, por estos embarazos, la instancia de Cortés al Cardenal Adriano, y á la junta de Prelados y Ministros que le habian de aconsejar en el gobierno durante la ausencia del Emperador, con órden para que, oyendo al Consejo de Indias, se tomáse medio en las pretensiones de Diego Velazquez, y se diese calor al descubrimiento y conquista espiritual de aquella tierra, que ya se iba dexando conocer por el nombre de Nuera España. Presidia en este Consejo, formado pocos dias ántes, Juan Rodriguez de Fonseca, Obispo de Burgos, y concurrian en él Hernando de Vega Señor de Grajal, Don Francisco Zapata y Don Antonio de Padilla, del Consejo Real, y Pedro Martir de Angleria, Protonotario de Aragon. Tenia el Presidente gran suposicion en las materias de las Indias, porque las habia manejado muchos dias, y todos cedian á su autoridad y á su experiencia. Favorecia con descubierta voluntad á Diego Velazquez, y pudo ser que le hiciese fuerza su razon, ó el concepto en que le tenia: que Bernal Diaz del Castillo refiere las causas de su pasion con indecencia y prolixidad: pero tambien dice lo que oyó, y sería mucho ménos, ó no sería. Lo que no se puede negar es, que perdió mucho en sus informes la causa de Cortés, y que dió mal nombre á su conquista tratándola como delito de mala conseqüencia. Representaba que Diego Velazquez, segun el título que tenia del Emperador, era dueño de la empresa, y segun justicia, de los mismos medios con que se habia conseguido. Ponderaba lo poco que se podia fiar de un hombre rebelde á su mismo superior, y lo que se debian temer en provincias tan remotas estos principios de sedicion: protestaba los daños; y últimamente cargó tanto la mano en sus representaciones, que puso en cuidado al Cardenal y á los de la junta. No dexaban de conocer que se afectaba con sobrado fervor la razon de Diego Velazquez; pero no se atrevian á resolver negocio tan grave contra el parecer de un Ministro tan graduado; ni tenian por conveniente desconfiar á Cortés, quando estaba tan arrestado, y en la verdad se le debia un descubrimiento tanto mayor que los pasados. Cuyas dudas y contradicciones fueron retardando la resolucion de modo que volvió el Emperador de su jornada, y llegaron segundos Comisarios de Cortés, primero que se tomáse acuerdo en sus pretensiones. Lo mas que pudieron conseguir Martin Cortés y sus compañeros fué, que se les mandasen librar algunas cantidades para su gasto sobre los mismos efectos que tenian embargados en Sevilla; con cuya moderada subvencion estuvieron dos años en la Corte, siguiendo los Tribunales como pretendientes desvalidos: hecho esta vez negocio particular el interés de la Monarquía, de quantas suelen hacerse causa pública los intereses particulares. CAPITULO II. _Procura Motezuma Desviar la paz de Tlascála: vienen los de aquella república á continuar su instancia; y Hernan Cortés executa su marcha, y hace su entrada en la ciudad._ En el discurso de los seis dias que se detuvo Hernan Cortés en su alojamiento para cumplir con los Mexicanos, se conoció con nuevas experiencias el afecto con que deseaban la paz los de Tlascála, y quanto se rezelaban de los oficios y diligencias de Motezuma. Llegaron dentro del plazo señalado los Embaxadores que se esperaban, y fueron recibidos con la urbanidad acostumbrada. Venian seis caballeros de la familia Real con lucido acompañamiento, y otro presente de la misma calidad, y poco mas valor que el pasado. Habló el uno de ellos, y, no sin aparato de palabras y exâgeraciones, ponderó: "Quánto deseaba el supremo Emperador (y al decir su nombre hicieron todos una profunda humiliacion) ser amigo y confederado del Príncipe grande, á quien obedecian los Españoles, cuya magestad resplandecia tanto en el valor de sus vasallos, que se hallaba inclinado á pagarle todos los años algun tributo, partiendo con él las riquezas de que abundaba, porque le tenia en gran veneracion, considerándole hijo del sol, ó por lo ménos señor de las regiones felicísimas donde nace la luz; pero que habian de preceder á este ajustamiento dos condiciones. La primera, que se abstuviesen Hernan Cortés y los suyos de confederarse con los de Tlascála; pues no era bien que, hallándose tan obligados de sus dádivas, se hiciesen parciales de sus enemigos. Y la segunda, que acabasen de persuadirse á que no era posible, ni puesto en razon el intento de pasar á México: porque, segun las leyes de su imperio, ni él podia dexarse ver de gentes extrangera_s_, ni sus vasallos lo permitirian. Que considerasen bien los peligros de ambas temeridades; porque los Tlascaltécas eran tan inclinados á la traicion y al latrocinio, que solo tratarian de asegurarlos para vengarse de ellos, y aprovecharse del oro con que los habia enriquecido; y los Mexicanos tan zelosos de sus leyes, y tan mal acondicionados, que no podria reprimirlos su autoridad, ni los Españoles quejarse de lo que padeciesen, tantas veces amonestados de lo que aventuraban." De este género fué la oracion del Mexicano, y todas las embaxadas y diligencias de Motezuma paraban en procurar que no se le acercasen los Españoles. Mirabalos con el horror de sus presagios; y fingiéndose la obediencia de sus dioses, hacia religion de su mismo desaliento. Suspendió Cortés por entónces su respuesta, y solo dixo: "Que sería razon que descansasen de su jornada, y que los despacharia brevemente." Deseaba que fuesen testigos de la paz de Tlascála; y miró tambien á lo que importaba detenerlos, porque no se despecháse Motezuma con la noticia de su resolucion, y tratáse de ponerse en defensa: que ya se sabía su desprevencion, y no se ignoraba la facilidad con que podia convocar sus exércitos. Dieron tanto cuidado en Tlascála estas embaxadas, á que atribuían la detencion de Cortés, que resolvieron los del gobierno, por última demostracion de su afecto, venir al quartel en forma de Senado para conducirle á su ciudad; ó no volver á ella sin dexar enteramente acreditada la sinceridad de su trato, y desvanecidas las negociaciones de Motezuma. Era solemne y numeroso el acompañamiento, y pacífico el color de los adornos y las plumas. Venian los Senadores en andas ó sillas portátiles sobre los hombros de ministros inferiores; y en el mejor lugar Magiscatzín, que favoreció siempre la causa de los Españoles, y el padre de Xicotencál, anciano venerable, á quien habia quitado los ojos la vejez, pero sin ofender la cabeza; pues se conservaba todavia con opinion de sabio entre los Consejeros. Apearonse poco ántes de llegar á la casa donde los esperaba Cortés: y el ciego se adelantó á los demas, pidiendo á los que le conducian que le acercasen al Capitan de los Orientales. Abrazóle con extraordinario contento, y despues le aplicaba por diferentes partes el tacto, como quien deseaba conocerle, supliendo con las manos el defecto de los ojos. Sentáronse todos, y á ruego de Magiscatzín habló el ciego en esta substancia: "Ya, valeroso Capitan, seas, ó no, del género mortal, tienes en tu poder al Senado de Tlascála, última señal de nuestro rendimiento. No venimos á disculpar el yerro de nuestra nacion; sino á tomarle sobre nosotros, fiando á nuestra verdad tu desenojo. Nuestra fué la resolucion de la guerra: pero tambien ha sido nuestra la determinacion de la paz. Apresurada fué la primera, y tarda es la segunda; pero no suelen ser de peor calidad las resoluciones mas consideradas; ántes se borra con trabajo lo que se imprime con dificultad: y puedo asegurar que la misma detencion nos dió mayor conocimiento de tu valor, y profundó los cimientos de nuestra constancia. No ignoramos que Motezuma intenta disuadirte de nuestra confederacion: escuchale como á nuestro enemigo, si no le considerares como tirano, que ya lo parece quien te busca para la sinrazon. Nosotros no queremos que nos ayudes contra él, que, para todo lo que no eres tú, nos bastan nuestras fuerzas: solo sentirémos que fies tu seguridad de sus ofertas; porque conocemos sus artificios y maquinaciones, y acá en mi ceguedad se me ofrecen algunas luces que me descubren desde lejos tu peligro. Puede ser que Tlascála se haga famosa en el mundo por la defensa de tu razon; pero dexemos al tiempo tu desengaño: que no es vaticinio lo que se colige fácilmente de su tiranía y de nuestra fidelidad. Ya nos ofreciste la paz: ¿si no te detiene Motezuma, qué te detiene? ¿Por qué te niegas á nuestras instancias? ¿Por qué dexas de honrar nuestra ciudad con tu presencia? Resueltos venimos á conquistar de una vez tu voluntad y tu confianza, ó poner en tus manos nuestra libertad: elige, pues, de estos dos partidos el que mas te agradáre: que para nosotros nada es tercero entre las dos fortunas, de tus amigos ó tus prisioneros." Así concluyó su oracion el ciego venerable, porque no faltáse algun Apio Claudio en este consistorio, como el otro que oró en el Senado contra los Epirótas: y no se puede negar que los Tlascaltécas eran hombres de mas que ordinario discurso, como se ha visto en su gobierno, acciones y razonamientos. Algunos escritores poco afectos á la nacion Española tratan á los Indios como brutos incapaces de razon, para dar ménos estimacion á su conquista. Es verdad que se admiraban con simplicidad de ver hombres de otro género, color y trage: que tenian por monstruosidad las barbas, accidente que negó á sus rostros la naturaleza: que daban el oro por el vidrio: que tenian por rayos las armas de fuego, y por fieras los caballos; pero todos eran efectos de la novedad, que ofenden poco al entendimiento: porque la admiracion, aunque suponga ignorancia, no supone incapacidad; ni propiamente se puede llamar ignorancia la falta de noticia. Dios los hizo racionales; y no, porque permitió su ceguedad, dexó de poner en ellos toda la capacidad y dotes naturales que fueron necesarios á la conservacion de la especie, y debidos á la perfeccion de sus obras. Volvamos, empero, á nuestra narracion, y no autorizemos la calumnia sobrando en la defensa. No pudo resistir Hernan Cortés á esta demostracion del Senado, ni tenia ya que esperar, habiéndose cumplido el término que ofreció á los Mexicanos; y así respondió con toda estimacion á los Senadores, y los hizo regalar con algunos presentes, deseando acreditar con ellos su agrado y su confianza. Fué necesario persuadirlos con resolucion para que se volviesen: y lo consiguió, dándoles palabra de mudar luego su alojamiento á la ciudad, sin mas detencion que la necesaria para juntar alguna gente de los lugares vecinos que conduxesen la artillería y el bagage. Aceptaron ellos la palabra, haciéndosela repetir con mas afecto que desconfianza; y partieron contentos y asegurados, tomando á su cuenta la diligencia de juntar y remitir los Indios de carga que fuesen menester: y apénas rayó la primera luz del dia siguiente, quando se hallaron á la puerta del quartel quinientos Tamenes tan bien industriados, que competian sobre la carga, haciendo pretension de su mismo trabajo. Tratóse luego de la marcha: pusose la gente en esquadron, y dando su lugar á la artillería y al bagage, se fué siguiendo el camino de Tlascála con toda la buena ordenanza, prevencion y cuidado que observaba siempre aquel pequeño exército: á cuya rigurosa disciplina se debió mucha parte de sus operaciones. Estaba la campaña por ambos lados poblada de innumerables Indios, que salian de sus pueblos á la novedad: y eran tantos sus gritos y ademanes, que pudieran pasar por clamores ó amenazas de las que usaban en la guerra, si no dixera Doña Marina que usaban tambien de aquellos alaridos en sus mayores fiestas, y que, celebrando á su modo la dicha que habian conseguido, victoreaban y bendecian á los nuevos amigos: con cuya noticia se llevó mejor la molestia de las voces, siendo necesaria entónces la paciencia para el aplauso. Salieron los Senadores largo trecho de la ciudad á recibir el exército con toda la ostentacion y pompa de sus funciones públicas, asistidos de los nobles, que hacian vanidad en semejantes casos de autorizar á los ministros de su república. Hicieron al llegar sus reverencias; y sin detenerse caminaron delante, dando á entender con este apresurado rendimiento lo que deseaban adelantar la marcha, ó no detener á los que acompañaban. Al entrar en la ciudad resonaron los víctores y aclamaciones con mayor estruendo; porque se mezclaba con el grito popular la música disonante de sus flautas, atabalillos y bocinas. Era tanto el concurso de la gente, que trabajaron mucho los ministros del Senado en concertar la muchedumbre, para desembarazar las calles. Arrojaban las mugeres diferentes flores sobre los Españoles, y las mas atrevidas ó ménos recatadas se acercaban hasta ponerlas en sus manos. Los sacerdotes arrastrando las ropas talares de sus sacrificios, salieron al paso con sus braserillos de copal; y sin saber que acertaban, significaron el aplauso con el humo. Dexábase conocer en los semblantes de todos la sinceridad del ánimo; pero con varios afectos: porque andaba la admiracion mezclada con el contento, y el alborozo templado con la veneracion. El alojamiento que tenian prevenido con todo lo necesario para la comodidad y el regalo, era la mejor casa de la ciudad, donde habia tres ó quatro patios muy espaciosos, con tantos y tan capaces aposentos, que consiguió Cortés sin dificultad la conveniencia de tener unida su gente. Llevó consigo á los Embaxadores de Motezuma, por mas que lo resistieron, y los alojó cerca de sí: porque iban asegurados en su respeto, y estaban temerosos de que se les hiciese alguna violencia. Fué la entrada, y última reduccion de Tlascála en veinte y tres de Septiembre del mismo año de mil y quinientos y diez y nueve: dia en que los Españoles consiguieron una paz con circunstancias de triunfo, tan durable y de tanta conseqüencia para la conquista de Nueva España, que se conservan hoy en aquella provincia diferentes prerogativas y exênciones obtenidas en remuneracion de aquella primera constancia. Honrado monumento de su antigua fidelidad. CAPITULO III. _Describese La Ciudad de Tlascála: quejanse los Senadores de que anduviesen armados los Españoles, sintiendo su desconfianza; y Cortés los satisface, y procura reducir á que dexen la idolatría:_ Era entónces Tlascála una ciudad muy populosa, fundada sobre quatro eminencias poco distantes, que se prolongaban de oriente á poniente con desigual magnitud: y fiadas en la natural fortaleza de sus peñascos contenian en sí los edificios, formando quatro cabeceras ó barrios distintos, cuya division se unia y comunicaba por diferentes calles de paredes gruesas que servian de muralla. Gobernaban estas poblaciones con señorio de vasallage quatro Caciques descendientes de sus primeros fundadores, que pendian del Senado, y ordinariamente concurrian en él; pero con sujecion á sus órdenes en todo lo político, y segundas instancias de sus vasallos. Las casas se levantaban moderadamente de la tierra, porque no usaban segundo techo: su fábrica de piedra y ladrillo; y en vez de tejados, azoteas y corredores. Las calles angostas y torcidas, segun conservaba su dificultad la aspereza de la montaña. ¡Extraordinaria situacion y arquitectura! ménos á la comodidad, que á la defensa. Tenia toda la provincia cincuenta leguas de circunferencia: diez su longitud de oriente á poniente; y quatro su latitud de norte á sur. Pais montuoso y quebrado, pero muy fertil, y bien cultivado en todos los parages donde la freqüencia de los riscos daba lugar al beneficio de la tierra. Confinaba por todas partes con provincias de la faccion de Motezuma: solo por la del norte cerraba, mas que dividia, sus límites la gran cordillera, por cuyas montañas inaccesibles se comunicaban con los Otomíes, Totonaques y otras naciones bárbaras de su confederacion. Las poblaciones eran muchas y de numerosa vecindad. La gente, inclinada desde la niñez á la supersticion, y al exercicio de las armas, en cuyo manejo se imponian y habilitaban con emulacion; hicieselos montaraces el clima, ó valientes la necesidad. Abundaban de maiz, y esta semilla respondia tan bien al sudor de los villanos, que dió á la provincia el nombre de Tlascála: voz que en su lengua es lo mismo que tierra de pan. Habia frutas de gran variedad y regalo: cazas de todo género; y era una de sus fertilidades la Cochinilla, cuyo uso no conocian, hasta que le aprendieron de los Españoles. Debióse de llamar así del grano coccineo, que dió entre nosotros nombre á la grana; pero en aquellas partes es un género de insecto como gusanillo pequeño, que nace, y adquiere la última sazon sobre las hojas de un arbol rústico y espinoso, que llamaban entónces tuna silvestre, y ya le benefician como fructífero; debiendo su mayor comercio y utilidad al precioso tinte de sus gusanos, nada inferior al que hallaron los antiguos en la sangre del múrice y la púrpura, tan celebrado en los mantos de sus Reyes. Tenia tambien sus pensiones la felicidad natural de aquella provincia sujeta, por la vecindad de las montañas, á grandes tempestades, horribles huracanes, y freqüentes inundaciones del rio Zahual, que no contento algunos años con destruir las mieses, y arrancar los árboles, solia buscar los edificios en lo mas alto de las eminencias. Dicen que Zahual en su idioma significa rio de sarna, porque se cubrian de ella los que usaban de sus aguas en la bebida ó en el baño: segunda malignidad de su corriente. Y no era la menor entre las calamidades que padecia Tlascála el carecer de sal, cuya falta desazonaba todas sus abundancias: y aunque pudieran traerla fácilmente de las tierras de Motezuma con el precio de sus granos, tenian á menor inconveniente sufrir el sinsabor de sus manjares, que abrir el comercio á sus enemigos. Estas y otras observaciones de su gobierno reparables á la verdad en la rudeza de aquella gente, hacian admiracion, y ponian en cuidado á los Españoles. Cortés escondia su rezelo; pero continuaba las guardias en su alojamiento: y quando salia con los Indios á la ciudad, llevaba consigo parte de su gente, sin olvidar las armas de fuego. Andaban tambien en tropas los soldados, y con la misma prevencion, procurando todas acreditar la confianza, de manera que no pareciese descuido. Pero los Indios, que deseaban sin artificio ni afectacion la amistad de los Españoles, se desconsolaban pundonorosamente de que no se arrimasen las armas, y se acabáse de creer su fidelidad: punto que se discurrió en el Senado; por cuyo decreto vino Magiscatzín á significar este sentimiento á Cortés, y ponderó mucho: "Quanto disonaban aquellas prevenciones de guerra donde todos estaban sujetos, obedientes y deseosos de agradar: que la vigilancia con que se vivia en el quartel denotaba poca seguridad; y los soldados que salian á la ciudad con sus rayos al hombro; puesto que no hiciesen mal, ofendian mas con la desconfianza, que ofendieran con el agravio. Dixo que las armas se debian tratar como peso inútil donde no eran necesarias, y parecian mal entre amigos de buena ley, y desarmados:" y concluyó, suplicando encarecidamente á Cortés de parte del Senado, y toda la ciudad: "Que mandáse cesar en aquellas demostraciones y aparatos, que, al parecer, conservaban señales de guerra mal fenecida, ó por lo ménos eran indicios de amistad escrupulosa." Cortés le respondió: "Que tenia conocida la buena correspondencia de sus ciudadanos, y estaba sin rezelo de que pudiesen contravenir á la paz que tanto habian deseado: que las guardias que se hacian, y el cuidado que reparaban en su alojamiento, era conforme á la usanza de su tierra, donde vivian siempre militarmente los soldados, y se habilitaban en el tiempo de la paz á los trabajos de la guerra, por cuyo medio se aprendia la obediencia, y se hacia costumbre la vigilancia: que las armas tambien eran adorno y circunstancia de su trage, y las traían como gala de su profesion; por cuya causa les pedia que se asegurasen de su amistad, y no estrañasen aquellas demostraciones propias de su milicia, y compatibles con la paz entre los de su nacion." Halló camino de satisfacer á sus amigos, sin faltar á la razon de su cautela: y Magiscatzín, hombre de espíritu guerrero, que habia gobernado en su mocedad las armas de su república, se agradó tanto de aquel estilo militar y loable costumbre, que no solo volvió sin queja, pero fué deseoso de introducir en sus exércitos este género de vigilancia y exercicios, que distinguian y habilitaban los soldados. Quietaronse con esta noticia los paisanos, y asistian todos con diligente servidumbre al obsequio de los Españoles. Conociase mas cada dia su voluntad: los regalos fueron muchos, cazas de todos géneros, y frutas extraordinarias, con algunas ropas y curiosidades de poco precio, pero lo mejor que daba de sí la penuría de aquellos montes, cerrados al comercio de las regiones que producian el oro y la plata. La mejor sala del alojamiento se reservó para capilla, donde se levantó sobre gradas el altar, y se colocaron algunas imágenes con la mayor decencia que fué posible. Celebrabase todos los dias el santo sacrificio de la Misa con asistencia de los Indios principales, que callaban admirados ó respectivos; y aunque no estuviesen devotos, cuidaban de no estorvar la devocion. Todo lo reparaban, y tódo les hacia novedad, y mayor estimacion de los Españoles: cuyas virtudes conocian y veneraban, mas por lo que se hacen ellas amar, que porque las supiesen el nombre, ni las exercitasen. Un dia preguntó Magiscatzín á Cortés: "Si era mortal: porque sus obras y las de su gente parecian mas que naturales, y contenian en sí aquel género de bondad y grandeza que consideraban ellos en sus Dioses; pero que no entendian aquellas ceremonias con que, al parecer, reconocian otra Deidad superior: porque los aparatos eran de sacrificio, y no hallaban en él la víctima, ó la ofrenda con que se aplacaban los Dioses; ni sabian que pudiese haber sacrificio, sin que muriese alguno por la salud de los demas." Con esta ocasion tomó la mano Cortés, y satisfaciendo á sus preguntas, confesó con ingenuidad: "Que su naturaleza, y la de todos sus soldados era mortal;" porque no se atrevió á contemporizar con el engaño de aquella gente, quando trataba de volver por la verdad infalible de su Religion; pero añadió: "Que como hijos de mejor clima tenian mas espíritu y mayores fuerzas que los otros hombres:" y sin admitir el atributo de inmortal, se quedó con la reputacion de invencible. Dixoles tambien: "Que no solo reconocian superior en el Cielo, donde adoraban al único Señor de todo el universo; pero tambien eran súbditos y vasallos del mayor Príncipe de la tierra, en cuyo dominio estaban ya los de Tlascála: pues siendo hermanos de los Españoles, no podian dexar de obedecer á quien ellos obedecian." Pasó luego á discurrir en lo mas esencial; y aunque oró fervorosamente contra la idolatría, hallando con su buena razon bastantes fundamentos para impugnar y destruir la multiplicidad de los Dioses, y el error abominable de sus sacrificios, quando llegó á tocar en los misterios de la Fé, le parecieron dignos de mejor explicacion, y dió lugar, discreto hasta en callar á tiempo, para que habláse el Padre Fray Bartolomé de Olmedo. Procuró este Religioso introducirlos poco á poco en el conocimiento de la verdad, explicando como docto y como prudente los puntos principales de la Religion Christiana, de modo que pudiese abrazarlos la voluntad sin fatiga del entendimiento: porque nunca es bien dar con toda la luz en los ojos á los que habitan en la obscuridad. Pero Magiscatzín, y los demas que le asistian, dieron por entónces poca esperanza de reducirse. Decian: "Que aquel Dios, á quien adoraban los Españoles, era muy grande, y sería mayor que los suyos; pero que cada uno tenia poder en su tierra, y allí necesitaban de un Dios contra los rayos y tempestades: de otro para la guerra: y así de las demas necesidades; porque no era posible que uno solo cuidáse de todo." Mejor admitieron la proposicion del Señor temporal: porque se allanaron desde luego á ser sus vasallos, y preguntaban si los defenderia de Motezuma, poniendo en esto la razon de su obediencia; pero al mismo tiempo pedian con humildad y encogimiento: "Que no saliese de allí la plática de mudar religion, porque si lo llegaban á entender sus Dioses, llamarian á sus tempestades, y echarian mano de sus avenidas para que los aniquilasen." Así los tenia poseídos el error, y atemorizados el demonio. Lo mas que se pudo conseguir entónces fué, que dexasen los sacrificios de sangre humana, porque les hizo fuerza lo que se oponian á la ley natural: y con efecto fueron puestos en libertad los miserables cautivos que habian de morir en sus festividades, y se rompieron diferentes cárceles y jaulas, donde los tenian y preparaban con el buen tratamiento, no tanto porque llegasen decentes al sacrificio, como porque no viniesen deslucidos al plato. No quedó satisfecho Hernan Cortés con esta demostracion; ántes proponia entre los suyos que se derribasen los ídolos, trayendo en conseqüencia la faccion y el suceso de Zempoala; como si fuera lo mismo intentar semejante novedad en lugar de tanto mayor poblacion: engañabale su zelo, y no le desengañaba su ánimo. Pero el Padre Fray Bartolomé de Olmedo le puso en razon, diciéndole con entereza religiosa: "Que no estaba sin escrúpulo de la fuerza que se hizo á los de Zempoala: porque se compadecian mal la violencia y el Evangelio; y aquello en la substancia era derribar los altares, y dexar los ídolos en el corazon. A que añadió: que la empresa de reducir aquellos Gentiles pedia mas tiempo y mas suavidad: porque no era buen camino para darles á conocer su engaño, malquistar con torcedores la verdad; y ántes de introducir á Dios, se debia desterrar al demonio: guerra de otra milicia y de otras armas." A cuya persuasion y autoridad rindió Hernan Cortés su dictámen, reprimiendo los ímpetus de su piedad; y de allí adelante se trató solamente de ganar y disponer las voluntades de aquellos Indios, haciendo amable con las obras la Religion, para que, á vista de ellas, conociesen la disonancia y abominacion de sus costumbres, y por estas la deformidad y torpeza de sus Dioses. CAPITULO IV. _Despacha Hernan Cortés los Embaxadores de Motezuma. Reconoce Diego de Ordaz el volcan de Popocatepec, y se resuelve la jornada por Cholúla._ Pasados tres ó quatro dias, que se gastaron en estas primeras funciones de Tlascála, volvió el ánimo Cortés al despacho de los Embaxadores Mexicanos. Detuvolos para que viesen totalmente rendidos á los que tenian por indómitos: y la respuesta que les dió fué breve y artificiosa: "Que dixesen á Motezuma lo que llevaban entendido, y habia pasado en su presencia: las instancias y demostraciones con que solicitaron y merecieron la paz los de Tlascála: el afecto y buena correspondencia con que la mantenian: que ya estaban á su disposicion, y era tan dueño de sus voluntades, que esperaba reducirlos á la obediencia de su Príncipe, siendo esta una de las conveniencias que resultarian de su embaxada, entre otras de mayor importancia, que le obligaban á continuar el viage, y á solicitar entónces su benignidad, para merecer despues su agradecimiento." Con cuyo despacho, y la escolta que pareció necesaria, partieron luego los Embaxadores mas enterados de la verdad, que satisfechos de la respuesta. Y Hernan Cortés se halló empeñado en detenerse algunos dias en Tlascála, porque iban llegando á dar la obediencia los pueblos principales de la república, y las naciones de su confederacion, cuyo acto se revalidaba con instrumento público, y se autorizaba con el nombre del Rey Don Carlos, conocido ya y venerado entre aquellos Indios con un género de verdad en la sujecion, que se dexaba colegir del respeto que tenian á sus vasallos. Sucedió por este tiempo un accidente que hizo novedad á los Españoles, y puso en confusion á los Indios. Descubrese desde lo alto del sitio, donde estaba entónces la ciudad de Tlascála, el volcan de Popocatepec en la cumbre de una sierra, que á distancia de ocho leguas se descuella considerablemente sobre los otros montes. Empezó en aquella sazon á turbar el dia con grandes y espantosas avenidas de humo tan rápido y violento, que subia derecho largo espacio del ayre, sin ceder á los ímpetus del viento, hasta que, perdiendo la fuerza en lo alto, se dexaba esparcir y dilatar á todas partes, y formaba una nube mas ó ménos obscura, segun la porcion de ceniza que llevaba consigo. Salian de quando en quando mezcladas con el humo algunas llamaradas ó globos de fuego, que, al parecer, se dividian en centellas; y serian las piedras encendidas que arrojaba el volcan, ó algunos pedazos de materia combustible, que duraban segun su alimento. No se espantaban los Indios de ver el humo, por ser freqüente y casi ordinario en este volcan; pero el fuego, que se manifestaba pocas veces, los entristecia y atemorizaba como presagio de venideros males: porque tenian aprendido que las centellas, quando se derramaban por el ayre, y no volvian á caer en el volcan, eran las almas de los tiranos que salian á castigar la tierra: y que sus Dioses, quando estaban indignados, se valian de ellos como instrumentos adequados á la calamidad de los pueblos. En este delirio de su imaginacion estaban discurriendo con Hernan Cortés Magiscatzín, y algunos de aquellos magnátes que ordinariamente le asistian: y él reparando en aquel rudo conocimiento que mostraban de la inmortalidad, premio y castigo de las almas, procuraba darles á entender los errores con que tenian desfigurada esta verdad, quando entró Diego de Ordaz á pedirle licencia para reconocer desde mas cerca el volcan, ofreciendo subir á lo alto de la sierra, y observar todo el secreto de aquella novedad. Espantaronse los Indios de oir semejante proposicion; y procurando informarle del peligro, y desviarle del intento, decian: "Que los mas valientes de su tierra solo se atrevian á visitar alguna vez unas ermitas de sus Dioses que estaban á la mitad de la eminencia; pero que de allí adelante no se hallaria huella de humano pie, ni eran sufribles los temblores y bramidos con que se defendia la montaña." Diego de Ordaz se encendió mas en su deseo con la misma dificultad que le ponderaban: y Hernan Cortés, aunque lo tuvo por temeridad, le dió licencia para intentarlo, porque viesen aquellos Indios, que no estaban negados, sus imposibles al valor de los Españoles: zeloso á todas horas de su reputacion y la de su gente. Acompañaron á Diego de Ordaz en esta faccion dos soldados de su compañía y algunos Indios principales, que ofrecieron llegar con él hasta las ermitas, lastimándose mucho de que iban á ser testigos de su muerte. Es el monte muy delicioso en su principio: hermoseanle por todas partes frondosas arboledas, que, subiendo largo trecho con la cuesta, suavizan el camino con su amenidad, y, al parecer, con engañoso divertimiento llevan al peligro por el deleyte. Vase despues esterilizando la tierra, parte con la nieve que dura todo el año en los parages que desampara el sol ó perdona el fuego, y parte con la ceniza que blanquea tambien desde lejos con la oposicion del humo. Quedaronse los Indios en la estancia de las ermitas, y partió Diego de Ordaz con sus dos soldados, trepando animosamente por los riscos, y poniendo muchas veces los pies donde estuvieron las manos: pero quando llegaron á poca distancia de la cumbre, sintieron que se movia la tierra con violentos y repetidos bayvenes, y percibieron los bramidos horribles del volcan, que á breve rato disparó con mayor estruendo gran cantidad de fuego envuelto en humo y ceniza: y aunque subió derecho sin calentar lo transversal del ayre, se dilató despues en lo alto, y volvió sobre los tres una lluvia de ceniza tan espesa y tan encendida, que necesitaron de buscar su defensa en el cóncavo de una peña, donde faltó el aliento á los Españoles, y quisieron volverse; pero Diego de Ordaz viendo que cesaba el terremoto, que se mitigaba el estruendo, y salia ménos denso el humo, los ánimo con adelantarse, y llegó intrepidamente á la boca del volcan, en cuyo fondo observó una gran masa de fuego, que, al parecer, hervia como materia líquida y resplandeciente; y reparó en el tamaño de la boca que ocupaba casi toda la cumbre, y tendria como un quarto de legua su circunferencia. Volvieron con esta noticia, y recibieron enhorabuenas de su hazaña, con grande asombro de los Indios, que redundó en mayor estimacion de los Españoles. Esta bizarría de Diego de Ordaz no pasó entónces de una curiosidad temeraria; pero el tiempo la hizo de conseqüencia, y todo servia en esta obra: pues hallándose despues el exército con falta de pólvora para la segunda entrada que se hizo por fuerza de armas en México, se acordó Cortés de los hervores de fuego líquido que se vieron en este volcan, y halló en él toda la cantidad que hubo menester de finísimo azufre para fabricar esta municion: con que se hizo recomendable y necesario el arrojamiento de Diego de Ordaz, y fué su noticia de tanto provecho en la conquista, que se la premió despues el Emperador con algunas mercedes, y ennobleció la misma faccion dándole por armas el volcan. Veinte dias se detuvieron los Españoles en Tlascála, parte por las visitas que ocurrieron de las naciones vecinas, y parte por el consuelo de los mismos naturales, tan bien hallados ya con los Españoles, que procuraban dilatar el plazo de su ausencia con varios festejos y regocijos públicos, bayles á su modo, y exercicios de sus agilidades. Señalado el dia para la jornada, se movió disputa sobre la eleccion del camino: inclinabase Cortés á ir por Cholúla, ciudad, como diximos, de gran poblacion, en cuyo distrito solian alojarse las tropas veteranas de Motezuma. Contradecian esta resolucion los Tlascaltécas, aconsejando que se guiáse la marcha por Guajozingo, pais abundante y seguro: porque los de Cholúla, sobre ser naturalmente sagaces y traydores, obedecian con miedo servil á Motezuma, siendo los vasallos de su mayor confianza y satisfaccion; á que añadian: "Que aquella ciudad estaba reputada en todos sus contornos por tierra sagrada y religiosa, por tener dentro de sus muros mas de quatrocientos templos con unos Dioses tan mal acondicionados, que asombraban el mundo con sus prodigios: por cuya razon no era seguro penetrar sus términos, sin tener primero algunas señales de su beneplácito." Los Zempoales, ménos supersticiosos ya con el trato de los Españoles, despreciaban estos prodigios; pero seguian la misma opinion, acordando y repitiendo los motivos que dieron en Zocothlán para desviar el exército de aquella ciudad. Pero ántes que se tomáse acuerdo en este punto, llegaron nuevos Embaxadores de Motezuma con otro presente, y noticia de que ya estaba su Emperador reducido á dexarse visitar de los Españoles, dignándose de recibir gratamente la embaxada que le traían: y entre otras cosas que discurrieron concernientes al viage, dieron á entender que dexaban prevenido el alojamiento en Cholúla; con que se hizo necesario el empeño de ir por aquella ciudad; no porque se fiáse mucho de esta inopinada y repentina mudanza de Motezuma, ni dexáse de parecer intempestiva y sospechosa tanta facilidad sobre tanta resistencia: pero Hernan Cortés ponia gran cuidado en que no le viesen aquellos Mexicanos rezeloso, de cuyo temor se componia su mayor seguridad. Los Tlascaltécas del gobierno, quando supieron la proposicion de Motezuma, dieron por hecho el trato doble de Cholúla, y volvieron á su instancia, temiendo con buena voluntad el peligro de sus amigos: y Magiscatzín, que tenia mayor afecto á los Españoles, y amaba particularmente á Cortés con inclinacion apasionada, le apretó mucho en que no fuese por aquella ciudad; pero él, que deseaba darle satisfaccion de lo que agradecia su cuidado, y estimaba su consejo, convocó luego á sus Capitanes, y en su presencia se propuso la duda, y se pesaron las razones que por una y otra parte ocurrian: cuya resolucion fué: "Que ya no era posible dexar de admitir el alojamiento que proponian los Mexicanos, sin que pareciese rezelo anticipado; ni quando fuese cierta la sospecha, convenia pasar á mayor empeño, dexando la traycion á las espaldas; ántes se debia ir á Cholúla para descubrir el ánimo de Motezuma, y dar nueva reputacion al exército con el castigo de sus asechanzas." Reduxose Magiscatzín al mismo dictámen, venerando con docilidad el superior juicio de los Españoles. Peno sin apartarse del rezelo que le obligó á sentir lo contrario, pidió licencia para juntar las tropas de su república, y asistir á la defensa de sus amigos en un peligro tan evidente: que no era razon que, por ser ellos invencibles, quitasen á los Tlascaltécas la gloria de cumplir con su obligacion. Pero Hernan Cortés, aunque no dexaba de conocer el riesgo, ni le sonó mal este ofrecimiento, se detuvo en admitirle, porque le hacia disonancia el empezar tan presto á desfrutar los socorros de aquella gente recien pacificada: y así le respondió agradeciendo mucho su atencion; y últimamente le dixo: "Que no era necesaria por entónces aquella prevencion;" pero se lo dixo con floxedad, como quien deseaba que se hiciese, y no queria darlo á entender: especie de rehusar, que suele ser poco ménos que pedir. CAPITULO V. _Hallanse nuevos indicios del trato doble de Cholúla: marcha el exército la vuelta de aquella ciudad, reforzado con algunas Capitanías de Tlascála._ Era cierto que Motezuma, sin resolverse á tomar las armas contra los Españoles, trataba de acabar con ellos, sirviéndose del ardid, primero que de la fuerza. Tenianle de nuevo atemorizado las respuestas de sus oráculos: y el demonio, á quien embarazaba mucho la vecindad de los Christianos, le apretaba con horribles amenazas en que los apartáse de sí: unas veces enfurecia los sacerdotes y agoreros para que le irritasen y enfureciesen: otras se le aparecia, tomando la figura de sus ídolos, y le hablaba para introducir desde mas cerca el espíritu de la ira en su corazon; pero siempre le dexaba inclinado á la traycion y al engaño, sin proponerle que usáse de su poder y de sus fuerzas. O no tendria permision para mayor violencia, ó como nunca sabe aconsejar lo mejor, le retiraba los medios generosos, para envilecerle con lo mismo que le animaba. Por una parte le faltaba el valor para dexarse ver de aquella gente prodigiosa; y por otra le parecia despreciable y de corto número su exército para empeñar descubiertamente sus armas: y hallando pundonor en los engaños, trataba solo de apartarlos de Tlascála, donde no podia introducir las asechanzas, y llevarlos á Cholúla, donde las tenia ya dispuestas y prevenidas. Reparó Hernan Cortés en que no venian los de aquel gobierno á visitarle, y comunicó su reparo á los Embaxadores Mexicanos, estrañando mucho la desatencion de los Caciques, á cuyo cargo estaba su alojamiento: pues no podian ignorar que le habian visitado con ménos obligacion todas las poblaciones del contorno. Procuraron ellos disculpar á los de Cholúla, sin dexar de confesar su inadvertencia: y al parecer, solicitaron la emienda con algun aviso en diligencia; porque tardaron poco en venir de parte de la ciudad quatro Indios mal ataviados, gente de poca suposicion para Embaxadores, segun el uso de aquellas naciones. Desacato que acriminaron los de Tlascála como nuevo indicio de su mala intencion: y Hernan Cortés no los quiso admitir; ántes mandó que se volviesen luego, diciendo en presencia de los Mexicanos: "Que sabian poco de urbanidad los Caciques de Cholúla, pues querian emendar un descuido con una descortesía." Llegó el dia de la marcha; y por mas que los Españoles tomaron la mañana para formar su esquadron y el de los Zempoales, hallaron ya en el campo un exército de Tlascaltécas prevenido por el Senado á instancia de Magiscatzín, cuyos Cabos dixeron á Cortés: "Que tenian órden de la república para servir debaxo de su mano, y seguir sus banderas en aquella jornada, no solo hasta Cholúla, sino hasta México, donde consideraban el mayor peligro de su empresa." Estaba la gente puesta en órden; y aunque unida y apretada, segun el estílo de su milicia, ocupaba largo espacio de tierra; porque habian convocado todas las naciones de su confederacion, y hecho un esfuerzo extraordinario para la defensa de sus amigos, suponiendo que llegaria el caso de afrontarse con las huestes de Motezuma. Distinguianse las Capitanías por el color de los penachos, y por la diferencia de las insignias, águilas, leones y otros animales feroces levantados en alto, que, no sin presuncion de geroglíficos ó empresas, contenian significacion, y acordaban á los soldados la gloria militar de su nacion. Algunos de nuestros escritores se alargan á decir que constaba todo el grueso de cien mil hombres armados: otros andan mas detenidos en lo verisímil; pero con el número menor queda grande la accion de los Tlascaltécas, digna verdaderamente de ponderacion por la substancia y por el modo. Agradeció Cortés con palabras de todo encarecimiento esta demostracion: y necesitó de alguna porfía para reducirlos á que no convenia que le siguiese tanta gente quando iba de paz; pero lo consiguió finalmente, dexándolos satisfechos con permitir que le siguiesen algunas Capitanías con sus Cabos, y quedáse reservado el grueso para marchar en su socorro, si lo pidiese la necesidad. Nuestro Bernal Diaz escribe que llevó consigo dos mil Tlascaltécas. Antonio de Herrera dice tres mil; pero el mismo Hernan Cortés confiesa en sus relaciones que llevó seis mil; y no cuidaba tan poco de su gloria, que supondria mayor número de gente, para dexar ménos admirable su resolucion. Puesta en órden la marcha.... Pero no pasemos en silencio una novedad que merece reflexîon, y pertenece á este lugar. Quedó en Tlascála, quando salieron los Españoles de aquella ciudad, una cruz de madera, fixa en un lugar eminente y descubierto, que se colocó de comun consentimiento el dia de la entrada: y Hernan Cortés no quiso que se deshiciese, por mas que se tratasen como culpas los excesos de su piedad, ántes encargó á los Caciques su veneracion; pero debia de ser necesaria mayor recomendacion para que duráse con seguridad entre aquellos Infieles: porque apénas se apartaron de la ciudad los Christianos, quando á vista de los Indios baxó del cielo una prodigiosa nube á cuidar de su defensa. Era de agradable y exquisita blancura, y fué descendiendo por la region del ayre, hasta que, dilatada en forma de coluna, se detuvo perpendicularmente sobre la misma cruz, donde perseveró mas ó ménos distinta (maravillosa providencia) tres ó quatro años que se dilató por varios accidentes la conversion de aquella provincia. Salia de la nube un género de resplandor mitigado, que infundia veneracion, y no se dexaba mezclar entre las tinieblas de la noche. Los Indios se atemorizaban al principio, conociendo el prodigio, sin discurrir en el misterio; pero despues consideraron mejor aquella novedad, y perdieron el miedo sin menoscabo de la admiracion. Decian públicamente que aquella santa señal encerraba dentro de sí alguna Deidad, y que no en vano la veneraban tanto sus amigos los Españoles: procuraban imitarlos, doblando la rodilla en su presencia, y acudian á ella con sus necesidades, sin acordarse de los ídolos, ó freqüentando ménos sus adoratorios: cuya devocion (si así se puede llamar aquel género de afecto que sentian como influencia de causa no conocida) fué creciendo con tanto fervor de nobles y plebeyos, que los sacerdotes y agoreros entraron en zelos de su religion, y procuraron diversas veces arrancar y hacer pedazos la cruz; pero siempre volvian escarmentados, sin atreverse á decir lo que les sucedia, por no desautorizarse con el pueblo. Así lo refieren Autores fidedignos, y así cuidaba el Cielo de ir disponiendo aquellos ánimos para que recibiesen despues con ménos resistencia el Evangelio: como el labrador, que, ántes de repartir la semilla, facilita su produccion con el primer beneficio de la tierra. No se ofreció novedad en la primera marcha; porque ya no lo era el concurso innumerable de los Indios que salian á los caminos, ni aquellos alaridos que pasaban por aclamaciones. Caminaronse quatro leguas de las cinco que distaba entónces Cholúla de la antigua Tlascála: y pareció hacer alto cerca de un rio de apacible ribera, por no entrar con la noche á los ojos en lugar de tanta poblacion. Poco despues que se asentó el quartel, y distribuyeron las órdenes convenientes á su defensa y seguridad, llegaron segundos Embaxadores de aquella ciudad, gente de mas porte, y mejor adornada. Traían un regalo de vituallas diferentes, y dieron su embaxada con grande aparato de reverencias, que se reduxo á disculpar la tardanza de sus Caciques, con pretexto de que no podian entrar en Tlascála, siendo sus enemigos los de aquella nacion: ofrecer el alojamiento que tenia prevenido su ciudad; y ponderar el regocijo con que celebraban sus ciudadanos la dicha de merecer unos huespedes tan aplaudidos por sus hazañas, y tan amables por su benignidad: dicho uno y otro con palabras, al parecer, sencillas, ó que traían bien desfigurado el artificio. Hernan Cortés admitió gratamente la disculpa y el regalo, cuidando tambien de que no se conociese afectacion en su seguridad: y el dia siguiente, poco despues de amanecer, se continuó la marcha con la misma órden, y no sin algun cuidado, que obligó á mayor vigilancia: porque tardaba el recibimiento de la ciudad, y no dexaba de hacer ruido este reparo entre los demas indicios. Pero al llegar el exército cerca de la poblacion, prevenidas ya las armas para el combate, se dexaron ver los Caciques y sacerdotes con numeroso acompañamiento de gente desarmada. Mandó Cortés que se hiciese alto para recibirlos; y ellos cumplieron con su funcion tan reverentes y regocijados, que no dexaron que rezelar por entónces al cuidado con que se observaban sus acciones y movimientos; pero al reconocer el grueso de los Tlascaltécas que venía en la retaguardia, torcieron el semblante, y se levantó entre los mas principales del recibimiento un rumor desagradable, que volvió á despertar el rezelo en los Españoles. Dióse órden á Doña Marina para que averiguáse la causa de aquella novedad; y por su medio respondieron: "Que los de Tlascála no podian entrar con armas en su ciudad, siendo enemigos de su nacion, y rebeldes á su Rey." Instaban en que se detuviesen, y retirasen luego á su tierra como estorvos de la paz que se venía publicando, y representaban sus inconvenientes sin alterarse ni descomponerse, firmes en que no era posible; pero contenida la determinacion en los límites del ruego. Hallóse Cortés algo embarazado con esta demanda, que parecia justificada, y podia ser poco segura: procuró sosegarlos con esperanzas de algun temperamento, que mediáse aquella diferencia; y comunicando brevemente la materia con sus Capitanes, pareció que sería bien proponer á los Tlascaltécas que se alojasen fuera de la ciudad, hasta que se penetráse la intencion de aquellos Caciques, ó se volviese á la marcha. Fueron con esta proposicion, que, al parecer, tenia su dureza, los Capitanes Pedro de Alvarado y Christoval de Olid, y la hicieron, valiéndose igualmente de la persuasion y de la autoridad, como quien llevaba la órden, y obligaba con dar la razon. Pero ellos anduvieron tan atentos, que atajaron la instancia, diciendo: "Que no venian á disputar, sino á obedecer, y que tratarian luego de abarracarse fuera de la poblacion en parage donde pudiesen acudir prontamente á la defensa de sus amigos, ya que se querian aventurar contra toda razon, fiándose de aquellos traydores." Comunicóse luego este partido con los de Cholúla, y le abrazaron tambien con facilidad, quedando ambas naciones no solo satisfechas, sino con algun género de vanidad, hecha de su misma oposicion: los unos, porque se persuadieron á que vencian, dexando poco ayrosos y desacomodados á sus enemigos; y los otros, porque se dieron á entender que el no admitirlos en su ciudad era lo mismo que temerlos. Así equivoca la imaginacion de los hombres la esencia y el color de las cosas, que ordinariamente se estiman como se aprenden, y se aprenden como se desean. CAPITULO VI. _Entran los Españoles en Cholúla, donde procuran engañarlos con hacerles en lo exterior buena acogida: descubrese la traycion que tenian prevenida, y se dispone su castigo._ La entrada que los Españoles hicieron en Cholúla fué semejante á la de Tlascála: innumerable concurso de gente, que se dexaba romper con dificultad: aclamaciones de bullicio: mugeres que arrojaban y repartian ramilletes de flores: Caciques y sacerdotes que freqüentaban reverencias y perfumes: variedad de instrumentos, que hacian mas estruendo que música, repartidos por las calles: y tan bien imitado en todos el regocijo, que llegaron á tenerle por verdadero los mismos que venian rezelosos. Era la ciudad de tan hermosa vista, que la comparaban á nuestra Valladolid, situada en un llano desahogado por todas partes del horizonte, y de grande amenidad: dicen que tendria veinte mil vecinos dentro de sus muros, y que pasaria de este número la poblacion de sus arrabales. Freqüentabanla ordinariamente muchos forasteros, parte como santuario de sus Dioses, y parte como emporio de su mercancía. Las calles eran anchas y bien distribuidas: los edificios mayores y de mejor arquitectura que los de Tlascála, cuya opulencia se hacia mas suntuosa con las torres, que daban á conocer la multitud de sus templos. La gente ménos belicosa que sagaz: hombres de trato, y oficiales: poca distincion, y mucho pueblo. El alojamiento que tenian prevenido se componia de dos ó tres casas grandes y contiguas, donde cupieron Españoles y Zempoales, y pudieron fortificarse unos y otros, como lo aconsejaba la ocasion, y no lo estrañaba la costumbre. Los Tlascaltécas eligieron sitio para su quartel poco distante de la poblacion; y cerrándole con algunos reparos, hacian sus guardias, y ponian sus centinelas, mejorada ya su milicia con la imitacion de sus amigos. Los primeros tres ó quatro dias fué todo quietud y buen pasage. Los Caciques acudian con puntualidad al obsequio de Cortés, y procuraban familiarizarse con sus Capitanes. La provision de las vituallas corria con abundancia y liberalidad, y todas las demostraciones eran favorables, y convidaban á la seguridad; tanto, que se llegaron á tener por falsos y ligeramente creidos los rumores antecedentes: fácil á todas horas en fabricar ó fingir sus alivios el cuidado. Pero no tardó mucho en manifestarse la verdad; ni aquella gente acertó á durar en su artificio hasta lograr sus intentos: astuta por naturaleza y profesion; pero no tan despierta y avisada, que se supiesen entender su habilidad y su malicia. Fueron poco á poco retirando los víveres: cesó de una vez el agasajo y asistencia de los Caciques: los Embaxadores de Motezuma tenian sus conferencias recatadas con los sacerdotes; conociase algun género de irrision y falsedad en los semblantes; y todas las señales inducian novedad, y despertaban el rezelo mal adormecido. Trató Cortés de aplicar algunos medios para inquirir y averiguar el ánimo de aquella gente; y al mismo tiempo se descubrió de sí misma la verdad, adelantándose á las diligencias humanas la providencia del Cielo tantas veces experimentada en esta conquista. Estrechó amistad con Doña Marina una India anciana, muger principal, y emparentada en Cholúla. Visitabala muchas veces con familiaridad, y ella no se lo desmerecia con el atractivo natural de su agrado y discrecion. Vino aquel dia mas temprano, y al parecer, asustada ó cuidadosa: retiróla misteriosamente de los Españoles, y encargando el secreto con lo mismo que recataba la voz, empezó á condolerse de su esclavitud, y á persuadirla: "Que se apartáse de aquellos extrangeros aborrecibles, y se fuese á su casa, cuyo alvergue la ofrecia como refugio de su libertad." Doña Marina, que tenia bastante sagacidad, confirió esta prevencion con los demas indicios: y fingiendo que venía oprimida, y contra su voluntad entre aquella gente, facilitó la fuga, y aceptó el hospedage con tantas ponderaciones de su agradecimiento, que la India se dió por segura, y descubrió todo el corazon. Dixola: "Que convenia en todo caso que se fuese luego, porque se acercaba el plazo señalado entre los suyos para destruir á los Españoles; y no era razon que una muger de sus prendas pereciese con ellos: que Motezuma tenia prevenidos á poca distancia veinte mil hombres de guerra para dar calor á la faccion: que de este grueso habian entrado ya en la ciudad á la deshilada seis mil soldados escogidos: que se habia repartido cantidad de armas entre los paisanos: que tenian de repuesto muchas piedras sobre los terrados, y abiertas en las calles profundas zanjas, en cuyo fondo habian fixado estacas puntiagudas, fingiendo el plano con una cubierta de la misma tierra, fundada sobre apoyos frágiles, para que cayesen y se mancasen los caballos: que Motezuma trataba de acabar con todos los Españoles; pero encargaba que le llevasen algunos vivos para satisfacer á su curiosidad y al obsequio de sus Dioses; y que habia presentado á la ciudad una caxa de guerra, hecha de oro cóncavo, primorosamente vaciado, para excitar los ánimos con este favor militar." Y últimamente Doña Marina, dando á entender que se alegraba de lo bien que tenian dispuesta su empresa, y dexando caer algunas preguntas, como quien celebraba lo que inquiria, se halló con noticia cabal de toda la conjuracion. Fingió que se queria ir luego en su compañía, y con pretexto de recoger sus joyas, y algunas preseas de su peculio, hizo lugar para desviarse de ella sin desconfiarla. Dió cuenta de todo á Cortés; y él mandó prender á la India, que, á pocas amenazas, confesó la verdad entre turbada y convencida. Poco despues vinieron unos soldados Tlascaltécas recatados en trage de paisanos, y dixeron á Cortés de parte de sus Cabos: "Que no se descuidáse, porque habian visto desde su quartel que los de Cholúla retiraban á los lugares del contorno su ropa y sus mugeres;" señal evidente de que maquinaban alguna traycion. Súpose tambien que aquella mañana se habia celebrado en el templo mayor de la ciudad un sacrificio de diez niños de ambos sexôs: ceremonia de que usaban quando querian emprender algun hecho militar; y al mismo tiempo llegaron dos ó tres Zempoales, que saliendo casualmente á la ciudad, habian descubierto el engaño de las zanjas, y visto en las calles de los lados algunos reparos y estacadas que tenian hechos para guiar los caballos al precipicio. No se necesitaba de mayor comprobacion para verificar el intento de aquella gente; pero Hernan Cortés quiso apurar mas la noticia, y poner su razon en estado que no se la pudiesen negar, teniendo algunos testigos principales de la misma nacion que hubiesen confesado el delito: para cuyo efecto mandó llamar al primer sacerdote, de cuya obediencia pendian los demas, y que le truxesen otros dos ó tres de la misma profesion: gente que tenia grande autoridad con los Caciques, y mayor con el pueblo. Fuélos exâminando separadamente, no como quien dudaba su intencion, sino como quien se lamentaba de su alevosía; y dándoles todas las señas de lo que sabía, callaba el modo, para cebar su admiracion con el misterio, y dexarlos desvariar en el concepto de su ciencia. Ellos se persuadieron á que hablaban con alguna Deidad que penetraba lo mas oculto de los corazones, y no se atrevieron á proseguir su engaño; ántes confesaron luego la traycion con todas sus circunstancias, culpando á Motezuma, de cuya órden estaba dispuesta y prevenida. Mandólos aprisionar secretamente, porque no moviesen algun ruido en la ciudad. Dispuso tambien que se tuviese cuidado con los Embaxadores de Motezuma, sin dexarlos salir, ni comunicar con los de la tierra: y convocando á sus Capitanes, les refirió todo el caso, y les dió á entender quánto convenia no dexar sin castigo todo aquel atentado: facilitando la faccion, y ponderando sus conseqüencias con tanta energía y resolucion, que todos se reduxeron á obedecerle, dexando á su prudencia la direccion y el acierto. Hecha esta diligencia, llamó á los Caciques Gobernadores de la ciudad, y publicó su jornada para otro dia; no porque la tuviese dispuesta, ni fuese posible, sino por estrechar el término á sus prevenciones. Pidióles bastimentos para la marcha, Indios de carga para el bagage, y hasta dos mil hombres de guerra que le acompañasen, como lo habian hecho los Tlascaltécas y Zempoales. Ellos ofrecieron con alguna tibieza y falsedad los bastimentos y Tamenes, y con mayor prontitud la gente armada que se les pedia, en que andaban encontrados los designios: pediala Cortés para desunir sus fuerzas, y tener en su poder parte de los traydores que habia de castigar; y los Caciques la ofrecian para introducir en el exército contrario aquellos enemigos encubiertos, y servirse de ellos, quando llegáse la ocasion. Ardides ambos que tenian su razon militar; si pueden llamarse razon este género de engaños que hizo lícitos la guerra, y nobles el exemplo. Dióse noticia de todo á los Tlascaltécas, y órden para que estuviesen alerta, y al rayar el dia se fuesen acercando á la poblacion, como que se movian para seguir la marcha: y en oyendo el primer golpe de los arcabuces entrasen á viva fuerza en la ciudad, y viniesen á incorporarse con el exército, llevándose tras sí toda la gente que hallasen armada. Cuidóse tambien de que los Españoles y Zempoales tuviesen prevenidas sus armas, y entendida la faccion en que las habian de emplear. Y luego que llegó la noche, cerrado ya el quartel con las guardias y centinelas á que obligaba la ocurrencia presente, llamó Cortés á los Embaxadores de Motezuma, y con señas de intimidad, como quien les fiaba lo que no sabian, les dixo: "Que habia descubierto y averiguado una gran conjuracion que le tenian armada los Caciques y ciudadanos de Cholúla: dióles señas de todo lo que ordenaban y disponian contra su persona y exército: ponderó quanto faltaban á las leyes de la hospitalidad, al establecimiento de la paz, y al seguro de su Príncipe. Y añadió: que no solamente lo sabía por su propia especulacion y vigilancia; pero se lo habian confesado ya los principales conjurados, disculpándose del trato doble con otra mayor culpa: pues se atrevian á decir que tenian órden y asistencias de Motezuma para deshacer alevosamente su exército: lo qual ni era verisímil, ni se podia creer semejante indignidad de un Príncipe tan grande. Por cuya causa estaba resuelto á tomar satisfaccion de su ofensa con todo él rigor de sus armas: y se lo comunicaba para que tuviesen comprehendida su razon, y entendido que no le irritaba tanto el delito principal, como la circunstancia de querer aquellos sediciosos autorizar su traycion con el nombre de su Rey." Los Embaxadores procuraron fingir, como pudieron, que no sabian la conjuracion, y trataron de salvar el credito de su Príncipe, siguiendo el camino en que los puso Cortés con baxar el punto de su queja. No convenia entónces desconfiar á Motezuma, ni hacer de un poderoso resuelto á disimular, un enemigo poderoso y descubierto: por cuya consideracion se determinó á desbaratar sus designios, sin darle á entender que los conocia, tratando solamente de castigar la obra en sus instrumentos, y contentándose con reparar el golpe sin atender al brazo. Miraba como empresa de poca dificultad el deshacer aquel trozo de gente armada que tenia prevenida para socorrer la sedicion, hecho á mayores hazañas con menores fuerzas; y estaba tan lejos de poner duda en el suceso, que tuvo á felicidad (ó por lo ménos así lo ponderaba entre los suyos) que se le ofreciese aquella ocasion de adelantar con los Mexicanos la reputacion de sus armas. Y á la verdad, no le pesó de ver tan embarazado en los ardides el ánimo de Motezuma, pareciéndole que no discurriria en mayores intentos quien la buscaba por las espaldas, y descubria entre sus mismos engaños la flaqueza de su resolucion. CAPITULO VII. _Castígase la traycion de Cholúla: vuelvese á reducir y pacificar la ciudad, y se hacen amigos los de esta nacion con los Tlascaltécas._ Fueron llegando con el dia los Indios de carga que se habian pedido, y algunos bastimentos, prevenido uno y otro con engañosa puntualidad. Vinieron despues en tropas deshiladas los Indios armados, que, con pretexto de acompañar la marcha, traían su contraseña para embestir por la retaguardia, quando llegáse la ocasion: en cuyo número no anduvieron escasos los Caciques; ántes dieron otro indicio de su intencion, enviando mas gente que se les pedia. Pero Hernan Cortés los hizo dividir en los patios del alojamiento, donde los aseguró mañosamente, dándoles á entender que necesitaba de aquella separacion para ir formando los esquadrones á su modo. Puso luego en órden sus soldados, bien instruidos en lo que debian executar; y montando á caballo con los que le habian de seguir en la faccion, hizo llamar á los Caciques para justificar con ellos su determinacion: de los quales vinieron algunos, y otros se excusaron. Dixoles en voz alta, y Doña Marina se lo interpretó con igual vehemencia: "Que ya estaba descubierta su traycion, y resuelto su castigo, de cuyo rigor conocerian quánto les convenia la paz que trataban de romper alevosamente." Y apénas empezó á protestarles el daño que recibiesen, quando ellos se retiraron á incorporarse con sus tropas, huyendo en mas que ordinaria diligencia, y rompiendo la guerra con algunas injurias y amenazas, que se dexaron oir desde lejos. Mandó entónces Hernan Cortés que cerrase la infantería con los Indios naturales que tenia divididos en los patios: y aunque fueron hallados con las armas prevenidas para executar su traycion, y trataron de unirse para defenderse, quedaron rotos y deshechos con poca dificultad, escapando solamente con la vida los que pudieron esconderse, ó se arrojaron por las paredes, sirviéndose de su ligereza, y de sus mismas lanzas para saltar de la otra parte. Aseguradas las espaldas con el estrago de aquellos enemigos encubiertos, se hizo la seña para que se moviesen los Tlascaltécas: avanzó poco á poco el exército por la calle principal, dexando en el quartel la guardia que pareció necesaria. Echaronse delante algunos de los Zempoales, que fuesen descubriendo las zanjas, porque no peligrasen los caballos. No estaban descuidados entónces los de Cholúla: que hallándose ya empeñados en la guerra descubierta, convocaron el resto de los Mexicanos, y unidos en una gran plaza, donde habia tres ó quatro adoratorios, pusieron en lo alto de sus atrios y torres parte de su gente, y los demas se dividieron en diferentes esquadrones para cerrar con los Españoles. Pero al mismo tiempo que desembocó en la plaza el exército de Cortés, y se dió de una parte y otra la primera carga, cerró por la retaguardia con los enemigos el trozo de Tlascála, cuyo inopinado accidente los puso en tanto pavor y desconcierto, que ni pudieron huir, ni supieron defenderse; y solo se hallaba mas embarazo que oposicion en algunas tropas descaminadas, que andaban de un peligro en otro con poca ó ninguna eleccion: gente sin consejo, que acometia para escapar, y las mas veces daban el pecho, sin acordarse de las manos. Murieron muchos en este género de combates repetidos; pero el mayor número escapó á los adoratorios, en cuyas gradas y terrados se descubrió una multitud de hombres armados, que ocupaban, mas que guarnecian, las eminencias de aquellos grandes edificios. Encargaronse de su defensa los Mexicanos; pero se hallaban ya tan embarazados y oprimidos, que apénas pudieron revolverse para dar algunas flechas al viento. Acercóse con su exército Hernan Cortés al mayor de los adoratorios, y mandó á sus intérpretes, que, levantando la voz, ofreciesen buen pasage á los que voluntariamente baxasen á rendirse: cuya diligencia se repitió con segundo y tercer requerimiento; y viendo que ninguno se movia, ordenó que se pusiese fuego á los torreones del mismo adoratorio: lo qual asientan que llegó á executarse, y que perecieron muchos al rigor del incendio y la ruina. No parece fácil que se pudiese introducir la llama en aquellos altos edificios, sin abrir primero el paso de las gradas; si ya no lo consiguió Hernan Cortés, valiéndose de las flechas encendidas con que arrojaban los Indios á larga distancia sus fuegos artificiales. Pero nada bastó para desalojar al enemigo, hasta que se abrevió el asalto por el camino que abrió la artillería; y se observó dignamente que solo uno de tantos como fueron deshechos en este adoratorio se rindió voluntariamente á la merced de los Españoles. ¡Notable seña de su obstinacion! Hizose la misma diligencia en los demas adoratorios, y despues se corrió la ciudad, que á breve rato quedó enteramente despoblada, y cesó la guerra por falta de enemigos. Los Tlascaltécas se desmandaron con algun exceso en el pillage, y costó su dificultad el recogerlos: hicieron muchos prisioneros: cargaron de ropas y mercaderías de valor; y particularmente se cebaron en los almacenes de la sal, de cuya provision remitieron luego algunas cargas á su ciudad, atendiendo á la necesidad de su patria en el mismo calor de su codicia. Quedaron muertos en las calles, templos y casas fuertes mas de seis mil hombres entre naturales y Mexicanos. Faccion bien ordenada, y conseguida sin alguna pérdida de los nuestros, que en la verdad tuvo mas de castigo que de victoria. Retiróse luego Hernan Cortés á su alojamiento con los Españoles y Zempoales: y señalando quartel dentro de la ciudad á los Tlascaltécas, trató de que fuesen puestos en libertad todos los prisioneros de ambas naciones, cuyo número se componia de la gente mas principal, que se iba reservando como presa de mas estimacion. Llamólos primero á su presencia: y mandando que saliesen tambien de su retiro los sacerdotes, la India que descubrió el trato, y los Embaxadores de Motezuma, hizo á todos un breve razonamiento, doliéndose de que le hubiesen obligado los vecinos de aquella ciudad á tan severa demostracion; y despues de ponderar el delito, y de asegurar á todos que ya estaba desenojado y satisfecho, mandó pregonar el perdon general de lo pasado, sin excepcion de personas; y pidió con agradable resolucion á los Caciques, que tratasen de que se volviese á poblar su ciudad, recogiendo los fugitivos, y asegurando á los temerosos. No acababan ellos de creer su libertad, enseñados al rigor con que solian tratar á sus prisioneros; y besando la tierra en demostracion de su agradecimiento, se ofrecieron con humilde solicitud á la execucion de esta órden. Los Embaxadores procuraron disimular su confusion, aplaudiendo el suceso de aquel dia: y Hernan Cortés se congratuló con ellos, dexándose llevar de su disimulacion para mantenerlos en buena fé, y afirmarse con nuevas exterioridades en la política de interesar á Motezuma en el castigo de sus mismos estratagemas. Volvióse á poblar brevemente la ciudad, porque la demostracion de poner en libertad á los Caciques y sacerdotes con tanta prontitud, y lo que ponderaron ellos esta clemencia de los Españoles sobre tan justa provocacion, bastó para que se aseguráse la gente que andaba derramada por los lugares del contorno. Restituyeronse luego á sus casas los vecinos con sus familias: abrieronse las tiendas, manifestaronse las mercaderías, y el tumulto se convirtió de una vez en obediencia y seguridad. Accion en que no se conoció tanto la natural facilidad con que se movian aquellos Indios de un extremo á otro, como el gran concepto en que tenian á los Españoles: pues hallaron en la misma justificacion de su castigo toda la razon que hubieron menester para fiarse de su emienda. El dia siguiente á la faccion llegó Xicotencál con un exército de veinte mil hombres que, al primer aviso de los suyos, remitió la república de Tlascála para el socorro de los Españoles. Tenian prevenidas sus tropas, rezelando el suceso, y en todo se iban experimentando las atenciones de aquella nacion. Hicieron alto fuera de la ciudad, y Hernan Cortés los visitó y regaló con toda estimacion de su fineza; pero los reduxo á que se volviesen, diciendo á Xicotencál y á sus Capitanes: "Que ya no era necesaria su asistencia para la reduccion de Cholúla, y que hallándose con resolucion de marchar brevemente la vuelta de México, no le convenia despertar la resistencia de Motezuma, ó provocarle á que rompiese la guerra, introduciendo en su dominio un grueso tan numeroso de Tlascaltécas enemigos descubiertos de los Mexicanos." A cuya razon no tuvieron que replicar; ántes la conocieron y confesaron con ingenuidad, ofreciendo tener prevenidas sus tropas, y acudir al socorro siempre que lo pidiese la necesidad. Trató Cortés, primero que se retirasen, de hacer amigas aquellas dos naciones de Tlascála y Cholúla: introduxo la plática, desvió las dificultades; y como tenia ya tan asentada su autoridad con ambas parcialidades, lo consiguió en breves dias, y se celebró acto de confederacion y alianza entre las dos ciudades y sus distritos con asistencia de sus Magistrados, y con las solemnidades y ceremonias de su costumbre: cuerda mediacion, á que le obligaria la conveniencia de abrir el paso á los de Tlascála, para que pudiesen subministrar con mayor facilidad los socorros de que necesitáse, ó no dexar aquel estorvo en su retirada, si el suceso no respondiese favorablemente á su esperanza. Así pasó el castigo de Cholúla, tan ponderado en los libros extrangeros y en alguno de los naturales, que consiguió por este medio el aplauso miserable de verse citado contra su nacion. Ponen esta faccion entre las atrocidades que refieren de los Españoles en las Indias, de cuyo encarecimiento se valen para desaprobar, ó satirizar la conquista. Quieren dar al impulso de la codicia, y á la sed del oro toda la gloria de lo que obraron nuestras armas, sin acordarse de que abrieron el paso á la Religion, concurriendo en sus operaciones especial asistencia el brazo de Dios. Lastímanse mucho de los Indios, tratándolos como gente indefensa y sencilla, para que sobresalga lo que padecieron: maligna compasion, hija del odio y de la envidia. No necesita el caso de Cholúla de mas defensa que su misma narracion. En él se conoce la malicia de aquellos bárbaros, como se sabian aprovechar de la fuerza y del engaño, y quan justamente fué castigada su alevosía: y de él se puede colegir quan apasionadamente se refieren otros casos de horrible inhumanidad, ponderados con la misma afectacion. No dexamos de conocer que se vieron en algunas partes de las Indias acciones dignas de reprehension, obradas con queja de la piedad y de la razon; pero ¿en quál empresa justa ó santa se dexaron de perdonar algunos inconvenientes? ¿De quál exército bien disciplinado se pudieron desterrar enteramente los abusos y desórdenes, que llama el mundo licencias militares? ¿Y qué tienen que ver estos inconvenientes menores con el acierto principal de la conquista? No pueden negar los émulos de la nacion Española, que resultó de este principio, y se consiguió con estos instrumentos la conversion de aquella gentilidad, y el verse hoy restituida tanta parte del mundo á su Criador. Querer que no fuese del agrado de Dios, y de su altísima ordenacion la conquista de las Indias, por este ó aquel delito de los Conquistadores, es equivocar la substancia con los accidentes: que hasta en la obra inefable de nuestra Redencion se presupuso como necesaria para la salud universal, la malicia de aquellos pecadores permitidos, que ayudaron á labrar el mayor remedio con la mayor iniquidad. Puedense conocer los fines de Dios en algunas disposiciones, que traen consigo las señales de su providencia; pero la proporcion, ó congruencia de los medios por donde se encaminan, es punto reservado á su eterna sabiduría, y tan escondido á la prudencia humana, que se deben oir con desprecio estos juicios apasionados, cuyas sutilezas quieren parecer valentías del entendimiento, siendo en la verdad atrevimientos de la ignorancia. CAPITULO VIII. _Parten los Españoles de Cholúla: ofreceseles nueva dificultad en la montaña de Chalco; y Motezuma procura detenerlos por medio de sus nigrománticos._ Ibase acercando el plazo de la jornada, y algunos Zempoales de los que militaban en el exército (temiesen el empeño de pasar á la corte de Motezuma, ó pudiese mas que su reputacion el amor de la patria) pidieron licencia para retirarse á sus casas. Concediósela Cortés sin dificultad, agradeciéndoles mucho lo bien que le habian asistido; y con esta ocasion envió algunas alhajas de presente al Cacique de Zempoala, encargándole de nuevo los Españoles que dexó en su distrito sobre la fé de su amistad y confederacion. Escribió tambien á Juan de Escalante, ordenándole con particular instancia, que procuráse remitirle alguna cantidad de harina para las hostias, y vino para las Misas, cuya provision se iba estrechando, y cuya falta sería de gran desconsuelo suyo y de toda su gente. Dióle noticia por menor de los progresos de su jornada, para que estuviese de buen ánimo, y asistiese con mayor cuidado á la fortaleza de la Vera Cruz, tratando de ponerla en defensa, no ménos por su propia seguridad, que por lo que se debia rezelar de Diego Velazquez: cuya natural inquietud y desconfianza no dexaba de hacer algun ruido entre los demas cuidados. Llegaron á esta sazon nuevos Embaxadores de Motezuma, que, con noticia ya de todo el suceso de Cholúla, trató de sincerarse con los Españoles, dando las gracias á Cortés de que hubiese castigado aquella sedicion. Ponderaron frivolamente la indignacion y el sentimiento de su Rey, cuyo artificio se reduxo á infamar con el nombre de traydores á los mismos que le habian obedecido en la traycion. Vino dorada esta noticia con otro presente de igual riqueza y ostentacion; y segun lo que sucedió despues, no dexó de tener mayor designio la embaxada: porque miró tambien al intento de poner en nueva seguridad á Cortés, para que marcháse ménos rezeloso, y se dexáse llevar á otra zelada que le tenian prevenida en el camino. Executóse finalmente la marcha despues de catorce dias que ocuparon los accidentes referidos: y la primera noche se aquarteló el exército en un village de la jurisdiccion de Guajozingo, donde acudieron luego los principales de aquel gobierno, y de otras poblaciones vecinas con bastante provision de bastimentos, y algunos presentes de poco valor, bastantes para conocer el afecto con que aguardaban á los Españoles. Halló Cortés entre aquella gente las mismas quejas de Motezuma que se oyeron en las provincias mas distantes; y no le pesó de que durasen aquellos humores tan cerca del corazon, pareciéndole que no podia ser muy poderoso un Príncipe con tantas señas de tirano, á quien faltaba en el amor de sus vasallos el mayor presidio de los Reyes. El dia siguiente se prosiguió la marcha por una sierra muy aspera, que se comunicaba, mas ó ménos eminente, con la montaña del volcan. Iba cuidadoso Cortés; porque uno de los Caciques de Guajozingo le dixo, al partir, que no se fiáse de los Mexicanos, porque tenian emboscada mucha gente de la otra parte de la cumbre, y habian cegado con grandes piedras y árboles cortados el camino real que baxa desde lo alto á la provincia de Chalco, abriendo el paso, y facilitando el principio de la cuesta por el parage ménos penetrable, donde habian aumentado los precipicios naturales con algunas cortaduras hechas á la mano, para dexar que se fuese poco á poco empeñando su exército en la dificultad, y cargarle de improviso quando no se pudiesen revolver los caballos, ni afirmar el pie los soldados. Fuése venciendo la cumbre, no sin alguna fatiga de la gente, porque nevaba con viento destemplado; y en lo mas alto se hallaron poco distantes los dos caminos con las mismas señas que se traían, el uno encubierto y embarazado, y el otro fácil á la vista, y recien aderezado. Reconociólos Hernan Cortés; y aunque se irritó de hallar verificada la noticia de aquella traycion, estuvo tan en sí, que, sin hacer ruido, ni mostrar sentimiento, preguntó á los Embaxadores de Motezuma que marchaban cerca de su persona: "Por qué razon estaban así aquellos dos caminos." Respondieron: "que habian hecho allanar el mejor para que pasáse su exército, cegando el otro, por ser el mas aspero y dificultoso;" y él, con la misma igualdad en la voz y el semblante: "Mal conoceis (dixo) á los de mi Nacion. Ese camino que habeis embarazado se ha de seguir, sin otra razon que su misma dificultad: porque los Españoles, siempre que tenemos eleccion, nos inclinamos á lo mas dificultoso." Y sin detenerse mandó á los Indios amigos que pasasen á desembarazar el camino, desviando á un lado y otro aquellos estorvos mal disimulados que procuraban esconderle. Lo qual se executó prontamente con grande asombro de los Embaxadores, que, sin discurrir en que se habia descubierto el ardid de su Príncipe, tuvieron á especie de adivinacion aquel acierto casual, hallando que admirar y que temer en la misma bizarría de la resolucion. Sirvióse Cortés primorosamente de la noticia que llevaba; y consiguió el apartarse del peligro sin perder reputacion: cuidando tambien de no desconfiar á Motezuma, diestro ya en el arte de quebrantar insidias, con no quererlas entender. Los Indios emboscados, luego que reconocieron desde sus puestos que los Españoles se apartaban de la zelada, y seguian el camino real, se dieron por descubiertos, y trataron de retirarse, tan amedrentados y en tanto desórden como si volvieran vencidos: con que pudo baxar el exército á lo llano sin oposicion, y aquella noche se alojó en unas caserías de bastante capacidad, que se hallaron en la misma falda de la sierra, fundadas allí para hospedage de los mercaderes Mexicanos que freqüentaban las ferias de Cholúla, donde se dispuso el quartel con todos los resguardos y prevenciones que aconsejaba la poca seguridad con que se iba pisando aquella tierra. Motezuma entretanto duraba en su irresolucion, desanimado con el malogro de sus ardides, y sin aliento para usar de sus fuerzas. Hizose devocion esta falta de espíritu: estrechóse con sus Dioses: freqüentaba los templos y los sacrificios: manchó de sangre humana todos sus altares: mas cruel quando mas afligido; y siempre crecia su confusion, y se hallaba en mayor desconsuelo: porque andaban encontradas las respuestas de sus ídolos, y discordes en el dictámen los espíritus inmundos que le hablaban en ellos. Unos le decian que franqueáse las puertas de la ciudad á los Españoles, y así conseguiria el sacrificarlos, sin que se pudiesen escapar ni defender: otros, que los apartáse de sí, y tratáse de acabar con ellos sin dexarse ver: y él se inclinaba mas á esta opinion, haciéndole disonancia el atrevimiento de querer entrar en su Corte contra su voluntad, y teniendo á desayre de su poder aquella porfía contra sus órdenes, ó sirviéndose de la autoridad para mejorar el nombre á la soberbia. Pero quando supo que se hallaban ya en la provincia de Chalco, frustrado el último estratagema de la montaña, fué mayor su inquietud y su impaciencia: andaba como fuera de sí, no sabía que partido tomar: sus consejeros le dexaban en la misma incertidumbre que sus oráculos. Convocó finalmente una junta de sus magos y agoreros: profesion muy estimada en aquella tierra, donde habia muchos que se entendian con el demonio, y la falta de las ciencias daba opinion de sabios á los mas engañados. Propusoles que necesitaba de su habilidad para detener aquellos extrangeros, de cuyos designios estaba rezeloso. Mandóles que saliesen al camino y los ahuyentasen ó entorpeciesen con sus encantos, á la manera que solian obrar otros efectos extraordinarios en ocasiones de menor importancia. Ofrecióles grandes premios si lo consiguiesen, y los amenazó con pena de la vida si volviesen á su presencia sin haberlo conseguido. Esta órden se puso en execucion, y con tantas veras, que se juntaron brevemente numerosas quadrillas de nigrománticos, y salieron contra los Españoles, fiados en la eficacia de sus conjuros, y en el imperio que, á su parecer, tenian sobre la naturaleza. Refieren el Padre Josef de Acosta, y otros autores fidedignos, que, quando llegaron al camino de Chalco, por donde venía marchando el exército, y al empezar sus invocaciones y sus círculos, se les apareció el demonio en figura de uno de sus ídolos, á quien llamaba Tezcatlepuca, Dios infausto y formidable, por cuya mano pasaban, á su entender, las pestes, las esterilidades y otros castigos del Cielo. Venia como despechado y enfurecido, afeando con el ceño de la ira la misma fiereza del ídolo inclemente: y traía sobre sus adornos ceñida una soga de esparto, que le apretaba con diferentes vueltas el pecho, para mayor significacion de su congoja, ó para dar á entender que le arrastraba mano invisible. Postraronse todos para darle adoracion: y él, sin dexarse obligar de su rendimiento, y fingiendo la voz con la misma ilusion que imitó la figura, les habló en esta substancia: "Ya, Mexicanos infelíces, perdieron la fuerza vuestros conjuros, ya se desató enteramente la trabazon de nuestros pactos. Decid á Motezuma, que por sus crueldades y tiranías tiene decretada el Cielo su ruina: y para que le representeis mas vivamente la desolacion de su imperio, volved á mirar esa ciudad miserable desamparada ya de vuestros Dioses." Dicho esto, desapareció; y ellos vieron arder la ciudad en horribles llamas, que desvanecieron poco á poco, desocupando el ayre, y dexando sin alguna lesion los edificios. Volvieron á Motezuma con esta noticia, temerosos de su rigor, librando en ella su disculpa; pero le hicieron tanto asombro las amenazas de aquel Dios infortunado y calamitoso, que se detuvo un rato sin responder, como quien recogia las fuerzas interiores, ó se acordaba de sí para no descaecer; y depuesta desde aquel instante su natural ferocidad, dixo, volviendo á mirar á los magos y á los demas que le asistian: "¿Qué podemos hacer si nos desamparan nuestros Dioses? Vengan los extrangeros, y cayga sobre nosotros el cielo; que no nos hemos de esconder, ni es razon que nos halle fugitivos la calamidad. Y prosiguió poco despues: Solo me lastiman los viejos, niños y mugeres, á quien faltan las manos para cuidar de su defensa." En cuya consideracion se hizo alguna fuerza para detener las lágrimas. No se puede negar que tuvo algo de Príncipe la primera proposicion: pues ofreció el pecho descubierto á la calamidad que tenia por inevitable; y no desdixo de la magestad la ternura con que llegó á considerar la opresion de sus vasallos. Afectos ambos de ánimo real, entre cuyas virtudes ó propiedades no es ménos heróica la piedad, que la constancia. Empezóse luego á tratar del hospedage que se habia de hacer á los Españoles, de la solemnidad y aparatos del recibimiento: y con esta ocasion se volvió á discurrir en sus hazañas, en los prodigios con que habia prevenido el Cielo su venida, en las señas que traían de aquellos hombres orientales prometidos á sus mayores, y en la turbacion y desaliento de sus Dioses, que, á su parecer, se daban por vencidos, y cedian el dominio de aquella tierra, como Deidades de inferior gerarquía: y todo fué menester para que se llegáse á poner en términos posibles aquella gran dificultad de penetrar, sobre tan porfiada resistencia, y con tan poca gente, hasta la misma corte de un Príncipe tan poderoso, absoluto en sus determinaciones, obedecido con adoracion, y enseñado al temor de sus vasallos. CAPITULO IX. _Viene al Quartel á Visitar á Cortés de parte de Motezuma el Señor de Tezcuco su sobrino: continuase la marcha, y se hace alto en Quitlavaca, dentro ya de la lagúna, de México._ De aquellas caserías, donde se alojó el exército de la otra parte de la montaña, pasó el dia siguiente á un pequeño lugar, jurisdiccion de Chalco, situado en el camino real á poco mas de dos leguas, donde acudieron luego el Cacique principal de la misma provincia, y otros de la comarca. Traían sus presentes con algunos bastimentos; y Cortés los agasajó con mucha humanidad y con algunas dádivas. Pero se reconoció luego en su conversacion que se recataban de los Embaxadores Mexicanos; porque se detenian y embarazaban fuera de tiempo, y daban á entender lo que callaban en lo mismo que decian. Apartóse con ellos Hernan Cortés, y á poca diligencia de los intérpretes dieron todo el veneno del corazon. Quejaronse destempladamente de las crueldades y tiranías de Motezuma: ponderaron lo intolerable de sus tributos, que pasaban ya de las haciendas á las personas; pues los hacia trabajar sin estipendio en sus jardines, y en otras obras de su vanidad. Decian con lágrimas: "Que hasta las mugeres se habian hecho contribucion de su torpeza y la de sus ministros, puesto que las elegian y desechaban á su antojo, sin que pudiesen defender los brazos de la madre á la doncella, ni la presencia del marido á la casada:" representando uno y otro á Hernan Cortés como á quien lo podia remediar, y mirándole como á Deidad que baxaba del Cielo con jurisdiccion sobre los tiranos. El las escuchó compadecido, y procuró mantenerlos en la esperanza del remedio, dexándose llevar por entónces del concepto en que le tenian, ó resistiendo á su engaño con alguna falsedad. No pasaba en estas permisiones de su política los términos de la modestia; pero tampoco gustaba de obscurecer su fama, donde se miraba como parte de razon el desvarío de aquella gente. Volvióse á la marcha el dia siguiente, y se caminaron quatro leguas por tierra de mejor temple y mayor amenidad, donde se conocia el favor de la naturaleza en las arboledas, y el beneficio del arte en los jardines. Hizose alto en Amecameca, donde se alojó el exército: lugar de mediana poblacion, fundado en una ensenada de la gran lagúna, la mitad en tierra firme al pie de una montañuela estéril y fragosa. Concurrieron aquí muchos Mexicanos con sus armas y adornos militares: y aunque al principio se creyó que los traía la curiosidad, creció tanto el número, que dieron cuidado; y no faltaron indicios que persuadiesen al rezelo. Valióse Cortés de algunas exterioridades para detenerlos y atemorizarlos: hizose ruido con las bocas de fuego: dispararonse al ayre algunas piezas de artillería: ponderóse, y aun se provocó la ferocidad de los caballos, cuidando, los intérpretes de dar significacion al estruendo, y engrandecer el peligro; por cuyo medio se consiguió el apartarlos del alojamiento ántes que cerrase la noche. No se verificó que viniesen con ánimo de ofender, ni parece verisímil que se intentáse nueva traycion, quando estaba Motezuma reducido á dexarse ver; aunque despues mataron las centinelas algunos Indios sobre acercarse demasiado con apariencias de reconocer el quartel: y pudo ser que alguno de los caudillos Mexicanos conduxese aquella gente con ánimo de asaltar cautelosamente á los Españoles, creyendo no sería desagradable á su Rey, por considerarle rendido á la paz con repugnancia de su natural y de su conveniencia; pero esto se quedó en presuncion, porque á la mañana solo se descubrieron en el camino que se habia de seguir algunas tropas de gente desarmada, que tomaban lugar para ver á los extrangeros. Tratábase ya de poner en marcha el exército, quando llegaron al quartel quatro Caballeros Mexicanos con aviso de que venía el Príncipe Cacumatzin, sobrino de Motezuma, y Señor de Tezcuco á visitar á Cortés de parte de su tio; y tardó poco en llegar. Acompañábanle muchos nobles con insignias de paz y ricamente adornados. Traíanle sobre sus hombros otros Indios de su familia en unas andas cubiertas de varias plumas, cuya diversidad de colores se correspondia con proporcion. Era mozo de hasta veinte y cinco años, de recomendable presencia: y luego que se apeó, pasaron delante algunos de sus criados á varrer el suelo que habia de pisar, y á desviar con grandes ademanes y contenencias la gente de los lados: ceremonias, que siendo ridículas, daban autoridad. Salió Cortés á recibirle hasta la puerta de su alojamiento con todo aquel aparato de que adornaba su persona en semejantes funciones. Hizole al llegar una cumplida reverencia, y él correspondió tocando la tierra, y despues los labios con la mano derecha. Tomó su lugar despejadamente, y habló con sosiego de hombre que sabía estar sin admiracion á vista de la novedad. La substancia de su razonamiento fué: "Dar la bien venida, con palabras puestas en su lugar, á Cortés y á todos los Cabos de su exército: ponderar la gratitud con que los esperaba el Gran Motezuma, y quánto deseaba la correspondencia y amistad de aquel Príncipe del oriente que los enviaba: cuya grandeza debia reconocer por algunas razones que entenderian de su boca:" y por via de discurso propio volvió á dificultar, como los demas Embaxadores, la entrada de México, "fingiendo que se padecia esterilidad en todos los pueblos de su contribucion: y proponiendo, como punto que sentia su Rey, lo mal asistidos que se hallarian los Españoles donde faltaba el sustento para los vecinos." Cortés respondió, sin apartarse del misterio con que iba cebando las aprehensiones de aquella gente: "Que su Rey, siendo un Monarca sin igual en otro mundo cercano al nacimiento del sol, tenia tambien algunas razones de alta consideracion para ofrecer su amistad á Motezuma, y comunicarle diferentes noticias que miraban á su persona y esencial conveniencia: cuya proposicion no desmereceria su gratitud; ni él podia dexar de admitir con singular estimacion la licencia que se le concedia para dar su embaxada, sin que le hiciese algun embarazo la esterilidad que se padecia en aquella Corte: porque sus Españoles necesitaban de poco alimento para conservar sus fuerzas, y venian enseñados á padecer y despreciar las incomodidades y trabajos de que se afligian los hombres de inferior naturaleza." No tuvo Cacumatzin que replicar á esta resolucion; ántes recibió con estimacion y rendimiento algunas joyuelas de vidrio extraordinario que le dió Cortés: y acompañó el exército hasta Tezcuco, ciudad capital de su dominio, donde se adelantó con la respuesta de su embaxada. Era entónces Tezcuco una de las mayores ciudades de aquel imperio: refieren algunos que sería como dos veces Sevilla; y otros, que podia competir con la corte de Motezuma en la grandeza, y presumia, no sin fundamento, de mayor antigüedad. Estaba la frente principal de sus edificios sobre la orilla de aquel espacioso lago en parage de grande amenidad, donde tomaba su principio la calzada oriental de México. Siguióse por ella la marcha sin detencion, porque se llevaba intento de pasar á Iztacpalapa, tres leguas mas adelante, sitio proporcionado para entrar en México el dia siguiente á buena hora. Tendria por esta parte la calzada veinte pies de ancho, y era de piedra y cal, con algunas labores en la superficie. Habia en la mitad del camino sobre la misma calzada otro lugar de hasta dos mil casas, que se llamaba Quitlavaca; y por estar fundado en el agua, le llamaron entónces Venezuela. Salió el Cacique muy acompañado y lucido al recibimiento de Cortés, y le pidió que honráse por aquella noche su ciudad, con tanto afecto y tan repetidas instancias, que fué preciso condescender á sus ruegos por no desconfiarle. Y no dexó de hallarse alguna conveniencia en hacer aquella mansion para tomar noticias; porque viendo desde mas cerca la dificultad, entró Cortés en algun rezelo de que le rompiesen la calzada, ó levantasen los puentes para embarazar el paso á su gente. Registrabase desde allí mucha parte de la lagúna, en cuyo espacio se descubrian varias poblaciones y calzadas que la interrumpian y la hermoseaban: torres y capitéles, que, al parecer, nadaban sobre las aguas: árboles y jardines fuera de su elemento: y una inmensidad de Indios, que, navegando en sus canoas, procuraban acercarse á ver los Españoles; siendo mayor la muchedumbre que se dexaba reparar en los terrados y azoteas mas distantes. Hermosa vista, y maravillosa novedad, de que se llevaba noticia, y fué mayor en los ojos que en la imaginacion. Tuvo el exército bastante comodidad en este alojamiento, y los paisanos asistieron con agrado y urbanidad al regalo de sus huespedes: gente de cuya policía se dexaba conocer la vecindad de la Corte. Manifestó el Cacique, sin poderse contener, poco afecto á Motezuma, y el mismo deseo que los demas de sacudir el yugo intolerable de aquel gobierno; porque alentaba los soldados, facilitaba la empresa, diciendo á los intérpretes, como quien deseaba que lo entendiesen todos: "Que la calzada que se habia de seguir hasta México era mas capaz y de mejor calidad que la pasada, sin que hubiese que rezelar en ella, ni en las poblaciones de su márgen: que la ciudad de Iztacpalapa, donde se habia de hacer tránsito, estaba de paz, y tenia órden para recibir y alojar amigablemente á los Españoles: que el Señor de esta ciudad era pariente de Motezuma; pero que ya no habia que temer en los de su faccion, porque le tenian rendido y sin espíritu los prodigios del Cielo, las respuestas de sus oráculos, y las hazañas que le referian de aquel exército; por cuya razon le hallarian deseoso de la paz, y con el ánimo dispuesto ántes á sufrir que á provocar." Decia la verdad este Cacique; pero con alguna mezcla de pasion y de lisonja: y Hernan Cortés, aunque no dexaba de conocer este defecto en sus noticias, procuraba divulgarlas y encarecerlas entre sus soldados. Y no se puede negar que llegaron á buen tiempo, para que no se desanimáse la gente de ménos obligaciones con aquella variedad de objetos admirables que se tenian á la vista, de que pudiera colegir la grandeza de aquella Corte, y el poder formidable de aquel Príncipe; pero los informes del Cacique, y las ponderaciones que se hacian de su turbacion y desaliento pudieron tanto en esta concurrencia de novedades, que alegrándose todos de lo que se habian de asombrar, se aprovecharon de su admiracion para mejorar las esperanzas de su fortuna. CAPITULO X. _Pasa el exército á iztacpalapa, donde se dispone la entrada de México. Refierese la grandeza con que salió Motezuma á recibir á los Españoles._ La mañana siguiente, poco despues de amanecer, se puso en órden la gente sobre la misma calzada, segun su capacidad, bastante por aquella parte, para que pudiesen ir ocho caballos en hilera. Constaba entónces el exército de quatrocientos y cincuenta Españoles no cabales, y hasta seis mil Indios Tlascaltécas y Zempoales, y de otras naciones amigas. Siguióse la marcha, sin nuevo accidente que diese cuidado, hasta la misma ciudad de Iztacpalapa donde se habia de hacer alto: lugar que sobresalia entre los demas por la grandeza de sus torres, y por el vulto de sus edificios: sería de hasta diez mil casas de segundo y tercer alto, que ocupaban mucha parte de la lagúna, y se dilataban algo mas sobre la ribera en sitio delicioso y abundante. El Señor de esta ciudad salió muy autorizado á recibir el exército: y le asistieron para esta funcion los Príncipes de Magicalzingo y Cuyoacán, dominios de la misma lagúna. Traían todos tres su presente separado de varias frutas, cazas y otros bastimentos, con algunas piezas de oro, que valdrian hasta dos mil pesos. Llegaron juntos, y se dieron á conocer, diciendo cada uno su nombre y dignidad, y remitiendo á la discrecion de la ofrenda todo lo que faltaba en el razonamiento. Hizose la entrada en esta ciudad con aquel aplauso que consistia en el bullicio y gritería de la gente, cuya inquietud alegre daba seguridad á los mas rezelosos. Estaba prevenido el alojamiento en el mismo palacio del Cacique, donde cupieron todos los Españoles debaxo de cubierto, quedando los demas en los patios y zaguanes con bastante comodidad para una noche que se habia de pasar sin descuido. Era el palacio grande y bien fabricado, con separacion de quartos alto y baxo, muchas salas con techumbre de cedro, y no sin adorno; porque algunas de ellas tenian sus colgaduras de algodon, texido á colores con dibuxo y proporcion. Habia en Iztacpalapa diversas fuentes de agua dulce y saludable, traída por diferentes conductos de las sierras vecinas, y muchos jardines cultivados con prolixidad: entre los quales se hacia reparar una huerta de admirable grandeza y hermosura que tenia el Cacique para su recreacion, donde llevó aquella tarde á Cortés con algunos de sus Capitanes y soldados, como quien deseaba cumplir á un tiempo con el agasajo de los huespedes, y con su propia jactancia y vanidad. Habia en ella diversos géneros de árboles fructíferos, que formaban calles muy dilatadas, dexando su lugar á las plantas menores, y un espacioso jardin, que tenia sus divisiones, y paredes hechas de cañas entretexidas, y cubiertas de yerbas olorosas, con diferentes quadros de agricultura cuidadosa, donde hacian labor las flores con ordenada variedad. Estaba en medio un estanque de agua dulce, de forma quadrangular: fábrica de piedra y argamasa, con gradas por todas partes hasta el fondo, tan grande, que tenia cada uno de sus lados quatrocientos pasos, donde se alimentaba la pesca de mayor regalo, y acudian varias especies de aves palustres, algunas conocidas en Europa, y otras de figura exquisita, y pluma extraordinaria: obra digna de Príncipe, y que hallada en un súbdito de Motezuma, se miraba como argumento de mayores opulencias. Pasóse bien la noche, y la gente acudió con agrado y sencillez al agasajo de los Españoles: solo se reparó en que hablaban ya en este lugar con otro estílo de las cosas de Motezuma, porque alababan todos su gobierno, y encarecian su grandeza; ó tuviese los de aquella opinion el parentesco del Cacique, ó ménos atrevidos la cercanía del tirano. Habia dos leguas de calzada que pasar hasta México, y se tomó la mañana, porque deseaba Cortés hacer su entrada, y cumplir con la primera funcion de visitar á Motezuma, quedando con alguna parte del dia para reconocer y fortificar su quartel. Siguióse la marcha con la misma órden: y dexando á los lados la ciudad de Magicalzingo en el agua, y la de Cuyoacán en la ribera, sin otras grandes poblaciones que se descubrian en la misma lagúna, se dió vista desde mas cerca, y no sin admiracion, á la gran ciudad de México, que se levantaba con exceso entre las demas, y, al parecer, se le conocia el predominio hasta en la soberbia de sus edificios. Salieron á poco ménos que la mitad del camino mas de quatro mil nobles y ministros de la ciudad á recibir el exército, cuyos cumplimientos detuvieron largo rato la marcha, aunque solo hacian reverencia, y pasaban delante para volver acompañando. Estaba poco ántes de la ciudad un baluarte de piedra con dos castillejos á los lados, que ocupaba todo el plano de la calzada: cuyas puertas desembocaban sobre otro pedazo de calzada, y esta terminaba en una puente levadiza, que defendia la entrada con segunda fortificacion. Luego que pasaron de la otra parte los magnátes del acompañamiento, se fueron desviando á los lados para franquear el paso al exército, y se descubrió una calle muy larga y espaciosa, de grandes casas edificadas con igualdad y correspondencia, cubiertos de gente los miradores y terrados; pero la calle totalmente desocupada: y dixeron á Cortés que se habia despejado cuidadosamente, porque Motezuma estaba en ánimo de salir á recibirle para mayor demostracion de su benevolencia. Poco despues se fué dexando ver la primera comitiva real, que serian hasta doscientos nobles de su familia, vestidos de librea con grandes penachos conformes en la hechura y el color. Venian en dos hileras con notable silencio y compostura, descalzos todos, y sin levantar los ojos de la tierra: acompañamiento con apariencias de procesion. Luego que llegaron cerca del exército, se fueron arrimando á las paredes en la misma órden; y se vió á lo lejos una gran tropa de gente mejor adornada y de mayor dignidad, en cuyo medio venía Motezuma sobre los hombros de sus favorecidos en unas andas de oro bruñido, que brillaba con proporcion entre diferentes labores de pluma sobrepuesta, cuya primorosa distribucion procuraba obscurecer la riqueza con el artificio. Seguian el paso de las andas quatro personages de gran suposicion, que le llevaban debaxo de un palio hecho de plumas verdes entretexidas y dispuestas de manera que formaban tela, con algunos adornos de argentería: y poco delante iban tres Magistrados con unas varas de oro en las manos que levantaban en alto sucesivamente, como avisando que se acercaba el Rey, para que se humillasen todos, y no se atreviesen á mirarle: desacato que se castigaba como sacrilegio. Cortés se arrojó del caballo poco ántes que llegáse, y al mismo tiempo se apeó Motezuma de sus andas, y se adelantaron algunos Indios que alfombraron el camino para que no pusiese los pies sobre la tierra, que, á su parecer, era indigna de sus huellas. Previnose á la funcion con espacio y gravedad; puestas las dos manos sobre los brazos del Señor de Iztacpalapa, y el de Tezcuco sus sobrinos, dió algunos pasos para recibir á Cortés. Era de buena presencia: su edad hasta quarenta años, de mediana estatura, mas delgado que robusto: el rostro aguileño, de color ménos obscuro que el natural de aquellos Indios: el cabello largo hasta el extremo de la oreja, los ojos vivos, y el semblante magestuoso, con algo de intencion: su trage un manto de sutilísimo algodon, anudado sin desayre sobre los hombros, de manera que cubria la mayor parte del cuerpo, dexando arrastrar la falda. Traía, sobre sí diferentes joyas de oro, perlas y piedras preciosas en tanto número, que servían mas al peso que al adorno. La corona una mitra de oro ligero, que por delante remataba en punta, y la mitad posterior algo mas obtusa se inclinaba sobre la cerviz: y el calzado unas suelas de oro macizo, cuyas correas tachonadas de lo mismo ceñian el pie, y abrazaban parte de la pierna, semejante á las caligas militares de los Romanos. Llegó Cortés apresurando el paso sin desautorizarse, y le hizo una profunda sumision; á que respondió poniendo la mano cerca de la tierra, y llevándola despues á los labios: cortesía de inaudita novedad en aquellos Príncipes, y mas desproporcionada en Motezuma, que apénas doblaba la cerviz á sus Dioses, y afectaba la soberbia, ó no la sabía distinguir de la magestad: cuya demostracion, y la de salir personalmente al recibimiento, se reparó mucho entre los Indios, y cedió en mayor estimacion de los Españoles: porque no se persuadian á que fuese inadvertencia de su Rey, cuyas determinaciones veneraban sujetando el entendimiento. Habiase puesto Cortés sobre las armas una banda ó cadena de vidrio, compuesta vistosamente de várias piedras que imitaban los diamantes y las esmeraldas, reservada para el presente de la primera audiencia; y hallándose cerca en estos cumplimientos, se la echó sobre los hombros á Motezuma. Detuvieronle, no sin alguna destemplanza, los dos brazeros, dándole á entender que no era lícito el acercarse tanto á la persona del Rey; pero él los reprehendió, quedando tan gustoso del presente, que le miraba y celebraba entre los suyos como presea de inestimable valor: y para desempeñar su agradecimiento con alguna liberalidad, hizo traer, entretanto que llegaban á darse á conocer los demas Capitanes, un collar, que tenia la primera estimacion entre sus joyas. Era de unas conchas carmesíes de gran precio en aquella tierra, dispuestas y engazadas con tal arte, que de cada una de ellas pendian quatro gámbaros ó cangrejos de oro, imitados prolixamente del natural. Y él mismo con sus manos se le puso en el cuello á Cortés: humanidad y agasajo, que hizo segundo ruido entre los Mexicanos. El razonamiento de Cortés fué breve y rendido, como lo pedia la ocasion, y su respuesta de pocas palabras, que cumplieron con la discrecion, sin faltar á la decencia. Mandó luego al uno de aquellos dos Príncipes sus colaterales que se quedáse para conducir y acompañar á Hernan Cortés hasta su alojamiento, y arrimado al otro volvió á tomar sus andas, y se retiró á su palacio con la misma pompa y gravedad. Fué la entrada en esta ciudad á ocho de Noviembre del mismo año de mil y quinientos y diez y nueve, dia de los Santos quatro coronados Mártires: y el alojamiento que tenian prevenido, una de las casas reales que fabricó Axayáca, padre de Motezuma. Competia en la grandeza con el palacio principal de los Reyes, y tenia sus presunciones de fortaleza: paredes gruesas de piedra, con algunos torreones que servian de traveses, y daban facilidad á la defensa. Cupo en ella todo el exército: y la primera diligencia de Cortés fué reconocerla por todas partes, para distribuir sus guardias, alojar su artillería, y cerrar su quartel. Algunas salas, que tenian destinadas para la gente de mas cuenta, estaban adornadas con sus tapicerías de varios colores, hechas de aquel algodon á que se reducian todas sus telas, mas ó ménos delicadas: las sillas de madera labradas de una pieza: las camas entoldadas con sus colgaduras en forma de pabellones; pero el lecho se componia de aquellas sus esteras de palma, donde servia de cabecera una de las mismas esteras arrollada. No alcanzaban allí mejor cama los Príncipes mas regalados, ni cuidaba mucho aquella gente de su comodidad, porque vivian á la naturaleza, contentándose con los remedios de la necesidad: y no sabemos si se debe llamar felicidad en aquellos bárbaros esta ignorancia de las superfluidades. CAPITULO XI. _Viene Motezuma el mismo dia por la tarde á visitar á Cortés en su alojamiento. Refierese la oracion que hizo ántes de oir la embaxada: y la respuesta de Cortés._ Era poco mas de medio dia quando entraron los Españoles en su alojamiento; hallaron prevenido un banquete regalado y espléndido para Cortés y los Cabos de su exército, con grande abundancia de bastimentos ménos delicados para el resto de la gente, y muchos Indios de servicio que ministraban los manjares y las bebidas con igual silencio y puntualidad. Por la tarde vino Motezuma con la misma pompa y acompañamiento á visitar á Cortés, que, avisado poco ántes, salió á recibirle hasta el patio principal con todo el obsequio debido á semejante favor. Acompañóle hasta la puerta de su quarto, donde le hizo una profunda reverencia; y él pasó á tomar su asiento con despejo y gravedad. Mandó luego que acercasen otro á Cortés: hizo seña para que se apartasen á la pared los Caballeros que andaban cerca de su persona; y Cortés advirtió lo mismo á los Capitanes que le asistian. Llegaron los intérpretes: y quando se prevenia Hernan Cortés para dar principio á su oracion, le detuvo Motezuma, dando á entender que tenia que hablar ántes de oir: y se refiere que discurrió en esta substancia: "Antes que me deis la embaxada, ilustre Capitan y valerosos extrangeros, del Príncipe grande que os envia, debeis vosotros, y debo yo desestimar y poner en olvido lo que ha divulgado la fama de nuestras personas y costumbres, introduciendo en nuestros oídos aquellos vanos rumores que van delante de la verdad, y suelen obscurecerla, declinando en lisonja ó vituperio. En algunas partes os habrán dicho de mí que soy uno de los Dioses inmortales, levantando hasta los Cielos mi poder y mi naturaleza: en otras, que se desvela en mis opulencias la fortuna: que son de oro las paredes y los ladrillos de mis palacios, y que no cabe la tierra mis tesoros; y en otras, que soy tirano, cruel y soberbio, que aborrezco la justicia, y que no conozco la piedad. Pero los unos y los otros os han engañado con igual encarecimiento: y para que no imagineis que soy alguno de los Dioses, ó conozcais el desvarío de los que así me imaginan, esta porcion de mi cuerpo (y desnudó parte del brazo) desengañará vuestros ojos de que hablais con un hombre mortal de la misma especie; pero mas noble, y mas poderoso que los otros hombres. Mis riquezas no niego que son grandes; pero las hace mayores la exâgeracion de mis vasallos. Esta casa que habitais es uno de mis palacios. Mirad esas paredes hechas de piedra y cal, materia vil que debe al arte su estimacion; y colegid de uno y otro el mismo engaño y el mismo encarecimiento en lo que os hubieren dicho de mis tiranías, suspendiendo el juicio hasta que os entereis de mi razon, y despreciando ese lenguage de mis rebeldes, hasta que veais si es castigo lo que llaman infelicidad, y si pueden acusarle sin dexar de merecerle. No de otra suerte han llegado á nuestros oídos varios informes de vuestra naturaleza y operaciones. Algunos han dicho que sois Deidades, que os obedecen las fieras, que manejais los rayos, y que mandais en los elementos; y otros, que os dexais dominar de los vicios, y que venis con una sed insaciable del oro que produce nuestra tierra. Pero yo veo que sois hombres de la misma composicion y masa que los demas; aunque os diferencian de nosotros algunos accidentes de los que suele influir el temperamento de la tierra en los mortales. Esos brutos que os obedecen, ya conozco que son unos venados grandes, que traeis domesticados y embebidos en aquella doctrina imperfecta que puede comprehender el instinto de los animales. Esas armas que se asemejan á los rayos, tambien alcanzo que son unos cañones de metal no conocido, cuyo efecto es como el de nuestras cerbatanas, ayre oprimido que busca salida, y arroja el impedimento. Ese fuego que despiden con mayor estruendo, será quando mucho algun secreto mas que natural de la misma ciencia que alcanzan nuestros magos. Y en lo demas que han dicho de vuestro proceder, hallo tambien, segun la observacion que han hecho de vuestras costumbres mis Embaxadores y confidentes, que sois benignos y religiosos, que os enojais con razon, que sufris con alegría los trabajos, y que no falta entre vuestras virtudes la liberalidad, que se acompaña pocas veces con la codicia. De suerte que unos y otros debemos olvidar las noticias pasadas y agradecer á nuestros ojos el desengaño de nuestra imaginacion: con cuyo presupuesto quiero que sepais ántes de hablarme, que no se ignora entre nosotros, ni necesitamos de vuestra persuasion para creer que el Príncipe grande, á quien obedeceis, es descendiente de nuestro antiguo Quezalcoál, señor de las siete cuevas de los Nautlácas, y Rey legítimo de aquellas siete naciones que dieron principio al Imperio Mexicano. Por una profecía suya, que veneramos como verdad infalible, y por la tradicion de los siglos que se conserva en nuestros anales, sabemos que salió de estas regiones á conquistar nuevas tierras hácia la parte del oriente, y dexó prometido que, andando el tiempo, vendrian sus descendientes á moderar nuestras leyes, ó poner en razon nuestro gobierno. Y porque las señas que traeis conforman con este vaticinio, y el Príncipe del oriente que os envia manifiesta en vuestras mismas hazañas la grandeza de tan ilustre progenitor, tenemos ya determinado que se haga en obsequio suyo todo lo que alcanzaren nuestras fuerzas. De que me ha parecido advertiros, para que hableis sin embarazo en sus proposiciones, y atribuyais á tan alto principio estos excesos de mi humanidad." Acabó Motezuma su oracion, previniendo el oído con entereza y magestad: cuya substancia dió bastante disposicion á Cortés para que, sin apartarse del engaño que hallaba introducido en el concepto de aquellos hombres, pudiese responderle, segun lo que hallamos escrito, éstas ó semejantes razones: "Despues, Señor, de rendiros las gracias por la suma benignidad con que permitis vuestros oídos á nuestra embaxada, y por el superior conocimiento con que nos habeis favorecido, menospreciando en nuestro abono los siniestros informes de la opinion, debo deciros, que tambien acerca de nosotros se ha tratado la vuestra con aquel respeto y veneracion que corresponde á vuestra grandeza. Mucho nos han dicho de vos en esas tierras de vuestro dominio, unos afeando vuestras obras, y otros poniendo entre sus Dioses vuestra persona; pero los encarecimientos crecen ordinariamente con injuria de la verdad: que, como es la voz de los hombres el instrumento de la fama, suele participar de sus pasiones; y estas ó no entienden las cosas como son, ó no las dicen como las entienden. Los Españoles, Señor, tenemos otra vista con que pasamos á discernir el color de las palabras, y por ellas el semblante del corazon. Ni hemos creido á vuestros rebeldes, ni á vuestros lisonjeros: con certidumbre de que sois Príncipe grande, y amigo de la razon, venimos á vuestra presencia, sin necesitar de los sentidos para conocer que sois Príncipe mortal. Mortales somos tambien los Españoles, aunque mas valerosos, y de mayor entendimiento que vuestros vasallos, por haber nacido en otro clima de mas robustas influencias. Los animales que nos obedecen no son como vuestros venados, porque tienen mayor nobleza y ferocidad: brutos inclinados á la guerra, que saben aspirar con alguna especie de ambicion á la gloria de su dueño. El fuego de nuestras armas es obra natural de la industria humana, sin que tenga parte alguna en su produccion esa facultad que profesan vuestros magos, ciencia entre nosotros abominable, y digna de mayor desprecio que la misma ignorancia: con cuya suposicion, que me ha parecido necesaria para satisfacer á vuestras advertencias, os hago saber con todo el acatamiento debido á vuestra Magestad, que vengo á visitaros como Embaxador del mas poderoso Monarca que registra el sol desde su nacimiento: en cuyo nombre os propongo, que desea ser vuestro amigo y confederado sin acordarse de los derechos antiguos que habeis referido para otro fin que abrir el comercio entre ambas Monarquías, y conseguir por este medio vuestra comunicacion y vuestro desengaño. Y aunque pudiera, segun la tradicion de vuestras mismas historias, aspirar á mayor reconocimiento en estos dominios, solo quiere usar de su autoridad para que le creais en lo mismo que os conviene, y daros á entender que vos, Señor, y vosotros Mexicanos que me oís (volviendo el rostro á los circunstantes) vivis engañados en la religion que profesais, adorando unos leños insensibles, obra de vuestras manos y de vuestra fantasía: porque solo hay un Dios verdadero, Principio eterno, sin principio ni fin, de todas las cosas, cuya omnipotencia infinita crió de nada esa fábrica maravillosa de los cielos, el sol que nos alumbra, la tierra que nos sustenta, y el primer hombre, de quien procedemos todos con igual obligacion de reconocer y adorar á nuestra Primera Causa. Esta Misma obligacion teneis vosotros impresa en el alma; y conociendo su inmortalidad, la desestimais y destruis, dando adoracion á los demonios, que son unos espíritus inmundos, criaturas del mismo Dios, que por su ingratitud y rebeldía fueron lanzados en ese fuego subterráno, de que teneis alguna imperfecta noticia en el horror de vuestros volcanes. Estos, que por su envidia y malignidad son enemigos mortales del género humano, solicitan vuestra perdicion, haciéndose adorar en esos ídolos abominables: suya es la voz que alguna vez escuchais en las respuestas de vuestros oráculos, y suyas las ilusiones con que suele introducir, en vuestro entendimiento los errores de la imaginacion. Ya conozco, Señor, que no son de este lugar los misterios de tan alta enseñanza; pero solamente os amonesta ese mismo Rey, á quien reconoceis tan antigua superioridad, que nos oygais en este punto con ánimo indiferente, para que veais como descansa vuestro espíritu en la verdad que os anunciamos, y quantas veces habeis resistido á la razon natural, que os daba luz suficiente para conocer vuestra ceguedad. Esto es lo primero que desea de vuestra Magestad el Rey mi Señor, y esto lo principal que os propone, como el medio mas eficaz para que pueda estrecharse con durable amistad la confederacion de ambas coronas, y no falten á su firmeza los fundamentos de la Religion, que, sin dexar alguna discordia en los dictámenes, introduzcan en el ánimo los vínculos de la voluntad." Así procuró Hernan Cortés mantener entre aquella gente la estimacion de sus fuerzas, sin apartarse de la verdad, y servirse del orígen que buscaban á su Rey, ó no contradecir lo que tenian aprehendido, para dar mayor autoridad á su embaxada. Pero Motezuma oyó con señas de poca docilidad el punto de la Religion, obstinado con hipocresía en los errores de su gentilidad; y levantándose de la silla: "Yo acepto (dixo) con toda gratitud la confederacion y amistad que me proponeis del gran descendiente de Quezalcoál; pero todos los Dioses son buenos, y el vuestro puede ser todo lo que decis sin ofensa de los mios. Descansad ahora, que en vuestra casa estais, donde seréis asistido con todo el cuidado que se debe á vuestro valor, y al Príncipe que os envia." Mandó luego que entrasen algunos Indios de carga que traia prevenidos, y ántes de partir presentó á Hernan Cortés diferentes piezas de oro, cantidad de ropas de algodon, y varias curiosidades de pluma, dádiva considerable por el valor y por el modo; y repartió algunas joyas y preseas del mismo género entre los Españoles que estaban presentes, dando uno y otro con alegre generosidad, sin hacer mucho caso del beneficio; pero mirando á Cortés y á los suyos con un género de satisfaccion, en que se conocia el cuidado antecedente, como los que manifiestan su temor en lo mismo que se complacen de haberle perdido. CAPITULO XII. _Visita Cortés á Motezuma en su palacio, cuya grandeza y aparato se describe, y se da noticia de lo que pasó en esta conferencia, y en otras que se tuvieron despues sobre la Religion._ Pidió Hernan Cortés audiencia el dia siguiente, y la consiguió con tanta prontitud, que vinieron con la respuesta los mismos que le habian de acompañar en esta visita: cierto género de ministros que solian asistir á los Embaxadores, y tenian á su cargo el magisterio de las ceremonias y estílos de su nacion. Vistióse de gala, sin dexar las armas (que se habian de introducir á trage militar) y llevó consigo á los Capitanes Pedro de Alvarado, Gonzalo de Sandoval, Juan Velazquez de Leon y Diego de Ordaz, con seis ó siete soldados particulares de su satisfaccion: entre los quales fué Bernal Diaz del Castillo, que ya trataba de observar para escribir. Las calles estaban pobladas por todas partes de innumerable concurso, que trabajaba en su misma muchedumbre para ver á los Españoles sin embarazarles el paso, entre cuyas reverencias y sumisiones, se oía muchas veces la palabra _teules_, que en su lengua significa Dioses: voz que ya se entendia, y que no sonaba mal á los que fundaban parte de su valor en el respeto ageno. Dexóse ver á larga distancia el palacio de Motezuma, que manifestaba, no sin encarecimiento, la magnificencia de aquellos Reyes. Edificio tan desmesurado, que se mandaba por treinta puertas á diferentes calles. La fachada principal, que ocupaba toda la frente de una plaza muy espaciosa, era de varios jaspes negros, roxos y blancos, de no mal entendida colocacion y pulimento. Sobre la portada se hacian reparar en un escudo grande las armas de los Motezumas: un grifo medio águila, y medio leon, en ademan de volar, con un tigre feroz entre las garras. Algunos quieren que fuese águila, y se ponen de propósito á impugnar el grifo con la razon de que no los hay en aquella tierra, como si no se pudiese dudar si los hay en el mundo, segun los autores que los pusieron entre las aves fabulosas. Diriamos ántes que pudo inventar acá y allá este género de monstruos el desvarío artificioso, que llaman licencia los poetas, y valentía los pintores. Al llegar cerca de la puerta principal se encaminaron hácia el uno de sus lados los ministros del acompañamiento, y retirándose atras con pasos de gran misterio, formaron un semicírculo para llegar á la puerta de dos en dos: ceremonia de su costumbre, porque tenian á falta de respeto el entrar de tropel en la casa real, y reconocian con este desvío la dificultad de pisar aquellos umbrales. Pasados tres patios de la misma fábrica y materia que la fechada, llegaron al quarto donde residia Motezuma, en cuyos salones era de igual admiracion la grandeza y el adorno. Los pavimentos con esteras de varias labores: las paredes con diferentes colgaduras de algodon, pelo de conejo, y en lo mas interior de pluma: unas y otras hermoseadas con la viveza de los colores, y con la diferencia de las figuras. Los techos de ciprés, cedro y otras maderas olorosas, con diversos follages y relieves: en cuya contextura se reparó que, sin haber hallado el uso de los clavos, formaban grandes artesones, afirmando el maderamen y las tablas en su misma trabazon. Habia en cada una de estas salas numerosas y diferentes gerarquías de criados, que tenian la entrada segun su calidad y ministerio: y en la puerta de la antecámara esperaban los próceres y magistrados, que recibieron á Cortés con grande urbanidad; pero le hicieron esperar para quitarse las sandalias, y dexar los mantos ricos de que venian adornados, tomando en su lugar otros de ménos gala. Era entre aquella gente irreverencia el atreverse á lucir delante del Rey. Todo lo reparaban los Españoles, todo hacia novedad, y todo infundia respeto: la grandeza del palacio, las ceremonias, el aparato, y hasta el silencio de la familia. Estaba Motezuma en pie con todas sus insignias reales, y dió algunos pasos para recibir á Cortés, poniéndole al llegar los brazos sobre los hombros: agasajó despues con el semblante á los Españoles que le acompañaban; y tomando su asiento, mandó sentar á Cortés y á todos los demas, sin dexarles accion para que replicasen. La visita fué larga, y de conversacion familiar: hizo varias preguntas á Cortés sobre lo natural y político de las regiones orientales, aprobando á tiempo lo que le parecia bien, y mostrando que sabía discurrir en lo que sabía dudar. Volvió á referir la dependencia y obligacion que tenian los Mexicanos al descendiente de su primero Rey; y se congratuló muy particularmente de que se hubiese cumplido en su tiempo la profecía de los extrangeros, que tantos siglos ántes habian sido prometidos á sus mayores. Si fué con afectacion, supo esconder lo que sentia: y siendo esta una credulidad vana y despreciable por su orígen y circunstancias, importó mucho en aquella ocasion para que los Españoles hallasen hecho el camino á su introduccion. Así baxan muchas veces encadenadas y dependientes de ligeros principios las cosas mayores. Hernan Cortés le puso con destreza en la plática de la religion, tocando, entre las demas noticias que le daba de su nacion, los ritos y costumbres de los Christianos; para que le hiciesen disonancia los vicios y abominaciones de su idolatría: con cuya ocasion exclamó contra los sacrificios de sangre humana, y contra el horror aborrecible á la naturaleza, con que se comian los hombres que sacrificaban: bestialidad muy introducida en aquella corte, por ser mayor el número de los sacrificados, y mas culpable por esta razon el exceso de los banquetes. No fué del todo inútil esta sesion, porque Motezuma, sintiendo en algo la fuerza de la razon, desterró de su mesa los platos de carne humana; pero no se atrevió á prohibir de una vez este manjar á sus vasallos, ni se dió por vencido en el punto de los sacrificios; ántes decia que no era crueldad ofrecer á sus Dioses unos prisioneros de guerra que venian ya condenados á muerte, no hallando razon que le hiciese capaz de que fuesen proxîmos los enemigos. Dió pocas esperanzas de reducirse, aunque procuraron varias veces Hernan Cortés y el Padre Fray Bartolomé de Olmedo traerle al camino de la verdad. Tenia entendimiento para conocer algunas ventajas en la religion Católica, y para no desconocer en todo los abusos de la suya; pero se volvia luego al tema de que sus Dioses eran buenos en aquella tierra, como el de los Christianos en su distrito; y se hacia fuerza para no enojarse quando le apretaban los argumentos, padeciendo mucho consigo en estas conferencias, porque deseaba complacer á los Españoles con un género de cuidado que parecia sujecion; y por otra parte le tiraban las afectaciones de religioso, que le adquirieron, y á su parecer, le mantenian la corona: obligándole á temer con mayor abatimiento la desestimacion de sus vasallos, si le viesen ménos atento al culto de sus Dioses. Política miserable, propia del tirano, dominar con soberbia, y contemplar con servidumbre. Hacia tanta ostentacion de su resistencia, que, llevando consigo, uno de aquellos primeros dias, á Hernan Cortés y al Padre Fray Bartolomé con algunos de los Capitanes y soldados particulares para que viesen á su lado las grandezas de su corte, deseó, no sin alguna vanidad, enseñarles el mayor de sus templos. Mandóles que se detuviesen poco ántes de la entrada, y se adelantó para conferir con los sacerdotes, si sería lícito que llegáse á la presencia de sus Dioses una gente que no los adoraba. Resolvióse que podrian entrar, amonestándolos primero que no se descomidiesen: y salieron dos ó tres de los mas ancianos con la permision y el requerimiento. Franquearonse luego todas las puertas de aquel espantoso edificio, y Motezuma tomó á su cargo el explicar los secretos, oficinas y simulacros del adoratorio, tan reverente y ceremonioso, que los Españoles no pudieron contenerse de hacer alguna irrision, de que no se dió por entendido; pero volvió á mirarlos como quien deseaba reprimirlos. A cuyo tiempo Hernan Cortés, dexándose llevar del zelo que ardia en su corazon, le dixo: "Permitidme, Señor, fixar una cruz de Christo delante de esas imágenes del demonio, y veréis si merecen adoracion ó menosprecio." Enfurecieronse los sacerdotes al oir esta proposicion: y Motezuma quedó confuso y mortificado, faltándole á un tiempo la paciencia para sufrirlo, y la resolucion para enojarse; pero tomando partido con su primera turbacion, y procurando que no quedáse mal su hipocresía: "Pudierais (dixo á los Españoles) conceder á este lugar las atenciones, por lo ménos, que debeis á mi persona." Y salió del adoratorio para que le siguiesen; pero se detuvo en el atrio, y prosiguió diciendo algo mas reportado: "Bien podeis, amigos, volveros á vuestro alojamiento; que yo me quedo á pedir perdon á mis Dioses de lo mucho que os he sufrido." Notable salida del empeño en que se hallaba, y pocas palabras dignas de reparo, que dieron á entender su resolucion, y lo que se reprimia para no destemplarse. Con esta experiencia, y otras que se hicieron del mismo género, resolvió Cortés, siguiendo el parecer del Padre Fray Bartolomé de Olmedo y del Licenciado Juan Diaz, que no se le habláse mas por entónces en la religion, porque solo servia de irritarle y endurecerle. Pero al mismo tiempo se consiguió fácilmente su licencia para que los Christianos diesen culto público á su Dios; y él mismo envió sus alarífes para que se le fabricáse templo á su costa como le pidiese Cortés. ¡Tanto deseaba que le dexasen descansar en su error! Desembarazóse luego uno de los salones principales de aquel palacio donde habitaban los Españoles: y blanqueándole de nuevo, se levantó el altar, y en su frontispicio se colocó una imágen de Nuestra Señora sobre algunas gradas, que se adornaron vistosamente: y fixando una cruz grande cerca de la puerta, quedó formada una capilla muy decente, donde se celebraba Misa todos los dias, se rezaba el Rosario, y hacian otros actos de piedad y devocion, asistiendo algunas veces Motezuma con los príncipes y ministros que andaban á su lado: entre los quales se alababa mucho la mansedumbre de aquellos sacrificios, sin conocer la inhumanidad y malicia de los suyos. Gente ciega y supersticiosa, que palpaba las tinieblas, y se defendia de la razon con la costumbre. Pero ántes de referir los sucesos de aquella corte, nos llama su descripcion, la grandeza de sus edificios, su forma de gobierno y policia, con otras noticias que son convenientes para la inteligencia ó concepto de los mismos sucesos. Desvíos de la narracion, necesarios en la historia, como no sean peregrinos del argumento, y carezcan de otros lunares que hacen viciosa la digresion. CAPITULO XIII. _Describese la ciudad de México, su temperamento y situacion, el mercado del Tlatelúlco, y el mayor de sus templos dedicado al Dios de la guerra._ La gran ciudad de México, que fué conocida en su antigüedad por el nombre de Tenuchtitlán, ó por otros de poco diferente sonido (sobre cuya denominacion se cansan voluntariamente los autores) tendria en aquel tiempo sesenta mil familias de vecindad repartida en dos barrios, de los quales se llamaba el uno Tlatelúlco, habitacion de gente popular, y el otro México, que, por residir en él la corte y la nobleza, dió su nombre á toda la poblacion. Estaba fundada en un plano muy espacioso, coronado por todas partes de altísimas sierras y montañas, de cuyos rios y vertientes rebalsadas en el valle se formaban diferentes lagunas, y en lo mas profundo los dos lagos mayores, que ocupaba con mas de cincuenta poblaciones la nacion Mexicana. Tendria este pequeño mar treinta leguas de circunferencia, y los dos lagos que le formaban se unian y comunicaban entre sí por un dique de piedra que los dividia, reservando algunas aberturas con puentes de madera, en cuyos lados tenian sus compuertas levadizas para cebar el lago inferior siempre que necesitaban de socorrer la mengua del uno con la redundancia del otro. Era el mas alto de agua dulce y clara, donde se hallaban algunos pescados de agradable mantenimiento: y el otro de agua salobre y obscura, semejante á la marítima; no porque fuesen, de otra calidad las vertientes de que se alimentaba, sino por vicio natural de la misma tierra donde se detenian, gruesa y salitrosa por aquel parage; pero de grande utilidad para la fábrica de la sal que beneficiaban cerca de sus orillas, purificando al sol, y adelgazando con el fuego las espumas y superfluidades que despedia la resaca. En el medio casi de esta lagúna salobre tenia su asiento la ciudad, cuya situacion se apartaba de la línea equinoccial, hácia el norte, diez y nueve grados y trece minutos, dentro aun de la torrida zona, que imaginaron de fuego inhabitable los filósofos antiguos: para que aprendiese nuestra experiencia quan poco se puede fiar de la humana sabiduría en todas aquellas noticias que no entran por los sentidos á desengañar el entendimiento. Era su clima benigno y saludable, donde se dexaban conocer á su tiempo el frio y el calor, ambos con moderada intension: y la humedad, que, por la naturaleza del sitio, pudiera ofender á la salud, estaba corregida con el favor de los vientos, ó morigerada con el beneficio del sol. Tenia hermosísimos lejos en medio de las aguas esta gran poblacion, y se daba la mano con la tierra por sus diques ó calzadas principales: fábrica suntuosa, que servia tanto al ornamento como á la necesidad: la una, de dos leguas hácia la parte del mediodia, por donde hicieron su entrada los Españoles: la otra, de una legua, mirando al septentrion: y la otra, poco menor, por la parte occidental. Eran las calles bien niveladas y espaciosas: unas de agua con sus puentes para la comunicacion de los vecinos; otras de tierra sola hechas á la mano; y otras de agua y tierra, los lados para el paso de la gente, y el medio para el uso de las canoas ó barcas de tamaños diferentes, que navegaban por la ciudad, ó servian al comercio: cuyo número toca en increible; pues dicen que tendria México entónces mas de cincuenta mil, sin otras embarcaciones pequeñas, que allí se llamaban acales, hechas de un tronco, y capaces de un hombre que remaba para sí. Los edificios públicos y casas de los nobles, de que se componia la mayor parte de la ciudad, eran de piedra, y bien fabricadas: las que ocupaba la gente popular, humildes y desiguales; pero unas y otras en tal disposicion, que hacian lugar á diferentes plazas de terraplen, donde tenian sus mercados. Era entre todas la del Tlatelúlco de admirable capacidad y concurso, á cuyas ferias acudian ciertos dias en el año todos los mercaderes y comerciantes del Reyno con lo mas precioso de sus frutos y manifacturas; y solian concurrir tantos, que, siendo esta plaza, segun dice Antonio de Herrera, una de las mayores del mundo, se llenaba de tiendas puestas en hileras, y tan apretadas, que apénas dexaban calle á los compradores. Conocian todos su puesto, y armaban su oficina de bastidores portátiles, cubiertos de algodon basto, capaz de resistir al agua y al sol. No acaban de ponderar nuestros escritores el órden, la variedad y la riqueza de estos mercados. Habia hileras de plateros, donde se vendian joyas y cadenas extraordinarias, diversas hechuras de animales, y vasos de oro y plata labrados con tanto primor, que algunos de ellos dieron que discurrir á nuestros artífices: particularmente unas calderillas de asas movibles, que salian así de la fundicion, y otras piezas del mismo género, donde se hallaban molduras y relieves, sin que se conociese impulso de martillo, ni golpe de sincel. Habia tambien hileras de pintores, con raras ideas y paises de aquella interposicion de plumas que daba el colorido, y animaba la figura, en cuyo género se hallaron raros aciertos de la paciencia y la prolixidad. Venian tambien á este mercado quantos géneros de telas se fabricaban en todo el Reyno para diferentes usos, hechas de algodon y pelo de conejo, que hilaban delicadamente las mugeres, enemigas en aquella tierra de la ociosidad, y aplicadas al ingenio de las manos. Eran muy de reparar los búcaros y hechuras exquisitas de finísimo barro que traían á vender, diverso en el color y en la fragrancia, de que labraban con primor extraordinario quantas piezas y vasijas son necesarias para el servicio y el adorno de una casa: porque no usaban de oro ni de plata en sus vaxillas, profusion que solo era permitida en la mesa real, y esto en dias muy señalados. Hallábanse con la misma distribucion y abundancia los mantenimientos, las frutas, los pescados, y finalmente quantas cosas hizo venales el deleyte y la necesidad. Hacianse las compras y ventas por via de permutacion, con que daba cada uno lo que le sobraba por lo que habia menester: y el maiz ó el cacao servia de moneda para las cosas menores. No se gobernaban por el peso, ni le conocieron, pero tenian diferentes medidas con que distinguir las cantidades, y sus números ó caractéres con que ajustar los precios segun sus tasaciones. Habia casa diputada para los jueces del comercio, en cuyo tribunal se decidian las diferencias de los comerciantes; y otros ministros inferiores, que andaban entre la gente cuidando de la igualdad de los contratos, y llevaban al tribunal las causas de fraude ó exceso que necesitaban de castigo. Admiraron justamente nuestros Españoles la primera vista de este mercado por su abundancia, por su variedad, y por el órden y concierto con que estaba puesta en razon aquella muchedumbre: aparador verdaderamente maravilloso, en que se venian de una vez á los ojos la grandeza y el gobierno de aquella Corte. Los templos (si es lícito darles este nombre) se levantaban suntuosamente sobre los demas edificios: y el mayor, donde residia la suma dignidad de aquellos inmundos sacerdotes, estaba dedicado al ídolo Viztzilipuztli, que en su lengua significaba Dios de la guerra, y le tenian por el supremo de sus Dioses: primacía de que se infiere quánto se preciaba de militar aquella nacion. El vulgo de los soldados Españoles le llamaba Hachilobos, tropezando en la pronunciacion: y así le nombra Bernal Diaz del Castillo, hallando en la pluma la misma dificultad. Notablemente discuerdan los autores en la descripcion de este soberbio edificio. Antonio de Herrera se conforma demasiado con Francisco Lopez de Gómara: los que le vieron entónces tenian otras cosas en el cuidado, y los demas tiraron las líneas á la voluntad de su consideracion. Seguimos al Padre Josef de Acosta, y á otros autores de los mejor informados. Su primera mansion era una gran plaza en quadro, con su muralla de sillería, labrada por la parte de afuera con diferentes lazos de culebras encadenadas, que daban horror al pórtico, y estaban allí con alguna propiedad. Poco ántes de llegar á la puerta principal estaba un humilladero no ménos horroroso. Era de piedra con treinta gradas de lo mismo que subian á lo alto, donde habia un género de azotea prolongada, y fixos en ella muchos troncos de crecidos árboles puestos en hilera: tenian estos sus taladros iguales á poca distancia, y por ellos pasaban de un arbol á otro diferentes varas, ensartando cada una por las sienes algunas calaveras de hombres sacrificados, cuyo número, que no se puede referir sin escándalo, tenian siempre cabal los ministros del templo, renovando las que padecian algun destrozo con el tiempo. Lastimoso trofeo, en que manifestaba su rencor el enemigo del hombre: y aquellos bárbaros le tenian á la vista sin algun remordimiento de la naturaleza, hecha devocion la inhumanidad, y desaprovechada en la costumbre de los ojos la memoria de la muerte. Tenia la plaza quatro puertas correspondientes en sus quatro lienzos que miraban á los quatro vientos principales. En lo alto de las portadas habia quatro estátuas de piedra, que señalaban el camino, como despidiendo á los que se acercaban mal dispuestos: y tenian su presuncion de Dioses liminares, porque recibian algunas reverencias á la entrada. Por la parte interior de la muralla estaban las habitaciones de los sacerdotes y dependientes de su ministerio, con algunas oficinas que corrian todo el ámbito de la plaza sin ofender el quadro, dexándola tan capaz, que solian baylar en ella ocho y diez mil personas quando se juntaban á celebrar sus festividades. Ocupaba el centro de esta plaza, una gran máquina de piedra, que á cielo descubierto se levantaba sobre las torres de la ciudad, creciendo en diminucion hasta formar una media pirámide, los tres lados pendientes, y en el otro labrada la escalera: edificio suntuoso y de buenas medidas, tan alto que tenia ciento y veinte gradas la escalera, y tan corpulento que terminaba en un plano de quarenta pies en quadro, cuyo pavimento enlosado primorosamente de varios jaspes guarnecia por todas partes un pretil con sus almenas retorcidas á manera de caracoles, formado por ambas hazes de unas piedras negras semejantes al azabache, puestas con órden, y unidas con betunes blancos y roxos que adornaban mucho el edificio. Sobre la division del pretil, donde terminaba la escalera, estaban dos estátuas de marmol, que sustentaban, imitando bien la fuerza de los brazos, unos grandes candeleros de hechura extraordinaria: mas adelante una losa verde, que se levantaba cinco palmos del suelo, y remataba en esquina, donde afirmaban por las espaldas al miserable que habian de sacrificar, para sacarle por los pechos el corazon. Y en la frente una capilla de mejor fábrica y materia, cubierta por lo alto con su techumbre de maderas preciosas, donde tenian el ídolo sobre un altar muy alto, y detras de cortinas. Era de figura humana, y estaba sentado en una silla con apariencias de trono, fundada sobre un globo azul que llamaban cielo, de cuyos lados salian quatro varas con cabezas de sierpes, á que aplicaban los hombros para conducirle quando le manifestaban al pueblo. Tenia sobre la cabeza un penacho de plumas varias en forma de páxaro con el pico y la cresta de oro bruñido; el rostro de horrible severidad, y mas afeado con dos faxas azules, una sobre la frente, y otra sobre la nariz. En la mano derecha una culebra ondeada que le servia de baston, y en la izquierda quatro saetas, que veneraban como traidas del Cielo, y una rodela con cinco plumages blancos puestos en cruz, sobre cuyos adornos, y la significacion de aquellas insignias y colores decian notables desvaríos con lastimosa ponderacion. Al lado siniestro de esta capilla estaba otra de la misma hechura y tamaño con un ídolo que llamaban Tlaloch, en todo semejante á su compañero. Tenianlos por hermanos, y tan amigos, que dividian entre sí los patrocinios de la guerra: iguales en el poder, y uniformes en la voluntad: por cuya razon acudian á entrambos con una víctima y un ruego, y les daban las gracias de los sucesos, teniendo en equilibrio la devocion. El ornato de ambas capillas era de inestimable valor, colgadas las paredes, y cubiertos los altares de joyas y piedras preciosas puestas sobre plumas de colores. Y habia de este género y opulencia ocho templos en aquella ciudad, siendo los menores mas de dos mil, donde se adoraban otros tantos ídolos diferentes en el nombre, figura y advocacion. Apénas habia calle sin su Dios tutelar; ni se conocia calamidad entre las pensiones de la naturaleza que no tuviese altar donde acudir por el remedio. Ellos se fingian y fabricaban sus Dioses de su mismo temor, sin conocer que enflaquecian el poder de los unos con lo que fiaban de los otros: y el demonio ensanchaba su dominio por instantes, violentísimo tirano de aquellos racionales, y en pacífica posesion de tantos siglos. ¡O permisiones inescrutables del Altísimo! CAPITULO XIV. _Describense diferentes casas que tenia Motezuma para su divertimiento, sus armerías, sus jardines y sus quintas, con otros edificios notables que habia dentro y fuera de la ciudad._ Demas del palacio principal que dexamos referido, y el que habitaban los Españoles, tenia Motezuma diferentes casas de recreacion que adornaban la ciudad, y engrandecian su persona. En una de ellas (edificio real donde se vieron grandes corredores sobre columnas de jaspe) habia quantos géneros de aves se crian en la Nueva España dignas de alguna estimacion por la pluma ó por el canto: entre cuya diversidad se hallaron muchas extraordinarias, y no conocidas hasta entónces en Europa. Las marítimas se conservaban en estanques de agua salobre; y en otros de agua dulce las que se traían de rios ó lagunas. Dicen que habia páxaros de cinco y seis colores, y los pelaban á su tiempo, dexándolos vivos para que repitiesen á su dueño la utilidad de la pluma: género de mucho valor entre los Mexicanos, porque se aprovechaban de ella en sus telas, en sus pinturas y en todos sus adornos. Era tanto el número de las aves, y se ponia tanto cuidado en su conservacion, que se ocupaban en este ministerio mas de trescientos hombres diestros en el conocimiento de sus enfermedades, y obligados á subministrarles el cebo de que se alimentaban en su libertad. Poco distante de esta casa tenia otra Motezuma de mayor grandeza y variedad con habitacion capaz de su persona y familia, donde residian sus cazadores y se criaban las aves de rapiña: unas en jaulas de igual aliño y limpieza, que solo servian á la observacion de los ojos; y otras en alcándaras, obedientes al lazo de la pihuela, y domesticadas para el exercicio de la cetrería; cuyos primores alcanzaron, sirviéndose de algunos páxaros de razas excelentes que se hallan en aquella tierra, parecidos á los nuestros, y nada inferiores en la docilidad con que reconocen á su dueño, y en la resolucion con que se arrojan á la presa. Habia entre las aves que tenian encerradas muchas de rara fiereza y tamaño, que parecieron entónces monstruosas, y algunas águilas reales de grandeza exquisita y prodigiosa voracidad. No falta quien diga que una de ellas gastaba un carnero en cada comida: debanos el autor que no apoyemos con su nombre lo que, á nuestro parecer, creyó con facilidad. En el segundo patio de la misma casa estaban las fieras que presentaban á Motezuma, ó prendian sus cazadores, en fuertes jaulas de madera, puestas con buena distribucion y debaxo de cubierto: leones, tigres, osos, y quantos géneros de brutos silvestres produce la Nueva España, entre los quales hizo mayor novedad el toro Mexicano, rarísimo compuesto de varios animales, gibada y corva la espalda como el camello, enjuto el ijar, larga la cola y guedejudo el cuello como el leon, hendido el pie y armada la frente como el toro, cuya ferocidad imita con igual ligereza y execucion. Anfiteatro que pareció á los Españoles digno de Príncipe grande, por ser tan antiguo en el mundo esto de significarse por las fieras la grandeza de los hombres. En otra separacion de este palacio dicen algunos de nuestros escritores que se criaba con cebo quotidiano una multitud horrible de animales ponzoñosos, y que anidaban en diferentes vasijas y cavernas las viboras, las culebras de cascabel, los escorpiones: y crece la ponderacion hasta encontrar con los crocodilos; pero tambien afirman que no alcanzaron esta venenosa grandeza nuestros Españoles, y que solo vieron el parage donde se criaban: cuya limitacion nos basta para tocarlo como inverisímil, creyendo ántes que lo entenderian así los Indios, de cuya relacion se tomó la noticia, y que sería este uno de aquellos horrores que suele inventar el vulgo contra la fiereza de los tiranos, particularmente quando sirve afligido, y discurre atemorizado. Sobre la mansion que ocupaban las fieras habia un quartel muy capaz, donde habitaban los bufones, y otras sabandijas de palacio, que servian al entretenimiento del Rey, en cuyo número se contaban los monstruos, los enanos, los corcovados y otros errores de la naturaleza: cada género tenia su habitacion separada, y cada separacion sus maestros de habilidades, y sus personas diputadas para cuidar de su regalo, donde los servian con tanta puntualidad, que algunos padres, entre la gente pobre, desfiguraban á sus hijos para que lograsen esta conveniencia, y emendar su fortuna, dándoles el merito en la deformidad. No se conocia ménos la grandeza de Motezuma en otras dos casas que ocupaba su armería. Era la una para la fábrica, y la otra para el depósito de las armas. En la primera vivian y trabajaban todos los maestros de esta facultad, distribuidos en diferentes oficinas, segun sus ministerios: en una parte se adelgazaban las varas para las flechas: en otra se labraban los pedernales para las puntas: y cada género de armas ofensivas y defensivas tenia su obrador y sus oficiales distintos con algunos superintendentes que llevaban á su modo la cuenta y razon de lo que se trabajaba. La otra casa, cuyo edificio tenia mayor representacion, servia de almacen donde se recogian las armas despues de acabadas, cada género en pieza distinta: y de allí se repartian á los exércitos y fronteras, segun la ocurrencia de las ocasiones. En lo alto se guardaban las armas de la persona real colgadas por las paredes con buena colocacion: en una pieza los arcos, flechas y aljabas, con varios embutidos y labores de oro y pedrería: en otra las espadas y montantes de madera extraordinaria con sus filos de pedernal, y la misma riqueza en las empuñaduras: en otra los dardos, y así los demas géneros, tan adornados y resplandecientes, que daban que reparar hasta las hondas y las piedras. Habia diferentes hechuras de petos y zeladas con láminas y follages de oro, muchas casacas de aquellos colchados que resistian á las flechas, hermosas invenciones de rodelas ó escudos, y un género de paveses ó adargas de pieles impenetrables que cubrian todo el cuerpo, y hasta la ocasion de pelear andaban arrolladas al hombro izquierdo. Fué de admiracion á los Españoles esta grande armería, que pareció tambien alhaja de Príncipe, y Príncipe guerrero, en que se acreditaban igualmente su opulencia y su inclinacion. En todas estas casas tenia grandes jardines prolixamente cultivados. No gustaba de árboles fructíferos, ni plantas comestibles en sus recreaciones; ántes solia decir que las huertas, eran posesiones de gente ordinaria, pareciéndole mas propio en los Príncipes el deleyte sin mezcla de utilidad. Todo era flores de rara diversidad y fragrancia, y yerbas medicinales, que servian á los quadros y cenadores: de cuyo beneficio cuidaba mucho, haciendo traer á sus jardines quantos géneros produce la benignidad de aquella tierra, donde no aprendian los físicos otra facultad que la noticia de sus nombres, y el conocimiento de sus virtudes. Tenian hierbas para todas las enfermedades y dolores, de cuyos zumos y aplicaciones componian sus remedios, y lograban admirables efectos, hijos de la experiencia, que sin distinguir la causa de la enfermedad, acertaban con la salud del enfermo. Repartianse francamente de los jardines del Rey todas las hierbas que recetaban los médicos, ó pedian los dolientes; y solia preguntar si aprovechaban, hallando vanidad en sus medicinas, ó persuadido á que cumplió con la obligacion del gobierno cuidando así de la salud de sus vasallos. En todos estos jardines y casas de recreacion habia muchas fuentes de agua dulce y saludable, que traían de los montes vecinos guiada por diferentes canales, hasta encontrar con las calzadas, donde se ocultaban los encañados que la introducian en la ciudad: para cuya provision se dexaban algunas fuentes públicas, y se permitia, no sin tributo considerable, que los Indios vendiesen por las calles la que podian conducir de otros manantiales. Creció mucho en tiempo de Motezuma el beneficio de las fuentes, porque fué suya la obra del gran conducto por donde vienen á México las aguas vivas que se descubrieron en la sierra de Chapultepec, distante una legua de la ciudad. Hizose primero de su órden y traza un estanque de piedra donde recogerlas, midiendo su altura con la declinacion que pedia la corriente: y despues un paredon grueso con dos canales descubiertas de fuerte argamasa, de las quales servia la una mientras se limpiaba la otra. Fábrica de grande utilidad, cuya invencion le dexó tan vanaglorioso, que mandó poner su efigie y la de su padre, no sin alguna semejanza, esculpidas en dos medallas de piedra, con ambicion de hacerse memorable por aquel beneficio de su ciudad. Uno de los edificios que hizo mayor novedad entre las obras de Motezuma fué la casa que llamaban de la tristeza, donde solia retirarse quando se morian sus parientes, y en otras ocasiones de calamidad ó mal suceso que pidiese pública demostracion. Era de horrible arquitectura, negras las paredes, los techos y los adornos, y tenia un género de claraboyas ó ventanas pequeñas que daban penada la luz, ó permitian solamente la que bastaba para que se viese la obscuridad. Formidable habitacion, donde se detenia todo lo que tardaba en despedir sus quebrantos, y donde se le aparecia con mas facilidad el demonio: fuese por lo que ama los horrores el príncipe de las tinieblas, ó por la congruencia que tienen entre sí el espíritu maligno y el humor melancólico. Fuera de la ciudad tenia grandes quintas y casas de recreacion con muchas y copiosas fuentes que daban agua para los baños, ó estanques para la pesca; en cuya vecindad habia diferentes bosques para diferentes géneros de caza, exercicio que freqüentaba y entendia, manejando con primor el arco y la flecha. Era la montería su principal divertimiento, y solia muchas veces salir con sus nobles á un parque muy espacioso y ameno, cuyo distrito estaba cercado por todas partes con un foso de agua, donde le traían y encerraban las reses de los montes vecinos: entre las quales solian venir algunos tigres y leones. Habia gente señalada en México y en otros lugares del contorno que se adelantaba para estrechar y conducir las fieras al sitio destinado, siguiendo casi en estas batidas el estílo de nuestros monteros. Tenian aquellos Indios Mexicanos grande osadía y agilidad en perseguir y sujetar los animales mas feroces: y Motezuma gustaba mucho de mirar el combate de sus cazadores, y lograr algunos tiros, que se aplaudian como aciertos de mayor importancia. Nunca se apeaba de sus andas sino es quando se ponia en algun lugar eminente, y siempre con bastante circunvalacion de chuzos y flechas que asegurasen su persona; no porque le faltáse valor, ni dexáse de aventajar á todos en la destreza, sino porque miraba como indignos de su magestad aquellos riesgos voluntarios: pareciéndole (y no sin conocimiento de su dignidad) que solo eran decentes para el Rey los peligros de la guerra. CAPITULO XV. _Dáse noticia de la ostentacion y puntualidad con que se hacia servir Motezuma en su palacio, del gasto de su mesa, de sus audiencias, y otras particularidades de su economía y divertimientos._ Era correspondiente á la suntuosidad y soberbia de sus edificios el fausto de su casa, y los aparatos de que adornaba su persona, para mantener la reverencia y el temor de sus vasallos: á cuyo fin inventó nuevas ceremonias y superfluidades, emendando, como defecto, la humanidad con que se trataron hasta él los Reyes Mexicanos. Aumentó, como diximos, en los principios de su reynado el número, la calidad y el lucimiento de la familia real, componiéndola de gente noble, mas ó ménos ilustre, segun los ministerios de su ocupacion: punto que resistieron entónces sus consejeros, representándole que no convenia desconsolar al pueblo con excluirle totalmente de su servicio; pero él executó lo que le aconsejaba su vanidad: y era una de sus máxîmas, que los Príncipes debian favorecer desde lejos á la gente sin obligaciones, y considerar que no se hicieron los beneficios de la confianza para los ánimos plebeyos. Tenia dos géneros de guardias, una de gente militar, y tan numerosa, que ocupaba los patios, y repartia diferentes esquadras á las puertas principales: y otra de caballeros, cuya introduccion fué tambien de su tiempo: constaba de hasta doscientos hombres de calidad conocida, y estos entraban todos los dias en palacio con el mismo fin de guardar la persona real, y asistir á su cortejo. Estaba repartido por turnos con tiempo señalado este servicio de los nobles, y se iban mudando con tal disposicion, que comprehendia toda la nobleza, no solo de la ciudad, sino del reyno: y venian, á cumplir con esta obligacion, quando les tocaba el turno, desde las ciudades mas remotas. Era su asistencia en las antecámaras, donde comian de lo que sobraba en la mesa del Rey. Solia permitir que entrasen algunos en su cámara, mandándolos llamar, no tanto por favorecerlos, como para saber si asistian, y tenerlos á todos en cuidado. Jactabase de haber introducido este género de guardia, y no sin alguna política mas que vulgar; porque solia decir á sus ministros que le servia de tener en algun exercicio la obediencia de los nobles para enseñarlos á vivir dependientes, y de conocer los sugetos de su Reyno para emplearlos segun su capacidad. Casaban los Reyes Mexicanos con hijas de otros Reyes tributarios suyos: y Motezuma tenia dos mugeres de esta calidad con título de Reynas en quartos separados de igual pompa y ostentacion. El número de sus concubinas era exôrbitante y escandaloso; pues hallamos escrito que habitaban dentro de su palacio mas de tres mil mugeres entre amas y criadas, y que venian al exâmen de su antojo quantas nacian con alguna hermosura en sus dominios, porque sus ministros y executores las recogian á manera de tributo y vasallage: tratándose como importancia del Reyno la torpeza del Rey. Deshaciase de este género de mugeres con facilidad, poniéndolas en estado para que ocupasen otras su lugar; y hallaban maridos entre la gente de mayor calidad, porque salian ricas, y á su parecer, condecoradas: tan lejos estaba de tener estimacion de virtud la honestidad en una religion, donde no solo se permitian, pero se mandaban las violencias de la razon natural. Afectaba mucho el recogimiento de su casa, y tenia mugeres ancianas que atendiesen al decoro de sus concubinas, sin permitir el menor desacierto en su proceder; no tanto porque le disonasen las indecencias, como porque le predominaban los zelos: y este cuidado con que procuraba mantener el recato de su familia, que tiene por sí tanto de loable y puesto en razon, era en él segunda liviandad, y pundonor poco generoso que se formaba en la flaqueza de otra pasion. Sus audiencias no eran fáciles ni freqüentes; pero duraban mucho, y se adornaba esta funcion de grande aparato y solemnidad. Asistian á ellas los próceres que tenian entrada en su quarto, seis ó siete consejeros cerca de la silla, por si ocurriese alguna materia digna de consulta, y diferentes secretarios que iban notando, con aquellos símbolos que les servian de letras, las resoluciones y decretos, cada uno segun su negociacion. Entraba descalzo el pretendiente, y hacia tres reverencias sin levantar los ojos de la tierra, diciendo en la primera, _Señor_: en la segunda, _mi Señor_: y en la tercera, _gran Señor_. Hablaba en acto de mayor humiliacion, y se volvia despues á retirar por los mismos pasos, repitiendo sus referencias sin volver las espaldas, y cuidando mucho de los ojos; porque habia ciertos ministros que castigaban luego los menores descuidos; y Motezuma era observantísimo en estas ceremonias: cuidado que no se debe culpar en los Príncipes, por consistir en ellas una de las prerogativas que los diferencian de los otros hombres, y tener algo de substancia en el respeto de los súbditos estas delicadezas de la Magestad. Escuchaba con atencion, y respondia con severidad, midiendo, al parecer, la voz con el semblante. Si alguno se turbaba en el razonamiento, le procuraba cobrar, ó le señalaba uno de los ministros que le asistian, para que le habláse con ménos embarazo: y solia despacharle mejor, hallando en aquel miedo respectivo lisonja y discrecion. Preciabase mucho del agrado y humanidad con que sufria las impertinencias de los pretendientes, y la desproporcion de las pretensiones: y á la verdad procuraba por aquel rato corregir los ímpetus de su condicion; pero no todas veces lo podia conseguir, porque cedia lo violento á lo natural, y la soberbia reprimida se parece poco á la benignidad. Comia solo, y muchas veces en público; pero siempre con igual aparato. Cubrianse los aparadores ordinariamente con mas de doscientos platos de varios manjares á la condicion de su paladar, y algunos de ellos tan bien sazonados, que no solo agradaron entónces á los Españoles, pero se han procurado imitar en España: que no hay tierra tan bárbara donde no se precie de ingenioso en sus desórdenes el apetito. Antes de sentarse á comer registraba los platos, saliendo á reconocer las diferencias de regalos que contenian; y satisfecha la gula de los ojos, elegia los que mas le agradaban, y se repartian los demas entre los Caballeros de su guardia: siendo esta profusion quotidiana una pequeña parte del gasto que se hacia de ordinario en sus cocinas; porque comian á su costa quantos habitaban en palacio, y quantos acudian á él por obligacion de su oficio. La mesa era grande, pero baxa de pies, y el asiento un taburete proporcionado. Los manteles de blanco y sutil algodon, y las servilletas de lo mismo, algo prolongadas. Atajábase la pieza por la mitad con una baranda, ó biombo, que, sin impedir la vista, señalaba término al concurso, y apartaba la familia. Quedaban dentro cerca de la mesa tres ó quatro ministros ancianos de los mas favorecidos, y cerca de la baranda uno de los criados mayores que alcanzaba los platos. Salian luego hasta veinte mugeres vistosamente ataviadas, que servian la vianda, y ministraban la copa con el mismo género de reverencias que usaban en sus templos. Los platos eran de barro muy fino y solo servian una vez, como los manteles y servilletas, que se repartian luego entre los criados: los vasos de oro sobre salvas de lo mismo; y algunas veces solia beber en cocos ó conchas naturales costosamente guarnecidas. Tenian siempre á la mano diferentes géneros de bebidas, y él señalaba las que apetecia: unas con olor, otras de hierbas saludables, y algunas confecciones de ménos honesta calidad. Usaba con moderacion de los vinos, ó mejor diriamos cervezas, que hacian aquellos Indios, liquidando los granos del maiz por infusion y cocimiento, bebida que turbaba la cabeza como el vino mas robusto. Al acabar de comer tomaba ordinariamente un género de chocolate á su modo, en que iba la substancia del cacao batida con el molinillo hasta llenar la xicara de mas espuma que licor; y despues el humo del tabaco suavizado con liquidambar: vicio que llamaban medicina, y en ellos tuvo algo de supersticion, por ser el zumo de esta yerba uno de los ingredientes con que se dementaban y enfurecian los sacerdotes siempre que necesitaban de perder el entendimiento para entender al demonio. Asistian ordinariamente á la comida tres ó quatro juglares de los que mas sobresalian en el número de sus sabandijas: y estos procuraban entretenerle, poniendo, como suelen, su felicidad en la risa de los otros; y vistiendo las mas veces en trage de gracia la falta de respeto. Solia decir Motezuma que los permitia cerca de su persona, porque le decian algunas verdades: (poco las apeteceria quien las buscaba en ellos, ó tendria por verdades las lisonjas): sentencia que se pondera entre sus discreciones; pero mas reparamos en que llegáse á conocer hasta un Príncipe bárbaro la culpa de admitirlos, pues buscaba colores con que honestarlo. Despues del rato del sosiego solian entrar sus músicos á divertirle: y al son de flautas y caracoles, cuya desigualdad de sonidos concertaban con algun género de consonancia, le cantaban diferentes composiciones en varios metros, que tenian su número y cadencia: variando los tonos con alguna modulacion buscada en la voluntad de su oído. El ordinario asunto de sus canciones eran los acaecimientos de sus mayores, y los hechos memorables de sus Reyes; y estas se cantaban en los templos, y enseñaban á los niños, para que no se olvidasen las hazañas de su nacion, haciendo el oficio de la historia con todos aquellos que no entendian las pinturas y geroglíficos de sus anales. Tenian tambien sus cantilenas alegres, de que usaban en sus bayles, con estribillos y repeticiones de música mas bulliciosa: y eran tan inclinados á este género de regocijos, y á otros espectáculos en que mostraban sus habilidades, que, casi todas las tardes, habia fiestas públicas en alguno de los barrios, unas veces de la nobleza, y otras de la gente popular: y en aquella sazon fueron mas freqüentes, y de mayor solemnidad, por el agasajo de los Españoles, fomentándolas y asistiéndolas Motezuma contra el estilo de su austeridad; como quien deseaba con algun género de ambicion que se contasen los exercicios de la ociosidad entre las grandezas de su corte. La mas señalada entre sus fiestas era un género de danzas que llamaban mitotes: componianse de innumerable muchedumbre; unos vistosamente adornados, y otros en trages y figuras extraordinarias. Entraban en ellas los nobles, mezclándose con los plebeyos en honor de la festividad: y tenian exemplar de haber entrado sus Reyes. Hacian el son dos atabales de madera cóncava, desiguales en el tamaño y en el sonido, baxo y tiple, unidos y templados no sin alguna conformidad. Entraban de dos en dos haciendo sus mudanzas: y despues formaban corro, hiriendo todos á un tiempo la tierra y el ayre con los pies, sin perder el compás. Cansado un corro, sucedia otro con diferentes saltos y movimientos, imitando los tripudios y coreas que celebró la antigüedad; y algunas veces se mezclaban todos en alegre inquietud, hasta que, mediando los brindis, y venciendo la embriaguez, de que se hacia gala en estos dias, cesaba la fiesta, ó se convertia en otra locura ménos ordenada. Juntabase otras veces el pueblo en las plazas ó en los atrios de sus templos á diferentes espectáculos y juegos. Habia desafíos de tirar al blanco, y hacer otras destrezas admirables con el arco y la flecha. Usaban de la carrera y la lucha con sus apuestas particulares, y premios públicos para el vencedor. Tenian hombres agilísimos que baylaban sin equilibrio en la maroma; y otros que hacian mudanzas y vueltas con segundo baylarin sobre los hombros. Jugaban tambien á la pelota igual número de competidores con un género de goma que levantaba mucho los botes, y la traían largo rato en el ayre, hasta que ganaban la raya los que daban con ella en el término contrapuesto: victoria que se disputaba con tanta solemnidad, que venian los sacerdotes con el Dios de la pelota (ridícula supersticion!) y colocándole á la vista, conjuraban el trinquete con ciertas ceremonias, que, á su parecer, dexaban corregidos los azares del juego, igualando la fortuna de los jugadores. Raros eran los dias en que no hubiese alguna fiesta que alegráse la ciudad: y Motezuma gustaba de que se freqüentasen los bayles y los regocijos; no porque fuesen de su genio, ni dexáse de conocer los inconvenientes que se perdonan, ó se disimulan en estos bullicios de la plebe; sino porque hallaba conveniencia en traer divertidos aquellos ánimos inquietos, de cuya fidelidad vivia rezeloso. Propia cavilacion de Príncipe tirano, dexar al pueblo estos incitamentos de los vicios, para que no discurra en lo que padece: y mayor servidumbre de la tiranía, necesitar de indignas permisiones, para introducir la servidumbre con especie de libertad. CAPITULO XVI. _Dáse noticia de las grandes riquezas de Motezuma, del estílo con que se administraba la hacienda, y se cuidaba de la justicia: con otras particularidades del gobierno político y militar de los Mexicanos._ Era Príncipe tan rico Motezuma, que, no solo podia sustentar los gastos y delicias de su corte, pero mantenia continuamente dos ó tres exércitos en campaña para sujetar sus rebeldes, ó cubrir sus fronteras; y sobraba caudal opulento de que se formaban sus tesoros. Daban grande utilidad á la corona las minas de oro y plata, las salinas, y otros derechos de antigua introduccion; pero el mayor capital de las rentas reales se componia de las contribuciones de los vasallos, cuya imposicion creció con exôrbitancia en tiempo de Motezuma. Todos los hombres llanos de aquel vasto y populoso dominio pagaban de tres uno al Rey de sus labranzas y grangerías: los pobres conducian sin estipendio los géneros que se remitian á la corte ó reconocian el vasallage con otro servicio personal. Andaban por el Reyno diferentes audiencias, que, con el auxîlio de las justicias ordinarias, iban cobrando y remitiendo los tributos. Dependian estos ministros del tribunal de hacienda, que residia en la corte, obligados á dar cuenta por menor de lo que producian sus distritos; y se castigaban con pena de la vida sus fraudes ó sus descuidos, de que resultaba mayor violencia en las cobranzas; porque se miraban como igual delito en el executor la piedad y el latrocinio. Eran grandes los clamores de los pueblos, y no los ignoraba Motezuma; pero solia poner entre los primores de su gobierno la opresion de sus vasallos; diciendo muchas veces que conocia su mala inclinacion, y que necesitaban de aquella carga para su misma quietud, porque no los pudiera sujetar si los dexára enriquecer. ¡Grande hombre de buscar pretextos y colores que hiciesen el oficio de la razon! Los lugares vecinos á la ciudad daban gente para las obras reales, proveían de leña el palacio, y pagaban otras pensiones á costa de sus comunidades. Los nobles contribuian con asistir á las guardias, acudian con sus vasallos á los exércitos, y hacian contínuos presentes al Rey, que se recibian como dádivas, sin perder el nombre de obligacion. Habia diferentes depositarios y tesoreros donde paraban los géneros que procedian de las contribuciones: y el tribunal de hacienda libraba en ellos todo lo necesario para el gasto de las casas reales, y provisiones de la guerra; y cuidaba de que se fuese beneficiando lo que sobraba, para guardarlo en el tesoro principal, reducido á géneros durables, y particularmente á piezas de oro, cuyo valor conocian y estimaban, sin que la copia llegáse á envilecerle; ántes le apetecian y guardaban los poderosos, ó bien fuese por la nobleza y hermosura del metal, ó porque nació destinado á la codicia mas que á la necesidad de los hombres. Tenian los Mexicanos dispuesto y organizado su gobierno con notable concierto y armonía. Demas del consejo de hacienda, que corria, como hemos dicho, con las dependencias del patrimonio real, habia consejo de justicia, donde venian las apelaciones de los tribunales inferiores: consejo de guerra, donde se cuidaba de la formacion y asistencias de los exércitos: y consejo de estado que se hacia las mas veces en presencia del Rey, donde se trataban los negocios de mayor peso. Habia tambien jueces del comercio y del abasto, y otro género de ministros, como Alcaldes de corte que rondaban la ciudad, y perseguian los delinqüentes. Traían sus varas ellos y sus alguaciles para ser conocidos por la insignia del oficio, y tenian su tribunal donde se juntaban á oir las partes, y determinar los pleytos en primera instancia. Los juicios eran sumarios y verbales: el actor y el reo comparecian con su razon y sus testigos, y el pleyto se acababa de una vez, durando poco mas, si era materia de recurso á tribunal superior. No tenian leyes escritas; pero se gobernaban por el estílo de sus mayores, supliendo la costumbre por la ley siempre que la voluntad del Príncipe no alteraba la costumbre. Todos estos consejos se componian de personas experimentadas en los cargos de la paz y de la guerra: y el de estado, superior á todos los demas, se formaba de los Electores del Imperio, á cuya dignidad ascendian los Príncipes ancianos de la sangre Real: y quando se ofrecia materia de mucha consideracion, eran llamados al consejo los Reyes de Tezcuco y Tacuba, principales Electores, á quien tocaba por sucesion esta prerogativa. Los quatro primeros vivian en palacio, y andaban siempre cerca del Rey, para darle su parecer en lo que se ofrecia y autorizar con el pueblo sus resoluciones. Cuidaban del premio y del castigo con igual atencion. Eran delitos capitales el homicidio, el hurto, el adulterio, y qualquier leve desacato contra el Rey ó contra la religion. Las demas culpas se perdonaban con facilidad, porque la misma religion desarmaba la justicia permitiendo las iniquidades. Castigábase tambien con pena de la vida la falta de integridad en los ministros, sin que se diese culpa venial en los que servian oficio público: y Motezuma puso en mayor observancia esta costumbre, haciendo exquisitas diligencias para saber como procedian, hasta exâminar su desinterés con algunos regalos ofrecidos por mano de sus confidentes; y el que faltaba en algo á su obligacion, moria por ello irremisiblemente: severidad que merecia Príncipe ménos bárbaro, y república mejor acostumbrada. Pero no se puede negar á los Mexicanos que tuvieron algunas virtudes morales, y particularmente la de procurar que se administráse con rectitud aquel género de justicia que llegaron á conocer, bastante á deshacer los agravios, y á mantener la sociedad entre los suyos: porque no dexaban de conservar entre sus abusos y bestialidades algunas luces de aquella primitiva equidad que dió á los hombres la naturaleza, quando faltaban las leyes, porque se ignoraban los delitos. Una de las atenciones mas notables de su gobierno era el cuidado con que se trataba la educacion de los muchachos, y el desvelo con que iban formando y reconociendo sus inclinaciones. Tenian escuelas públicas para la enseñanza de la gente popular, y otros colegios ó seminarios de mayor providencia y aparato donde se criaban los hijos de los nobles: perseverando en ellos desde la tierna edad, hasta que salian capaces de hacer su fortuna, ó seguir su inclinacion. Habia maestros de niñez, adolescencia y juventud, que tenian autoridad y estimacion de ministros; y no sin fundamento, pues cuidaban de aquellos rudimentos y exercicios que aprovechaban despues á la república. Allí los enseñaban á descifrar los caractéres y figuras de que se componian sus escritos, y los hacian tomar de memoria las canciones historiales en que se contenian los hechos de sus mayores, y las alabanzas de sus Dioses. Pasaban despues á otra clase, donde se aprendia la modestia y la cortesía, y dicen que hasta la compostura en el andar. Eran de mayor suposicion estos segundos preceptores, porque tenian á su cargo las costumbres de aquella edad, en que se dexan corregir los defectos y quebrantar las pasiones. Despiertos ya, y crecidos en este género de sujecion y enseñanza, pasaban á la tercera clase, donde se habilitaban en exercicios mas robustos: probaban las fuerzas en el peso y la lucha, competian unos con otros en el salto y la carrera, y se enseñaban á manejar las armas, esgrimir el montante, despedir el dardo, y dar impulso y certidumbre á la flecha: hacianlos sufrir la hambre y la sed: y tenian sus ratos de resistir á las inclemencias del tiempo, hasta que volvian hábiles y endurecidos á la casa de sus padres, para ser aplicados, segun la noticia que daban los maestros de su inclinacion, al gobierno político, al exercicio militar, ó al sacerdocio: tres caminos en que podia elegir la gente noble, poco diferentes en la estimacion, aunque precedia el de la guerra, por ser mayores sus ascensos. Habia tambien otros colegios de matronas dedicadas al culto de los templos, donde se criaban las doncellas de calidad, guardando clausura, y entregadas á sus maestras desde la niñez hasta que salian á tomar estado, con aprobacion de sus padres, y licencia del Rey: diestras ya en aquellas habilidades y labores que daban opinion á las mugeres. Los hijos de la gente noble, que, al salir de los seminarios, se inclinaban á la guerra, pasaban por otro exâmen digno de consideracion: porque sus padres los enviaban á los exércitos para que viesen lo que se padecia en la campaña, ó supiesen lo que intentaban ántes de alistarse por soldados: y solian enviarlos entre los Tamenes vulgares con su carga de bastimentos al hombro, para que perdiesen la vanidad y fuesen enseñados al trabajo. No se admitian á la profesion los que mudaban el semblante al horror de las batallas, ó no daban alguna experiencia de su valor: de que resultaba el ser de mucho servicio estos bisoños en el tiempo de su aprobacion, porque todos procuraban señalarse con algun hecho particular, arrojándose á los mayores peligros; y conociendo, al parecer, que, para entrar en el número de los valientes, era necesario dar algo de temeridad á los principios de la fama. En nada pusieron tanto su felicidad los Mexicanos como en las cosas de la guerra: profesion que miraban los Reyes como principal instituto de su poder, y los súbditos como propia de su nacion. Subian por ella los plebeyos á nobles, y los nobles á las mayores ocupaciones de la monarquía: con que se animaban todos á servir, ó por lo ménos aspiraban á la virtud militar quantos nacian con ambicion, ó tenian espíritu para salir de su esfera. No habia lugar sin milicia determinada con preeminencias que diferenciaban al soldado entre los demas vecinos. Formábanse los exércitos con facilidad: porque los Príncipes del reyno, y los Caciques de las provincias tenian obligacion de acudir á la plaza de armas que se les señalaba con el número de gente que se les repartia: y se pondera entre las grandezas de aquel imperio, que llegó á tener Motezuma treinta vasallos tan poderosos, que podia cada uno poner en campaña cien mil hombres armados. Gobernaban estos la gente de su cargo en la ocasion, dependientes del Capitan general, á quien obedecian, reconociendo en él la representacion de su Rey, quando faltaba su persona del exército, que sucedia pocas veces: porque aquellos Príncipes tenian á desayre de su autoridad el apartarse de sus armas, hallando alguna monstruosidad política en aquella disonancia, que hacen fuerzas propias en ageno brazo. Su modo de pelear era el mismo que dexamos referido en la batalla de Tabasco: mejor disciplinados los exércitos, ménos confusa la obediencia de los soldados, mas nobleza, y mayores esperanzas. Deshacianse brevemente de las armas arrojadizas para llegar á las espadas, y muchas veces á los brazos, por ser entre aquella gente mayor hazaña el cautiverio que la muerte del enemigo, y mas valeroso el que daba mas prisioneros para los sacrificios. Tenian estimacion y conveniencia los cargos militares, y Motezuma premiaba con liberalidad á los que sobresalian en las batallas: tan inclinado á la milicia, y tan atento á la reputacion de sus armas, que inventó premios honoríficos para los nobles que servian en la guerra, instituyendo cierto género de órdenes militares con sus hábitos ó insignias que daban honra y distincion. Habia unos caballeros que llamaban de las águilas, otros de los tigres, y otros de los leones, que llevaban pendiente ó pintada en los mantos la empresa de su religion. Fundó tambien otra caballería superior, á que solo eran admitidos los Príncipes ó nobles de alcuña real, y se hizo alistar en ella. Traían estos atada parte del cabello con una cinta roxa, y entre las plumas, de que adornaban la cabeza, unas borlas del mismo color, que pendian sobre las espaldas, mas ó ménos, segun las hazañas del caballero, las quales se contaban por el número de las borlas, y se aumentaban con nueva solemnidad como iban creciendo los hechos memorables de la guerra: con que habia dentro de la misma dignidad algo mas que merecer. Debemos alabar en los Mexicanos la generosidad con que anhelaban á semejantes pundonores; y en Motezuma, el haber inventado en su república estos premios honoríficos: que, siendo la moneda mas fácil de batir, tienen el primer lugar en los tesoros del Rey. CAPITULO XVII. _Dáse noticia del estilo con que se medían y computaban en aquella tierra los meses y los años: de sus festividades, matrimonios, y otros ritos y costumbres dignas de consideracion._ Tenian los Mexicanos dispuesto y regulado su calendario con notable observacion. Gobernabanse por el movimiento del sol, y midiendo sus alturas y declinaciones para entenderse con el tiempo. Daban al año trescientos y sesenta y cinco dias como nosotros: pero le dividian en diez y ocho meses, señalando á cada mes veinte dias, de cuyo número se componian los trescientos y sesenta; y los cinco restantes eran como dias intercaláres, que se añadian al fin del año para igualar el curso del sol. Mientras duraban estos cinco dias, (que, á su parecer, dexaron advertidamente sus mayores como vacíos y fuera de cuenta) se daban á la ociosidad, y trataban solo de perder, como podian, aquellas sobras del tiempo. Dexaban el trabajo los oficiales, cerrabanse las tiendas, cesaba el despacho de los tribunales, y hasta los sacrificios en los templos. Visitabanse unos á otros, y procuraban todos divertirse con varios entretenimientos, dando á entender que se prevenian con el descanso para entrar en los afanes y tareas del año siguiente: cuyo ingreso ponian en el principio de la primavera, discrepando del año solar, segun el cómputo de los astrólogos, en solos tres dias que venian á tomar de nuestro mes de Febrero. Tenian tambien sus semanas de á trece dias con nombres diferentes, que se notaban por imágenes en el calendario; y sus siglos, que constaban de quatro semanas de años: cuyo método y dibuxo era de notable artificio, y se guardaba cuidadosamente para memoria de los sucesos. Formaban un círculo grande, y le dividian en cincuenta y dos grados, dando un año á cada grado. En el centro pintaban una efigie del sol, y de sus rayos salian quatro faxas de colores diferentes que partian igualmente, la circunferencia, dexando trece grados á cada semidiámetro: cuyas divisiones eran como signos de su zodiaco, donde tenian el siglo sus revoluciones, y el sol sus aspectos prósperos ó adversos, segun el color de la faxa. Por defuera iban notando en otro círculo mayor con sus figuras y caractéres los acaecimientos del siglo, y quantas novedades se ofrecian dignas de memoria: y estos mapas seculares eran como instrumentos públicos que servian á la comprobacion de sus historias. Puédese contar entre las providencias de aquel gobierno el tener historiadores que mandasen á la posteridad los hechos de su nacion. Habia su mezcla de supersticion en este cómputo de los siglos, porque tenian aprehendido que peligraba la duracion del mundo siempre que terminaba el sol aquella carrera de las quatro semanas mayores: y quando llegaba el último dia de los cincuenta y dos años, se prevenian todos para la última calamidad. Despedianse de la luz con lágrimas, disponianse para morir sin enfermedad, rompian las vasijas de su menage como trastos inútiles, apagaban los fuegos, y andaban toda la noche como frenéticos, sin atreverse á descansar hasta saber si estaban de asiento en la region de las tinieblas. Pero al primer crepúsculo de la mañana empezaban á respirar con la vista en el oriente: y en saliendo el sol, le saludaban con todos sus instrumentos, cantándole diferentes himnos y canciones de alegría desconcertada: congratulábanse despues unos con otros de que ya tenian segura la duracion del mundo por otro siglo, y acudian luego á los templos á congratularse con sus Dioses, y á recibir la nueva lumbre de los sacerdotes, que se encendia delante de los altares con vehemente agitación de leños combustibles. Prevenianse despues de todo lo necesario para empezar á vivir: y este dia se celebraba con públicos regocijos, llenándose la ciudad de bayles y otros exercicios de agilidad dedicados á la renovacion del tiempo, no de otra suerte que celebró Roma sus juegos seculares. La coronacion de sus Reyes tenia extraordinarios requisitos. Hecha la eleccion, como se ha dicho, quedaba el nuevo Rey obligado á salir en campaña con las armas del Imperio, y conseguir alguna victoria de sus enemigos, ó sujetar alguna província de las confinantes ó rebeldes ántes de coronarse, ni ascender al trono real: costumbre digna de observacion, por cuyo medio creció tanto en pocos años aquella Monarquía. Luego que se hallaba capaz del dominio con la recomendacion de victorioso, volvia triunfante á la ciudad, y se le hacia público recibimiento de grande ostentacion. Acompañábanle todos los nobles, ministros y sacerdotes hasta el templo del Dios de la guerra, donde se apeaba de sus andas, y hechos los sacrificios de aquella funcion, le ponian los Príncipes electores la vestidura y manto real: le armaban la mano diestra con un estoque de oro y pedernal, insignia de la justicia; la siniestra con el arco y flechas, que significaban la potestad, ó el arbitrio de la guerra: y el Rey de Tezcuco le ponia la corona, prerogativa de primer elector. Oraba despues largo rato uno de los magistrados mas eloqüentes, dándole por todo el Imperio la enhorabuena de aquella dignidad, y algunos documentos en que le representaba los cuidados y desvelos que traia consigo la corona, lo que debia mirar por el bien público de sus reynos, y le ponia delante la imitacion de sus antecesores. Acabada esta oracion, se acercaba con gran reverencia el mayor de los sacerdotes, y en sus manos hacia un juramento de reparables circunstancias. Juraba primero que mantendria la religion de sus mayores, que observaria las leyes y fueros del Imperio, que trataria con benignidad á sus vasallos; y que, mientras él reynáse, andarian concertadas las lluvias, que no habria inundaciones en los rios, esterilidad en los campos, ni malignas influencias en el sol. Notable pacto entre Rey y vasallos, de que se rie Justo Lipsio; y pudieramos decir que le querian obligar con este juramento á que reynáse con tal moderacion, que no mereciese por su parte las iras del Cielo, no sin algun conocimiento de que suelen caer sobre los súbditos estos castigos y calamidades públicas por los pecados y exôrbitancias de los Reyes. En los demas ritos y costumbres de aquella nacion tocarémos solamente lo que fuere digno de historia, dexando las supersticiones, indecencias y obscenidades que manchan la narracion, por mas que se digan sin ofensa de la verdad. Siendo tanta como se ha referido la muchedumbre de sus Dioses, y tan obscura la ceguedad de su idolatría, no dexaban de conocer una Deidad superior, á quien atribuían la creacion del cielo y de la tierra: y este principio de las cosas era entre los Mexicanos un Dios sin nombre, porque no tenian en su lengua voz con que significarle; solo daban á entender que le conocian mirando al cielo con veneracion, y dándole á su modo el atributo de inefable con aquel género de religiosa incertidumbre que veneraron los Athenienses al Dios no conocido. Pero esta noticia de la primera causa, que, al parecer, habia de facilitar su desengaño, sirvió poco en aquella ocasion; porque no se hallaba camino de reducirlos á que pudiese gobernar todo el mundo, sin necesitar de otras manos, aquella misma Deidad, que, segun su inteligencia, tuvo poder para criarle: y estaban persuadidos á que no hubo Dioses de esotra parte del Cielo, hasta que multiplicándose los hombres, empezaron sus calamidades, considerando los Dioses como unos genios favorables, que se producian quando era necesaria su operacion; sin hacerles disonancia que adquiriesen el ser y la divinidad en las miserias de la naturaleza. Creían la inmortalidad del alma, y daban premio y castigo en la eternidad: mal entendido el merito y la culpa, y obscurecida esta verdad con otros errores: sobre cuyo presupuesto enterraban con los difuntos cantidad de oro y plata para los gastos del viage, que consideraban largo y trabajoso. Mataban algunos de sus criados para que los acompañasen: y era fineza ordinaria en las mugeres propias celebrar con su muerte las exêquias del marido. Los Príncipes necesitaban de gran sepultura, porque se llevaban tras sí la mayor parte de sus riquezas y familia: uno y otro correspondiente á su grandeza, llenos los oficios de la casa, y algunos lisonjeros que padecian el engaño de su misma profesion. Los cuerpos se llevaban á los templos con solemnidad y acompañamiento, donde los salian á recibir aquellos que llamaban sacerdotes con sus braserillos de copal, cantando al son de flautas roncas y destempladas diferentes himnos y versos fúnebres en tono melancólico. Levantaban repetidas veces en alto el ataud mientras duraba el sacrificio voluntario de aquellos miserables que introducian en el alma la servidumbre. Funcion de notable variedad, compuesta de abusiones ridículas, y atrocidades lastimosas. Sus matrimonios tenian su forma de contrato, y sus ceremonias de religion. Hechos los tratados, comparecian ambos contrayentes en el templo, y uno de los sacerdotes exâminaba su voluntad con preguntas rituales; y despues tomaba con una mano el velo de la muger, y con otra el manto del marido, y los anudaba por los extremos, significando el vínculo interior de las dos voluntades. Con este género de yugo nupcial volvian á su casa en compañía del mismo sacerdote: donde, imitando la supersticion de los Dioses Lares, entraban á visitar el fuego doméstico, que, á su parecer, mediaban en la paz de los casados, y daban siete vueltas á él siguiendo al sacerdote: con cuya diligencia, y la de sentarse despues á recibir el calor de conformidad, quedaba perfecto el matrimonio. Hacíase memoria con instrumento público de los bienes dotales que llevaba la muger: y el marido quedaba obligado á restituirlos en caso de apartarse; lo qual sucedia muchas veces, y se tenia por bastante causa para el divorcio que se conformasen los dos: pleyto en que no entraban las leyes, porque se juzgaban los que se conocian. Quedábase con las hijas la muger, llevándose los hijos el marido; y una vez disuelto el matrimonio, tenian pena de la vida irremisible si se volvian á juntar: siendo en su natural inconstancia la única dificultad de los repudios el peligro de la reincidencia. Zelaban como punto de honra la honestidad y el recato de las mugeres propias, y entre aquella desordenada licencia, con que se daban al vicio de la sensualidad, se aborrecia y castigaba con rigor el adulterio, no tanto por su deformidad, como por sus inconvenientes. Llevábanse á los templos con solemnidad los niños recien nacidos, y los sacerdotes los recibian con ciertas amonestaciones, en que les notificaban los trabajos á que nacian. Aplicábanles, si eran nobles, á la mano derecha una espada, y al brazo izquierdo un escudo, que tenian para este ministerio: si eran plebeyos, hacian la misma diligencia con algunos instrumentos de los oficios mecánicos; y las hembras de una y otra calidad empuñaban la rueca y el uso, manifestando á cada uno el género de fatiga con que le aguardaba su destino. Hecha esta primera ceremonia, los llevaban cerca del altar, y con espinas de maguey, ó con lancetas de pedernal les sacaban alguna sangre de las partes de la generacion, y despues les echaban agua, ó los bañaban con otras imprecaciones. En que parece quiso el demonio, inventor de aquellos ritos, imitar el bautismo y la circuncision con la misma soberbia que intentó contrahacer otras ceremonias, y hasta los otros Sacramentos de la Religion Católica; pues introduxo entre aquellos bárbaros la confesion de los pecados, dándoles á entender que se ponian con ella en gracia de sus Dioses, ó un género de comunion ridícula, que ministraban los sacerdotes, ciertos dias del año, repartiendo en pequeños bocados un ídolo de harina masada con miel, que llamaban Dios de la penitencia. Ordenó tambien sus jubileos, instituyó las procesiones, los incensarios y otros remedos del verdadero culto, hasta disponer que se llamasen papas en aquella lengua los sumos sacerdotes. En que se conoce que le costaba particular estudio esta imitacion; fuese por abusar de las ceremonias sacrosantas mezclándolas con sus abominaciones, ó porque no sabe arrepentirse de aspirar con este género de afectaciones á la semejanza del Altísimo. Los demas ritos y ceremonias de aquella miserable gentilidad eran horribles á la razon y á la naturaleza; bestialidades, absurdos y locuras, que parecieran incompatibles con las demas atenciones que se han notado en su gobierno, si no estuvieran llenas las historias de semejantes engaños de la humana capacidad en otras naciones que vivian mas dentro del mundo, igualmente ciegas en menor obscuridad. Los sacrificios de sangre humana empezaron casi con la idolatría; y siglos ántes los introduxo el demonio entre aquellas gentes, de quien vino hasta los Israelitas el sacrificar sus hijos á las esculturas de Canaan. El horror de comerse los hombres á los hombres se vió primero en otros bárbaros de nuestro emisferio, como lo confiesa entre sus antigüedades la Galacia, y en sus antropófagos la Scitia. Los leños adorados como Dioses, las supersticiones, los agüeros, los furores de los sacerdotes, la comunicacion con el demonio en sus oráculos, y otros absurdos de igual abominacion, se hallan admitidos y venerados por otros gentiles que supieron discurrir y obrar con acierto en lo moral y político. Grecia y Roma desatinaron en la religion, y en lo demas dieron leyes al mundo, y exemplos á la posteridad. De que se conoce la corta jurisdiccion del entendimiento humano, que vuela poco sobre las noticias que recibe de los sentidos y de las experiencias, quando falta en él aquella luz participada con que se descubre la esencia de la verdad. Era la religion de los Mexicanos un compuesto abominable de todos los errores y atrocidades que recibió en diferentes partes la gentilidad. Dexamos de referir por menor las circunstancias de sus festividades y sacrificios, sus ceremonias, hechicerías y supersticiones, porque se hallan á cada paso, y con prolixa repeticion en las Historias de las Indias; y porque, á nuestro parecer, sobre ser materia en que se puede confesar el rezelo de la pluma, es leccion poco necesaria, en que falta la dulzura, y está lejos la utilidad. CAPITULO XVIII. _Continua Motezuma sus agasajos y dádivas á los Españoles. Llegan cartas de la Vera Cruz con noticia de la batalla en que murió Juan de Escalante; y con este motivo se resuelve la prision de Motezuma._ Observaban los Españoles todas estas novedades, no sin grande admiracion, aunque procuraban reprimirla y disimularla, costándoles cuidado el apartarla del semblante, por mantener la superioridad que afectaban entre aquellos Indios. Los primeros dias se ocuparon en varios entrenimientos. Hicieron los Mexicanos vistosa ostentacion de todas sus habilidades, con deseo de festejar á los forasteros, y no sin ambicion de parecer diestros en el manejo de sus armas, y ágiles en los demas exercicios. Motezuma fomentaba los espectáculos y regocijos, depuesta la magestad contra el estílo de su elevacion. Llevaba siempre consigo á Cortés, asistido de sus Capitanes: tratábale con un género de humanidad respectiva, que parecia monstruosa en su natural, y daba estimacion á los Españoles entre los que le conocian. Freqüentábanse las visitas, unas veces Cortés en el palacio, y otras Motezuma en el alojamiento. No acababa de admirar las cosas de España, considerándola como parte del Cielo; y hacia tan alto concepto de su Rey, que no pensaba tanto de sus Dioses. Procuraba siempre ganar las voluntades, repartiendo alhajas y joyas entre los Capitanes y soldados, no sin discrecion y conocimiento de los sugetos; porque hacia mayor agasajo á los de mayor suposicion, y sabía proporcionar la dádiva con la importancia del agradecimiento. Los nobles, á imitacion de su Príncipe, deseaban obligar á todos con un género de obsequio que tocaba en obediencia. El pueblo doblaba las rodillas al menor de los soldados. Gozábase de un sosiego divertido: mucho que ver, y nada que rezelar. Pero tardó poco en volver á su exercicio el cuidado, porque llegaron á este tiempo dos soldados Tlascaltécas, que vinieron á la ciudad por caminos desusados, desmentida su nacion con el trage de los Mexicanos: y buscando recatadamente á Cortés, le dieron una carta de la Vera Cruz, que mudó el semblante de las cosas, y obligó á discursos ménos sosegados. Juan de Escalante, que, como diximos, quedó con el gobierno de aquella nueva poblacion, trataba de continuar sus fortificaciones, conservando los amigos que le dexó Cortés, y duró en esta quietud sin accidente de cuidado, hasta que recibió noticia de que andaba por aquellos parages un Capitan general de Motezuma con exército considerable castigando algunos lugares de su confederacion, porque habian retirado los tributos con el abrigo de los Españoles. Llamábase Qualpopóca, y gobernaba la gente de guerra que residia en las fronteras de Zempoala; y habiendo convocado las milicias de su cargo, hacia grandes extorsiones y violencias en aquellos pueblos, acompañando el rigor de los executores con la licencia de los soldados. Gente una y otra de insaciable codicia, que tratan el robo como negocio del Rey. Viniéronse á quejar los Totonaques de la serranía, cuyas poblaciones andaba destruyendo entónces aquel exército. Pidieron á Juan de Escalante que los amparáse tomando las armas en defensa de sus aliados: y ofrecieron asistir á la faccion con todo el resto de su gente. Procuró consolarlos, tomando por suyo el agravio que padecian; y ántes de llegar á los términos de la fuerza, resolvió enviar sus mensageros al Capitan general pidiéndole amigablemente: "Que suspendiese aquellas hostilidades hasta recibir nueva órden de su Rey, pues no era posible que se la hubiese dado para semejante novedad, quando habia permitido que pasasen á su Corte los Embaxadores del Monarca oriental á introducir pláticas de paz y confederacion entre las dos coronas." Executaron este mensage dos Zempoales de los mas ladinos que residian en la Vera Cruz; y la respuesta fué atrevida y descortés: "Que él sabía entender y executar las órdenes de su Rey: y si alguno intentáse poner embarazo en el castigo de aquellos rebeldes, sabria tambien defender en la campaña su resolucion." No pudo Juan de Escalante disimular su enojo, ni debió negarse á este desafío, hallándose á la vista de aquellos Indios, interesados en el suceso de los Totonaques, iguales en el riesgo, y asegurados en la misma proteccion: y habiéndose informado de que no pasaria de quatro mil hombres el grueso del enemigo, juntó brevemente un exército de hasta dos mil Indios, la mayor parte de la serranía, que fugitivos, ó irritados vinieron á ponerse á su sombra; con los quales bien armados á su modo, y con quarenta Españoles, dos arcabuces, tres ballestas, y dos tiros de artillería, que pudo sacar de la plaza, dexándola con bien moderada guarnicion, caminó la vuelta de aquellas poblaciones que le llamaban á su defensa. Tuvo Qualpopóca noticia de su marcha, y salió á recibirle con toda su gente puesta en órden cerca de un lugar pequeño, que se llamó despues Almería. Dieronse vista los dos exércitos poco despues de amanecer, y se acometieron ambos con igual resolucion; pero á breve rato cedieron los Mexicanos, y empezaron á retirarse puestos en desórden. Sucedió al mismo tiempo que los Totonaques de nuestra faccion (ó por no ser soldados, ó por la costumbre que tenian de temer á los Mexicanos) se cayeron de ánimo, y se fueron quedando atras, hasta que últimamente se pusieron en fuga, sin que la fuerza ni el exemplo bastase á detenerlos. Raro accidente, que se debe notar entre las monstruosidades. Iba el enemigo tan atemorizado, y tan cuidadoso de la propia salud, que no reparó en la diminucion de nuestra gente, y solo trató de retirarse desordenadamente á la poblacion vecina: donde se acercó Juan de Escalante con poco mas que sus quarenta Españoles; y mandando poner fuego al lugar por diferentes partes, acometió, al mismo tiempo que tomó cuerpo la llama, con tanta resolucion, que, sin dexarles lugar para que pudiesen discurrir en su flaqueza, los rompió y desalojó enteramente, obligándolos á que volviesen las espaldas, y se derramasen á los bosques. Dixeron despues aquellos Indios haber visto en el ayre una Señora como la que adoraban los forasteros por madre de su Dios, que los deslumbraba y entorpecia para que no pudiesen pelear. No se manifestó á los Españoles este milagro; pero el suceso le hizo creible: y ya estaban todos enseñados á partir con el Cielo sus hazañas. Fué muy señalada esta victoria, pero igualmente costosa: porque Juan de Escalante quedó herido mortalmente con otros siete soldados, de los quales se llevaron los Indios á Juan de Arguello, natural de Leon, hombre muy corpulento y de grandes fuerzas, que cayó peleando valerosamente á tiempo que no pudo ser socorrido: y los demas murieron de las heridas en la Vera Cruz dentro de tres dias. De cuya pérdida con todas sus circunstancias daba cuenta el Ayuntamiento en aquella carta, para que se nombráse sucesor á Juan de Escalante, y se tuviese noticia del estado en que se hallaban. Leyóla Cortés con el desconsuelo que pedia semejante novedad. Comunicó el caso á sus Capitanes; y sin ponderar entónces sus conseqüencias, ni manifestarles todo su cuidado, les pidió que discurriesen la materia, y se la dexasen discurrir, encomendando á Dios la resolucion que se hubiese de tomar: lo qual encargó muy particularmente al Padre Fray Bartolomé de Olmedo, y á todos el secreto, porque no corriese la voz entre los soldados, y en negocio de tanta importancia se diese lugar á dictámenes vulgares. Retiróse despues á su aposento, y dexó correr la consideracion por todos los inconvenientes que podian resultar de aquella desgracia. Entraba y salia con dudosa eleccion en los caminos que le ofrecia su discurso: cuya viveza misma le fatigaba, dándole á un tiempo los remedios y las dificultades. Dicen que se anduvo paseando gran parte de la noche, y que descubrió entónces una pieza recien tabicada, en que tenia Motezuma las riquezas de su padre (y aquí las refieren por menor) y que habiéndolas reconocido, mandó cerrar el tabique, sin permitir que se tocáse á ellas. No nos detengamos en esta digresion de su cuidado, que no debió de ser larga, pues hizo lugar á otras diligencias, para tomar punto fixo en la resolucion que andaba madurando. Mandó llamar reservadamente á los Indios mas capaces y confidentes de su exército; preguntóles: "Si habian reconocido alguna novedad en los ánimos de los Mexicanos, y como corria entre aquella gente la estimacion de los Españoles. Respondieron: que lo comun del pueblo estaba divertido con sus fiestas, y los veneraba por verlos aplaudidos de su Rey; pero que los nobles andaban ya pensativos y misteriosos, que se hablaban en secreto, y se dexaba conocer el recato en sus corrillos." Tenian observadas algunas medias palabras de sospechosa interpretacion: y una de ellas fué: _Que sería fácil romper los puentes_, con otras de este género, que juntas decian lo bastante para el rezelo. Dos ó tres de aquellos Indios habian oido decir, que pocos dias ántes truxeron de presente á Motezuma la cabeza de un Español, y que la mandó esconder y retirar, despues de haberla mirado con asombro, por ser muy fiera y desmesurada: señas que convenian con la de Juan de Arguello; y novedad que puso á Cortés en mayor cuidado, por el indicio de que hubiese cooperado Motezuma en la faccion de su General. Con estas noticias, y lo que llevaba discurrido en ellas, se encerró al amanecer con sus Capitanes, y con algunos de los soldados principales que solian concurrir á las juntas por su calidad ó entendimiento. Propusoles el caso con todas sus circunstancias: refirió lo que le habian advertido aquella noche los Indios confidentes: ponderó sin desaliento las contingencias de que se hallaban amenazados: tocó con espíritu las dificultades que podian ocurrir: y sin manifestar la inclinacion de su dictámen, calló, para que hablasen los demas. Hubo diversos pareceres; unos querian que se pidiese pasaporte á Motezuma, y se acudiese luego al riesgo de la Vera Cruz: otros dificultaban la retirada, y se inclinaban á salir ocultamente, sin dexarse olvidadas las riquezas que habian adquirido: los mas fueron de sentir que convenia perseverar, sin darse por entendidos del suceso de la Vera Cruz, hasta sacar algunos partidos para retirarse. Pero Hernan Cortés, recogiendo lo que venia discurrido, y alabando el zelo con que deseaban todos el acierto, dixo: "Que no se conformaba con el medio propuesto de pedir pasaporte á Motezuma; porque habiéndose abierto el camino con las armas para entrar en su corte, á pesar de su repugnancia, caerian mucho del concepto en que los tenia, si llegáse á entender que necesitaban de su favor para retirarse: que si estaba de mal ánimo, podria concederles el pasaporte para deshacerlos en la retirada; y si le negase, quedaban obligados á salir contra su voluntad, entrando en el peligro, descubierta la flaqueza. Que le agradaba ménos la resolucion de salir ocultamente, porque sería ponerse de una vez en términos de fugitivos, y Motezuma podria con gran facilidad cortarles el paso, adelantando por sus correos la noticia de su marcha. Que, á su parecer, no era conveniente por entónces la retirada; porque, de qualquiera suerte que la intentasen, volverian sin reputacion: y perdiendo los amigos y confederados que se mantenian con ella, se hallarian despues sin un palmo de tierra donde poner los pies con seguridad. Por cuyas consideraciones (dixo) soy de sentir que se apartan ménos de la razon los que se inclinan á que perseveremos sin hacer novedad hasta salir con honra, y ver lo que dan de sí nuestras esperanzas. Ambas resoluciones son igualmente aventuradas; pero no igualmente pundonorosas: y sería infelicidad indigna de Españoles morir por eleccion en el peligro mas desayrado. Yo no pongo duda en que nos debemos mantener: el modo con que se ha de conseguir es en lo que mas se detiene mi cuidado. Vienense á los ojos estos principios de rumor que se han reconocido entre los Mexicanos. El suceso de la Vera Cruz, executado con las armas de su nacion, pide nuevas consideraciones al discurso. La cabeza de Arguello, presentada en lisonja de Motezuma, es indicio de que supo ántes la faccion de su General: y su mismo silencio nos está diciendo lo que debemos rezelar de su intencion. Pero á vista de todo me parece que, para mantenernos en esta ciudad ménos aventurados, es necesario que pensemos en algun hecho grande, que asombre de nuevo á sus moradores, resarciendo lo que se hubiere perdido en su estimacion con estos accidentes. Para cuyo efecto, despues de haber discurrido en otras hazañas de mas ruido que substancia, tengo por conveniente que nos apoderemos de Motezuma, trayéndole preso á nuestro quartel: resolucion que, á mi entender, los ha de atemorizar y reprimir, dándonos disposicion para que podamos capitular despues con Rey y vasallos lo que mas conviniere á nuestro Príncipe y á nuestra seguridad. El pretexto de la prision, si yo no discurro mal, ha de ser la muerte de Arguello que ha llegado á su noticia, y el rompimiento de la paz cometido por su General: de cuyas dos ofensas debemos darnos por entendidos, y pedir satisfaccion, porque no conviene suponer una ignorancia de lo que saben ellos, quando estan creyendo que lo alcanzamos todo; y éste y los demas engaños de su imaginacion se deben por lo ménos tolerar como parciales de nuestra osadía. Bien reconozco las dificultades y contingencias de tan ardua resolucion; pero las grandes hazañas son hijas de los grandes peligros: y Dios nos ha de favorecer, que son muchas las maravillas (y pudiera decir milagros evidentes) con que se ha declarado por nosotros en esta jornada, para que no miremos ahora como inspiracion suya nuestra perseverancia. Su causa es la primera razon de nuestros intentos; y yo no he de creer que nos ha traido en hombros de su providencia extraordinaria para introducirnos en el empeño, y dexarnos con nuestra flaqueza en la mayor necesidad." Dilatóse con tanta energía en esta piadosa consideracion, que comunicó á los corazones de todos el vigor de su ánimo, y se reduxeron al mismo dictámen, primero los Capitanes Juan Velazquez de Leon, Diego de Ordaz, Gonzalo de Sandoval; y despues alabaron todos el discurso de su Capitan, hallando, al parecer, lo eficaz del remedio en lo heroyco de la resolucion: con que se disolvió la junta, quedando entónces determinada la prision de Motezuma, y remitida la disposicion de todo á la prudencia de Cortés. Bernal Diaz del Castillo, que no pierde ocasion de introducirse á inventor de las resoluciones grandes, dice que le aconsejaron esta prision él y otros soldados algunos dias ántes que llegáse la nueva de la Vera Cruz: no convienen con él las demas relaciones, ni entónces habia causa para discurrir con tanto arrojamiento: pudiera detenerse un poco, y quedára su consejo sin la nota de inverisímil, ó sin la excepcion de intempestivo. CAPITULO XIX. _Execútase la prision de Motezuma: dáse noticia del modo como se dispuso, y como se recibió entre sus vasallos._ No se puede negar que fué atrevimiento sin exemplar esta resolucion que tomaron aquellos pocos Españoles de prender á un Rey tan poderoso dentro de su corte. Accion que, siendo verdad, parece incompatible con la sencillez de la historia: y pareciera sin proporcion, quando se hallára entre las demasías ó licencias de la fábula. Pudiérase llamar temeridad, si se hubiera entrado en ella voluntariamente, ó con mas eleccion; pero no es temerario propiamente quien se ciega porque no puede mas. Vióse Cortés igualmente perdido si se retiraba sin reputacion, que aventurado si se mantenia sin volver por ella con algun hecho memorable: y el ánimo, quando se halla ceñido por todas partes de la dificultad, se arroja violentamente á los peligros menores. Pensó en lo mas difícil, por asegurarse de una vez, ó porque no se acomodaba su discurso á las medianías. Pudieramos decir que fué magnanimidad suya el poner tan alta la mira, ó que la prudencia militar no es tan enemiga de los extremos como la prudencia política; pero mejor es que se quede sin nombre su resolucion, ó que, mirando al suceso, la pongamos entre aquellos medios imperceptibles de que se valió Dios en esta conquista, excluyendo, al parecer, los impulsos naturales. Eligióse finalmente la hora en que solian hacer su visita los Españoles, porque no se extrañáse la novedad. Ordenó Cortés que se tomasen las armas en su quartel: que se pusiesen las sillas á los caballos, y estuviesen todos alerta, sin hacer ruido ni moverse hasta nueva órden. Ocupó con algunas quadrillas á la deshilada las bocas de las calles, y partió al palacio con los Capitanes Pedro de Alvarado, Gonzalo de Sandoval, Juan Velazquez de Leon, Francisco de Lugo, y Alonso Dávila: y mandó que le siguiesen disimuladamente hasta treinta Españoles de su satisfaccion. No hizo novedad el verlos con todas sus armas, porque las traían ordinariamente, introducidas ya como trage militar. Salió Motezuma, segun su costumbre, á recibir la visita: ocuparon todos sus asientos; retiráronse á otra pieza sus criados, como ya lo estilaban de su órden: y poniendo á Doña Marina y Gerónimo de Aguilar en el lugar que solia, empezó Hernan Cortés á dar su queja, dexando al enojo todo el semblante. "Refirió primero el hecho de su General, y ponderó despues el atrevimiento de haber formado exército, y acometido á sus compañeros, rompiendo la paz y la salvaguardia real en que vivian asegurados. Acriminó, como delito de que se debia dar satisfaccion á Dios y al mundo, el haber muerto los Mexicanos á un Español que hicieron prisionero: vengando en él á sangre fria la propia ignominia con que volvieron vencidos. Y últimamente se detuvo en afear, como punto de mayor consideracion, la disculpa de que se valian Qualpopóca y sus Capitanes, dando á entender que se hacia de su órden aquella guerra tan fuera de razon: y añadió, por ser accion indigna de su grandeza el estarlos favoreciendo en una parte, para destruirlos en otra." Perdió Motezuma el color al oir este cargo suyo; y con señales de ánimo convencido interrumpió á Cortés para negar, como pudo, el haber dado semejante órden. Pero él socorrió su turbacion, volviéndole á decir: "Que así lo tenia por indubitable; pero que sus soldados no se darian por satisfechos, ni sus mismos vasallos dexarian de creer lo que afirmaba su General, si no le viesen hacer alguna demostracion extraordinaria, que borráse totalmente la impresión de semejante calumnia: y así venía resuelto á suplicarle que, sin hacer ruido, y como que nacia de su propia eleccion, se fuese luego al alojamiento de los Españoles, determinándose á no salir dél hasta que constase á todos que no habia cooperado en aquella maldad. A cuyo efecto le ponia en consideracion que, con esta generosa confianza, digna de ánimo real, no solo se quietaria el enojo de su Príncipe, y el rezelo de sus compañeros; pero él volveria por su mismo decoro y pundonor, ofendido entónces de mayor indecencia: y que le daba su palabra, como Caballero, y como Ministro del mayor Rey de la tierra, de que sería tratado entre los Españoles con todo el acatamiento debido á su persona: porque solo deseaban asegurarse de su voluntad para servirle y obedecerle con mayor reverencia." Calló Cortés, y calló tambien Motezuma, como estrañando el atrevimiento de la proposicion; pero él, deseando reducirle con suavidad, ántes que se determináse á contrario dictámen, prosiguió diciendo: "Que aquel alojamiento que les habia señalado era otro palacio suyo, donde solia residir algunas veces: y que no se podria extrañar entré sus vasallos que se mudáse á él para deshacerse de una culpa, que, puesta en su cabeza, sería pleyto de Rey á Rey; y quedando en la de su General, se podria emendar con el castigo, sin pasar á los inconvenientes y violencias con que suele decidirse la justicia de los Reyes." No pudo sufrir Motezuma que se alargasen mas los motivos de una persuasion impracticable á su parecer: y dándose por entendido de lo que llevaba dentro de sí aquella demanda, respondió con alguna impaciencia: "Que los Príncipes como él no se daban á prision, ni sus vasallos lo permitirian, quando él se olvidáse de su dignidad, ó se dexáse humillar á semejante baxeza. Replicóle Cortés: Que, como él fuese voluntariamente, sin dar lugar á que le perdiesen el respeto, importaria poco la resistencia de sus vasallos, contra los quales podria usar de sus fuerzas sin queja de su atencion." Duró largo rato la porfía, resistiendo siempre Motezuma el dexar su palacio, y procurando Hernan Cortés reducirle y asegurarle sin llegar á lo estrecho. Salió á diferentes partidos, cuidadoso ya del aprieto en que se hallaba. Ofreció enviar luego por Qualpopóca y por los demas Cabos de su exército, y entregarselos á Cortés para que los castigáse. Daba en rehenes dos hijos suyos, para que los tuviese presos en su quartel hasta que cumpliese su palabra; y repetia con alguna pusilanimidad, que no era hombre que se podia esconder, ni se habia de huir á los montes. A nada salia Cortés, ni él se daba por vencido; pero los Capitanes que se hallaban presentes, viendo lo que se aventuraba en la dilacion, empezaron á desabrirse, deseando que se remitiese á las manos aquella disputa: y Juan Velazquez de Leon dixo en voz alta: _Dexémonos de palabras, y tratemos de prenderle ó matarle._ Reparó en ello Motezuma, preguntando á Doña Marina qué decia tan descompuesto aquel Español: y ella con este motivo, y con aquella discrecion natural, que le daba hechas las razones, y hallada la oportunidad, le dixo, como quien se recataba de ser entendida: "Mucho aventurais, Señor, si no cedeis á las instancias de esta gente: ya conoceis su resolucion, y la fuerza superior que los asiste. Yo soy una vasalla vuestra, que desea naturalmente vuestra felicidad; y soy una confidente suya que sabe todo el secreto de su intencion. Si vais con ellos, seréis tratado con el respeto que se debe á vuestra persona; y si haceis mayor resistencia peligra vuestra vida." Esta breve oracion dicha con buen modo y en buena ocasion le acabó de reducir, y sin dar lugar á nuevas réplicas, se levantó de la silla diciendo á los Españoles: "Yo me fio de vosotros: vamos á vuestro alojamiento, que así lo quieren los Dioses, pues vosotros lo conseguis, y yo lo determino." Llamó luego á sus criados: mandó prevenir sus andas y su acompañamiento, y dixo á sus ministros: "Que por ciertas consideraciones de estado, que tenia comunicadas con sus Dioses, habia resuelto mudar su habitacion por unos dias al quartel de los Españoles: que lo tuviesen entendido, y lo publicasen así, diciendo á todos que iba por su voluntad y conveniencia." Ordenó despues á uno de los Capitanes de sus guardias que le traxese preso á Qualpopóca y á los demas Cabos que hubiesen cooperado en la invasion de Zempoala: para cuyo efecto le dió el sello real que traía siempre atado al brazo derecho, y le advirtió que lleváse gente armada para no aventurar la prision. Todas estas órdenes se daban en público, y Doña Marina se las iba interpretando á Cortés y á los demas Capitanes, porque no se rezelasen de verle hablar con los suyos, y quisiesen pasar á la violencia fuera de tiempo. Salió sin mas dilacion de su palacio, llevando consigo todo el acompañamiento que solia: los Españoles iban á pie junto á las andas, y le cercaban con pretexto de acompañarle. Corrió luego la voz de que se llevaban á su Rey los extrangeros, y se llenaron de gente las calles, no sin algunos indicios de tumulto, porque daban grandes voces, y se arrojaban en tierra, unos despechados, y otros enternecidos; pero Motezuma con exterior de alegría y seguridad los iba sosegando y satisfaciendo. Mandábales primero que callasen, y al movimiento de su mano sucedia repentino el silencio. Deciales despues, que aquella no era prision, sino ir por su gusto á vivir unos dias con sus amigos los extrangeros: satisfacciones adelantadas, ó respuestas sin pregunta, que niegan lo que afirman. En llegando al quartel (que como diximos era la casa real que fabricó su padre) mandó á su guardia que despejáse la gente popular, y á sus ministros que impusiesen pena de la vida contra los que se moviesen á la menor inquietud. Agasajó mucho á los soldados Españoles que le salieron á recibir con reverente alborozo. Eligió despues el quarto donde queria residir: y la casa era capaz de separacion decente. Adornóse luego por sus mismos criados con las mejores alhajas de su guardaropa: pusose á la entrada suficiente guardia de soldados Españoles: dobláronse las que solian asistir á la seguridad ordinaria del quartel: alargáronse á las calles vecinas algunas centinelas, y no se perdonó diligencia de las que correspondian á la novedad del empeño. Dióse órden á todos para que dexasen entrar á los que fuesen de la familia real, que ya eran conocidos, y á los nobles y ministros que viniesen á verle: cuidando de que entrasen unos y saliesen otros, con pretexto de que no embarazasen. Cortés entró á visitarle aquella misma tarde, pidiendo licencia, y observando las puntualidades y ceremonias que quando le visitaba en su palacio. Hicieron la misma diligencia los Capitanes y soldados de cuenta: diéronle rendidas gracias de que honráse aquella casa, como si le hubiera traido á ella su eleccion; y él estuvo tan alegre y agradable con todos, como si no se hallaran presentes los que fueron testigos de su resistencia. Repartió por su mano algunas joyas que hizo traer advertidamente para ostentar su desenojo; y por mas que se observaban sus acciones y palabras, no se conocia flaqueza en su seguridad, ni dexaba de parecer Rey en la constancia con que procuraba juntar los dos extremos de la dependencia y de la magestad. A ninguno de sus criados y ministros (cuya comunicacion se le permitió desde luego) descubrió el secreto de su opresion, ó porque se avergonzase de confesarla, ó porque temió perder la vida, si ellos se inquietasen. Todos miraron por entónces como resolucion suya este retiro: con que no pasaron á discurrir en la osadía de los Españoles, que, de muy grande, se les pudo esconder entre los imposibles, á que no está obligada la imaginacion. Así se dispuso y consiguió la prision de Motezuma, y él estuvo dentro de pocos dias tan bien hallado en ella, que apénas tuvo espíritu para desear otra fortuna. Pero sus vasallos vinieron á conocer con el tiempo que le tenian preso los Españoles, por mas que le dorasen con el respeto la sujecion. No se lo dexaron dudar las guardias que asistian á su quarto, y el nuevo cuidado con que se tomaban las armas en el quartel; pero ninguno se movió á tratar de su libertad, ni se sabe que razon tuviesen, él para dexarse estar sin repugnancia en aquella prision, y ellos para vivir en la misma insensibilidad, sin extrañar la indecencia de su Rey. Digno fué de grande admiracion el ardimiento de los Españoles; pero no se debe admirar ménos este apocamiento de ánimo en Motezuma, Príncipe tan poderoso, y de tan soberbio natural; y esta falta de resolucion en los Mexicanos, gente belicosa, y de suma vigilancia en la defensa de sus Reyes. Podriamos decir que anduvo tambien la mano de Dios en estos corazones; y no pareceria sobrada credulidad, ni sería nuevo en su providencia: que ya le vió el mundo facilitar las impresas de su pueblo, quitando el espíritu á sus enemigos. CAPITULO XX. _Como se portaba en la prision Motezuma con los suyos y con los Españoles. Traen preso á Qualpopóca, y Cortés le hace castigar con pena de muerte, mandando echar unos grillos á Motezuma mientras se executaba la sentencia._ Vieron los Españoles dentro de breves dias convertido en palacio su alojamiento, sin dexar de guardarle como carcel de tal prisionero. Perdió la novedad entre los Mexicanos aquella gran resolucion. Algunos, sintiendo mal de la guerra que movió Qualpopóca en la Vera Cruz, alababan la demostracion de Motezuma, y ponderaban como grandeza suya el haber dado su libertad en rehenes de su inocencia. Otros creían que los Dioses, con quien tenia familiar comunicacion, le habrian aconsejado lo mas conveniente á su persona. Y otros, que iban mejor, veneraban su determinacion, sin atreverse á exâminarla: que la razon de los Reyes no habla con el entendimiento, sino con la obligacion de los vasallos. El hacia sus funciones de Rey con la misma distribucion de horas que solia: daba sus audiencias, escuchaba las consultas ó representaciones de sus ministros, y cuidaba del gobierno político y militar de sus reynos, poniendo particular estudio en que no se conociese la falta de su libertad. La comida se le traia de palacio con numeroso acompañamiento de criados, y con mayor abundancia que otras veces: repartianse las sobras entre los soldados Españoles, y él enviaba los platos mas regalados á Cortés y á sus Capitanes: conocialos á todos por sus nombres, y tenia observados hasta los genios y las condiciones; de cuya noticia usaba en la conversacion, dando al buen gusto y á la discrecion algunos ratos, sin ofender á la Magestad ni á la decencia. Estaba con los Españoles todo el tiempo que le dexaban los negocios: y solia decir que no se hallaba sin ellos. Procuraban todos agradarle, y era su mayor lisonja el respeto con que le trataban: desagradábase de las llanezas; y si alguno se descuidaba en ellas, procuraba reprimir el exceso, dando á entender que le conocia: tan zeloso de su dignidad, que sucedió el ofenderse con grande irritacion de una indecencia que le pareció advertida en cierto soldado Español, y pidió al Cabo de la guardia que le ocupáse otra vez lejos de su persona, ó le mandaria castigar, si se le pusiese delante. Algunas tardes jugaba con Hernan Cortés al totoloque: juego que se componia de unas bolas pequeñas de oro, con que tiraban á herir ó derribar ciertos bolillos ó señales del mismo metal á distancia proporcionada. Jugabanse diferentes joyas y otras alhajas, que se perdian ó ganaban á cinco rayas. Motezuma repartia sus ganancias con los Españoles, y Cortés hacia lo mismo con sus criados. Solia tantear Pedro de Alvarado, y porque algunas veces se descuidaba en añadir algunas rayas á Cortés, le motejaba con galantería de mal contador; pero no por eso dexaba de pedirle otras veces que no se le olvidáse la verdad. Parecia Señor hasta en el juego, sintiendo el perder como desayre de la fortuna, y estimando la ganancia como premio de la victoria. No se dexaba de introducir en estas conversaciones privadas el punto de la Religion. Hernan Cortés le habló diferentes veces, procurando reducirle con suavidad á que conociese su engaño. Fray Bartolomé de Olmedo repetia sus argumentos con la misma piedad, y con mayor fundamento. Doña Marina interpretaba estos razonamientos con particular afecto, y añadia sus razones caseras, como persona recien desengañada, que tenia presentes los motivos que la reduxeron; pero el demonio le tenia tan ocupado el ánimo, que se dexaba conquistar su entendimiento, y se quedaba inexpugnable su corazon. No se sabe que le habláse, ó se le apareciese, como solia, desde que los Españoles entraron en México; ántes se tiene por cierto que, al dexarse ver la cruz de Christo en aquella ciudad, perdieron la fuerza los conjuros, y enmudecieron los oráculos; pero estaba tan ciego y tan dexado á sus errores, que no tuvo actividad para desviarlos, ni supo aprovecharse de la luz que se le puso delante. Pudo ser esta dureza de su ánimo fruto miserable de los otros vicios y atrocidades con que tenia desobligado á Dios, ó castigo de aquella misma negligencia con que daba los oídos y negaba la inclinacion á la verdad. A veinte dias, ó poco mas, llegó el Capitan de la guardia que partió á la frontera de la Vera Cruz, y truxo preso á Qualpopóca con otros Cabos de su exército, que se dieron al sello real sin resistencia. Entró con ellos á la presencia de Motezuma, y él los habló reservadamente, permitiéndolo Cortés, porque deseaba, que los reduxese á callar la órden que tuvieron suya, y dexarse engañar de aquella exterior confianza en que le mantenia. Pasó despues con ellos el mismo Capitan al quarto de Cortés y se los entregó, diciéndole de parte de su Amo: "Que se los enviaba para que averiguáse la verdad, y los castigáse por su mano con el rigor que merecian." Encerróse con ellos: "Y confesaron luego los cargos de haber roto la paz de su autoridad: haber provocado con las armas á los Españoles, de la Vera Cruz, y ocasionado la muerte de Arguello, hecha de su órden á sangre fria en un prisionero de guerra"; sin tomar en la boca la órden que tuvieron de su Rey, hasta que, reconociendo que iba de veras su castigo, tentaron el camino de hacerle complice para escapar las vidas; pero Hernan Cortés negó los oídos á este descargo, tratándole como invencion de los delinqüentes. Juzgóse militarmente la causa, y se les dió sentencia de muerte, con la circunstancia de que fuesen quemados públicamente sus cuerpos delante del palacio real, como reos que habian incurrido en caso de lesa Magestad. Discurrióse luego en la execucion, y pareció no dilatarla; pero temiendo Hernan Cortés que se inquietáse Motezuma, ó quisiese defender á los que morian por haber executado sus órdenes, resolvió atemorizarle con alguna bizarría, que tuviese apariencias de amenaza, y le acordase la sujecion en que se hallaba. Ocurrióle otro arrojamiento notable, á que le debió de inducir la facilidad con que se consiguió el de su prision, ó el ver tan rendida su paciencia. Mandó buscar unos grillos de los que se traían prevenidos para los delinqüentes, y con ellos descubiertos en las manos de un soldado se puso en su presencia, llevando consigo á Doña Marina, y tres ó quatro de sus Capitanes. No perdonó las reverencias con que solia respetarle; pero dando á la voz y al semblante mayor entereza, le dixo: "Que ya quedaban condenados á muerte Qualpopóca y los demas delinqüentes, por haber confesado su delito, y ser digno de semejante demostracion; pero que le habian culpado en él, diciendo afirmativamente que le cometieron de su órden: y así era necesario que purgáse aquellos indicios vehementes con alguna mortificacion personal: porque los Reyes, aunque no estaban obligados á las penas ordinarias, eran súbditos de otra ley superior que mandaba en las coronas, y debian imitar en algo á los reos, quando se hallaban culpados, y trataban de satisfacer á la justicia del Cielo." Dicho esto, mandó con imperio y resolucion que le pusiesen las prisiones, sin dar lugar á que le replicáse: y en dexándole con ellas, le volvió las espaldas, y se retiró á su quarto, dando nueva órden á las guardias para que no se le permitiese por entónces la comunicacion de sus ministros. Fué tanto el asombro de Motezuma, quando se vió tratar con aquella ignominia, que le faltó al principio la accion para resistir, y despues la voz para quejarse. Estuvo mucho rato como fuera de sí: los criados que le asistian, acompañaban su dolor con el llanto, sin atreverse á las palabras, arrojándose á sus pies para recibir el peso de los grillos: y él volvió de su confusion con principios de impaciencia; pero se reprimió brevemente: y atribuyendo su infelicidad á la disposicion de sus Dioses, esperó el suceso, no sin cuidado, al parecer, de que peligraba su vida; pero acordándose de quien era, para temer sin falta de valor. No perdió tiempo Cortés en lo que llevaba resuelto: salieron los reos al suplicio, hechas las prevenciones necesarias para que no se aventuráse la execucion. Consiguióse á vista de innumerable pueblo, sin que se oyése una voz descompuesta, ni hubiese que rezelar. Cayó sobre aquella gente un terror, que tenia parte de admiracion, y parte de respeto. Extrañaban aquellos actos de jurisdiccion en unos extrangeros, que, quando mucho, se debian portar como Embaxadores de otro Príncipe; y no se atrevieron á poner duda en su potestad, viéndola establecida con la tolerancia de su Rey: de que resultó el concurrir todos al espectáculo con un género de quietud amortiguada, que, sin saber en que consistia, dexó su lugar al escarmiento. Ayudó mucho en esta ocasion el estar mal recibida entre los Mexicanos la invasion de Qualpopóca, y se hizo su delito mas aborrecible con la circunstancia de culpar á su Rey: descargo que pasó por increible; y aun siendo verdadero, se culpára como atrevido sedicioso. Débese mirar este castigo como tercer atrevimiento de Cortés, que se logró como se habia discurrido, y se discurrió sobre principios irregulares. El lo resolvió, y lo tuvo por conveniente y posible: conocia la gente con quien trataba, y lo que suponia en qualquier acontecimiento la gran prenda que tenian en su poder. Dexémonos cegar de su razon, ó no la traygamos al juicio de la Historia, contentándonos con referir el hecho como pasó, y que una vez executado, fué de gran conseqüencia para dar seguridad á los Españoles de la Vera Cruz, y reprimir por entónces los principios de rumor que andaban entre los nobles de la ciudad. Volvió luego Cortés al quarto de Motezuma, y con alegre urbanidad le dixo: "Que ya quedaban castigados los traydores que se atrevieron á manchar su fama: y él habia cumplido ventajosamente con su obligacion, sujetándose á la justicia de Dios con aquella breve intermision de su libertad." Y sin mas dilacion le mandó quitar los grillos, ó como escriben algunos, se puso de rodillas para quitarselos él mismo por sus manos: y se puede creer de su advertencia que procuraria dar con semejante cortesanía mayor recomendacion al desagravio. Recibió Motezuma con grande alborozo este alivio de su libertad: abrazó dos ó tres veces á Cortés, y no acababa de cumplir con su agradecimiento. Sentáronse luego en conversacion amigable; y Cortés usó con él de otro primor, como los que andaba siempre meditando, porque mandó que se retirasen las guardias, diciéndole que se podria volver á su palacio, quando quisiese, por haber cesado ya la causa de su detencion. Y le ofreció este partido sobre seguro de que no le aceptaria, por haberle oido decir muchas veces con firme resolucion, que ya no le convenia volverse á su palacio, ni apartarse de los Españoles hasta que se retirasen de su corte, porque perderia mucho de su estimacion, si llegasen á entender sus vasallos que recibia de agena mano su libertad. Dictámen que se hizo suyo con el tiempo, siendo en la verdad influido; porque Doña Marina, y algunos de los Capitanes le habian puesto en él á instancia de Cortés, que se valia de su misma razon de estado para tenerle mas seguro en la prision. Pero entónces, conociendo lo que traía dentro de sí la oferta de Cortés, dexó este motivo, tratándole como ageno de aquella ocasion, y se valió de otro mas artificioso: porque le respondió: "Que agradecia mucho la voluntad con que deseaba restituirle á su casa; pero que tenia resuelto no hacer novedad, atendiendo á la conveniencia de los Españoles; porque una vez en su palacio, le apretarian sus nobles y ministros en que tomáse las armas contra ellos, para satisfacerse del agravio que habia recibido." Por cuyo medio quiso dar á entender, que se dexaba estar en la prision para cubrirlos y ampararlos con su autoridad. Alabó Cortés el pensamiento, agradeciendo su atencion, como si la creyera; y quedaron los dos satisfechos de su destreza, creyendo entrambos que se entendian, y se dexaban engañar por su conveniencia, con aquel género de astucia ó disimulacion que ponen los políticos entre los misterios de la prudencia, dando el nombre de esta virtud á los artificios de la sagacidad. HISTORIA _De la Conquista, Poblacion y Progresos de Nueva España._ _LIBRO IV._ CAPITULO PRIMERO. _Permitese á Motezuma que se dexe ver en público, saliendo á sus templos y recreaciones. Trata Cortés de algunas prevenciones que tuvo por necesarias; y se duda que intentasen los Españoles en esta sazon derribar los ídolos de México._ Quedó Motezuma desde aquel dia prisionero voluntario de los Españoles: hizose amable á todos con su agrado y liberalidad. Sus mismos criados desconocian su mansedumbre y moderacion, como virtudes adquiridas en el trato de los extrangeros, ó extrangeras de su natural. Acreditó diversas veces con palabras y acciones la sinceridad de su ánimo: y quando le pareció que tenian segura y merecida la confianza de Cortés, se resolvió á experimentarla, pidiéndole licencia para salir alguna vez á sus templos. Dióle palabra de que se volveria puntualmente á la prision, que así la solia llamar, quando no estaba presente alguno de los suyos. Dixole: "Que ya deseaba, por su conveniencia y la de los mismos Españoles, dexarse ver de su pueblo, porque se iba creyendo que le tenian oprimido, como habia cesado la causa de su detencion con el castigo de Qualpopóca; y se podria temer alguna turbacion mas que popular, si no se ocurria brevemente al remedio con aquella demostracion de su libertad." Hernan Cortés, conociendo su razon, y deseando tambien complacer á los Mexicanos, le respondió liberal y cortesanamente: "Que podria salir quando gustáse: atribuyendo á exceso de su benignidad el pedir semejante permision, quando él y todos los suyos estaban á su obediencia." Pero aceptó la palabra que le daba de no hacer novedad en su habitacion, como quien deseaba no perder la honra que recibia. Hizole alguna interior disonancia el motivo de acudir á sus templos; y para cumplir consigo en la forma que podia, capituló con él que habian de cesar desde aquel dia los sacrificios de sangre humana: contentándose con esta parte de remedio, porque no era tiempo de aspirar á la enmienda total de los demas errores; y siempre que no se puede lo mejor, es prudencia dividir la dificultad, para vencer uno á uno los inconvenientes. Ofreciólo así Motezuma, prohibiendo con efecto en todos sus adoratorios este género de sacrificios: y aunque se duda si lo cumplió, es cierto que cesó la publicidad, y que, si los hicieron alguna vez, fué á puerta cerrada, y tratándolos como delito. Su primera salida fué al templo mayor de la ciudad, con la misma grandeza y acompañamiento que acostumbraba: llevó consigo algunos Españoles; y se previno, llamándolos él mismo, ántes que se los pusiesen al lado como guardas ó testigos. Celebró con grandes regocijos el pueblo esta primera vista de su Rey: procuraron todos manifestar su alegría con aquellas demostraciones de que se componian sus aplausos; no porque le amasen, ó tuviesen olvidada la opresion en que vivian, sino porque hacia la natural obligacion el oficio de la voluntad: y tiene sus influencias, hasta en la frente del tirano, la corona. El iba recibiendo las aclamaciones con gratitud magestuosa: y anduvo aquel dia muy liberal, porque hizo diferentes mercedes á sus nobles, y repartió algunas dádivas entre la gente popular. Subió despues al templo, descansando sobre los brazos de los sacerdotes: y en cumpliendo con los ritos ménos escandalosos de su adoracion, se volvió al quartel, donde se congratuló nuevamente con los Españoles, dando á entender que le traían con igual fuerza el desempeño de su palabra, y el gusto de vivir entre sus amigos. Continuaronse despues sus salidas sin hacer novedad, unas veces al palacio donde tenia sus mugeres, y otras á sus adoratorios ó casas de recreacion: usando siempre con Hernan Cortés la ceremonia de tomar su licencia, ó llevándole consigo, quando era decente la funcion; pero nunca hizo noche fuera del alojamiento, ni discurrió en mudar habitacion: ántes se llegó á mirar entre los Mexicanos aquella perseverancia suya como favor de los Españoles, tanto que ya visitaban á Cortés los ministros y los nobles de la ciudad, valiéndose de su intercesion para encaminar sus pretensiones: y todos los Españoles que tenian algun lugar en su gracia, se hallaron asistidos y contemporizados: achaque ordinario de las cortes, adorar á los favorecidos, fabricando con el ruego estos ídolos humanos. Entretanto que duraba este género de tranquilidad, no se descuidaba Hernan Cortés en las prevenciones que podrian conducir á su seguridad, y adelantar los altos designios que perseveraban en su corazon, sin objeto determinado, ni saber hasta entónces hacia donde le llamaba la obscuridad lisonjera de sus esperanzas. Luego que vacó el gobierno de la Vera Cruz por muerte de Juan de Escalante, y se aseguraron los caminos con el castigo de los culpados, nombró en aquella ocupacion al Capitan Gonzalo de Sandoval: y porque no faltáse de su lado en esta ocurrencia un Cabo de tanta satisfaccion, envió con título de Teniente suyo á un soldado particular que llamaban Alonso de Grado, sugeto de habilidad y talento, pero de ánimo inquieto, y uno de los que se hicieron conocer en las turbaciones pasadas. Creyóse que le ocupaba por satisfacerle y desviarle; pero no fué buena política poner hombre poco seguro en una plaza que se mantenia para la retirada, y contra las avenidas que se podian temer de la Isla de Cuba. Pudiera ser de grave inconveniente su asistencia en aquel puerto, si llegáran poco ántes los baxeles que fletó Diego Velazquez en prosecucion de su antigua demanda; pero el mismo Alonso de Grado emendó con su proceder el yerro de su eleccion; porque vinieron dentro de pocos dias tantas quejas de los vecinos y lugares del contorno, que fué necesario traerle preso, y enviar al propietario. Con la ocasion de estos viages dispuso Hernan Cortés que se conduxesen de la Vera Cruz algunas xarcias, velas, clavazon, y otros despojos de los navios que se barrenaron, con ánimo de fabricar dos bergantines, para tener á su disposicion el paso de la laguna: porque no podia echar de sí las medias palabras que oyeron los Tlascaltécas sobre cortar los puentes, ó romper las calzadas. Introduxo primero esta novedad, haciéndosela desear á Motezuma, con pretexto de que viese las grandes embarcaciones que se usaban en España, y la facilidad con que se movian, haciendo trabajar al viento en alivio de los remos: primor de que no se hacia capaz sin la demostracion; porque ignoraban los Mexicanos el uso de las velas, y ya miraba como punto de conveniencia suya que aprendiesen aquel arte de navegar sus marineros. Llegaron brevemente de la Vera Cruz los géneros que se habian pedido, y se dió principio á la fábrica por mano de algunos maestros de esta profesion, que vinieron en el exército con plaza de soldados, asistiendo á cortar y conducir la madera, de órden de Motezuma, los carpinteros de la ciudad: con que se acabaron los dos bergantines dentro de breves dias, y él mismo determinó estrenarlos, embarcándose con los Españoles, para reconocer desde mas cerca las maestrías de aquella navegacion. Previno para este fin una de sus monterías mas solemnes en parage de larga travesía, porque no faltáse tiempo á su observacion: y el dia señalado amanecieron sobre la laguna todas las canoas del séquito real con su familia y cazadores, reforzada en ellas la boga, no sin presuncion de acreditar su ligereza, con descredito de las embarcaciones extrangeras, que á su parecer, eran pesadas, y serian dificultosas de manejar; pero tardaron poco en desengañarse, porque los bergantines partieron á vela y remo, favorecidos oportunamente del viento, y se dexaron atras las canoas con largo espacio, y no menor admiracion de los Indios. Fué dia muy festivo, y de gran divertimiento para los Españoles, tanto por la novedad y circunstancias de la montería, como por la opulencia del banquete: y Motezuma estuvo muy entretenido con sus marineros, burlándose de lo que forcejaban en el alcance de los bergantines, y celebrando como suya la victoria de los Españoles. Concurrió despues toda la ciudad á ver aquellas, que en su lengua llamaban casas portátiles: hizo sus ordinarios efectos la novedad, y sobre todo admiraron el manejo del timon, y el oficio de las velas, que, á su entender, mandaban al agua y al viento: invencion que celebraron los mas avisados como industria del arte superior á su ingenio, y el vulgo como sutileza mas que natural, ó predominio sobre los elementos. Consiguióse finalmente que fuesen bien recibidos aquellos bergantines, que se fabricaron á mayor intento; y tuvo su parte de felicidad esta providencia de Cortés, pues se hizo lo que convenia, y se ganó reputacion. Al mismo tiempo iba caminando en otras diligencias que le dictaban su vigilancia y actividad. Introducia con Motezuma y con los nobles, que le visitaban, la estimacion de su Rey: ponderaba su clemencia, y engrandecia su poder, trayendo á su dictámen los ánimos con tanta suavidad y destreza, que llegó á desearse generalmente la confederacion que proponia, y el comercio de los Españoles, como interés de aquella Monarquía. Tomaba tambien algunas noticias importantes por via de conversacion y sencilla curiosidad. Informóse muy particularmente de la magnitud y límites del Imperio Mexicano, de sus provincias y confines, de los montes, rios y minas principales, de las distancias de ambos mares, su calidad y surgideros: tan lejos de mostrar cuidado en sus observaciones, que Motezuma, para informarle mejor y complacerle, hizo que sus pintores delineasen, con asistencia de hombres noticiosos, un lienzo semejante á nuestros mapas, en que se contenia la demarcacion de sus dominios: á cuya vista le hizo capaz de todas las particularidades que merecian reflexîon; y permitió despues que fuesen algunos Españoles á reconocer las minas de mayor nombre, y los puertos ó ensenadas que parecian capaces de baxeles. Propusolo Hernan Cortés con pretexto de llevar á su Príncipe distinta relacion de lo mas notable; y él concedió no solamente su beneplácito, pero señaló gente militar que los acompañáse, y despachó sus órdenes para que les franqueasen el paso y las noticias: bastante seña de que vivia sin rezelo, y andaban conformes su intencion y sus palabras. Pero en esta sazon, y quando mas se debian temer las novedades, como peligro de la quietud y de la confianza, refieren nuestros historiadores una resolucion de los Españoles tan desproporcionada y fuera de tiempo, que nos inclinamos á dudarla, ya que no hallamos razon para omitirla. Dice Bernal Diaz del Castillo, ó lo escribió primero Francisco Lopez de Gómara (concordando alguna vez en lo ménos tolerable) que se determinaron á derribar los ídolos de México, y convertir en Iglesia el adoratorio principal: que salieron á executarlo, por mas que lo resistió, y procuró embarazar Motezuma: que se armaron los sacerdotes, y estuvo conmovida toda la ciudad en defensa de sus Dioses, durando la porfía sin llegar á rompimiento, hasta que por bien de paz se quedaron los ídolos en su lugar, y se limpió una capilla, y levantó un altar dentro del mismo adoratorio, donde se colocó la Cruz de Christo, y la imágen de su Madre santísima, se celebró Misa cantada, y perseveró muchos dias el altar, cuidando de su limpieza y adorno los mismos sacerdotes de los ídolos. Así lo refiere tambien Antonio de Herrera, y se aparta de los dos, añadiendo algunas circunstancias que pasan los límites de la exornacion, si esta puede caber en la retórica del historiador: porque describe una procesion devota y armada que se ordenó para conducir las santas Imágenes al adoratorio: pone á la letra, ó supone la oracion recta que hizo Cortés delante de un Crucifixo: y pondera un casi milagro de su devocion, animándose á decir, no sabemos de que orígen, que se inquietaron poco despues los Mexicanos, porque faltó el agua del cielo para el beneficio de sus campos: que acudieron al mismo Cortés, con principios de sedicion, clamando sobre que no llovian sus Dioses, porque se habian introducido en su templo Deidades forasteras: que, para conseguir que se quietasen, les ofreció de parte de su Dios copiosa lluvia dentro de breves horas; y que respondió el Cielo puntualmente á su promesa con grande admiracion de Motezuma y de toda la ciudad. No discurrimos del empeño en que se puso, prometiendo milagros delante de unos infieles, en prueba de su Religion: que pudo ser ímpetu de su piedad; ni estrañamos la maravilla del suceso: que tambien pudo tener entónces aquel átomo de fé viva, con que se merecen y consiguen los milagros. Pero el mismo hecho disuena tanto á la razon, que parece dificultoso de creer en las advertencias de Cortés, y en el genio y letras de Fray Bartolomé de Olmedo. Pero caso que sucediese así el hecho de arruinar los ídolos de México en la forma y en el tiempo que viene supuesto (siendo lícito al historiador el hacer juicio alguna vez de las acciones que refiere) hallamos en esta diferentes reparos, que nos obligan por lo ménos á dudar el acierto de semejante determinacion en una ciudad tan populosa, donde se pudo tener por imposible lo que fué dificultoso en Cozumel. Corriase bien con Motezuma: consistia en su benevolencia toda la seguridad que se gozaba: no habia dado esperanzas de admitir el Evangelio, ántes duraba inexôrable y obstinado en su idolatría. Los Mexicanos, sobre la dureza con que adoraban y defendian sus errores, andaban fáciles de inquietar contra los Españoles. ¿Pues, que prudencia pudo aconsejar que se intentáse contra la voluntad de Motezuma semejante contratiempo? Si miramos al fin que se pretendia, le hallarémos inútil y fuera de toda razon. Empezar por los ídolos el desengaño de los Idólatras: tratar una exterioridad infructuoso como triunfo de la Religion: colocar las santas Imágenes en un lugar inmundo y detestable: dexarlas al arbitrio de los sacerdotes gentiles, aventuradas á la irreverencia y al sacrilegio: celebrar entre los simulacros del demonio el inefable sacrificio de la Misa. Y Antonio de Herrera califica estos atentados con título de faccion memorable. Júzguelo quien lo leyere, que nosotros no hallamos razon de congruencia política ó christiana para que se perdonasen tantos inconvenientes; y dexando en duda el acierto, querriamos ántes que no hubiera sucedido esta irregularidad como la refieren, ó que no tuvieran lugar en la Historia las verdades increibles. CAPITULO II. _Descúbrese una conjuracion que se iba disponiendo contra los Españoles, ordenada por el Rey de Tezcúco: y Motezuma, parte con su industria, y parte por las advertencias de Cortés, la sosiega castigando al que la fomentaba._ Tuvo desde sus principios esta empresa de los Españoles notable desigualdad de accidentes: alternábanse continuamente la quietud y los cuidados: unos dias reynaba sobre las dificultades la esperanza, y otros renacian los peligros de la misma seguridad. Propia condicion de los sucesos humanos, encadenarse, y sucederse con breve intermision los bienes y los males. Y debemos creer que fué conveniente su instabilidad para corregir la destemplanza de nuestras pasiones. La ciega gentilidad ponia esta serie de los acaecimientos en una rueda imaginaria, que se formaba en la trabazon de lo próspero y adverso, á cuyo movimiento daban cierta inteligencia sin eleccion, que llamaron fortuna: con que dexaban al acaso todo lo que deseaban ó temian, siendo en la verdad alta disposicion de la divina Providencia que duren poco en un estado las felicidades y los infortunios de la tierra, para que se posean ó toleren con moderacion, y suba el entendimiento á buscar la realidad de las cosas en la religion de las almas. Hallábanse ya los Españoles bastantemente asegurados en la voluntad de Motezuma, y en la estimacion de los Mexicanos; pero al mismo tiempo que se gozaba de aquel sosiego favorable, se levantó nueva tempestad, que puso en contingencia todas las prevenciones de Cortés. Movióla Cacumatzín, sobrino de Motezuma, Rey de Tezcúco, y primer Elector del Imperio. Era mozo inconsiderado y bullicioso; y dexándose aconsejar de su ambicion, determinó hacerse memorable á su nacion, sacando la cara contra los Españoles con pretexto de poner en libertad á su Rey. Favorecianle su dignidad y su sangre para esperar en la primera eleccion el Imperio; y le pareció, que una vez desnuda la espada, podria llegar el caso de acercarse á la corona. Su primera diligencia fué desacreditar á Motezuma, murmurando entre los suyos de la indignidad y falta de espíritu con que se dexaba estar en aquella violenta sujecion. Acusó despues á los Españoles, culpando como principio de tiranía la opresion en que le tenian, y la mano que se iban tomando en el gobierno; sin perdonar medio alguno de hacerlos odiosos y despreciables. Sembró despues la misma cizaña entre los demas Reyezuelos de la laguna: y hallando bastante disposicion en los ánimos, se resolvió á poner en execucion sus intentos: á cuyo fin convocó una junta de todos sus amigos y parientes, que se hizo de secreto en su palacio, concurriendo en ella los Reyes de Cuyoacán, Iztacpalápa, Tacúba y Matalcingo, y otros Señores ó Caciques del contorno: personas de séquito y suposicion, que mandaban gente de guerra, y se preciaban de soldados. Hizoles un razonamiento de grande aparato; y dando colores de zelo á sus ocultos designios, ponderó el estado en que se hallaba su Rey, olvidado, al parecer, de su misma libertad, y la obligacion que tenian de concurrir todos como buenos vasallos á sacarle de aquella servidumbre. Sinceróse con la proxîmidad de la sangre, que le interesaba en los aciertos de su tio: y volviendo la mira contra los Españoles: "¿A qué aguardamos, amigos y parientes (dixo) que no abrimos los ojos al oprobrio de nuestra nacion, y á la vileza de nuestro sufrimiento? ¿Nosotros, que nacimos á las armas, y ponemos nuestra mayor felicidad en el terror de nuestros enemigos, concedemos la cerviz al yugo afrentoso de una gente advenediza? ¿Qué son sus atrevimientos sino acusaciones de nuestra floxedad, y desprecios de nuestra paciencia? Consideremos lo que han conseguido en breves dias, y conocerémos primero nuestro desayre, y despues nuestra obligacion. Arrojáronse á la corte de México, insolentes de quatro victorias en que los hizo valientes la falta de resistencia. Entraron en ella triunfantes á despecho de nuestro Rey, y contra la voluntad de la nobleza y gobierno. Introduxeron consigo á nuestros enemigos ó rebeldes, y los mantienen armados á nuestros ojos, dando vanidad á los Tlascaltécas, y pisando el pundonor de los Mexicanos. Quitaron la vida con público y escandaloso castigo á un General del Imperio, tomando en ageno dominio jurisdiccion de magistrados, ó autoridad de legisladores. Y últimamente prendieron al Gran Motezuma en su alojamiento, sacándole violentamente de su palacio; y no contentos con ponerle guardas á nuestra vista, pasaron á ultrajar su persona y dignidad con las prisiones de sus delinqüentes. Así pasó: todos lo sabemos; ¿pero quién habrá que lo crea sin desmentir á sus ojos? ¡O verdad ignominiosa, digna del silencio, y mejor para el olvido! ¿Pues en qué os deteneis, ilustres Mexicanos? ¿Preso vuestro Rey, y vosotros desarmados? Esa libertad aparente de que le veis gozar estos dias no es libertad, sino un tránsito engañoso, por el qual ha pasado insensiblemente á otro cautiverio de mayor indecencia: pues le han tiranizado el corazon, y se han hecho dueños de su voluntad, que es la prision mas indigna de los Reyes. Ellos nos gobiernan y nos mandan, pues el que nos habia de mandar les obedece. Ya le veis descuidado en la conservacion de sus dominios, desatento á la defensa de sus leyes, y convertido el ánimo real en espíritu servil. Nosotros, que suponemos tanto en el Imperio Mexicano, debemos impedir con todo el hombro su ruina. Lo que nos toca es juntar nuestras fuerzas, acabar con estos advenedizos, y poner en libertad á nuestro Rey. Si le desagradáremos, dexándole de obedecer en lo que le conviene, conocerá el remedio quando convalezca de la enfermedad: y si no le conociere, hombres tiene México que sabrán llenar con sus sienes la corona; y no será el primero de nuestros Reyes, que, por no saber reynar, ó reynar descuidadamente, se dexó caer el cetro de las manos." En esta substancia oró Cacumatzín, y con tanto fervor, que le siguieron todos, prorumpiendo en grandes amenazas contra los Españoles, y ofreciendo servir en la faccion personalmente. Solo el Señor de Matalcingo, que se hallaba en el mismo grado pariente de Motezuma, y tenia sus pensamientos de reynar, conoció lo interior de la propuesta, y tiró á desvanecer los designios de su competidor, añadiendo: "Que tenia por necesario, y por mas conveniente á la obligacion de todos, que se previniese á Motezuma de lo que intentaban, y se tomáse primero su licencia; pues no era razon que se arrojasen armados á la casa donde residia, sin poner en salvo su persona, tanto por el peligro de su vida como por la disonancia de que pereciesen aquellos hombres debaxo de las alas de su Rey." Barajaron los demas esta proposicion como impracticable, diciéndole Cacumatzín algunos pesares, que sufrió por no descomponer sus esperanzas; y se acabó la junta, quedando señalado el dia, discurrido el modo, y encargado el secreto. Supieron casi á un mismo tiempo Motezuma y Cortés esta conjuracion: Motezuma por un aviso reservado que se atribuyó al Señor de Matalcingo: y Cortés por la inteligencia de sus espías y confidentes. Buscáronse luego los dos, para comunicarse la noticia de semejante novedad; y tuvo Motezuma la dicha de hablar primero, con que dexó saneada su intencion. Dióle cuenta de lo que pasaba: mostró grande irritacion contra su sobrino el de Tezcúco, y contra los demas conjurados: y propuso castigarlos con el rigor que merecian. Pero Hernan Cortés (dándole á entender que sabía todo el caso con algunas circunstancias, que no dexasen en duda su comprehension) le respondió: "Que sentia mucho haber ocasionado aquella inquietud en sus vasallos: y que, por la misma razon, se hallaba obligado á tomar por su cuenta el remedio, y venia con ánimo de pedirle licencia para marchar luego con sus Españoles á Tezcúco, y atajar en su orígen el daño, trayéndole preso á Cacumatzín ántes que se uniese con los demas coligados, y fuese necesario pasar á mayores remedios." No admitió Motezuma esta proposicion, ántes procuró desviarla con total repugnancia, conociendo lo que perderia su autoridad y su poder si se valiese de armas forasteras para castigar atrevimientos de esta calidad en hombres de aquella suposicion. Pidióle que disimuláse por él su desabrimiento; y le dixo por última resolucion: "Que no queria, ni era conveniente que se moviesen los Españoles, porque no se hiciese obstinacion el odio con que procuraban apartarlos de su lado; sino que le ayudasen á sujetar aquellos rebeldes, asistiéndole con el consejo, y haciendo, si fuese menester, el oficio de medianeros." Parecióle despues, que sería bien intentar primero los medios suaves, y que su sobrino, como persona mas dependiente de su respeto, sería fácil de reducir á la quietud, acordándole su obligacion, y haciéndole amigo de los Españoles. Para cuyo efecto le envió llamar con uno de sus criados principales: el qual le intimó la órden que llevaba de su Rey, y le dixo de parte de Cortés: "Que deseaba su amistad y tenerle mas cerca para que la experimentáse." Pero él, que se hallaba ya lejos de la obediencia, ó tenia mas cerca su ambicion, respondió á Motezuma con desacato de hombre precipitado, y á Cortés con tanta desestimacion y arrojamiento, que le obligó á pedir con nueva instancia la empresa de sujetarle, cuya propuesta reprimió segunda vez Motezuma, diciéndole: "Que aquel era de los casos en que se debia usar primero del entendimiento que de las manos: y que le dexáse obrar segun la experiencia y conocimiento que tenia de aquellos humores y de sus causas." Portóse despues con gran reserva entre sus ministros, despreciando el delito para descuidar al delinqüente; á cuyo fin les decia: "Que aquel atrevimiento de su sobrino se debia tomar como ardor juvenil, ó primer movimiento de hombre sin capacidad." Y al mismo tiempo formó una conjuracion secreta contra el mismo conjurado, valiéndose de algunos criados suyos, que atendieron á su primera obligacion, ó la conocieron á vista de las dádivas y las promesas. Por cuyo medio consiguió que le asaltasen una noche dentro de su casa, y embarcándose con él en una canoa que tenian prevenida, le truxesen preso á México sin que pudiese resistirlo. Descubrió entónces Motezuma todo el enojo que disimulaba: y sin permitir que le viese, ni dar lugar á sus disculpas, le mandó poner, con acuerdo y parecer de Cortés, en la carcel mas estrecha de sus nobles, tratándole como á reo de culpa irremisible, y de pena capital. Hallábase á esta sazon en México un hermano de Cacumatzín, que pocos dias ántes escapó dichosamente de sus manos, porque intentó quitarle insidiosamente la vida sobre algunas desconfianzas domésticas de poco fundamento. Amparóle Motezuma en su palacio, y le hizo alistar en su familia para darle mayor seguridad. Era mozo de valor, y grandes habilidades, bien recibido en la corte y entre los vasallos de su hermano: haciéndole con unos y otros mas recomendable la circunstancia de perseguido. Puso Cortés los ojos en él: y deseando ganarle por amigo, y traerle á su partido, propuso á Motezuma que le diese la investidura y Señorío de Tezcuco, pues ya no era capaz su hermano de volver á reynar, habiendo conspirado contra su Príncipe. Dixole: "Que no era seguro castigar por entónces con pena de la vida á un delinqüente de tanto séquito, quando estaban conmovidos los ánimos de los nobles: que, privándole del reyno, le daba otro género de muerte ménos ruidosa, y de bastante severidad para el terror de sus parciales: que aquel mozo tenia mejor natural, y debiéndole ya la vida, le debria tambien la corona, y quedaria mas obligado á su obediencia por la oposicion de su hermano: y últimamente, que con esta demostracion daba el reyno á quien debia suceder en él, y dexaba en su sangre la dignidad de primer Elector, que tanto suponia en el Imperio." Agradó tanto á Motezuma este pensamiento de Cortés, que le comunicó luego á su consejo, donde se alabó como benigna y justificada la resolucion: y autorizando los ministros el decreto real, fué desposeido Cacumatzín, segun la costumbre de aquella tierra, de todos sus honores, como rebelde á su Príncipe, y nombrado su hermano por sucesor del reyno y voz electoral. Llamóle despues Motezuma, y en el acto de la investidura, que tenia sus ceremonias y solemnidades, le hizo una oracion magestuosa, en que reduxo á pocas palabras todos los motivos que podian acrecentar el empeño de su fidelidad: y le dixo públicamente: "Que habia tomado aquella determinacion por consejo de Hernan Cortés:" dándole á conocer que le debia la corona. Puedese creer que ya lo sabria el interesado, porque no era tiempo de obscurecer los beneficios; pero es de reparar lo que cuidaba Motezuma de hacerle bien quisto, y de ganar los ánimos de los suyos á favor de los Españoles. Partió luego el nuevo Rey á su corte, y fué recibido y coronado en ella con grandes aclamaciones y regocijos, celebrando todos su exâltacion con diferentes motivos: unos, porque le amaban, y sentian su persecucion: otros, por la mala voluntad que tenian á Cacumatzín; y los mas, por dar á entender que aborrecian su delito. Tuvo notable aplauso en todo el Imperio este género de castigo sin sangre, que se atribuyó al superior juicio de los Españoles, porque no esperaban de Motezuma semejante moderacion: y fué de tanta conseqüencia la misma novedad para el escarmiento, que los demas conjurados derramaron luego sus tropas, y trataron de recurrir desarmados á la clemencia de su Rey. Valiéronse de Cortés, y últimamente consiguieron por su medio el perdon: con que se deshizo aquella tempestad; y habiéndose levantado contra él, salió del peligro mejorado, parte por su industria, y parte porque le favorecieron los mismos accidentes: pues Motezuma le agradeció la quietud de su reyno: se declaró por su hechura el mayor Príncipe del Imperio: y favoreciendo á los demas que intentaban destruirle, se halló con nuevo caudal de amigos y obligados. CAPITULO III. _Resuelve Motezuma despachar á Cortés respondiendo á su embaxada: junta sus nobles, y dispone que sea reconocido el Rey de España por sucesor de aquel Imperio: determinando que se le dé la obediencia, y pague tributo como á descendiente de su Conquistador._ Sosegados aquellos rumores, que llegaron á ocupar todo el cuidado, sintió Motezuma el ruido que dexa en la imaginacion la memoria del peligro. Empezó á discurrir para consigo el estado en que se hallaba: parecióle que ya se detenian mucho los Españoles, y que habiéndose mirado como falta de libertad en él la benevolencia con que los trataba, debia familiarizarse ménos y dar otro color á las exterioridades. Avergonzabase del pretexto que tomó Cacumatzín para su conjuracion, atribuyendo á falta de espíritu su benignidad; y alguna vez se acusaba de haber ocasionado aquella murmuracion: sentia la flaqueza de su autoridad, cuyos zelos andan siempre cerca de la corona, y ocupan el primer lugar entre las pasiones que mandan á los Reyes. Temia que se volviesen á inquietar sus vasallos, y que saltasen nuevas centellas de aquel incendio recien apagado. Quisiera decir á Cortés que tratáse de abreviar su jornada, y no hallaba camino decente de proponerselo: ni los rezelos, por ser especie de miedo, se confiesan con facilidad. Duró algunos dias en esta irresolucion: y últimamente determinó que le convenia en todo caso despachar luego á los Españoles, y quitar aquel tropiezo á la fidelidad de sus vasallos. Dispuso la materia con notable sagacidad: porque ántes de comunicar su intento á Cortés, llevó prevenida sus réplicas, saliendo á todos los motivos en que pudiera fundar su detencion. Aguardó que le viniese á visitar como solia: recibióle sin hacer novedad en el agrado, ni en el cumplimiento: introduxo la plática de su Rey al modo que otras veces: ponderó quanto le veneraba: y dexando traer su propuesta de la misma conversacion, le dixo: "Que habia discurrido en reconocerle de su propia voluntad el vasallage que se le debia como á sucesor de Quezalcoál, y dueño propietario de aquel Imperio." Así lo entendia, y en esto solo habló con afectacion; no se trataba entónces de restituirle sus dominios, sino de apartar á Cortés, y facilitar su despacho: á cuyo fin añadió: "Que pensaba convocar la nobleza de sus reynos, y hacer en su presencia este razonamiento, para que todos, á su imitacion, le diesen la obediencia, y estableciesen el vasallage con alguna contribucion: en que pensaba tambien darles exemplo; pues tenia ya prevenidas diferentes joyas y preseas de mucho valor, para cumplir por su parte con esta obligacion; y no dudaba que sus nobles acudirian á ella con lo mejor de sus riquezas, ni desconfiaba de que se juntaria cantidad tan considerable, que pudiese llegar sin desayre á la presencia de aquel Príncipe, como primera demostracion del Imperio Mexicano." Esta fué su proposicion, y en ella concedia de una vez todo lo que, á su parecer, podian atreverse á desear los Españoles, satisfaciendo á su ambicion y á su codicia, para quitarles enteramente la razon de perseverar en su corte, ántes de ordenarles que se retirasen. Y encubrió con tanta destreza el fin á que caminaba, que no le conoció entónces Hernan Cortés; ántes le rindió las gracias de aquella liberalidad, sin estrañarla ni encarecerla, como quien aceptaba de parte de su Rey lo que se le debia; y quedó sumamente gustoso de haber conseguido mas de lo que parecia practicable, segun el estado presente de las cosas. Celebró despues con sus Capitanes y soldados el servicio que harian al Rey Don Carlos, si conseguian que se declaráse por súbdito y tributario suyo un Monarca tan poderoso: discurrió en las grandes riquezas con que podrian acompañar esta noticia, para que no llegáse desnuda la relacion, y peligrase de increible. Y, á la verdad, no pensaba entónces apartarse de su empresa, ni le parecia dificultoso el mantenerse, hasta que, sabiendo en España el estado en que la tenia, se le ordenáse lo que debia executar: seguridad á que le pudo inducir lo que le favorecia Motezuma, los amigos que iba ganando, la facilidad con que se le venian á las manos los sucesos, ó alguna causa de orígen superior que le dilataba el ánimo, para que, á vista de quanto pudiera desear, no se acabáse de componer con sus esperanzas. Pero Motezuma, que tiraba sus líneas á otro centro, y sabía resolver de espacio, y executar sin dilacion, despachó luego sus convocatorias á los Caciques de su reyno, como se acostumbraba quando se ofrecia negocio público en que hubiese de intervenir la nobleza, sin alargarse á los mas distantes, por abreviar el intento principal de aquella diligencia. Vinieron todos á México dentro de pocos dias con el séquito que solian asistir en la corte, y tan numeroso, que hiciera ruido en el cuidado, si se ignorára la ocasion y la costumbre. Juntólos Motezuma en el quarto de su habitacion, y en presencia de Cortés (que fué llamado á esta conferencia, y concurrió en ella con sus intérpretes y algunos de sus Capitanes) les hizo un razonamiento, en que dió los motivos, y facilitó la dureza de aquella notable resolucion. Bernal Diaz del Castillo dice que hubo dos juntas, y que no asistió Cortés en la primera: pudo ser alguna de sus equivocaciones, porque no lo callaria el mismo Hernan Cortés en la segunda relacion de su jornada; y quando se trataba de satisfacerle y confiarle, no era tiempo de juntas reservadas. Fué de grande aparato y autoridad esta funcion, porque asistieron tambien á ella los nobles y ministros que residian en la corte: y Motezuma, despues de haberlos mirado una y dos veces con agradable magestad, empezó su oracion, haciéndolos benévolos y atentos con ponerles delante "Quánto los amaba, y quánto le debian: acordóles que tenian de su mano todas las riquezas y dignidades que poseían: y sacó por ilacion de este principio la obligacion en que se hallaban de creer que no les propondria materia que no fuese de su mayor conveniencia, despues de haberla premeditado con madura deliberacion, consultado, á sus Dioses el acierto, y tenido señales evidentes de que hacia su voluntad." Afectaba muchas veces estas vislumbres de inspiracion, para dar algo de divinidad á sus resoluciones: y entónces le creyeron, porque no era novedad que le favoreciese con sus respuestas el demonio. Asentada esta reconvencion y este misterio, refirió con brevedad "El orígen del Imperio Mexicano, la expedicion de los Nabatlácas, las hazañas prodigiosas de Quezalcoál, su primer Emperador, y lo que dexó profetizado quando se apartó á las conquistas del oriente, previniendo, con impulso del Cielo, que habian de volver á reynar en aquella tierra sus descendientes. Tocó despues como punto indubitable: Que el Rey de los Españoles, que dominaba en aquellas regiones orientales, era legítimo sucesor del mismo Quezalcoál. Y añadió: Que siendo él Monarca de quien habia de proceder aquel Príncipe tan deseado entre los Mexicanos, y tan prometido en los oráculos y profecías que veneraba su nacion, debian todos reconocer en su persona este derecho hereditario, dando á su sangre lo que, á falta de ella, se introduxo en eleccion: que si hubiera venido entónces personalmente, como envió sus Embaxadores, era tan amigo de la razon, y amaba tanto á sus vasallos, que por su mayor felicidad sería el primero en desnudarse de la dignidad que poseía, rindiendo á sus piés la corona, fuese para dexarla en sus sienes, ó para recibirla de su mano. Pero que debiendo á los Dioses la buena fortuna de que hubiese llegado en su tiempo noticia tan deseada, queria ser el primero en manifestar la prontitud de su ánimo, y habia discurrido en ofrecerle desde luego su obediencia, y hacerle algun servicio considerable. A cuyo fin tenia destinadas las joyas mas preciosas de su tesoro, y queria que sus nobles le imitasen, no solo en hacer el mismo reconocimiento, sino en acompañarle con alguna contribucion de sus riquezas, para que siendo mayor el servicio, llegáse mas decoroso á los ojos de aquel Príncipe." En esta substancia concluyó Motezuma su razonamiento, aunque no de una vez: porque á despecho de lo que se procuró esforzar en este acto, quando llegó á pronunciarse vasallo de otro Rey, le hizo tal disonancia esta proposicion, que se detuvo un rato, sin hallar las palabras con que habia de formar la razon; y al acabarla se enterneció tan declaradamente, que se vieron algunas lágrimas discurrir por su rostro, como lloradas contra la voluntad de los ojos. Y los Mexicanos, conociendo su turbacion, y la causa de que procedia, empezaron tambien á enternecerse, prorumpiendo en sollozos ménos recatados, y deseando, al parecer, con algo de lisonja, que hiciese ruido su fidelidad. Fué necesario que Cortés pidiese licencia de hablar, y alentase á Motezuma, diciendo: "Que no era el ánimo de su Rey desposeerle de su dignidad, ni trataba de que se hiciese novedad en sus dominios: porque solo querria que se aclaráse por entónces su derecho á favor de sus descendientes, respecto de hallarse tan distante de aquellas regiones, y tan ocupado en otras conquistas, que no podria llegar en muchos años el caso en que hablaban sus tradiciones y profecías." Con cuyo desahogo cobró el aliento, volvió á serenar el semblante, y acabó su oracion como se ha referido. Quedaron los Mexicanos atónitos, ó confusos de oir semejante resolucion, estrañándola como desproporcionada, ó ménos decente á la magestad de un Príncipe tan grande, y tan zeloso de su dominacion. Miráronse unos á otros sin atreverse á replicar, ni á conceder, dudando en qué se ajustarian mas á su intencion; y duró este silencio reverente hasta que tomó la mano el primero de sus magistrados, y con mejor conocimiento de su dictámen respondió por los demas: "Que todos los nobles que concurrian en aquella junta le respetaban como á su Rey y Señor natural, y estarian prontos á obedecer lo que proponia por su benignidad, y mandaba con su exemplo: porque no dudaban que lo tendria bien discurrido y consultado con el Cielo, ni tenian instrumento mas sagrado que el de su voz para entender la voluntad de los Dioses." Concurrieron todos en el mismo sentir: y Hernan Cortés, quando llegó el caso de significar su agradecimiento, fué dictando á sus intérpretes otra oracion no ménos artificiosa, en que dió las gracias á Motezuma, y á todos los circunstantes, de aquella demostracion, aceptando en nombre de su Rey el servicio, y midiendo sus ponderaciones con la máxima de no estrañar mucho que asistiesen á su obligacion, al modo que se recibe la deuda, y se agradece la puntualidad en el deudor. Pero no bastaron aquellas lágrimas de Motezuma para que se rezeláse Cortés entónces de su liberalidad, ni conociese que se trataba de su despacho final; en que se dexó llevar del primer sonido con alguna disculpa: porque donde halló introducida como verdad infalible aquella notable aprehension de los descendientes de Quezalcoál, y tenian á su Rey indubitable por uno de ellos, no le pareceria tan irregular esta demostracion, que se debiese mirar como afectada ó sospechosa. Sobre cuyo presupuesto pudo tambien atribuir el llanto de Motezuma, y aquella congoja con que llegó á pronunciar las cláusulas del vasallage, á la misma violencia con que se desprende la corona, y se mide la suma distancia que hay entre la soberanía y la sujecion: caso verdaderamente de aquellos en que puede faltar el ánimo con algo de magnanimidad. Pero se debe creer que Motezuma, por mas que miráse al Rey de España como legítimo sucesor de aquel Imperio, no tuvo intento de cumplir lo que ofrecia. Su mira fué deshacerse de los Españoles, y tomar tiempo para entenderse despues con su ambicion, sin hacer mucho caso de su palabra: y no estaria fuera de su centro entre aquellos Reyes bárbaros la simulacion, cuya indignidad, bastante á manchar el pundonor de un hombre particular, pusieron otros bárbaros estadistas entre las artes necesarias del reynar. Desde aquel dia, como quiera que fuese, quedó reconocido el Emperador Carlos Quinto por Señor del Imperio Mexicano, legítimo y hereditario en el sentir de aquella gente, y en la verdad destinado por el Cielo á mejor posesion de aquella corona; sobre cuya resolucion se formó público instrumento con todas las solemnidades que parecieron necesarias, segun el estilo de los homenages que solian prestar á sus Reyes: dando este allanamiento de Príncipe y vasallos poco mas que el nombre de Rey al Emperador; y siendo una como insinuacion misteriosa del título que se debió despues al derecho de las armas, sobre justa provocacion, como lo verémos en su lugar: circunstancia particular, que concurrió en la conquista de México para mayor justificacion de aquel dominio, sobre las demas consideraciones generales, que no solo hicieron lícita la guerra en otras partes, sino legítima y razonable siempre que se puso en términos de medio necesario para la introduccion del Evangelio. CAPITULO IV. _Entra en poder de Hernan Cortés el oro y joyas que se juntaron de aquellos presentes. Dicele Motezuma con resolucion que trate de su jornada: y él procura dilatarla sin replicarle, al mismo tiempo que se tiene aviso de que han llegado navios Españoles á la costa._ No se descuidó Motezuma en acercarse como pudo al fin que deseaba, resuelto á ganar las horas en el despacho de los Españoles, y ya violento en aquel género de sujecion que se habia obligado á conservar, porque no dexáse de parecer voluntaria. Entregó con este cuidado á Cortés el presente que tenia prevenido, y se componia de varias curiosidades de oro con alguna pedrería, unas de las que usaba en el adorno de su persona, y otras de las que se guardaban por grandeza, y servian á la ostentacion: diferentes piezas del mismo género y metal en figura de animales, aves y pescados, en que se miraba como segunda riqueza el artificio: cantidad de aquellas piedras que llamaban chalcuítes, parecidas en el color á las esmeraldas, y en la vana estimacion á nuestros diamantes: y algunas pinturas de pluma, cuyos colores naturales ó imitaban mejor, ó tenian ménos que fingir en la imitacion de la naturaleza; dádiva de ánimo real que se hallaba oprimido, y trataba de poner en precio su libertad. Siguieronse á esta demostracion los presentes de los nobles, que venian con título de contribucion y se reduxeron á piezas de oro, y otras preseas de la misma calidad, en que se compitieron unos á otros con deseo, al parecer, de sobresalir en la obediencia de su Rey, y mezclando esta subordinacion con algo de propia vanidad. Todo venia dirigido á Motezuma, y pasaba con recado suyo al quarto de Cortés. Nombraronse contador y tesorero, para que se lleváse la razon de lo que se iba recibiendo: y se juntó en breves dias tanta cantidad de oro, que, reservando las joyas, y piezas de primor, y habiéndose fundido lo demas se hallaron seiscientos mil pesos reducidos á barras de buena ley: de cuya suma se apartó el quinto para el Rey; y del residuo, segundo quinto para Hernan Cortés, con beneplácito de su gente, y cargo de acudir á las necesidades públicas del exército. Separó tambien la cantidad en que estaba empeñado para satisfacer la deuda de Diego Velazquez, y lo que le prestaron sus amigos en la Isla de Cuba; y lo demas se repartió entre los Capitanes y soldados, comprehendiendo á los que se hallaban en la Vera Cruz. Dieronse iguales porciones á los que tenian ocupacion; pero entre los de plaza sencilla hubo alguna diferencia, porque fueron mejor remunerados los de mayores servicios, ó ménos inquietos en los rumores antecedentes: peligrosa equidad, en que hace agraviados el premio, y quejosos la comparacion. Hubo murmuraciones y palabras atrevidas contra Hernan Cortés, y contra los Capitanes; porque al ver tanta riqueza junta, querian igual recompensa los que merecian ménos; y no era posible llenar su codicia, ni conviniera fundar en razon la desigualdad. Bernal Diaz del Castillo discurre con indecencia en este punto, y gasta demasiado papel en ponderar y encarecer lo que padecieron los pobres soldados en este repartimiento; hasta referir como donayre ó discrecion lo que dixo este ó aquel en los corrillos. Habla mas como pobre soldado, que como historiador: y Antonio de Herrera le sigue con descuidada seguridad; siendo en la Historia igual prevaricacion decir de paso lo que se debe ponderar, y detenerse mucho en lo que pudiera omitir. Pero uno y otro asientan que se quietó este desabrimiento de los soldados, repartiendo Cortés, del oro que le habia tocado, todo lo que fué necesario para satisfacer á los quejosos: y alaban despues su liberalidad y desinteres, deshaciendo, en vez de borrar, lo que sobra en su narracion. Motezuma, luego que por su parte y la de sus nobles se dió cumplimiento al servicio que se ofreció en la junta, hizo llamar á Cortés, y con alguna severidad, fuera de su costumbre, le dixo: "Que ya era razon que tratáse de su jornada, pues se hallaba enteramente despachado: y que habiendo cesado todos los motivos ó pretextos de su detencion, y conseguido en obsequio de su Rey tan favorable respuesta de su embaxada, ni sus vasallos dexarian de presumir intentos mayores, si le viesen perseverar en su corte voluntariamente, ni él podria estar de su parte quando no estaba de su parte la razon." Esta breve insinuacion de su ánimo, dicha en términos de amenaza, y con señas de resolucion premeditada, hizo tanta novedad á Cortés, que tardó en socorrerse de su discrecion para la respuesta: y conociendo entónces el artificio de aquellas liberalidades y favores de la junta pasada, tuvo primeros movimientos de replicarle con alguna entereza, valiéndose del genio superior con que le dominaba: y fuese con este fin, ó porque llegó á rezelar, viéndole tan sobre sí, que traeria guardadas las espaldas, ordenó recatadamente á uno de su Capitanes que hiciese tomar las armas á los soldados, y los tuviese prontos para lo que se ofreciese. Pero entrando en mejor consejo, se determinó á condescender por entónces con su voluntad: y para dar motivo á la detencion de la respuesta, disculpó cortesanamente lo que se habia embarazado, viéndole ménos agradable, quando era tan puesto en razon lo que ordenaba. Dixole: "Que trataria luego de abreviar su viage: que ya traia entre las manos las prevenciones de que necesitaba: y que deseando executarle sin dilacion, habia discurrido en pedirle licencia para que se fabricasen algunos baxeles capaces de tan larga navegacion, por haberse perdido, como sabía, los que le conduxeron á sus costas." Con que dexó introducida y pendiente su obediencia, satisfaciendo al empeño en que se hallaba, y dando tiempo á la resolucion. Dicen que tuvo Motezuma prevenidos cincuenta mil hombres para este lance, y que vino con determinacion de hacerse obedecer, valiéndose de la fuerza si fuese necesario: y es cierto que temió la réplica de Cortés, y que deseaba excusar el rompimiento; porque le abrazó con particular afecto, estimando su respuesta como quien no la esperaba. Obligóse de que le quitáse la ocasion de irritarse contra él. Amable con un género de voluntad que tenia parte de inclinacion, y parte de respeto: y bien hallado con su mismo desenojo, le dixo: "Que no era su intento apresurar su jornada, sin darle medios para que la executáse: que se dispondria luego la fábrica de los baxeles; y entretanto no tenia que hacer novedad, ni apartarse de su lado: pues bastaria para la satisfaccion de sus Dioses, y quietud de sus vasallos aquella prontitud con que se trataba de obedecer á los unos, y complacer á los otros." Fatigabale aquellos dias el demonio con horribles amenazas, dando voz, ó semejanza de voz á los ídolos para irritarle contra los Españoles. Congojabanle tambien los nuevos rumores que se iban encendiendo entre los suyos, por haberse recibido mal que se hiciese tributario de otro Príncipe, mirando aquella desautoridad suya como nuevo gravamen, que baxaria con el tiempo á los hombros de sus vasallos. De suerte que se hallaba combatido por una parte de la política, y por otra de la religion: y fué mucho que se determináse á dar esta permision á Cortés, por ser observantísimo con sus Dioses, y no ménos supersticioso con el ídolo de su conservacion. Dieronse luego las órdenes para la fábrica de los baxéles. Publicóse la jornada, y Motezuma hizo pregonar que acudiesen á la costa de Ulúa todos los carpinteros del contorno, señalando los parages donde se podria cortar la madera, y los lugares que habian de contribuir con Indios de carga para que la conduxesen al astillero. Hernan Cortés por su parte afectó las exterioridades de obediente. Despachó luego á los maestros y oficiales que fabricaron los bergantines, conocidos ya entre los Mexicanos. Discurrió públicamente con ellos del porte y calidad de los baxeles, ordenándoles que se aprovechasen del hierro, xarcias y velamen de los que le barrenaron: y todo era tratar del viage, como si le tuviera resuelto; con que adormeció las inquietudes que se iban forjando, y se aseguró en la confianza de Motezuma. Pero al tiempo de partir esta gente á la Vera Cruz, habló reservadamente á Martin Lopez, Vizcaíno de nacion, que iba por cabo principal: y siendo maestro consumado en este género de fábricas, sabía cumplir mejor con la profesion de soldado. "Encargóle que se fuese poco á poco en la formacion de los baxeles, y procuráse alargar la obra quanto pudiese, con tal artificio, que se consiguiese la tardanza sin que pareciese dilacion." Era su fin conservarse con este color en aquella corte, y hacer lugar para que pudiesen volver de España sus comisarios Alonzo Hernandez Portocarrero, y Francisco de Montejo, con esperanza de que le truxesen algun socorro de gente, ó por lo ménos el despacho y órdenes de que necesitaba para la direccion de su empresa: porque siempre tuvo firme resolucion de proseguirla. Y caso que le arrojáse de México la última necesidad, pensaba esperarlos en la Vera Cruz, y matenerse al abrigo de aquella fortificacion, valiéndose de las naciones amigas para resistir á los Mexicanos. Admirable constancia, que no solo duraba entre las dificultades presentes, pero se prevenia para no descaecer en las contingencias. Sobrevino dentro de pocos dias otro accidente que descompuso estas disposiciones, llamando la prudencia y el valor á nuevo cuidado. Tuvo noticia Motezuma de que andaban en la costa de Ulúa diez y ocho navios extrangeros: y los ministros de aquel parage se los enviaron pintados en aquellos lienzos, que hacian el oficio de las cartas, con las señas de la gente que se habia dexado ver en ellos, y algunos caracteres, en que venia significado lo que se podia rezelar de sus intentos siendo Españoles al parecer, y llegando en ocasion que se trataba de aviar á los que residian en su corte. Diesele ó no cuidado esta representacion de sus Gobernadores, lo que resultó de ella fué llamar luego á Cortés, ponerle delante la pintura, y decirle: "Que ya no sería necesaria la prevencion que se hacia para su jornada, pues habian llegado á la costa baxeles de su Nacion en que podria executarla." Miró Cortés la pintura con mas atencion que sobresalto; y aunque no entendió los caracteres que la especificaban, conoció en el trage de la gente, porte y hechura de los navios lo bastante para no dudar que fuesen Españoles. Su primer movimiento fué alegrarse, teniendo por cierto que habrian llegado sus procuradores, y fingiéndose grandes socorros en tanto número de baxeles. Vase con facilidad la imaginacion á lo que se desea, y no se persuadió entónces á que pudiese venir contra él armada tan poderosa: porque discurria noblemente, segun la llaneza de su proceder: y las sinrazones ocurren tarde á los bien intencionados. Su respuesta fué: "Que se partiria luego, si aquellos navios estuviesen de vuelta para los dominios de su Rey." Y no estrañando que hubiese llegado primero á su noticia esta novedad, porque sabía la incesable diligencia de sus correos, añadió: "Que no podia tardar el aviso de los Españoles que asistian en Zempoala, por cuyo medio se sabrian con fundamento la derrota y designios de aquella gente, y se veria si era necesario proseguir en la fábrica de los baxeles, ó posible adelantar sin ellos su viage." Aprobó Motezuma este reparo, agradeciendo la prontitud, y conociendo la razon. Pero tardaron poco en llegar las cartas de la Vera Cruz, en que avisaba Gonzalo de Sandoval: "Que aquellos baxeles eran de Diego Velazquez, y venian en ellos ochocientos Españoles contra Hernan Cortés y su conquista:" cuyo golpe no esperado recibió en presencia de Motezuma, y necesitó de todo su aliento para encubrir su turbacion. Hallóse con el peligro donde aguardaba el socorro. La ocasion era terrible: angustias por todas partes: desconfianzas en México, y enemigos en la costa. Pero haciendo lo que pudo para componer el semblante con la respiracion, negó su cuidado á Motezuma: endulzó la noticia entre los suyos; y se retiró despues á desapasionar el discurso, para que se diese con libertad á las diligencias del remedio. CAPITULO V. _Refierense las Nuevas prevenciones que hizo Diego Velazquez para destruir á Hernan Cortés: el exército y armada que envió contra él á cargo de Pámphilo de Narbáez: su arribo á las costas de Nueva España; y su primer intento de reducir á los Españoles de la Vera Cruz._ Dexamos á Diego Velazquez envuelto en sus desconfianzas, impaciente de que se hubiesen malogrado los esfuerzos que hizo para detener á Hernan Cortés, y desacreditando con nombre de traycion la fuga que ocasionaron sus violencias, para disponer su venganza con título de remedio. Recibió las cartas del Licenciado Benito Martin su Capellan, con nombramiento de Adelantado por el Rey no solo de aquella Isla, sino de las tierras que se descubriesen y conquistasen por su inteligencia. Dabale noticia de la gratitud, ó fuese agradecimiento con que le defendia y patrocinaba el Presidente de las Indias Obispo de Burgos, desfavoreciendo por este respecto á los procuradores de Cortés; pero al mismo tiempo le avisaba de la benignidad con que los oyó el Emperador en Tordesillas, del ruido que habian hecho en España las riquezas que llevaron, y del concepto grande con que se hablaba ya en aquella conquista, dándola el primero lugar entre las antecedentes. Entró con el nuevo dictado en mayores pensamientos. Dieronle osadía y presuncion los favores del Presidente; y como crecen con el poder las pasiones humanas, ó es propiedad en ellas el mandar mas en los mas poderosos, miró su ofensa con otro género de irritacion mas empeñada, ó con otra especie de superioridad, que le desfiguraba la envidia con el trage de la justificacion. Afligian y precipitaban su paciencia los aplausos de Cortés; y aunque no le pesaba de ver tan adelantada la conquista, porque las obligaciones de su sangre dexaban siempre su lugar al servicio del Rey, no podia sufrir que se lleváse otro las gracias que, á su parecer, se le debian: tan vanaglorioso en el aprecio de la parte que tuvo en la primera disposicion de aquella jornada, que se atribuía, sin otro fundamento, el renombre de Conquistador: y tan dueño en su estimacion de toda la empresa, que le parecian suyas hasta las hazañas con que se habia conseguido. Con estos motivos, y con esta destemplanza de aprehensiones, trató luego de formar armada y exército con que destruir á Hernan Cortés, y á quantos le seguian: compró baxeles, alistó soldados, y discurrió personalmente por toda la Isla, visitando las estancias de los Españoles, y animándolos á la faccion. Poniales delante la obligacion que tenian de asistir á su desagravio: partia con ellos anticipadamente las grandes riquezas de aquella conquista, usurpadas entónces, así lo decia, por unos rebeldes mal aconsejados, que salieron de Cuba fugitivos, para no dexar en duda su falta de valor: con cuyas esperanzas, y algunos socorros, en que gastó mucha parte de su caudal, juntó en breves dias un exército, que allí se pudo llamar formidable por el número y calidad de la gente. Constaba de ochocientos infantes Españoles, ochenta caballos, y diez ó doce piezas de artillería, con abundante provision de bastimentos, armas y municion. Nombró por Cabo principal á Pámphilo de Narbáez, natural de Valladolid, sugeto capaz, y en aquella Isla de la primera estimacion; aunque amigo de sus opiniones, y de alguna dureza en los dictámenes. Dióle título de Teniente suyo, nombrándose Gobernador, quando ménos, de la Nueva España. Dióle tambien instruccion secreta en que le ordenaba: "Que procuráse prender á Cortés, y se le remitiese con buena guardia, para que recibiese de su mano el castigo que merecia: que hiciese lo mismo con la gente principal que le seguia, si no se reduxesen á dexar su partido: y que tomáse posesion en su nombre de todo lo conquistado, adjudicándolo al distrito de su Adelantamiento:" sin detenerse mucho á discurrir en los accidentes que se le podian ofrecer; porque á vista de tan ventajosas fuerzas le parecia fácil de conseguir quanto le proponia su deseo: y la confianza, vicio familiar de ingenios apasionados, ó mira desde lejos los peligros, ó no conoce hasta que padece las dificultades. Tuvieron aviso de este movimiento y prevenciones los Religiosos de San Gerónimo, que presidian á la Real Audiencia de Santo Domingo con suprema jurisdiccion sobre las otras Islas; y previniendo los inconvenientes que podian resultar de tan ruidosa competencia, enviaron al Licenciado Lucas Vazquez de Ayllon, juez de la misma Real Audiencia, para que procuráse poner en razon á Diego Velazquez; y no bastando los medios suaves, le intimáse las órdenes que llevaba, mandándole con graves penas que desarmáse la gente, deshiciese la armada, y no perturbáse, ó pusiese impedimento á la conquista en que estaba entendiendo Hernan Cortés, so color de pertenecerle, por qualquiera razon, ó pretexto que fuese: y que, dado que tuviese alguna querella contra su persona, ó algun derecho sobre la tierra que andaba pacificando, acudiese á los tribunales del Rey, donde tendria segura, por los términos regulares, su justicia. Llegó este Ministro á la Isla de Cuba quando ya estaba prevenida la armada, que se componia de once navios de alto borde, y siete poco mas que bergantines, unos y otros de buena calidad: y Diego Velazquez andaba muy solícito en adelantar la embarcacion de la gente. Procuró reducirle, sirviéndose amigablemente de quantas razones le ocurrieron para detenerle y confiarle. Dióle á conocer "Lo que aventuraba si se pusiese Cortés en resistencia, interesados ya en defender sus mismas utilidades los soldados que le seguian: el daño que podria resultar de que viesen aquellos Indios belicosos, y recien conquistados, una guerra civil entre los Españoles: que si por esta desunion se perdiese una conquista, de que ya se hacia tanta estimacion en España, peligraria su credito en un cargo de mala calidad, sin que le pudiesen defender los que mas le favorecian. Pusose de parte de su justicia para persuadirle á que la pidiese donde se miraria con diferente atencion, si no la desacreditáse con aquella violencia." Y últimamente, viéndole incapaz de consejo, porque le parecia impracticable todo lo que no fuese destruir á Hernan Cortés, pasó á lo judicial, manifestó las órdenes, y se las hizo notificar por un escribano que llevaba prevenido, acompañándolas con diferentes requerimientos y protestas; pero nada bastó á detener su resolucion, porque sonaba tanto en su concepto el título de Adelantado, que dió muestras de no reconocer superior en su distrito: y se quedó en su obstinacion, hecha ya porfía la inobediencia. Disimuló el Oidor algunos desacatos, sin atreverse á contradecirle derechamente, por no hacer mayor su precipicio; y viendo que trataba de abreviar la embarcacion de la gente, fingió deseo de ver aquella tierra tan encarecida, y se ofreció á seguir el viage con apariencias de curiosidad: á que salió fácilmente Diego Velazquez, porque llegáse mas tarde á la Isla de Santo Domingo la noticia de su atrevimiento; y él consiguió el embarcarse con gusto y estimacion de todos. Resolucion, que (bien fuese de su dictámen, ó procediese de su instruccion) pareció bien discurrida, ó conveniente para estorvar el rompimiento de aquellos Españoles. Persuadióse con bastante probabilidad á que sería mas fácil de conseguir lejos de Diego Velazquez la obediencia de las órdenes, ó tendria diferente autoridad su mediacion con Pámphilo de Narbáez: y aunque fué su asistencia de nuevo inconveniente, como lo verémos despues, no por eso dexaron de merecer alabanza su zelo y su discurso: que los sucesos, por el mismo caso que se apartan muchas veces de los medios proporcionados, no pueden quitar el nombre al acierto de las resoluciones. Embarcóse tambien Andres de Duero, aquel Secretario de Velazquez que favoreció tanto á Cortés en los principios de su fortuna. Dicen unos que se ofreció á esta jornada por desfrutar sus riquezas, acordando el beneficio; y otros, que fué su intencion mediar con Narbáez, y embarazar en quanto pudiese la ruina de su amigo: á cuyo sentir nos aplicarémos ántes que al primero, por no estar bien con los historiadores que se precian de tener mal inclinadas las conjeturas. Hicieronse á la vela, y favoreciéndolos el viento, se hallaron en breves dias á vista de la tierra que buscaban. Surgió la armada en el puerto de Ulúa, y Pámphilo de Narbáez echó algunos soldados en tierra para que tomasen lengua, y reconociesen las poblaciones vecinas. Hallaron estos á poca diligencia dos ó tres Españoles que andaban desmandados por aquel parage. Llevaronlos á la presencia de su Capitan; y ellos, ó temerosos de alguna violencia, ó inclinados á la novedad, le informaron de todo lo que pasaba en México y en la Vera Cruz, buscando su lisonja en el descredito de Cortés: sobre cuya noticia, fué lo primero que resolvió, tratar con Gonzalo de Sandoval que le rindiese aquella fortaleza de su cargo, manteniéndola por él, ó la desmanteláse, pasándose á su exército con la gente de la guarnicion. Encargó esta negociacion á su Clérigo que llevaba consigo, llamado Juan Ruiz de Guevara, hombre de condicion ménos reprimida que pedia el sacerdocio. Fueron con él tres soldados que sirviesen de testigos, y un Escribano Real, por si fuese necesario llegar á términos de notificacion. Tenia Gonzalo de Sandoval sus centinelas á trechos que observasen los movimientos de la armada, y se fuesen avisando unas á otras, por cuyo medio supo que venia mucho ántes que llegasen; y con certidumbre de que no los seguia mayor número de gente, mandó abrir las puertas de la villa, y se retiró á esperarlos en su posada. Llegaron ellos, no sin alguna presuncion de que serian bien admitidos: y el Clérigo, despues de las primeras urbanidades, y haber puesto en manos de Sandoval su carta de creencia, le dió noticia de las fuerzas con que venia Pámphilo de Narbáez á tomar satisfaccion por Diego Velazquez de la ofensa que le hizo Hernan Cortés en apartarse de su obediencia, siendo suya enteramente la conquista de aquella tierra, por haberse intentado de su órden, y á su costa. Hizo su proposicion como punto sin dificultad en que sobraban los motivos: y esperó gracias de venirle á buscar con un partido ventajoso, donde se habian juntado la fuerza y la razon. Respondióle Gonzalo de Sandoval con alguna destemplanza (mal escondida en el sosiego exterior): "Que Pámphilo de Narbáez era su amigo, y tan atento vasallo de su Rey, que solo desearia lo que fuese mas conveniente á su servicio: que la ocurrencia de las cosas, y el mismo estado en que se hallaba la conquista, pedian que se uniesen sus fuerzas con las de Cortés, y le ayudáse á perficionar lo que tenia tan adelantado, tratándose primero de la primera obligacion; pues no se hizo el tribunal de las armas para querellas de particulares. Pero que dado caso que, anteponiendo el interés, ó la venganza de su amigo, se arrojáse á intentar alguna violencia contra Hernan Cortés, tuviese desde luego entendido que así él, como todos los soldados de aquella plaza querrian ántes morir á su lado, que concurrir á semejante desalumbramiento." Sintió el Clérigo, como golpe improviso, esta repulsa; y mas acostumbrado á dexarse llevar, que á reprimir su natural, prorumpió en injurias y amenazas contra Hernan Cortés, llamándole traydor, y alargándose á decir que lo serian Gonzalo de Sandoval, y quantos le siguiesen. Procuraron unos y otros moderarle y contenerle, acordándole su dignidad, para que supiese á lo ménos la razon porque le sufrian; pero él, levantando la voz, sin mudar el estilo, mandó al Escribano: "Que hiciese notorias las órdenes que llevaba, para que supiesen todos que habian de obedecer á Narbáez, pena de la vida:" y no pudo lograr esta diligencia, porque la embarazó Gonzalo de Sandoval diciendo al Escribano, que le haria poner en una horca si se atreviese á notificarle órdenes que no fuesen del Rey. Crecieron tanto las voces y los desacatos, que los mandó llevar presos, no sin alguna impaciencia. Pero considerando poco despues el daño que podrian hacer si volviesen irritados á la presencia de Narbáez, resolvió enviarlos á México, para que se aseguráse de ellos Hernan Cortés, ó procuráse reducirlos: y lo executó sin dilacion, haciendo prevenir Indios de carga que los llevasen aprisionados sobre sus hombros en aquel género de andas que les servian de litéras. Fué con ellos por cabo de la guardia un Español de su confianza que se llamaba Pedro de Solís; encargóle que no se les hiciese molestia ni mal tratamiento en el camino: despachó correo, adelantando á Cortés esta noticia: y trató de prevenir su gente, y convocar los Indios amigos para la defensa de su plaza, disponiendo quanto le tocaba como advertido y cuidadoso Capitan. No se puede negar que obró con algun arrojamiento mas que militar en la prision de aquel Sacerdote, dando á su irritacion sobrada licencia: si ya no la resolvió políticamente, considerando que no estaria bien cerca de Narbáez un hombre de aquella violencia y precipitacion, para que se consiguiese la paz que tanto convenia. Puedese creer que se dieron la mano en su resolucion el propio sentimiento, y la conveniencia principal: y si obró con esta mira, como lo persuade la misma reportacion con que le habia sufrido y respetado, no se debe culpar todo el hecho por este ó aquel motivo ménos moderado: que algunas veces acierta el enojo lo que no acertára la modestia, y sirve la ira de dar calor á la prudencia. CAPITULO VI. _Discursos y prevenciones de Hernan Cortés en órden á excusar el rompimiento: introduce tratados de paz, no los admite Narbáez; ántes publica la guerra, y prende al Licenciado Lucas Vazquez de Ayllon._ De todas estas particularidades iba teniendo Hernan Cortés freqüentes avisos, que hicieron evidencia su rezelo: y poco despues supo que habia tomado tierra Pámphilo de Narbáez, y marchaba con su exército en órden la vuelta de Zempoala. Padeció mucho aquellos dias con su mismo discurso vario, en los medios, y perspicaz en los inconvenientes. No hallaba partido en que no quedáse mal satisfecho su cuidado. Buscar á Narbáez en la campaña con fuerzas tan desiguales era temeridad, particularmente quando se hallaba obligado á dexar en México parte de su gente, para cubrir el quartel, defender el tesoro adquirido, y conservar aquel género de guardia en que se dexaba estar Motezuma. Esperar á su enemigo en la ciudad era revolver los humores sediciosos, de que adolecian ya los Mexicanos, darles ocasion para que se armasen con pretexto de la propia defensa y tener otro peligro á las espaldas. Introducir pláticas de paz con Narbáez, y solicitar la union de aquellas fuerzas, siendo lo mas conveniente, le pareció lo mas dificultoso, por conocer la dureza de su condicion, y no hallar camino de reducirle, aunque se rindiese á rogarle con su amistad; á que no se determinaba, por ser el ruego poco feliz con los porfiados, y en proposiciones de paz desayrado medianero. Poniasele delante la perdicion total de su conquista, el malogro de aquellos grandes principios, la causa de la Religion desatendida el servicio del Rey atropellado; y era su mayor congoja el hallarse obligado á fingir seguridad y desahogo, trayendo en el rostro la quietud, y dexando en el pecho la tempestad. A Motezuma decia que aquellos Españoles eran vasallos de su Rey, que traerian segunda embaxada, en prosecucion de la primera: que venian con exército por costumbre de su Nacion: que procuraria disponer que se volviesen, y volveria con ellos, pues se hallaba ya despachado, sin que hubiese dexado su grandeza que desear á los que venian de nuevo con la misma proposicion. A sus soldados animaba con varios presupuestos, cuya falencia conocia. Deciales que Narbáez era su amigo, y hombre de tantas obligaciones, y de tan buena capacidad, que no dexaria de inclinarse á la razon, anteponiendo el servicio de Dios y del Rey á los intereses de un particular: que Diego Velazquez habia despoblado la Isla de Cuba, para disponer su venganza, y á su parecer, les enviaba un socorro de gente con que proseguir su conquista; porque no desconfiaba de que se hiciesen compañeros los que venian como enemigos. Con sus Capitanes andaba ménos recatado: comunicabales parte de sus rezelos: discurria como de prevencion en los accidentes que se podian ofrecer: ponderaba la poca milicia de Narbáez, la mala calidad de su gente, la injusticia de su causa y otros motivos de consuelo, en que trabajaba tambien su disimulacion, dándoles en la verdad mas esperanzas que tenia. Pidióles finalmente su parecer, como lo acostumbraba en casos de semejante conseqüencia, y disponiendo que le aconsejasen lo que tenia por mejor, resolvió tentar primero el camino de la paz, y hacer tales partidos á Narbáez, que no se pudiese negar á ellos, sin cargar sobre sí los inconvenientes del rompimiento. Pero al mismo tiempo hizo algunas prevenciones para cumplir con su actividad. Avisó á sus amigos los de Tlascála que le tuviesen prontos hasta seis mil hombres de guerra para una faccion en que sería posible haberlos menester. Ordenó al cabo de tres ó quatro soldados Españoles, que andaban en la provincia de Chinantlá descubriendo las minas de aquel parage, que procuráse disponer con los Caciques una leva de otros dos mil hombres, y que los tuviese prevenidos para marchar con ellos al primer aviso. Eran los Chinantécas enemigos de los Mexicanos, y se habian declarado con grande afecto por los Españoles, y enviado secretamente á dar la obediencia: gente valerosa y guerrera, que le pareció tambien á propósito para reforzar su exército: y acordándose de haber oido alabar las picas, ó lanzas de que usaban en sus guerras, por ser de vara consistente, y de mayor alcance que las nuestras, dispuso que le traxesen luego trescientas para repartirlas entre sus soldados, y las hizo armar con puntas de cobre templado, que suplia bastantemente la falta del hierro; prevencion que adelantó á las demas, porque le daba cuidado la cabellería de Narbáez, y porque hubiese tiempo de imponer en el manejo de ellas á los Españoles. Llegó entretanto Pedro de Solís con los presos que remitia Gonzalo de Sandoval: avisó á Cortés, y esperó su órden ántes de entrar en la laguna. Pero él, que ya los aguardaba por la noticia que vino delante, salió á recibirlos con mas que ordinario acompañamiento. Mandó que les quitasen las prisiones. Abrazólos con grande humanidad, y al Licenciado Guevara primera y segunda vez con mayor agasajo. Dixole: "Que castigaria á Gonzalo de Sandoval la desatencion de no respetar como debia su persona y dignidad." Llevóle á su quarto, dióle su mesa, y le significó algunas veces con bien adornada exterioridad "Quánto celebraba la dicha de tener á Pámphilo de Narbáez en aquella tierra, por lo que se prometia de su amistad, y antiguas obligaciones." Cuidó de que anduviesen delante de él alegres y animosos los Españoles. Pusole donde viese los favores que le hacia Motezuma, y la veneracion con que le trataban los Príncipes Mexicanos. Dióle algunas joyas de valor, con que iba quebrantando los ímpetus de su natural. Hizo lo mismo con sus compañeros; y sin darles á entender que necesitaba de sus oficios para suavizar á Narbáez, los despachó dentro de quatro dias, inclinados á su razon, y cautivos de su liberalidad. Hecha esta primorosa diligencia, y dexando al tiempo lo que podria fructificar, resolvió enviar persona de satisfaccion que propusiese á Narbáez los medios que parecian practicables, y eran convenientes. Eligió para esta negociacion al Padre Fray Bartolomé de Olmedo, en quien concurrian con ventajas conocidas la eloqüencia y la autoridad. Abrevió quanto fué posible su despacho, y le dió cartas para Narbáez, para el Licenciado Lucas Vazquez de Ayllon, y para el Secretario Andres de Duero, con diferentes joyas que repartiese conforme al dictámen de su prudencia. Era la importancia de la paz el argumento de las cartas, y en la de Narbáez "Le daba la bien venida con palabras de toda estimacion: y despues de acordarle su amistad y confianza, le informaba el estado en que tenia su conquista, descubriéndole por mayor las provincias que habia sujetado la sagacidad y valentía de sus naturales, el poder y grandezas de Motezuma;" no tanto para encarecer su hazaña, como para traerle al conocimiento de lo que importaba que se uniesen ambos exércitos á perficionar la empresa. Dabale á entender "Quánto se debia rezelar que los Mexicanos, gente advertida y belicosa, llegasen á conocer discordia entre los Españoles, porque sabrian aprovecharse de la ocasion, y destruir ambos partidos para sacudir el yugo forastero. Y últimamente le decia: que para excusar lances y disputas, convendria que sin mas dilacion le hiciese notorias las órdenes que llevaba: porque si eran del Rey, estaba pronto á obedecerlas, dexando en sus manos el baston y el exército de su cargo; pero si eran de Diego Velazquez, debian ambos considerar con igual atencion lo que aventuraban: porque á vista de una dependencia en que se interponia la causa del Rey, hacian poco vulto las pretensiones de un vasallo, que se podrian ajustar á ménos costa: siendo su ánimo satisfacerle todo el gasto de su primer avío, y partir con él, no solamente las riquezas, sino la misma gloria de la conquista." En este sentir concluyó su carta: y pareciéndole que se habia detenido mucho en el deseo de la paz, añadió en el fin algunas claúsulas briosas, dándole á entender "Que no se valia de la razon porque le faltasen las manos; y que de la misma suerte que sabía ponderarla, sabria defenderla." Tenia Pámphilo de Narbáez asentado su quartel, y alojado su exército en Zempoala: y el Cacique gordo anduvo muy solícito en el agasajo de aquellos Españoles, creyendo que venian de socorro á su amigo Hernan Cortés; pero tardó poco en desengañarse, porque no hallaba en ellos el estilo á que le tenian enseñado los primeros: y aunque no traian lengua para darse á entender, hablaban las demostraciones, y los diferenciaba el proceder. Recononció en Narbáez un género de imperiosa desazon que le puso en cuidado: y no le quedó que dudar, quando vió que le quitaba contra su voluntad todas las alhajas y joyas que habia dexado en su casa Hernan Cortés. Los soldados, á quien servia de licencia el exemplo de su Capitan, trataban á sus huespedes como enemigos, y executaba la extorsion lo que mandaba la codicia. Llegó el Licenciado Guevara, y refirió los sucesos de su jornada, las grandezas de México, quan bien recibido estaba Hernan Cortés en aquella corte: lo que le amaba Motezuma, y respetaban sus vasallos: encareció la humanidad y cortesía con que le habia recibido y hospedado: empezó á discurrir en lo que deseaba que no se llegáse á conocer discordia entre los Españoles, inclinándose al ajustamiento; y no pudo proseguir, porque le atajó Narbáez, diciéndole que se volviese á México, si le hacian tanta fuerza los artificios de Cortés, y le arrojó de su presencia con desabrimiento. Pero el Clérigo y sus compañeros buscaron nuevo auditorio, pasando con aquellas dádivas á los corrillos de soldados, y se logró, en lo que mas importaba, la diligencia de Cortés: porque algunos se inclinaron á su razon; otros á la paz, y llegando los mas á tener por sospechosa la dureza de Narbáez. Poco despues vino el Padre Fray Bartolomé de Olmedo, y halló en Pámphilo de Narbáez mas entereza que agasajo. Puso en sus manos la carta: leyóla por cumplimiento; y con señas de hombre que se reprimia, se dispuso á escucharle, dando á entender que sufria la embaxada por el Embaxador. Fué la oracion del Religioso eloqüente y substancial: "Acordó en el exôrdio las obligaciones de su profesion, para introducirse á medianero desinteresado en aquellas diferencias: procuró sincerar el ánimo de Cortés, como testigo de vista obligado á la verdad. Asentó que por su parte sería fácil de conseguir quanto se le propusiese razonable y conveniente: ponderó lo que se aventuraba en la desunion de los Españoles: quánto adelantaria Diego Velazquez su derecho, si cooperáse con aquellas armas á la perfeccion de la conquista; y añadió: que teniéndolas él á su disposicion, debia medir el uso de ellas con el estado presente de las cosas: punto que vendria presupuesto en su instruccion, pues se dexaba siempre á la prudencia de los Capitanes el arbitrio de los medios con que se habia de asegurar el fin pretendido: y ellos estaban obligados á obrar segun el tiempo y sus accidentes, para no destruir con la execucion el intento de las órdenes." La respuesta de Narbáez fué precipitada y descompuesta: "Que no era decente á Diego Velazquez el pactar con un súbdito rebelde, cuyo castigo era el primer negocio de aquel exército: que mandaria luego declarar por traydores á quantos le siguiesen: y que traía bastantes fuerzas para quitarle de las manos la conquista, sin necesitar de advertencias presumidas, ó consejos de culpados, que se valian para persuadirle de la razon con que se hallaban para temerle." Replicóle Fray Bartolomé sin dexar su moderacion: "Que miráse bien lo que determinaba, porque, ántes de llegar á México, habia provincias enteras de Indios guerreros, amigos de Cortés que tomarian las armas en su defensa: y que no era tan fácil, como pensaba, el atropellarle, porque sus Españoles estaban arrestados á perderse con él, y tenia de su parte á Motezuma, Príncipe de tantas fuerzas, que podria juntar un exército para cada uno de sus soldados: y últimamente, que una materia de aquella calidad, no era para resuelta de la primera vez: que la discurriese con segunda reflexîon, y el volviera por la respuesta." Con lo qual se despidió, dexando en sus oidos este género de animosidad, que le pareció necesaria para mitigar aquella confianza de sus fuerzas, en que consistia la mayor vehemencia de su obstinacion. Pasó luego á executar las otras diligencias de su instruccion. Visitó al Licenciado Lucas Vazquez de Ayllon, y al Secretario Andres de Duero, que alabaron su zelo, aprobando lo que propuso á Narbáez, y ofreciendo asistir á su despacho con todos los medios posibles para que se consiguiese la paz que tanto convenia. Dexóse ver de los Capitanes y soldados que conocia: publicó su comision: procuró acreditar la intencion de Cortés: hizo desear el ajustamiento: repartió con buena eleccion sus joyas y sus ofertas: y pudo esperar que se formáse partido á favor de Cortés, ó por lo ménos á favor de la paz, si Pámphilo de Narbáez, que tuvo noticia de estas pláticas, no le hubiera estrechado á que no las prosiguiese. Mandóle venir á su presencia, y á grandes voces le atropelló con injurias y amenazas. Llamóle amotinador y sedicioso: calificó por especie de traycion el andar sembrando entre su gente las alabanzas de Cortés; y estuvo resuelto á prenderle, como se hubiera executado, sino se interpusiera el Secretario Andres de Duero, cuya instancia corrigió su dictámen, ordenando que saliese luego de Zempoala. Pero el Licenciado Lucas Vazquez de Ayllon, que llegó advertidamente á la sazon, fué de sentir que se debia convocar ántes una junta en que se hallasen todos los Cabos del exército, para que se discurriese con mayor acuerdo la respuesta que se habia de dar á Hernan Cortés, puesto que se mostraba inclinado á la paz, y no parecia dificultoso que se llegáse á poner en términos proporcionados y decentes: á cuya proposicion se inclinaban algunos de los Capitanes que se hallaron presentes; pero Narbáez la oyó con un género de impaciencia, que tocaba en desprecio: y para responder de una vez al Oidor y al Religioso, mandó publicar á sus oidos con voz de pregonero la guerra contra Hernan Cortés á sangre y fuego, declarándole por traydor al Rey, señalando talla para quien le prendiese ó matáse, y dando las órdenes para que se previniese la marcha del exército. No pudo, ni debió aquel Ministro sufrir, ó tolerar semejante desacato, ni dexar de ocurrir al remedio con su autoridad. Mandó que cesasen los pregones: hizole notificar "Que no se moviese de Zempoala, pena de la vida, ni usáse de aquellas armas sin acuerdo y parecer de todo el exército." Ordenó á los Capitanes y soldados que no le obedeciesen, y duró en sus protestas y requerimientos con tanta resolucion, que Narbáez, ciego ya de cólera, y perdido el respeto á su persona y representacion, le hizo prender ignominiosamente, y dispuso que le llevasen luego á la Isla de Cuba en uno de sus baxeles: de cuya execucion volvió escandalizado el Padre Fray Bartolomé de Olmedo sin otra respuesta: y lo quedaron tanto sus mismos Capitanes y soldados, que los de mayor discurso, viendo prender á un Ministro de aquella suposicion, se hallaron obligados á mirar con alguna cautela por el servicio del Rey; y los de ménos punto, con bastante materia para la murmuracion, y el desafecto á su Capitan: mejorándose con este atrevimiento de Narbáez la causa de Cortés en la inclinacion de los soldados, y sirviéndole como diligencias suyas los mismos desaciertos de su enemigo. CAPITULO VII. _Persevera Motezuma en su buen ánimo para con los Españoles de Cortés, y se tiene por improbable la mudanza que atribuyen algunos á diligencias de Narbáez. Resuelve Cortés, su jornada, y la executa, dexando en México parte de su gente._ Asientan algunos de nuestros escritores, que Pámphilo de Narbáez introduxo pláticas de grande intimidad y confidencia con Motezuma: que iban y venian correos de México á Zempoala, por cuyo medio le dió á entender que traia comision de su Rey para castigar los desafueros y exôrbitancias de Cortés: que no solo él, sino todos los que seguian sus banderas, andaban foragidos, y fuera de obediencia: y que, habiendo sabido la opresion en que se hallaba su persona, trataria luego de marchar con su exército, para dexarle restituido en su libertad, y en pacífica posesion de sus dominios, con otras imposturas de semejante malignidad. A cuyas esperanzas, dicen, no solo asintió Motezuma, pero que llegó á entenderse con él, y le hizo grandes presentes, recatándose de Cortés, y deseando romper su prision con ocultas diligencias. No sabemos como pudieron llegar á sus oidos estas sugestiones; porque Narbáez no tuvo intérpretes con que darse á entender á los Indios, ni pudo introducir por su medio, con el lenguage de las señas, tan concertada negociacion. De sus Españoles solo vinieron á México el Licenciado Guevara con los demas que remitió Sandoval: y estos no hablaron reservadamente á Motezuma; ni quando se diera en Cortés semejante descuido, pudieran hacer este razonamiento sin valerse de Aguilar y Doña Marina: caso incompatible con lo que se refiere de su fidelidad. Debese creer que los Indios Zempoales conocieron de los semblantes y señas exteriores la enemistad y oposicion de aquellos dos exércitos, cuya noticia dieron á Motezuma sus confidentes ó ministros: porque no es dudable que la tuvo, ántes que se la participáse Cortés; pero de lo mismo que obró en esta ocasion, se arguye que tenia el ánimo seguro, y sin alguna preocupacion de siniestros informes. No se niega que hizo algunos presentes de consideracion á Narbáez; pero tampoco se colige de ellos que hubiese correspondencia entre los dos; porque aquellos Príncipes solian usar este género de agasajo con los extrangeros que arribaban á sus costas, como se hizo con el exército de Cortés, á quien pudo encubrir sin artificio esta demostracion, por ser materia sin novedad, ó por hacer ménos caso de sus dádivas. Pero es de reparar que hasta en ellas mismas, fuesen ocultas ó ignoradas, hubo requisitos ó circunstancias casuales que aprovecharon al credito de Cortés; porque al recibirlas descubrió Narbáez mas complacencia ó mas aplicacion que fuera conveniente. Mandabalas guardar con demasiada cuenta y razon, sin dar alguna seña de su liberalidad á los que mas favorecia: y los soldados (que no conocen su avaricia quando culpan la de sus Capitanes) empezaron á desanimarse con este desengaño de sus esperanzas: y poniendo el propio interés entre las causas de la guerra, ó daban la razon á Cortés, ó se la quitaban al ménos generoso. Volvió finalmente de su jornada Fray Bartolomé de Olmedo; y Hernan Cortés halló en su relacion lo mismo que rezelaba de Narbáez: sintió el desprecio de sus proposiciones ménos por sí, que por su razon: conoció en la prision del Oidor quan lejos estaba de atender al servicio del Rey quien traía tan desenfrenada la osadía: oyó sin enojo, á lo ménos exterior, las injurias y denuestos con que maltrataba sus ausencias: y ponderan justamente los autores que, llegando á su noticia por diversas partes el menosprecio con que hablaba de su persona, las indecencias de su estilo, y quánto le repetia el oprobio de traydor, no se le oyó jamas una palabra descompuesta, ni dexar de llamar á Pámphilo de Narbáez por su nombre. ¡Rara constancia ó predominio sobre sus pasiones! y digno siempre de envidia un corazon donde caben los agravios sin estorvar el sufrimiento! Consolóse mucho con la noticia que le dió Fray Bartolomé de Olmedo de la buena disposicion que habia reconocido en la gente de Narbáez, por la mayor parte deseosa de la paz, ó con poco afecto á sus dictámenes; y no desconfió de hacerle la guerra, ó traerle al ajustamiento que deseaba con la fuerza ó con la floxedad de sus mismos soldados. Comunicó uno y otro á sus Capitanes; y considerados los inconvenientes que por todas partes ocurrian, se tuvo por el menor ó el ménos aventurado salir á la campaña con el mayor número de gente que fuese posible: procurar incorporarse con los Indios que se habian prevenido en Tlascála y Chinantlá; y marchar unidos la vuelta de Zempoala con presupuesto de hacer alto en algun lugar amigo, para volver á introducir desde mas cerca las pláticas de la paz: logrando la ventaja de capitular con las armas en la mano, y la conveniencia de asistir en parage donde se pudiese recoger la gente de Narbáez que se determináse á dexar su partido. Publicóse luego entre los soldados esta resolucion, y se recibió con notable aplauso y alegría. No ignoraban la desigualdad incomparable del exército contrario; pero estuvieron á vista del peligro tan lejos del temor, que los de ménos obligaciones hicieron pretension de salir á la empresa: y fué necesario que trabajasen el ruego y la autoridad, quando llegó el caso de nombrar á los que se dexaron en México. Tanto se fiaban los unos en la prudencia, los otros en el valor, y los mas en la fortuna de su Capitan: que así llamaban aquella repeticion extraordinaria de sucesos favorables con que solia conseguir quanto intentaba: propiedad que puede mucho en el ánimo de los soldados, y pudiera mas, si supieran retribuir á su Autor estos efectos inopinados, que se llaman felicidades, porque vienen de causa no entendida. Pasó luego Hernan Cortés al quarto de Motezuma, prevenido ya de varios pretextos para darle cuenta de su viage, sin descubrirle su cuidado; pero él le obligó á tomar nueva senda en su discurso dando principio á la conversacion. Recibióle diciendo: "Que habia reparado en que andaba cuidadoso, y sentia que le hubiese recatado la ocasion, quando por diferentes partes le avisaban que venia de mal ánimo contra él y contra los suyos aquel Capitan de su Nacion que residia en Zempoala: y que no estrañaba tanto que fuesen enemigos por alguna querella particular, como que, siendo vasallos de un Rey, acaudillasen dos exércitos de contraria faccion; en los quales era preciso que por lo ménos el uno anduviese fuera de su obediencia." Esta noticia no esperada en Motezuma, y esta reconvencion que tenia fuerza de argumento, pudieran embarazar á Cortés: y no dexaron de turbarle interiormente; pero con aquella prontitud natural que le sacaba de semejantes aprietos, le respondió sin detenerse: "Que los que habian observado la mala voluntad de aquella gente, y las amenazas imprudentes de su caudillo, le avisaban la verdad, y él venia con ánimo de comunicarsela, no habiendo podido cumplir ántes con esta obligacion, porque acababa de llegar el Padre Fray Bartolomé de Olmedo con el primer aviso de semejante novedad. Que aquel Capitan de su Nacion, aunque tan arrojado en las demostraciones de su enojo, no se debia mirar como inobediente, sino como engañado en el servicio de su Rey: porque venia despachado con veces de substituto y Lugarteniente de un Gobernador poco advertido, que por residir en provincia muy distante, no sabía las últimas resoluciones de la Corte, y estaba persuadido á que le tocaba por su puesto la funcion de aquella embaxada. Pero que todo el aparato de tan frívola pretension se desvaneceria fácilmente sin mas diligencia que manifestarle sus despachos: en cuya virtud se hallaba con plena jurisdiccion para que le obedeciesen todos los Capitanes y soldados que se dexasen ver en aquellas costas; y ántes que pasáse á mayor empeño su ceguedad, habia resuelto marchar á Zempoala con parte de su gente para disponer que se volviesen á embarcar aquellos Españoles, y darles á entender que ya debian respetar los pueblos del Imperio Mexicano como admitidos á la proteccion de su Rey. Lo qual executaria luego; siendo el principal motivo de abreviar su jornada la justa consideracion de no permitir que se acercasen á su corte, por componerse aquel exército de gente ménos atenta y ménos corregida que fuera razon, para fiarse de su vecindad sin riesgo de que pudiesen ocasionar alguna turbacion entre sus vasallos." Así procuró interesarle como pudo en su resolucion: y Motezuma, que sabía ya las vexaciones de que se quejaban los Zempoales, alabó su atencion, teniendo por conveniente que se procurasen apartar de su corte aquellos soldados de tan violento proceder; pero le pareció temeridad que, habiéndose ya declarado por sus enemigos, y hallándose con fuerzas tan superiores á las suyas, se aventuráse á la contingencia de que no le atendiesen ó le atropellasen. Ofrecióle formar exército que le guardáse las espaldas, cuyos cabos irian á su órden, y la llevarian de obedecerle y respetarle como á su misma persona: punto que procuró esforzar con diferentes instancias, en que se dexaba conocer el afecto sin alguna mezcla de afectacion. Pero Hernan Cortés agradeció la oferta, y se defendió de admitirla; porque, á la verdad, fiaba poco de los Mexicanos, y no quiso incurrir en el desacierto de admitir armas auxîliares que le pudiesen dominar: como quien sabía quánto embaraza en las facciones de la guerra tener á un tiempo empeñada la frente, y el lado rezeloso. Suavizados en esta forma los motivos de su viage, dió todo el cuidado á las demas prevenciones, con ánimo de volver á sus inteligencias ántes que se moviese Narbáez. Resolvió dexar en México hasta ochenta Españoles á cargo de Pedro de Alvarado, que pareció á todos mas á propósito, porque tenia el afecto de Motezuma, y sobre ser Capitan de valor y entendimiento, le ayudaban mucho la cortesanía y el despejo natural para no ceder á las dificultades, y pedir al ingenio lo que faltáse á las fuerzas. Encargóle que procuráse mantener á Motezuma en aquella especie de libertad que le hacia desconocer su prision: resistiendo quanto fuese posible que se estrecháse pláticas secretas con los Mexicanos: dexó á su cargo el tesoro del Rey y de los particulares; y sobre todo, le advirtió "quánto importaba conservar aquel pie de su exército en la corte, y aquel Príncipe á su devocion:" presupuestos á que debia encaminar sus operaciones con igual vigilancia, por consistir en ellos la comun seguridad. A los soldados ordenó "que obedeciesen á su Capitan: que sirviesen y respetasen con mayor solicitud y rendimiento á Motezuma: que corriesen de buena conformidad con su familia, y los de su cortejo:" exôrtandolos, por su misma seguridad, á la union entre sí, y á la modestia con los demas. Despachó correo á Gonzalo de Sandoval, ordenándole que le saliese á recibir, ó le esperase con los Españoles de su cargo en el parage donde pensaba detenerse, y que dexáse la fortaleza de la Vera Cruz á la confianza de los confederados, que sería poco ménos que abandonarla: porque ya no era tiempo de mantenerse desunidos, ni aquella fortificacion, que se fabricaba contra los Indios, era capaz de resistir á los Españoles. Previno los víveres que parecieron necesarios, para no ir á la providencia, ó á la extorsion de los paisanos. Hizo juntar los Indios de carga que habian de conducir el bagage: y tomando la mañana el dia de la marcha, dispuso que se dixese una Misa del Espíritu Santo, y que la oyesen todos sus soldados, y encomendasen á Dios el buen suceso de aquella jornada: protestando, en presencia del altar, que solo deseaba su servicio y el de su Rey, inseparables en aquella ocurrencia: y que iba sin odio ni ambicion, puesta la mira en ambas obligaciones, y asegurado en lo mismo que abogaba por él la justicia de su causa. Entró luego á despedirse de Motezuma, y le pidió con encarecimiento: "Qué cuídase de aquellos pocos Españoles que dexaba en su compañía: que no los desamparáse, ó descubriese con apartarse de ellos, porque de qualquiera mudanza, ó ménos gratitud que reconociesen los suyos, podrian resultar graves inconvenientes, que pidiesen graves remedios: y que sentiria mucho hallarse obligado á volver quejoso, quando iba tan reconocido. A que añadió, que Pedro de Alvarado quedaba substituyendo su persona; y así como le tocaban en su ausencia las prerogativas de Embaxador, dexaba en él su misma obligacion de asistir en todo á su mayor servicio: y que no desconfiaba de volver con mucha brevedad á su presencia, libre de aquel embarazo, para recibir sus órdenes, disponer su viage, y llevar al Emperador, con sus presentes, la noticia de su amistad y confederacion, que sería la joya de su mayor aprecio." Volvióse á contristar Motezuma de que saliese con fuerzas tan desiguales. Pidióle: "Que si necesitáse de las armas para dar á entender su razon, procuráse dilatar el rompimiento hasta que llegasen los socorros de su gente, que tendria prontos en el número que los pidiese. Dióle palabra de no desamparar á los Españoles que dexaba con Pedro de Alvarado, ni hacer mudanza en su habitacion pendiente su ausencia." Y añade Antonio de Herrera que le salió acompañando largo trecho con todo el séquito de su corte; pero atribuye con malicia voluntaria esta demostracion á lo que deseaba verse libre de los Españoles, suponiéndole ya desabrido y de mal ánimo contra Hernan Cortés y contra los suyos. Lo que vemos es que cumplió puntualmente su palabra perseverando en aquel alojamiento y en su primera benignidad, por mas que se le ofrecieron grandes turbaciones, que pudo remediar con volverse á su palacio: y tanto en lo que obró para defender á los Españoles que le asistian, como en lo que dexó de obrar contra los demas en esta desunion de sus fuerzas, se conoce que no hubo doblez ó novedad en su intencion. Es verdad que llegó á desear que se fuesen, porque le instaba la quietud de su república; pero nunca se determinó á romper con ellos, ni dexó de conocer el vínculo de la salvaguardia real en que vivian: y aunque parecen estas atenciones de Príncipe ménos bárbaro, y poco adequadas á su condicion, fué una de las maravillas que obró Dios, para facilitar esta conquista, la mudanza total de aquel hombre interior: porque la rara inclinacion, y el temor reverencial que tuvo siempre á Cortés, se oponian derechamente á su altivez desenfrenada, y se deben mirar como dos afectos enemigos de su genio, que tuvieron de inspirados todo aquello que les faltaba de naturales. CAPITULO VIII. _Marcha Hernan Cortés la vuelta de Zempoala, y sin conseguir la gente que tenia prevenida en Tlascála. Continua su viage hasta Matalequíta donde vuelve á las pláticas de la paz, y con nueva irritacion rompe la guerra._ Dióse principio á la marcha, y se fué siguiendo el camino de Cholúla con todas las cautelas y resguardos que pedia la seguridad, y abrazaba fácilmente la costumbre de aquellos soldados, diestros en las puntualidades que ordena la milicia, y hechos á obedecer sin discurrir. Fueron recibidos en aquella ciudad con agradable prontitud, convertido ya en veneracion afectuosa el miedo servil con que vinieron á la obediencia. De allí pasaron á Tlascála, y media legua de aquella ciudad hallaron un lucido acompañamiento, que se componia de la Nobleza y el Senado. La entrada se celebró con notables demostraciones de alegría, correspondientes al nuevo merito con que volvian los Españoles, por haber preso á Motezuma, y quebrantado el orgullo de los Mexicanos: circunstancia que multiplicó entónces los aplausos, y mejoró las asistencias. Juntóse luego el Senado para tratar de la respuesta que se debia dar á Hernan Cortés sobre la gente de guerra que habia pedido á la república. Y aquí hallamos otra de aquellas discordancias de Autores, que ocurren con freqüente infelicidad en estas narraciones de las Indias, obligando algunas veces á que se abraze lo mas verisímil, y otras á buscar trabajosamente lo posible. Dice Bernal Diaz que pidió quatro mil hombres, y que se los negaron con pretexto de que no se atrevian sus soldados á tomar las armas contra Españoles, porque no se hallaban capaces de resistir á los caballos y armas de fuego: y Antonio de Herrera, que dieron seis mil hombres efectivos, y le ofrecian mayor número. Los quales refiere que se agregaron á las compañías de los Españoles, y que á tres leguas de marcha se volvieron, por no estar acostumbrados á pelear lejos de sus confines. Pero como quiera que sucediese (que no todo se debe apurar) es cierto que no se hallaron los Tlascaltécas en esta faccion. Pidiólos Hernan Cortés mas por hacer ruido á Narbáez, que porque se fiáse de sus armas, ni fuese de codicia su estilo de pelear contra enemigos Españoles. Pero tambien es cierto que salió de aquella ciudad sin queja suya, ni desconfianza de los Tlascaltécas, porque los buscó despues y los halló quando los hubo menester contra otros Indios: en cuyos combates eran valientes y resueltos, como lo asegura el haber conservado su libertad á despecho de los Mexicanos tan cerca de su corte, y en tiempo de un Príncipe que tenia su mayor vanidad en el renombre de conquistador. Detuvose poco el exército en Tlascála, y alargando los tránsitos, pasó á Matalequíta, lugar de Indios amigos distante doce leguas de Zempoala, donde llegó casi al mismo tiempo Gonzalo de Sandoval con la gente de su cargo, y siete soldados mas, que se pasaron á la Vera Cruz del exército de Narbáez el dia siguiente á la prision del Oidor, teniendo por sospechoso aquel partido. Supo de ellos Hernan Cortés quanto pasaba en el quartel de su enemigo: y Gonzalo de Sandoval le dió mas frescas noticias de todo; porque ántes de partir tuvo inteligencia para introducir en Zempoala dos soldados Españoles, que imitaban con propiedad los ademanes y movimientos de los Indios, y no les desayudaba el color para la semejanza. Estos se desnudaron con alegre solicitud: y cubriendo parte de su desnudez con los arreos de la tierra, entraron al amanecer en Zempoala con dos banastas de fruta sobre la cabeza, y puestos entre los demas que manejaban este género de grangería, la fueron trocando á cuentas de vidrio: tan diestros en fingir la simplicidad y la codicia de los paisanos, que nadie hizo reparo en ellos; con que pudieron discurrir por la villa, y escapar á su salvo con la noticia que buscaban. Pero no contentos con esta diligencia, y deseando tambien llevar averiguado con que género de guardias pasaba la noche aquel exército, volvieron á entrar con segunda carga de hierba entre algunos Indios que salian á forragear; y no solo reconocieron la poca vigilancia del quartel, pero la comprobaron, trayendo á la Vera Cruz un caballo que pudieron sacar de la misma plaza sin que hubiese quien se lo embarazáse, y acertó á ser del Capitan Salvatierra, uno de los que mas irritaban á Narbáez contra Hernan Cortés: circunstancia que dió estimacion á la presa. Hicieron estos exploradores por su fama quanto cupo en la industria y el valor; y se callaron desgraciadamente sus nombres en una faccion tan bien executada, y en una Historia donde se hallan á cada paso hazañas menores con dueño encarecido. Fundaba Cortés parte de sus esperanzas en la corta milicia de aquella gente: y el descuido con que gobernaba su quartel Pámphilo de Narbáez le traía varios designios á la imaginacion. Podia nacer de lo mismo que desestimaba sus fuerzas, y así lo conocia; pero no le pesaba de verlas tan desacreditadas que produxesen aquella seguridad en el exército contrario, la qual favorecia su intento, y, á su parecer, militaba de su parte: en que discurria sobre buenos principios, siendo evidente que la seguridad es enemiga del cuidado, y ha destruido á muchos Capitanes. Debese poner entre los peligros de la guerra; porque ordinariamente, quando llega el caso de medir las fuerzas, queda mejor el enemigo despreciado. Trató de abreviar sus disposiciones, y estrechar á Narbáez con las instancias de la paz, que por su parte debian preceder al rompimiento. Hizo reseña de su gente, y se halló con doscientos y sesenta y seis Españoles, inclusos los Oficiales y los soldados que vinieron con Gonzalo de Sandoval, sin los Indios de carga que fueron necesarios para el bagage. Despachó segunda vez al Padre Fray Bartolomé de Olmeda, para que volviese á porfiar en el ajustamiento; y le avisó brevemente del poco efecto que producian sus diligencias. Pero deseando hacer algo mas por la razon, ó ganar algun tiempo en que pudiesen llegar los dos mil Indios que aguardaba de Chinantelá, determinó enviar al Capitan Juan Velazquez de Leon, creyendo que por su autoridad, y por el parentesco de Diego Velazquez, sería mejor admitida su mediacion. Tenia experimentada su fidelidad, y pocos dias ántes le habia repetido las ofertas de morir á su lado, con ocasion de poner en sus manos una carta que le escribió Narbáez llamándole á su partido con grandes conveniencias. Demostracion á cuyo agradecimiento correspondió Hernan Cortés, fiando entónces de su ingenuidad y entereza tan peligrosa negociacion. Creyeron todos, quando llegó á Zempoala, que iba reducido á seguir las banderas de su pariente; y Narbáez salió á recibirle con grande alborozo; pero quando llegó á entender su comision, y conoció que se iba empeñando en apadrinar la razon de Cortés, atajó el razonamiento, y se apartó de él con alguna desazon, aunque no sin esperanza de reducirle: porque ántes de volver á la plática, ordenó que se hiciese un alarde á sus ojos de toda su gente, deseando, al parecer, atemorizarle, ó convencerle con aquella vana ostentacion de sus fuerzas. Aconsejaronle algunos que le prendiese; pero no se atrevió, porque tenia muchos amigos en aquel exército; ántes le convidó á comer el dia siguiente, y convidó tambien á los Capitanes de su confidencia para que le ayudasen á persuadirle. Dieronse á la urbanidad y cumplimiento los principios de la conversacion; pero á breve rato se introduxo la murmuracion de Cortés entre las licencias del banquete. Y aunque procuró disimular Juan Velazquez por no destruir el negocio de su cargo, pasando á términos indecentes la irrision y el desacato, no se pudo contener en el desayre de su paciencia, y dixo en voz alta y descompuesta: "Que pasasen á otra plática, porque delante de un hombre como él no debian tratar como ausente á su Capitan: y que qualquiera de ellos que no tuviese á Cortés y á quantos le seguian por buenos vasallos del Rey, se lo dixese con ménos testigos, y le desengañaria como quisiese." Callaron todos, y calló Pámphilo de Narbáez como embarazado en la dificultad de la respuesta; pero un Capitan mozo, sobrino de Diego Velazquez, y de su mismo nombre, se adelantó á decirle: "Que no tenia sangre de Velazquez, ó la tenia indignamente quien apadrinaba con tanto empeño la causa de un traydor." A que respondió Juan Velazquez desmintiéndole, y sacando la espada con tanta resolucion de castigar su atrevimiento, que trabajaron todos en reprimirle; y últimamente le instaron en que se volviese al real de Cortés, porque temieron los inconvenientes que podria ocasionar su detencion; y él lo executó luego, llevándose consigo al Padre Fray Bartolomé de Olmedo, y diciendo al partir algunas palabras poco advertidas, que hacian á su venganza, ó la trataban como decision del rompimiento. Quedaron algunos de los Capitanes mal satisfechos de que Narbáez le dexáse volver sin ajustar el duelo de su pariente, para oirle y despacharle bien ó mal, segun lo que de nuevo representáse: á cuyo propósito decian: "Que una persona de aquella suposicion y autoridad se debia tratar con otro género de atencion: que de su juicio y entereza no se podia creer que hubiese venido con proposiciones descaminadas, ó ménos razonables: que las puntualidades de la guerra nunca llegaban á impedir la franqueza de los oidos; ni era buena política ó buen camino de poner en cuidado al enemigo darle á entender que se temia su razon." Discursos que pasaron de los Capitanes á los soldados con tanto conocimiento de la poca justificacion con que se procedia en aquella guerra, que Pámphilo de Narbáez necesitó, para sosegarlos, de nombrar persona que fuese á disculpar en su nombre y el de todos aquella falta de urbanidad, y á saber de Cortés á qué puntos se reducia la comision de Juan Velazquez de Leon: para cuya diligencia eligieron él y los suyos el Secretario Andres de Duero, que por ménos apasionado contra Hernan Cortés pareció á propósito para la satisfaccion de los mal contentos; y por criado de Diego Velazquez no desmereció la confianza de los que procuraban estorvar el ajustamiento. Hernan Cortés entretanto, con las noticias que llevaron Fray Bartolomé de Olmedo y Juan Velazquez de Leon, entró en conocimiento de que habia cumplido sobradamente con las diligencias de la paz: y teniendo ya por necesario el rompimiento, movió su exército con ánimo de acercarse mas y ocupar algun puesto ventajoso donde aguardar á los Chinantécas, y aconsejarse con el tiempo. Iba continuando su marcha, quando volvieron los batidores con noticia de que venia de Zempoala el Secretario Andres de Duero: y Hernan Cortés, no sin esperanza de alguna favorable novedad, se adelantó á recibirle. Saludaronse los dos con igual demostracion de su afecto: renovaronse con los abrazos, ó se volvieron á formar los antiguos vínculos de su amistad: concurrieron al aplauso de su venida todos los Capitanes: y ántes de llegar á lo inmediato de la negociacion, le hizo Cortés algunos presentes mezclados con mayores ofertas. Detuvose hasta otro dia despues de comer: y en este tiempo se apartaron los dos á diferentes conferencias de grande intimidad. Discurrieronse algunos medios en órden á la union de ambos partidos, con deseo de hallar camino para reducir á Narbáez, cuya obstinacion era el único impedimento de la paz. Llegó Cortés á ofrecer que le dexaria la empresa de México, y se apartaria con los suyos á otras conquistas. Y Andres de Duero, viéndole tan liberal con su enemigo, le propuso que se viese con él, pareciéndole que podria conseguir de Narbáez este abocamiento, y que se vencerian mejor las dificultades con la presencia y viva voz de las partes. Dicen unos que llevaba órden para introducir esta plática: otros, que fué pensamiento de Cortés; y concuerdan todos en que se ajustaron las vistas de ambos Capitanes luego que volvió Andres de Duero á Zempoala, por cuya solicitud se hizo capitulacion auténtica, señalando la hora y el sitio donde habia de ser la conferencia: y asegurando cada uno con su palabra y su firma que saldrian al puesto señalado con solos diez compañeros, para que fuesen testigos de lo que se discurriese y ajustáse. Pero al mismo tiempo que se disponia Hernan Cortés para dar cumplimiento por su parte á lo capitulado, le avisó de secreto Andres de Duero, que se andaba previniendo una emboscada con ánimo de prenderle ó matarle sobre seguro: cuya noticia, que se confirmó tambien por otros confidentes, le obligó á darse por entendido con Narbáez de que habia descubierto el doblez de su trato: y con el primer calor de su enojo, le escribió una carta rompiendo la capitulacion, y remitiendo á la espada su desagravio. Llevabale ciegamente á las manos de su enemigo la misma nobleza de su proceder; y acertaba mal á disculpar con los suyos aquella falta de cautela ó precipitada sinceridad con que se fiaba de Narbáez, teniendo conocida su intencion y mala voluntad: pero nadie pudo acusarle de poco advertido Capitan en esta confianza, siendo el rompimiento de la palabra en semejantes convenciones una de las malignidades que no se deben rezelar del enemigo: porque las supercherías no estan en el número de los estratagemas, ni caben estos engaños que manchan el pundonor en toda la malicia de la guerra. CAPITULO IX. _Prosigue su marcha Hernan Cortés hasta una legua de Zempoala; sale con su exército en campaña, Pámphilo de Narbáez: sobreviene una tempestad, y se retira; con cuya noticia resuelve Cortés acometerle en su alojamiento._ Quedó Hernan Cortés mas animoso que irritado con esta última sinrazon de Narbáez, pareciéndole indigno de su temor un enemigo de tan humildes pensamientos; y que no fiaba mucho de su exército, ni de sí, quien trataba de asegurar la victoria con detrimento de la reputacion. Siguió su marcha en mas que ordinaria diligencia; no porque tuviese resuelta la faccion, ni discurridos los medios; sino porque llevaba el corazon lleno de esperanzas, madrugando á confortar su resolucion aquellas premisas que suelen venir delante de los sucesos. Asentó su quartel una legua de Zempoala, en parage defendido por la frente del rio que llamaban de Canoas, y abrigado por las espaldas con la vecindad de la Vera Cruz, donde le dieron unas caserías ó habitaciones bastante comodidad para que se reparáse la gente de lo que habia padecido con la fuerza del sol, y prolixidad del camino. Hizo pasar algunos batidores y centinelas á la otra parte del río: y dando el primer lugar al descanso de su exército, reservó para despues el discurrir con sus Capitanes lo que se hubiese de intentar, segun las noticias que llegasen del exército contrario, donde tenia ganados algunos confidentes, y estaba creyendo que lo habian de ser en la ocasion quantos aborrecian aquella guerra: cuyo presupuesto, y las cortas experiencias de Narbáez, le dieron bastante seguridad para que pudiese acercarse tanto á Zempoala sin falta de precaucion, ó nota de temeridad. Llegó á Narbáez la noticia del parage donde se hallaba su enemigo; y mas apresurado que diligente, ó con un género de celeridad embarazada, que tocaba en turbacion, trató de sacar su exército en campaña. Hizo pregonar la guerra, como si ya no estuviera pública: señaló dos mil pesos de talla por la cabeza de Cortés: puso en precio menor las de Gonzalo de Sandoval y Juan Velazquez de Leon. Mandaba muchas cosas á un tiempo sin olvidarse de su enojo: mezclabanse las órdenes con las amenazas; y todo era despreciar al enemigo con apariencias de temerle. Puesto en órden el exército, ménos por su disposicion, que por lo que acertaron sin obedecer sus Capitanes, marchó como un quarto de legua con todo el grueso, y resolvió hacer alto para esperar á Cortés en campo abierto: persuadiéndose á que venia tan desalumbrado, que le habia de acometer donde pudiese lograr todas sus ventajas el mayor número de su gente. Duró en este sitio y en esta credulidad todo el dia, gastando el tiempo, y engañando la imaginacion con varios discursos de alegre confianza: conceder el pillage á los soldados: enriquecer con el tesoro de México á los Capitanes: y hablar mas en la victoria que de la batalla. Pero al caer el sol se levantó un nublado que adelantó la noche, y empezó á despedir tanta cantidad de agua, que aquellos soldados maldixeron la salida, y clamaron por volverse al quartel: en cuya impaciencia entraron poco despues los Capitanes, y no se trabajó mucho en reducir á Narbáez, que sentia tambien su incomodidad: faltando en todos la costumbre de resistir á las inclemencias del tiempo; y en muchos la inclinacion á un rompimiento de tantos inconvenientes. Habia llegado poco ántes aviso de que se mantenia Cortés de la otra parte del rio: de que, no sin alguna disculpa, conjeturaron que no habia que rezelar por aquella noche; y como nunca se halla con dificultad la razon que busca el deseo, dieron todos por conveniente la retirada, y la pusieron en execucion desconcertadamente, caminando al cubierto, ménos como soldados, que como fugitivos. No permitió Narbáez que su exército se desuniese aquella noche, mas porque discurrió en salir temprano á la campaña, que porque tuviese algun rezelo de Cortés; aunque afectó por los demas el cuidado á que obligaba la cercanía del enemigo. Alojaronse todos en el adoratorio principal de la villa, que constaba de tres torreones ó capillas poco distantes: sitio eminente y capaz, á cuyo plano se subia por unas gradas pendientes y desabridas, que daban mayor seguridad á la eminencia. Guarneció con su artillería el pretil que servia de remate á las gradas; eligió para su persona el torreon de en medio, donde se retiró con algunos Capitanes, y hasta cien hombres de su confidencia, y repartió en los otros dos el resto de la gente: dispuso que saliesen algunos caballos á correr la campaña; nombró dos centinelas que se alargasen á reconocer las avenidas: y con estos resguardos que, á su parecer, no dexaban que desear á la buena disciplina, dió al sosiego lo que restaba de la noche, tan lejos el peligro de su imaginacion, que se dexó rendir al sueño con poca ó ninguna resistencia del cuidado. Despachó luego Andres de Duero á Hernan Cortés un confidente suyo, que pudo echar fuera de la plaza con poco riesgo, para que á boca le diese cuenta de la retirada, y de la forma en que se habia dispuesto el alojamiento, mas por asegurarle amigablemente que podia pasar la noche sin rezelo, que por advertirle ó provocarle á nuevos designios. Pero él con esta noticia tardó poco en determinarse á lograr la ocasion que, á su parecer, le convidaba con el suceso. Tenia premeditados todos los lances que se le podian ofrecer en aquella guerra: y alguna vez se deben cerrar los ojos á las dificultades, porque suelen parecer mayores desde lejos; y hay casos en que daña el discurrir al executar. Convocó su gente sin mas dilacion y la puso en órden, aunque duraba la tempestad; pero aquellos soldados, endurecidos ya en mayores trabajos, obedecieron, sin hacer caso de su incomodidad, ni preguntar la ocasion de aquel movimiento inopinado: tanto se dexaban á la providencia de su Capitan. Pasaron el rio con el agua sobre la cintura: y vencida esta dificultad, hizo á todos un breve razonamiento, en que les comunicó lo que llevaba discurrido, sin poner duda en su resolucion, ni cerrar las puertas al consejo. Dióles noticia de la turbacion con que se habian retirado los enemigos, buscando el abrigo de su quartel contra el rigor de la noche, y de la separacion y desórden con que habian ocupado los torreones del adoratorio: ponderó él el descuido y seguridad en que se hallaban: la facilidad con que podrian ser asaltados ántes que llegasen á unirse, ó tuviesen lugar para doblarse: y viendo que no solo se aprobaba, pero se aplaudia la proposicion: "Esta noche, prosiguió diciendo con nuevo fervor, esta noche, amigos, ha puesto el Cielo en nuestras manos la mayor ocasion que se pudiera fingir nuestro deseo: veréis agora lo que fio de vuestro valor; y yo confesaré que vuestro mismo valor hace grandes mis intentos. Poco ha que aguardabamos á nuestros enemigos con esperanza de vencerlos al reparo de esa ribera: ya los tenemos descuidados y desunidos, militando por nosotros el mismo desprecio con que nos tratan. De la impaciencia vergonzosa con que desampararon la campaña, huyendo esos rigores de la noche, pequeños males de la naturaleza, se colige como estarán en el sosiego unos hombres que le buscaron con floxedad, y le desfrutan sin rezelo. Narbáez entiende poco de las puntualidades á que obligan las contingencias de la guerra. Sus soldados por la mayor parte son visoños, gente de la primera ocasion, que no ha menester la noche para moverse con desacierto y ceguedad: muchos se hallan desobligados ó quejosos de su Capitan: no faltan algunos á quien debe inclinacion nuestro partido; ni son pocos los que aborrecen como voluntario este rompimiento: y suelen pesar los brazos quando se mueven contra el dictámen ó contra la voluntad. Unos y otros se deben tratar como enemigos hasta que se declaren: porque, si ellos nos vencen, hemos de ser nosotros los traydores. Verdad es que nos asiste la razon; pero en la guerra es la razon enemiga de los negligentes, y ordinariamente se quedan con ella los que pueden mas. A usurparos vienen quanto habeis adquirido; no aspiran á ménos que hacerse dueños de vuestra libertad, de vuestras haciendas, y de vuestras esperanzas: suyas han de llamar nuestras victorias; suya la tierra que habeis conquistado con vuestra sangre: suya la gloria de vuestras hazañas: y lo peor es, que con el mismo pie que intentan pisar nuestra cerviz, quieren atropellar el servicio de nuestro Rey, y atajar los progresos de nuestra Religion; porque se han de perder si nos pierden; y siendo suyo el delito, han de quedar en duda los culpados. A todo se ocurre con que obreis esta noche como acostumbrais; mejor sabréis executarlo, que yo discurrirlo: alto á las armas y á la costumbre de vencer: Dios y el Rey en el corazon, el pundonor á la vista, y la razon en las manos, que yo seré vuestro compañero en el peligro; y entiendo ménos de animar con las palabras, que de persuadir con el exemplo." Quedaron tan encendidos los ánimos con esta oracion de Cortés, que hacian instancia los saldados sobre que no se dilatáse la marcha. Todos le agradecieron el acierto de la resolucion, y algunos le protestaron que, si trataba de ajustarse con Narbáez, le habian de negar la obediencia: palabras de hombres resueltos, que no le sonaron mal, porque hacian al brio mas que al desacato. Formó, sin perder tiempo, tres pequeños esquadrones de su gente, los quales se habian de ir sucediendo en el asalto. Encargó el primero á Gonzalo de Sandoval con sesenta hombres, en cuyo número fueron comprehendidos los Capitanes Jorge y Gonzalo de Alvarado, Alonso Dávila, Juan Velazquez de Leon, Juan Nuñez de Mercado, y nuestro Bernal Diaz del Castillo. Nombró por Cabo del segundo al Maestre de Campo Christoval de Olid, con otros sesenta hombres, y asistencia de Andres de Tapia, Rodrigo Rangel, Juan Xaramillo y Bernardino Vazquez de Tapia: y él se quedó con el resto de la gente, y con los Capitanes Diego de Ordaz, Alonso de Grado, Christoval y Martin de Gamboa, Diego Pizarro y Domingo de Alburquerque. La órden fué, que Gonzalo de Sandoval con su vanguardia procuráse vencer la primera dificultad de las gradas, y embarazar el uso de la artillería, dividiéndose á estorvar la comunicacion de los dos torreones de los lados, y poniendo gran cuidado en el silencio de su gente. Que Christoval de Olid subiese inmediatamente con mayor diligencia, y embistiese al torreon de Narbáez, apretando el ataque á viva fuerza; y él seguiria con los suyos para dar calor, y asistir donde llamáse la necesidad, rompiendo entónces las caxas y demas estruendos militares, para que su misma novedad diese al asombro y á la confusion el primer movimiento del enemigo. Entró luego Fray Bartolomé de Olmedo con su exôrtacion espiritual, y asentado el presupuesto de que iban á pelear por la causa de Dios, los dispuso á que hiciesen de su parte lo que debian para merecer su favor. Habia una cruz en el camino, que fixaron ellos mismos quando pasaron á México; y puesto de rodillas delante de ella todo el exército, les dictó un acto de contricion, que iban repitiendo con voz afectuosa: mandóles decir la confesion general, y bendiciéndolos despues con la forma de la absolucion, dexó en sus corazones otro espíritu de mejor calidad, aunque parecido al primero: porque la quietud de la conciencia quita el horror á los peligros, ó mejora el desprecio de la muerte. Concluida esta piadosa diligencia, formó Hernan Cortés sus tres esquadrones: puso en su lugar las picas y las bocas de fuego: repitió las órdenes á los Cabos: encargó á todos el silencio: dió por seña y por invocacion el nombre del Espíritu Santo, en cuya Pascua sucedió esta interpresa: y empezó á marchar en la misma ordenanza que se habia de acometer, caminando muy poco á poco, porque llegáse descansada la gente, y por dar tiempo á la noche para que se apoderáse mas de su enemigo; de cuya ciega seguridad y culpable descuido pensaba servirse para vencerle á ménos costa, sin quedarle algun escrúpulo de que obraba ménos valerosamente que solia en este género de insidias generosas, que llamó la antigüedad delitos de Emperadores ó Capitanes Generales; siendo los engaños, que no se oponen á la buena fé, lícitas permisiones del arte militar, y disputable la preferencia entre la industria y el valor de los soldados. CAPITULO X. _Llega Hernan Cortés á Zempoala, donde halla resistencia: consigue con las armas la victoria: prende á Narbáez, cuyo exército se reduce á servir debaxo de su mano._ Habria marchado el exército de Cortés algo mas de media legua, quando volvieron los batidores con una centinela de Narbáez, que cayó en sus manos, y dieron noticia de que se les habia escapado entre la maleza otra que venia poco despues: accidente que destruia el presupuesto de hallar descuidado al enemigo. Hizose una breve consulta entre Capitanes: y vinieron todos en que no era posible que aquel soldado (caso que hubiese descubierto el exército) se atreviese por entónces á seguir el camino derecho, siendo mas verisímil que tómase algun rodeo, por no dar en el peligro: de que resultó, con aplauso comun, la resolucion de alargar el paso para llegar ántes que la espía, ó entrar al mismo tiempo en el quartel de los enemigos: suponiendo, que si no se lográse la ventaja de asaltarlos dormidos, se conseguiria por lo ménos la de hallarlos mal despiertos, y en el preciso embarazo de la primera turbacion. Así lo discurrieron sin detenerse, y empezaron á marchar en mayor diligencia, dexando en un ribazo fuera del camino los caballos, el bagage y los demas impedimentos. Pero la centinela, que debió á su miedo parte de su agilidad, consiguió el llegar ántes, y puso en arma el quartel, diciendo á voces que venia el enemigo. Acudieron á las armas los que se hallaron mas prontos. Llevaronle á la presencia de Narbáez; y él, despues de hacerle algunas preguntas, despreció el aviso y al que le traia, teniendo por impracticable que se atreviese Cortés á buscarle con tan poca gente dentro de su alojamiento, ni pudiese campear en noche tan obscura y tempestuosa. Serian poco mas de las doce quando llegó Hernan Cortés á Zempoala, y tuvo dicha en que no le descubriesen los caballos de Narbáez que, al parecer, perdieron el camino con la obscuridad, sino se apartaron de él para buscar algun abrigo en que defenderse del agua. Pudo entrar en la villa, y llegar con su exército á vista del adoratorio, sin hallar un cuerpo de guardia, ni una centinela en que detenerse. Duraba entónces la disputa de Narbáez con el soldado, que se afirmaba de haber reconocido, no solamente los batidores, sino todo el exército en marcha diligente; pero se buscaban todavia pretextos á la seguridad, y se perdia en el exâmen de la noticia el tiempo que, aun siendo incierta, se debia lograr en la prevencion. La gente andaba inquieta y desvelada cruzando por el atrio superior: unos dudosos, y otros en la inteligencia de su Capitan; pero todos con las armas en las manos; y poco ménos que prevenidos. Conoció Hernan Cortés que le habian descubierto: y hallándose ya en el segundo caso que llevaba discurrido, trató de asaltarlos ántes que se ordenasen. Hizo la seña de acometer: y Gonzalo de Sandoval con su vanguardia empezó á subir las gradas, segun el órden que llevaba. Sintieron el rumor algunos de los artilleros que estaban de guardia: y dando fuego á dos ó tres piezas, tocaron arma segunda vez, sin dexar duda en la primera. Siguióse al estruendo de la artillería el de las caxas y las voces: y acudieron luego á la defensa de las gradas los que se hallaron mas cerca. Creció brevemente la oposicion: estrechóse á las picas y á las espadas el combate: y Gonzalo de Sandoval hizo mucho en mantenerse, forcejando á un tiempo con el mayor número de la gente, y con la diferencia del sitio inferior; pero le socorrió entónces Christoval de Olid: y Hernan Cortés, dexando formado su reten, se arrojó á lo mas ardiente del conflicto, y facilitó el avance de unos y otros, obrando con la espada lo que infundia con la voz: á cuyo esfuerzo no pudieron resistir los enemigos, que tardaron poco en dexar libre la última grada, y poco mas en retirarse desordenadamente, desamparando el atrio y la artillería. Huyeron muchos á sus alojamientos, y otros acudieron á cubrir la puerta del torreon principal, donde se volvió á pelear breve rato con igual valor de ambas partes. Dexóse ver á este tiempo Pámphilo de Narbáez, que se detuvo en armarse á persuasion de sus amigos; y despues de animar á los que peleaban, y hacer quanto pudo para ordenarlos, se adelantó con tanto denuedo á lo mas recio del combate, que, hallándose cerca Pedro Sanchez Farfan, uno de los soldados que asistian á Sandoval, le dió un picazo en el rostro, de cuyo golpe le sacó un ojo, y derribó en tierra, sin mas aliento que el que hubo menester para decir que le habian muerto. Corrió esta voz entre sus soldados, y cayó sobre todos el espanto y turbacion con varios efectos: porque unos le desampararon ignominiosamente; otros se detuvieron por falta de movimiento; y los que mas se quisieron esforzar á socorrerle, peleaban embarazados y confusos del súbito accidente: con que se hallaron obligados á retroceder, dando lugar á los vencedores para que le retirasen. Baxaronle por las gradas poco ménos que arrastrado. Envió Cortés á Gonzalo de Sandoval para que cuidáse de asegurar su persona, lo qual se executó, entregándole al último esquadron: y el que poco ántes miraba con tanto descuido aquella guerra se halló al volver en sí, no solo con el dolor de su herida, sino en poder de sus enemigos, y con dos pares de grillos, que le ponian mas lejos su libertad. Llegó el caso de cesar la batalla, porque cesó la resistencia. Encerraronse todos los de Narbáez en sus torreones tan amedrentados que no se atrevian á disparar, y solo cuidaban de poner estorvos á la entrada. Los de Cortés apellidaron á voces la victoria, unos por Cortés, y otros por el Rey, y los mas atentos por el Espíritu Santo: gritos de alborozo anticipado, que ayudaron entónces al terror de los enemigos: y fué circunstancia que hizo al caso en aquella coyuntura, que se persuadiesen los mas á que traia Cortés un exército muy poderoso, el qual, á su parecer, ocupaba gran parte de la campaña; porque desde las ventanas de su encerramiento descubrian á diferentes distancias algunas luces, que, interrumpiendo la obscuridad, parecian á sus ojos cuerdas encendipas y tropas de arcabuceros: siendo unos gusanos que resplandecen de noche, semejantes á nuestras lucernas ó noctilúcas, aunque de mayor tamaño y resplandor en aquel hemisferio. Aprehension que hizo particular batería en el vulgo del exército, y que dexó dudosos á los que mas se animaban. Tanto engaña el temor á los afligidos, y tanto se inclinan los adminículos menores de la casualidad á ser parciales de los afortunados. Mandó Cortés que cesasen las aclamaciones de la victoria, cuya credulidad intempestiva suele dañar en los exércitos, y se debe atajar, porque descuida y desordena los soldados. Hizo volver la artillería contra los torreones; dispuso que á guisa de pregon se publicáse indulto general á favor de los que se rindiesen, ofreciendo partidos razonables y comunicacion de interéses á los que se determinasen á seguir sus banderas, libertad y pasage á los que se quisiesen retirar á la Isla de Cuba, y á todos salva la ropa y las personas: diligencia que fué bien discurrida, porque importó mucho que se hiciese notoria esta manifestacion de su ánimo, ántes que el dia, cuya primera luz no estaba lejos, desengañáse aquella gente de las pocas fuerzas que los tenian oprimidos, y les diese resolucion para cobrarse de la pusilanimidad mal concebida: que algunas veces el miedo suele hacerse temeridad, avergonzando al que le tuvo con poco fundamento. Apénas se acabó de intimar el bando á las tres separaciones donde se habia retraido la gente, quando empezaron á venir tropas de Oficiales y soldados á rendirse. Iban entregando las armas como llegaban: y Cortés, sin faltar á la urbanidad ni al agasajo, hizo tambien desarmar á sus confidentes, porque no se les conociese la inclinacion, ó porque diesen exemplo á los demas. Creció tanto en breve tiempo el número de los rendidos, que fué necesario dividirlos, y asegurarlos con guardia suficiente, hasta que, saliendo el dia, se descubriesen las caras y los afectos. Cuidó en este intermedio Gonzalo de Sandoval de que se curáse la herida de Narbáez: y Hernan Cortés, que acudia incansablemente á todas partes, y tenia en aquella su principal cuidado, se acercó á verle con algun recato, por no afligirle con su presencia; pero le descubrió el respeto de sus soldados: y Narbáez, volviéndole á mirar con semblante de hombre que no acababa de conocer su fortuna, le dixo: "Tened en mucho, señor Capitan, la dicha que habeis conseguido en hacerme vuestro prisionero." A que le respondió Cortés; "De todo, amigo, se deben las gracias á Dios; pero sin género de vanidad os puedo asegurar que pongo esta victoria y vuestra prision entre las cosas menores que se han obrado en esta tierra." Llegó entónces noticia de que se resistia con obstinacion uno de los torreones donde se habian hecho fuertes el Capitan Salvatierra y Diego Velazquez el mozo, deteniendo con su autoridad y persuasiones á los soldados que se hallaban con ellos. Volvió Cortés á subir las gradas: hizoles intimar que se rindiesen, ó serian tratados con todo el rigor de la guerra; y viéndolos resueltos á defenderse ó capitular, dispuso, no sin alguna cólera, que se disparasen al torreon dos piezas de artillería: y poco despues ordenó á los artilleros que levantasen la mira, y diesen la carga en lo alto del edificio, mas para espantar que para ofender. Así lo executaron; y no fué necesaria mayor diligencia para que saliesen muchos á pedir quartel, dexando libre la entrada de la torre, que acabó da allanar Juan Velazquez de Leon con una esquadra de los suyos, prendiendo á los Capitanes Salvatierra y Velazquez, enemigos declarados, de quien se podia temer que aspirasen á ocupar el vacío de Narbáez: con que se declaró enteramente la victoria por Cortés. Murieron de su parte solo dos soldados, y hubo algunos heridos, de los quales hay quien diga que murieron otros dos. En el exército contrario quedaron muertos quince soldados, un Alferez y un Capitan, y fué mucho mayor el número de los heridos. Narbáez y Salvatierra fueron llevados á la Vera Cruz con la guardia que pareció necesaria. Quedó prisionero de Juan Velazquez de Leon Diego Velazquez el mozo: y aunque le tenia justamente irritado con el lance de Zempoala, cuidó con particular asistencia de su cura y regalo. Generosidad, en que medió como intercesora la igualdad de la sangre, y como superior la nobleza del ánimo. Y todo esto quedó executado ántes de amanecer. ¡Notable faccion, en que se midieron por instantes los aciertos de Cortés, y los desalumbramientos de Narbáez! Al romper del Alva llegaron los dos mil Chinantécas que se habian prevenido; y aunque vinieron despues de la victoria, celebró Cortés el socorro, teniéndole por oportuno, para que viesen los de Narbáez que no faltaban amigos que le asistiesen. Miraban aquellos pobres rendidos con vergüenza y confusion el estado en que se hallaban: dióles el dia con su ignominia en los ojos: vieron llegar este socorro, y conocieron las pocas fuerzas con que se habia conseguido la victoria: maldecian la confianza de Narbáez: acusaban su descuido: y todo cedia en mayor estimacion de Cortés, cuya vigilancia y ardimiento ponderaban con igual admiracion. Prerogativa es del valor, en la guerra particularmente, que no le aborrezcan los mismos que le envidian: pueden sentir su fortuna los perdidosos; pero nunca desagradan al vencido las hazañas del vencedor. Máxîma que se verificó en esta ocasion: porque cada uno, sin fiarse de los demas, se iba inclinando á mejorar de Capitan, y á seguir las banderas de un exército donde vencian y mendraban los soldados. Habia entre los prisioneros algunos amigos de Cortés, muchos aficionados á su valor y muchos á su liberalidad. Rompieron los amigos el velo de la disimulacion, dieron principio á sus aclamaciones, con que se declararon luego los aficionados, siguiendo á la mayor parte los demas. Permitióse que fuesen llegando á la presencia del nuevo Capitan: arrojáronse muchos á sus pies, si él no los detuviera con los brazos: dieron todos el nombre, haciendo pretension de ganar antigüedad en las listas: no hubo entre tantos uno que se quisiese volver á la Isla de Cuba: y logró con esto Hernan Cortés el principal fruto de su empresa; porque no deseaba tanto vencer, como conquistar aquellos Españoles. Fué reconociendo los ánimos, y halló en todos bastante sinceridad, pues ordenó luego que se les volviesen las armas: accion que resistieron algunos de sus Capitanes; pero no faltarian motivos á esta seguridad, siendo amigos los que mas suponian entre aquella gente, y estando allí los Chinantécas, que aseguraban su partido. Conocieron ellos el favor que recibian: aplaudieron esta confianza con nuevas aclamaciones; y él se halló en breves horas con un exército que pasaba ya de mil Españoles, presos los enemigos de quien se podia rezelar, con una armada de once navios y siete bergantines á su disposicion, deshecho el último esfuerzo de Velazquez, y con fuerzas proporcionadas para volver á la conquista principal: debiéndose todo á su gran corazon, suma vigilancia y talento militar; y no ménos al valor de sus soldados, que abrazaron primero con el ánimo una resolucion tan peligrosa; y despues con la espada y con el brio le dieron, no solamente la victoria, sino el acierto de la misma resolucion; porque al voto de los hombres, que dan ó quitan la fama, el conseguir es credito del intentar, y las mas veces se debe á los sucesos el quedar con opinion de prudentes los consejos aventurados. CAPITULO XI. _Pone Cortés en obediencia la cabellería de Narbáez, que andaba en la campaña: recibe noticia de que habian tomado las armas los Mexicanos contra los Españoles que dexó en aquella corte: marcha luego con su exército, y entra en ella sin oposicion._ No se dexó ver aquella noche la cabellería de Narbáez, que pudiera embarazar mucho á Cortés, si hubiera quedado en la disposicion que pedia una plaza de armas en tan corta distancia del enemigo. Pero allí se olvidaron todas las reglas de la milicia, y dado el yerro de la negligencia en un Capitan, ó se hace ménos extraño lo que se dexó de advertir, ó pasan por conseqüencias los absurdos. Valiéronse de los caballos para escapar los que duraron ménos en la ocasion: y á la mañana se tuvo noticia de que andaban incorporados con los batidores que salieron la noche ántes, formando un cuerpo de hasta quarenta caballos que discurrian por la campaña con señas de resistir. Dió poco rezelo esta novedad, y Hernan Cortés, ántes de pasar á términos de mayor resolucion, nombró al Maestre de Campo Christoval de Olid, y al Capitan Diego de Ordaz para que fuesen á procurar reducirlos con suavidad: como lo executaron y consiguieron á la primera insinuacion de que serian admitidos en el exército con la misma gratitud que sus compañeros, cuyo partido y exemplar bastó para que viniesen todos á rendirse y tomar servicio con sus armas y caballos. Tratóse luego de curar los heridos y alojar la gente, á que asistieron alegres y oficiosos el Cacique y sus Zempoales, celebrando la victoria, y disponiendo el hospedage de sus amigos con un género de regocijo interesado, en que, al parecer, respiraban de la fatiga y servidumbre antecedente. No se descuidó Hernan Cortés en asegurarse de la armada, punto esencial en aquella ocurrencia. Despachó sin dilacion al Capitan Francisco de Lugo para que hiciese poner en tierra, y conducir á la Vera Cruz las velas, xarcias y timones de todos los baxeles. Ordenó que viniesen á Zempoala los pilotos y marineros de Narbáez, y envió de los suyos los que parecieron bastantes para la seguridad de los buques: por cuyo cabo fué un Maestre que se llamaba Pedro Caballero: bastante ocupacion para que le honráse Bernal Diaz con título de Almirante de la mar. Dispuso que se volviesen á su provincia los Chinantécas, agradeciendo el socorro como si hubiera servido: y despues se dieron algunos dias al descanso de la gente, en los quales vinieron los pueblos vecinos y Caciques del contorno á congratularse con los Españoles buenos ó Teules mansos, que así llamaban á los de Cortés. Volvieron á revalidar su obediencia y á ofrecer su amistad: acompañando esta demostracion con varios presentes y regalos, de que no poco se admiraban los de Narbáez: empezando á experimentar las mejoras del nuevo partido en el agasajo y seguridad de aquella gente, que vieron poco ántes escarmentada y desabrida. En todo este fervor de sucesos favorables traia Hernan Cortés á México en el corazon: no se apartaba un instante su memoria del riesgo en que dexó á Pedro de Alvarado y sus Españoles, cuya defensa consistia únicamente en aquello poco que se podia fiar de la palabra que le dió Motezuma de no hacer novedad en su ausencia: vínculo desacreditado en la soberana voluntad de los Reyes; porque algunos estadistas le procuran desatar con varias soluciones, defendiendo que no les obliga su observancia como á los particulares: en cuyo dictámen pudo hallar entónces Hernan Cortés bastante razon de temer, sin aprobar con su rezelo esta política irreverente, por ser lo mismo hallar falencia en las palabras de los Reyes, que apartar de los Príncipes la obligacion de Caballeros. Hecho el ánimo á volverse luego, y no atreviéndose á llevar consigo tanta gente, por no desconfiar á Motezuma ó remover los humores de su corte, resolvió dividir el exército, y emplear alguna parte de él en otras conquistas. Nombró á Juan Velazquez de Leon para que fuese con doscientos hombres á pacificar la provincia de Panúco, y á Diego de Ordaz para que se apartáse con otros doscientos á poblar la de Guazacoalco: reservando para sí poco mas de seiscientos Españoles, número que le pareció proporcionado para entrar en la corte con apariencias de modesto, sin olvidar las señas de vencedor. Pero al mismo tiempo que se daba execucion á este designio, se ofreció novedad, que le obligó á tomar otra senda en sus disposiciones. Llegó carta de Pedro de Alvarado en que le avisaba: "que habian tomado las armas contra él los Mexicanos; y á pesar de Motezuma, que perseveraba todavia en su alojamiento, le combatian con freqüentes asaltos, y tanto número de gente, que se perderian sin remedio él y todos los suyos, si no fuesen socorridos con brevedad." Vino con esta noticia un soldado Español, y en su escolta un Embaxador de Motezuma, cuya representacion fué "darle á entender que no habia sido en su mano el reprimir á sus vasallos: ponerle delante lo que padecia su autoridad con los amotinados: asegurarle que no se apartaria de Pedro de Alvarado y sus Españoles: y últimamente llamarle á su corte para el remedio:" fuese de la misma sedicion, ó fuese del peligro en que se hallaban aquellos Españoles, que uno y otro arguye confianza y sinceridad. No fué necesario poner en consulta la resolucion que se debia tomar en este caso, porque se adelantó el voto comun de los Capitanes, y soldados á mirar como empeño inexcusable la jornada: pasando algunos á tener por oportuno y de buen presagio un accidente que les servia de pretexto para excusar la desunion de sus fuerzas, y volver con todo el grueso á la corte; de cuya reduccion debian tomar su principio las demas conquistas. Nombró luego Hernan Cortés por Gobernador de la Vera Cruz, como Teniente de Gonzalo de Sandoval, á Rodrigo Rangel, persona de cuya inteligencia y cuidado pudo fiar la seguridad de los prisioneros y la conservacion de los aliados. Hizo que pasáse muestra su exército; y dexando en aquella plaza la guarnicion que pareció necesaria, y bastante seguridad en los baxeles, halló que constaba de mil infantes y cien caballos. Dividióse la marcha en diferentes veredas, por no incomodar los pueblos, ó por facilitar la provision de los víveres: señalóse por plaza de armas un parage conocido cerca de Tlascála, donde pareció que debian entrar unidos y ordenados: y aunque fueron delante algunos comisarios á tener bastecidos los tránsitos, no bastó su diligencia para que dexasen de padecer los que iban fuera del camino principal algunos ratos de hambre y sed intolerable. Fatiga que sufrieron los de Narbáez sin descaecer ni murmurar; siendo aquellos mismos que poco ántes rindieron el sufrimiento á menor inclemencia. Pudose atribuir esta novedad al exemplo de los veteranos, ó á las esperanzas que llevaban en el corazon: dexando alguna parte á la diferencia del Capitan, cuya opinion suele tener sus influencias ocultas en la paciencia de los soldados. Antes de partir, respondió Hernan Cortés por escrito á Pedro de Alvarado, y por su Embaxador á Motezuma, dándoles cuenta de su victoria, de su vuelta y del aumento de su exército: al uno, para que se alentase con esperanza de mayor socorro: y al otro, para que no extrañáse verle con tantas fuerzas, quando los tumultos de su corte le obligaban á no dividirlas. Procuró medir el tiempo con la necesidad: alargó las marchas quanto pudo: estrechó las horas al descanso, hallándole su actividad en su mismo trabajo. Hizo alguna mansion en la plaza de armas para recoger la gente que venia extraviada: y últimamente llegó á Tlascála en diez y siete de Junio con todo el exército puesto en órden, cuya entrada fué lucida y festejada. Magiscatzín hospedó á Cortés en su casa: los demas hallaron comodidad, obsequio y regalo en su alojamiento. Andaba en los Tlascaltécas mal encubierto el odio de los Mexicanos con el amor de los Españoles: referian su conspiracion, y el aprieto en que se hallaba Pedro de Alvarado, con circunstancias de mas afectacion que certidumbre: ponderaban el atrevimiento y la poca fé de aquella nacion, provocando los ánimos á la venganza, y mezclando con poco artificio el avisar y el influir. Culpas encarecidas con zelo sospechoso, y verdades en boca del enemigo, que se introducen como informes para declinar en acusaciones. Resolvió el Senado hacer un esfuerzo grande, y convocar todas sus milicias para que asistiesen á Cortés en esta ocasion, no sin alguna razon de estado, mejor entendida que recatada: porque deseaban arrimar su interés á la causa del amigo, y servirse de sus fuerzas para destruir de una vez la nacion dominante que tanto aborrecian. Conocióse fácilmente su intencion; y Hernan Cortés con señas de agradecido y lisonjeado reprimió el orgullo con que se disponian á seguirle, contraponiendo á las instancias del Senado algunas razones aparentes, que en la substancia venian á ser pretextos contra pretextos. Pero admitió hasta dos mil hombres de buena calidad, con sus Capitanes ó Cabos de quadrillas, los quales siguieron su marcha, y fueron de servicio en las ocasiones siguientes. Llevó esta gente por dar mayor seguridad á su empresa, ó mantener la confianza de los Tlascaltécas, acreditados ya de valientes contra los Mexicanos: y no llevó mayor número por no escandalizar á Motezuma, ó poner en desesperacion á los rebeldes. Era su intento entrar en México de paz, y ver si podia reducir aquel pueblo con los remedios moderados, sin acordarse por entónces de su irritacion, ni discurrir en el castigo de los culpados; si ya no queria que fuese primero la quietud: por ser dos cosas que se consiguen mal á un mismo tiempo, el sosiego de la sedicion, y el escarmiento de los sediciosos. Llegó á México dia de San Juan, sin haber hallado en el camino mas embarazo que la variedad y discordancia de las noticias. Pasó el exército la laguna sin oposicion, aunque no faltaron señales que hiciesen novedad en el cuidado. Hallaronse deshechos y abrasados los dos bergantines de fábrica Española; desiertos los arrabales y el barrio de la entrada: rotos los puentes que servian á la comunicacion de las calles: y todo en un silencio que parecia cauteloso. Indicios que obligaron á caminar poco á poco, suspendiendo los avances, y ocupando la infantería lo que dexaban reconocido los caballos. Duró este rezelo hasta que, descubriendo el socorro los Españoles que asistian á Motezuma, levantaron el grito y aseguraron la marcha. Baxó con ellos Pedro de Alvarado á la puerta del alojamiento, y se celebró la comun felicidad con igual recocijo. Victoreabanse unos á otros en vez de saludarse: todos se interrumpian: dixeron mucho los brazos y las medias razones: eloqüencias del contento, en que significan mas las voces que las palabras. Salió Motezuma con algunos de sus criados hasta el primer patio, donde recibió á Cortés, tan copiosa de afectos su alegría, que tocó en exceso, y se llevó tras sí la majestad. Es cierto, y nadie lo niega, que deseaba su venida, porque ya necesitaba de sus fuerzas y consejo para reprimir á los suyos, ó por la misma privacion en que se hallaba de aquel género de libertad que le permitia Cortés, dexándole salir á sus divertimientos: licencia de que no quiso usar en todo el tiempo de su ausencia: siendo cierto que ya consistia su prision en la fuerza de su palabra, cuyo desempeño le obligó á no desviarse de los Españoles en aquella turbacion de su república. Bernal Diaz del Castillo dice que correspondió Hernan Cortés con desabrimiento á esta demostracion de Motezuma: que le torció el rostro, y se retiró á su quarto sin visitarle ni dexarse visitar: que dixo contra él algunas palabras descompuestas delante de sus mismos criados: y añade como de propio dictámen: "Que por tener consigo tantos Españoles, hablaba tan ayrado y descomedido." Terminos son de su Historia. Y Antonio de Herrera le desautoriza mas en la suya: porque se vale de su misma confesion para comprobar su desacierto con estas palabras: "Muchos han dicho haber oido decir á Hernando Cortés que, si en llegando visitára á Motezuma, sus cosas pasaran bien; y que lo dexó, estimándole en poco por hallarse tan poderoso." Y trae á este propósito un lugar de Cornelio Tácito, cuya substancia es, que los sucesos prósperos hacen insolentes á los grandes Capitanes. No lo dice así Francisco Lopez de Gómara, ni el mismo Hernan Cortés en la segunda relacion de su jornada, que pudiera tocarlo para dar los motivos que le obligaron á semejante aspereza, tuviese razon, ó fuese disculpa. Quede al arbitrio de la sinceridad el credito que se debe á los Autores, y seanos lícito dudar en Cortés una sinrazon tan fuera de propósito. Los mismos Herrera y Castillo asientan que Motezuma resistió esta sedicion de sus vasallos: que los detuvo y reprimió siempre: que intentaron asaltar el quartel: y que, si no fuera por la sombra de su autoridad, hubieran perecido infaliblemente Pedro de Alvarado y los suyos. Nadie niega que Cortés lo llevó entendido así; ni el hallarle cumpliendo su palabra le dexaba razon de dudar: siendo fuera de toda proporcion que aquel Príncipe moviese las armas que detenia, y se dexáse estar cerca de los que intentaba destruir. Accion parece indigna de Cortés el despreciarle, quando podia llegar el caso de haberle menester, y no era de su genio la destemplanza que se le atribuye como efecto de la prosperidad. Puedese creer, ó sospechar á lo ménos, que Antonio de Herrera entró con poco fundamento en esta noticia, reincidiendo en los manuscritos de Bernal Diaz, apasionado intérprete de Cortés: y pudo ser que se inclináse á seguir su opinion por lograr la sentencia de Tácito. Ambicion peligrosa en los historiadores: porque suele torcerse ó ladearse la narracion para que vengan á propósito las márgenes y no es de todos entenderse á un tiempo con la verdad y con la erudicion. CAPITULO XII. _Dáse noticia de los motivos que tuvieron los Mexicanos para tomar las armas. Sale Diego de Ordaz con algunas compañías á reconocer la ciudad: da en una zelada que tenian prevenida; y Hernan Cortés resuelve la guerra._ Dos ó tres dias ántes que llegáse á México el exército de Cortés se retiraron los rebeldes á la otra parte de la ciudad; cesando en sus hostilidades cavilosamente, segun lo que se pudo inferir del suceso. Hallábanse asegurados en el exceso de sus fuerzas, y orgullosos de haber muerto en los combates pasados tres ó quatro Españoles: caso extraordinario, en que adquirieron, á costa de mucha gente, nueva osadía ó mayor insolencia. Supieron que venia Cortés, y no pudieron ignorar lo que habia crecido su exército; pero estuvieron tan lejos de temerle, que hicieron aquel ademan de retirarse para dexarle franca la entrada, y acabar con todos los Españoles despues de tenerlos juntos en la ciudad. No se llegó á penetrar entónces este designio, aunque se tuvo por ardid la retirada: y pocas veces se engaña quien discurre con malicia en las acciones del enemigo. Alojóse todo el exército en el recinto del mismo quartel, donde cupieron Españoles y Tlascaltécas con bastante comodidad: distribuyeronse las guardias y las centinelas, segun el rezelo á que obligaba una guerra que habia cesado sin ocasion; y Hernan Cortés se apartó con Pedro de Alvarado para inquirir el orígen de aquella sedicion, y pasar á los remedios con noticia de la causa. Hallamos en este punto la misma variedad en que otras veces ha tropezado el curso de la pluma. Dicen unos que las inteligencias de Narbáez consiguieron esta conjuracion del pueblo Mexicano; y otros que dispuso el motin, y le fomentó Motezuma con ansia de su libertad: en que no es necesario detenernos, pues se ha visto ya el poco fundamento con que se atribuyeron á Narbáez estas negociaciones ocultas; y queda bastantemente defendido Motezuma de semejante inconseqüencia. Dieron algunos el principio de la conspiracion á la fidelidad de los Mexicanos, refiriendo que tomaron las armas para sacar de opresion á su Rey: dictámen que se acerca mas á la razon que á la verdad. Otros atribuyeron este rompimiento al gremio de los sacerdotes, y no sin alguna probabilidad: porque anduvieron mezclados en el tumulto, publicando á voces las amenazas de sus Dioses, y enfureciendo á los demas con aquel mismo furor que los disponia para recibir sus respuestas. Repetian ellos lo que hablaba el demonio en sus ídolos; y aunque no fué suyo el primer movimiento, tuvieron eficacia y actividad para irritar los ánimos, y mantener la sedicion. Los Escritores forasteros se apartan mas de lo verisímil, poniendo el orígen y los motivos de aquella turbacion entre las atrocidades con que procuran desacreditar á los Españoles en la conquista de las Indias: y lo peor es que apoyan su malignidad citando al Padre Fray Bartolomé de las Casas ó Casaus, que fué despues Obispo de Chiapa, cuyas palabras copian y traducen, dándonos con el argumento de Autor nuestro y testigo calificado. Lo que dexó escrito y anda en sus obras es, que los Mexicanos dispusieron un bayle público, de aquellos que llamaban mitotes, para divertir ó festejar á Motezuma: y que Pedro de Alvarado, viendo las joyas de que iban adornados, convocó su gente, y embistió con ellos, haciéndolos pedazos para quitarselas: en cuyo miserable despojo, dice, que fueron pasados á cuchillo mas de dos mil hombres de la Nobleza Mexicana; con que dexa la conspiracion en términos de justa venganza. Notable despropósito de accion, en que hace falta lo congruente y lo posible. Solicitaba entónces este Prelado el alivio de los Indios, y encareciendo lo que padecian, cuidó ménos de la verdad que de la ponderacion. Los mas de nuestros Escritores le convencen de mal informado en esta y otras enormidades que dexó escritas contra los Españoles. Dicha es hallarle impugnado, para entendernos mejor con el respeto que se debe á su dignidad. Pero lo cierto fué, que Pedro de Alvarado, poco despues que se apartó de México Hernan Cortés, reconoció en los nobles de aquella corte ménos atencion ó ménos agrado; cuya novedad le obligó á vivir cuidadoso, y velar sobre sus acciones. Valióse de algunos confidentes, que observasen lo que pasaba en la ciudad: supo que andaba la gente inquieta y misteriosa, y que se hacian juntas en casas particulares, con un género de recato mal seguro, que ocultaba el intento, y descubria la intencion. Dió calor á sus inteligencias, y consiguió con ellas la noticia evidente de una conjuracion que se iba forjando contra los Españoles; porque ganó algunos de los mismos conjurados que venian con los avisos, afeando la traycion, sin olvidar el interés. Ibase acercando una fiesta muy solemne de sus ídolos, que celebraban con aquellos bayles públicos, mezcla de nobleza y plebe, y conmocion de toda la ciudad. Eligieron este dia para su faccion, suponiendo que se podrian juntar descubiertamente sin que hiciese novedad. Era su intento dar principio al bayle para convocar el pueblo, y llevarsele tras sí con la diligencia de apellidar la libertad de su Rey y la defensa de sus Dioses: reservando para entónces el publicar la conjuracion, por no aventurar el secreto, fiándose anticipadamente de la muchedumbre: y á la verdad no tenian mal discurrido: que pocas veces falta el ingenio á la maldad. Vinieron la mañana precedente al dia señalado algunos de los promovedores del motin á verse con Pedro de Alvarado, y le pidieron licencia para celebrar su festividad: rendimiento afectado con que procuraron deslumbrarle; y él, mal asegurado todavia en su rezelo, se la concedió con calidad que no llevasen armas, ni se hiciesen sacrificios de sangre humana; pero aquella misma noche supo que andaban muy solícitos escondiendo las armas en el barrio mas vecino al templo: noticia que no le dexó que dudar, y le dió motivo para discurrir en una temeridad, que tuvo sus apariencias de remedio; y lo pudiera ser, si se aplicára con la debida moderacion. Resolvió asaltarlos en el principio de su fiesta, sin dexarles lugar para que tomasen las armas, ni levantasen el pueblo: y así lo puso en execucion, saliendo á la hora señalada con cincuenta de los suyos, y dando á entender que le llevaba la curiosidad ó el divertimiento. Hallólos entregados á la embriaguez, y envueltos en el regocijo cauteloso, de que se iba formando la traycion. Embistió con ellos, y los atropelló con poca ó ninguna resistencia, hiriendo y matando algunos que no pudieron huir, ó tardaron mas en arrojarse por las cercas y ventanas del adoratorio. Su intento fué castigarlos y desunirlos, lo qual se consiguió sin dificultad, pero no sin desórden, porque los Españoles despojaron de sus joyas á los heridos y á los muertos. Licencia mal reprimida entónces, y siempre dificultosa de reprimir en los soldados, quando se hallan con la espada en la mano, y el oro á la vista. Dispuso esta faccion Pedro de Alvarado con mas ardor que providencia. Retiróse con desahogos de vencedor, sin dar á entender al concurso popular los motivos de su enojo. Debiera publicar entónces la traycion que prevenian contra él aquellos nobles: manifestar las armas que tenian escondidas; ó hacer algo de su parte para ganar contra ellos el voto de la plebe, fácil siempre de mover contra la nobleza; pero volvió satisfecho de que habia sido justo el castigo, y conveniente la resolucion; ó no conoció lo que importan al acierto los adornos de la razon. Y aquel pueblo, que ignoraba la provocacion, y vió el estrago de los suyos y el despojo de las joyas, atribuyó á la codicia todo el hecho, y quedó tan irritado, que tomó luego las armas, y dió cuerpo formidable á la sedicion, hallándose dentro del tumulto con poca ó ninguna diligencia de los primeros conjurados. Reprehendió Hernan Cortés á Pedro de Alvarado por el arrojamiento y falta de consideracion con que aventuró la mayor parte de sus fuerzas en dia de tanta comocion, dexando el quartel y su primer cuidado al arbitrio de los accidentes que podian sobrevenir. Sintió que recatáse á Motezuma los primeros lances de aquella inquietud, porque no se fió de él, hasta que le vió á su lado en la ocasion: y debiera comunicarle sus rezelos, quando no para valerse de su autoridad, para sondar su ánimo, y saber si le dexaba seguro con tan poca guarnicion: lo qual fué lo mismo que volver las espaldas al enemigo, de quien mas se debia rezelar: culpó la inadvertencia de no justificar á voces con el pueblo y con los mismos delinqüentes una resolucion de tan violenta exterioridad. De que se conoce que no hubo en el hecho, ni en sus motivos ó circunstancias, la maldad que le imputaron; porque no se contentára Hernan Cortés con reprehender solamente un delito de semejante atrocidad, ni perdiera la ocasion de castigarle, ó prenderle por lo ménos, para introducir la paz con este género de satisfaccion. Antes hallamos que le propuso el mismo Alvarado su prision como uno de los medios que podrian facilitar la reduccion de aquella gente; y no vino en ello, porque le pareció camino mas real servirse de la razon que tuvo el mismo Alvarado contra los primeros amotinados, para desengañar el pueblo, y enflaquecer la faccion de los nobles. No se dexaron ver aquella tarde los rebeldes, ni despues hubo accidente que turbáse la quietud de la noche. Llegó la mañana, y viendo Hernan Cortés que duraba el silencio del enemigo con señas de cavilacion, porque no parecia un hombre por las calles, ni en todo lo que se alcanzaba con la vista, dispuso que saliese Diego de Ordaz á reconocer la ciudad, y apurar el fondo á este misterio. Llevó quatrocientos hombres Españoles y Tlascaltécas: marchó con buena órden por la calle principal, y á poca distancia descubrió una tropa de gente armada, que le arrojaron, al parecer, los enemigos para cebarle: y avanzando entónces, con ánimo de hacer algunos prisioneros para tomar lengua, descubrió un exército de innumerable muchedumbre que le buscaba por la frente, y otro á las espaldas, que tenian oculto en las calles de los lados, cerrando el paso á la retirada. Embisterionle unos y otros con igual ferocidad, al mismo tiempo que se dexó ver en las ventanas y azuteas de las casas tercer exército de gente popular que cerraba tambien el camino de la respiracion, llenando el ayre de piedras y armas arrojadizas. Pero Diego de Ordaz, que necesitó de su valor y experiencia para juntar en este conflicto el desahogo con la celeridad, formó y dividió su esquadron segun el terreno, dando segunda frente á la retaguardia: picas y espadas contra las dos avenidas; y bocas de fuego contra las ofensas de arriba. No le fué posible avisar á Cortés del aprieto en que se hallaba; ni él, sin esta noticia, tuvo por necesario el socorrerle, quando le suponia con bastantes fuerzas para executar la órden que llevaba. Pero duró poco el calor de la batalla; porque los Indios embistieron tumultuariamente, y anegados en su mismo número, se impedian el uso de las armas: perdiendo tantos la vida en el primer acometimiento que se reduxeron los demas á distancia que ni podian ofender, ni ser ofendidos. Las bocas de fuego despejaron brevemente los terrados. Y Diego de Ordaz, que venia solo á reconocer, y no debia pasar á mayor empeño, viendo que los enemigos le sitiaban á lo largo, reducidos á pelear con las voces y las amenazas, se resolvió á retirarse abriendo el camino con la espada: y dada la órden, se movió en la misma formacion que se hallaba, cerrando á viva fuerza con los que ocupaban el paso del quartel, y peleando al mismo tiempo con los que se le acercaban, por la parte contrapuesta, ó se descubrian en lo alto de las casas. Consiguióse con dificultad la retirada, y no dexó de costar alguna sangre, porque volvieron heridos Diego de Ordaz y los mas de los suyos, quedando muertos ocho soldados que no se pudieron retirar. Serian acaso Tlascaltécas; porque solo se hace memoria de un Español, que obró señaladamente aquel dia, y murió cumpliendo con su obligacion. Bernal Diaz refiere sus hazañas, y dice que se llamaba Lezcano. Los demas no hablan en él. Quedó sin el nombre cabal que merecia; pero no quede sin la recomendacion de que se puede honrar su apellido. Conoció Hernan Cortés en este suceso que ya no era tiempo de intentar proposiciones de paz, que, disminuyendo la reputacion de sus fuerzas, aumentasen la insolencia de los sediciosos. Determinó hacersela desear ántes de proponersela, y salir á la ciudad con la mayor parte de su exército, para llamarlos con el rigor á la quietud. No se hallaba persona entónces por cuyo medio se pudiese introducir el tratado. Motezuma desconfiaba de su autoridad, ó temia la inobediencia de sus vasallos. Entre los rebeldes no habia quien mandáse, ni quien obedeciese, ó mandaban todos, y nadie obedecia: vulgo entónces sin distincion ni gobierno, que se componia de nobles y plebeyos. Deseaba Cortés con todo el ánimo seguir el camino de la moderacion, y no desconfió de volverle á cobrar; pero tuvo por necesario hacerse atender ántes de ponerse á persuadir: en que obró como diestro Capitan; porque nunca es seguro fiarse de la razon desarmada para detener los ímpetus de un pueblo sedicioso: ella encogida ó balbuciente quando no lleva seguras las espaldas: y él un monstruo inexôrable que, aun teniendo cabeza, le faltan los oidos. CAPITULO XIII _Intentan los Mexicanos asaltar el quartel, y son rechazados: hace dos salidas contra ellos Hernan Cortés; y aunque ambas veces fueron vencidos y desbaratados, queda con alguna desconfianza de reducirlos._ Persiguieron los Mexicanos á Diego de Ordaz, tratando como fuga su retirada, y siguiendo con ímpetu desordenado el alcance, hasta que los detuvo, á su despecho, la artillería del quartel, cuyo estrago los obligó á retroceder lo que tuvieron por necesario para desviarse del peligro; pero hicieron alto á la vista, y se conoció del silencio y diligencia con que se andaban convocando y disponiendo, que trataban de pasar á nuevo designio. Era su intento asaltar á viva fuerza el quartel por todas partes; y á breve rato se vieron cubiertas de gente las calles del contorno. Hicieron poco despues la seña de acometer atabales y bocinas: avanzaron todos á un tiempo con igual precipitacion. Traian de vanguardia tropas de Flecheros, para que barriendo la muralla, pudiesen acercarse los demas. Fueron tan cerradas y tan repetidas las cargas que despidieron, haciendo lugar á los que iban señalados para el asalto, que se hallaron los defensores en confusion, acudiendo con dificultad á los dos tiempos de reparar y ofender. Vióse casi anegado en flechas el quartel: y no parezca locucion sobradamente animosa; pues se llegó á señalar gente que las apartáse, porque ofendian segunda vez cerrando el paso á la defensa. Las piezas de artillería, y demas bocas de fuego hacian horrible destrozo en los enemigos; pero venian tan resueltos á morir ó vencer, que se adelantaban de tropel á ocupar el vacío de los que iban cayendo, y se volvian á cerrar animosamente, pisando los muertos, y atropellando los heridos. Llegaron muchos á ponerse debaxo del cañon, y á intentar el asalto con increible determinacion: valianse de sus instrumentos de pedernal para romper las puertas, y picar las paredes: unos trepaban sobre sus compañeros para suplir el alcance de sus armas: otros hacian escalas de sus mismas picas para ganar las ventanas ó terrados; y todos se arrojaban al hierro y al fuego como fieras irritadas. Notable repeticion de temeridades, que pudieran celebrarse como hazañas, si obrara en ellos el valor algo de lo que obraba la ferocidad. Pero últimamente fueron rechazados, y se retiraron, para cubrirse, á las travesías de las calles, donde se mantuvieron hasta que los dividió la noche, mas por la costumbre que tenian de no pelear en ausencia del sol, que porque diesen esperanzas de haberse decidido la qüestion. Antes se atrevieron poco despues á turbar el sosiego de los Españoles, poniendo por diferentes partes fuego al quartel: ó ya lo consiguiesen arrimándose á las puertas y ventanas con el amparo de la obscuridad; ó ya le arrojasen á mayor distancia con las flechas de fuego artificial: que pareció mas verisímil, porque la llama creció subitamente á tomar posesion del edificio con tanto vigor, que fué necesario atajarla derribando algunas paredes, y trabajar despues en cerrar y poner en defensa los portillos que se hicieron para impedir la comunicacion del incendio: fatiga que duró la mayor parte de la noche. Pero apénas se declaró la primera luz de la mañana, quando se dexaron ver los enemigos, escarmentados, al parecer, de acercarse á la muralla, porque solo provocaban á los Españoles para que saliesen de sus reparos: llamabanlos á la batalla con grandes injurias: tratabanlos de cobardes porque se defendian encerrados: y Hernan Cortés, que habia resuelto salir contra ellos aquel dia, tuvo por oportuna esta provocacion para encender los suyos. Dispusolos con una breve oracion al desagravio de su ofensa, y formó, sin mas dilacion, tres esquadrones del grueso que pareció conveniente, dando á cada uno mas Españoles que Tlascaltécas: los dos para que fuesen desembarazando las calles vecinas ó colaterales; y el tercero, donde iba su persona y la fuerza principal de su exército, para que acometiese por la calle de Tacuba, donde habia cargado el mayor grueso del enemigo. Dispuso las hileras, y distribuyó las armas segun la necesidad que habia de pelear por la frente y por los lados, acomodándose á lo que observó Diego de Ordaz en su retirada, y teniendo por digno de su imitacion lo que poco ántes mereció su alabanza: en que mostró la ingenuidad de su ánimo, y que no ignoraba quanto aventuran los superiores que se dedignan de caminar por las huellas de los que fueron delante, quando hay tan poca distancia entre el errar, y él diferenciarse de los que acertaron. Embistieron todos á un tiempo y los enemigos dieron y recibieron las primeras cargas sin perder tierra ni conocer el peligro, esperando unas veces, y otras acometiendo, hasta llegar á lo estrecho de las armas y los brazos. Esgrimian los chuzos y los montantes con desesperada intrepidez. Entrabanse por las picas y las espadas para lograr el golpe á precio de la vida. Las bocas de fuego, que iban señaladas al opósito de las azuteas y ventanas, no podian atajar la lluvia de las piedras, porque las arrojaban sin descubrirse, y fué necesario poner fuego en algunas casas para que cesáse aquella prolixa hostilidad. Cedieron finalmente al esfuerzo de los Españoles; pero iban rompiendo los puentes de las calles, y hacian rostro de la otra parte, obligándolos á que cegasen, peleando, las acequias, para seguir el alcance. Los que partieron á desembarazar las calles de los lados cargaron la multitud que las ocupaba con tanta resolucion, que se consiguió por su medio el asegurar la retaguardia, y el llevar siempre al enemigo por la frente, hasta que saliendo á lo ancho de una plaza, se unieron los tres esquadrones, y á su primer ataque desmayaron los Indios, y volvieron las espaldas atropelladamente, dando á la fuga el mismo ímpetu que dieron á la batalla. No permitió Hernan Cortés que se pasáse á destruir enteramente aquellos vasallos de Motezuma, fugitivos ya y desordenados, ó no le sufrió su ánimo que se hiciese mas sangrienta la victoria, pareciéndole que dexaba castigado con bastante rigor su atrevimiento. Recogió su gente, y se retiró sin hallar oposicion que le obligáse á pelear. Faltaron de su exército diez ó doce soldados, y hubo muchos heridos, los mas de piedra ó flecha, y ninguno de cuidado. En el exército de los Mexicanos murió innumerable gente: los cuerpos que no pudieron retirar llenaban de horror las calles, despues de haber teñido en su sangre las acequias. Duró toda la mañana el combate, y se llegaron á ver en conflicto algunas veces los Españoles; pero se debió á su valor el suceso, y le hizo posible su experiencia y buena disciplina. No hubo quien sobresaliese, porque obraron todos con igual bizarría, señalándose los soldados como los Capitanes, y quitando unas hazañas el nombre de las otras. Hizo la imitacion valientes sin precipicio á los Tlascaltécas: y Hernan Cortés gobernó la faccion como valeroso y prudente Capitan, acudiendo á todas partes, y mas diligente á los peligros: siempre la espada en el enemigo, la vista en los suyos, y el consejo en su lugar: dexando en duda si se debió mas á su ardimiento que á su pericia militar. Virtudes ambas que poseyó en grado eminente, y que se desean sin distincion, ó concurren sin preferencia en los grandes Capitanes. Fué necesario dexar algun tiempo al descanso de la gente, y á la cura de los heridos, cuya suspension duró tres dias, ó poco mas, en que se atendió solamente á la defensa del quartel, que tuvo siempre á la vista el exército de los amotinados, y fué algunas veces combatido con ligeras escaramuzas, en que andaba mezclado el huir y el acometer. En este mediotiempo volvió Cortés á las pláticas de la paz, y fueron saliendo con diferentes partidos algunos Mexicanos de los que asistian al servicio de Motezuma; pero no se descuidó mientras duraba la negociacion en las demas prevenciones. Hizo fabricar al mismo tiempo quatro castillos de madera, que se movian sobre ruedas con poca dificultad, por si llegáse la ocasion de hacer nueva salida. Era capaz cada uno de veinte ó treinta hombres, guarnecido el techo de gruesos tablones contra las piedras que venian de lo alto; frente y lados con sus troneras para dar la carga sin descubrir el pecho: imitacion de las mantas que usa la milicia para echar gente á picar las murallas: cuyo reparo tuvo entónces por conveniente para que se pudiesen arrimar sus soldados á poner fuego en las casas, y á romper las trincheras con que iban atajando las calles; si ya no fué para que al embestir aquellas máquinas portátiles, peleáse tambien la novedad asombrando al enemigo. De los Mexicanos que salieron á proponer la paz, volvieron unos mal despachados, y otros se quedaron entre los rebeldes, no sin grande irritacion de Motezuma, que deseaba con empeño la reduccion de sus vasallos, y recataba con artificio, fácil de penetrar, el rezelo de que acabasen de perder el miedo á su autoridad. Hacianse á este tiempo nuevas prevenciones de guerra en la ciudad. Los Señores de vasallos, que andaban en la sedicion, iban llamando la gente de sus lugares; crecia por instantes la fuerza del enemigo; y no cesaba la provocacion en el quartel de los Españoles, cansados ya de sufrir la embarazosa repeticion de voces y flechas, que, aunque se perdian en el viento, no dexaban de ofender en la paciencia. Con esta buena disposicion de su gente, con el parecer de sus Capitanes, y aprobacion de Motezuma, executa Cortés la segunda salida contra los Mexicanos. Llevó consigo la mayor parte de los Españoles, y hasta dos mil Tlascaltécas, algunas piezas de artillería, las máquinas de madera con guarnicion proporcionada, y algunos caballos á la mano para usar de ellos quando lo permitiesen las quiebras del terreno. Estaba entónces el tumulto en un profundo silencio, y apénas se dió principio á la marcha, quando se conoció la primera dificultad de la empresa en lo que abultaron subitamente los gritos de la multitud, alternados con el estruendo pavoroso de los atabales y caracoles. No esperaron á ser acometidos; ántes se vinieron á los Españoles con notable resolucion y movimiento ménos atropellado que solian. Dieron y recibieron las primeras cargas sin descomponerse ni precipitarse; pero á breve rato conocieron el daño que recibian, y se fueron retirando poco á poco, sin volver las espaldas, al primero de los reparos con que tenian atajadas las calles: en cuya defensa volvieron á pelear con tanta obstinacion, que fué necesario adelantar algunas piezas de artillería para desalojarlos. Tenian cerca las retiradas, y en algunas levantados los puentes de las acequias, con que se repetia importunamente la dificultad, y no se hallaba la sazon de poderlos combatir en descubierto. Vieronse aquel dia en sus operaciones algunas advertencias, que parecian de guerra mas que popular. Disparaban á tiempo, y baxa la puntería para no malograr el tiro en la resistencia de las armas. Los puestos se defendian con desahogo, y se abandonaban sin desórden. Echaron gente á las acequias para que ofendiesen nadando con el bote de las picas. Hicieron subir grandes peñascos á las azuteas para destruir los castillos de madera, y lo consiguieron haciéndolos pedazos. Todas las señas daban á entender que habia quien gobernase, porque se animaban y socorrian tempestivamente, y se dexaba conocer alguna obediencia entre los mismos desconciertos de la multitud. Duró el combate la mayor parte del dia, reducidos los Españoles y sus aliados á ganar terreno de trinchera en trinchera; hizose gran daño en la ciudad, quemaronse muchas casas, y costó mas sangre á los Mexicanos esta ocasion que las dos antecedentes, porque anduvieron mas cerca de las balas, ó porque no pudieron huir como solian con el impedimento de sus mismos reparos. Ibase acercando la noche, y Hernan Cortés viéndose obligado, no sin alguna desazon, á la disputa inútil de ganar puestos, que no se habian de mantener, se volvió á su alojamiento, dexando, en la verdad, ménos corregida que hostigada la sedicion. Perdió hasta quarenta soldados, los mas Tlascaltécas: salieron heridos y maltratados mas de cincuenta Españoles, y él con un flechazo en la mano izquierda: pero mas herido interiormente de haber conocido en esta ocasion que no era posible continuar aquella guerra tan desigual, sin riesgo de perder el exército y la reputacion. Primer desaliento suyo, cuya novedad extrañó su corazon, y padeció su constancia. Encerróse con pretexto de la herida, y con deseo de alargar las riendas al discurso. Tuvo mucho que hacer consigo la mayor parte de la noche. Sentia el retirarse de México, y no hallaba camino de mantenerse. Procuraba esforzarse contra la dificultad, y se ponia la razon de parte del rezelo. No se conformaban su entendimiento y su valor, y todo era batallar sin resolver: impaciente y desabrido con los dictámenes de la prudencia, ó mal hallado con lo que duele, ántes de aprovechar el desengaño. INDICE DE LOS CAPÍTULOS QUE SE CONTIENEN EN EL TOMO II. LIBRO III. PAG. Cap. I. Dáse noticia del viage que hicieron á España los Enviados de Cortés; y de las contradiciones y embarazos que retardaron su despacho 1 Cap. II. Procura Motezuma desviar la paz de Tlascála: vienen los de aquella república á continuar su instancia; y Hernan Cortés executa su marcha, y hace su entrada en la ciudad 10 Cap. III. Describese la ciudad de Tlascála: quejanse los Senadores de que anduviesen armados los Españoles, sintiendo su desconfianza; y Cortés los satisface, y procura reducir á que dexen la idolatría 18 Cap. IV. Despacha Hernan Cortés los Embaxadores de Motezuma. Reconoce Diego de Ordaz el volcan de Popocatepec, y se resuelve la jornada para Cholúla 28 Cap. V. Hallanse nuevos indicios del trato doble de Cholúla: marcha el exército la vuelta de aquella ciudad, reforzado con algunas Capitanías de Tlascála 36 Cap. VI. Entran los Españoles de Cholúla, donde procuran engañarlos con hacerles en lo exterior buena acogida: descubrese la traycion que tenian prevenida, y se dispone su castigo 45 Cap. VII. Castígase la traycion de Cholúla: vuelvese á reducir y pacificar la ciudad, y se hacen amigos los de esta nacion con los Tlascaltécas 54 Cap. VIII. Parten los Españoles de Cholúla: ofreceseles nueva dificultad en la montaña de Chalco; y Motezuma procura detenerlos por medio de sus nigrománticos 63 Cap. IX. Viene al quartel á visitar á Cortés de parte de Motezuma el Señor de Tezcúco su sobrino; continuase la marcha, y se hace alto en Quitlavaca, dentro ya de la laguna de México 72 Cap. X. Pasa el exército á Iztapalápa, donde se dispone la entrada de México. Refierese la grandeza con que salió Motezuma á recibir á los Españoles 80 Cap. XI. Viene Motezuma el mismo dia por la tarde á visitar á Cortés en su alojamiento. Refierese la oracion que hizo ántes de oir la embaxada: y la respuesta de Cortés 89 Cap. XII. Visita Cortés á Motezuma en su palacio, cuya grandeza y aparato se describe: y se da noticia de lo que pasó en esta conferencia, y en otras que se tuvieron despues sobre la Religion 98 Cap. XIII. Describese la ciudad de México, su temperamento y situacion, el mercado del Tlatelúlco, y el mayor de sus templos dedicado al Dios de la guerra 106 Cap. XIV. Describense diferentes casas que tenia Motezuma para su divertimiento, sus armerías, sus jardines y sus quintas, con otros edificios notables que habia dentro y fuera de la ciudad 116 Cap. XV. Dáse noticia de la ostentacion y puntualidad con que se hacia servir Motezuma en su palacio, del gasto de su mesa, de sus audiencias, y otras particularidades de su economía y divertimientos 124 Cap. XVI. Dáse noticia de las grandes riquezas de Motezuma, del estilo con que se administraba la hacienda, y se cuidaba de la justicia: con otras particularidades del gobierno político y militar de los Mexicanos 134 Cap. XVII. Dáse noticia del estilo con que se medían y computaban en aquella tierra los meses y los años; de sus festividades, matrimonios, y otros ritos y costumbres dignas de consideracion 143 Cap. XVIII. Continua Motezuma sus agasajos y dádivas á los Españoles. Llegan cartas de la Vera Cruz con noticia de la batalla en que murió Juan de Escalante; y con este motivo se resuelve la prision de Motezuma 154 Cap. XIX. Execútase la prision de Motezuma; dáse noticia del modo como se dispuso, y como se recibió entre sus vasallos 165 Cap. XX. Como se portaba en la prision Motezuma con los suyos y con los Españoles. Traen preso á Qualpopóca, y Cortés le hace castigar con pena de muerte, mandando echar unos grillos á Motezuma mientras se executaba la sentencia 175 LIBRO IV. Cap. I. Permitese á Motezuma que se dexe ver en público, saliendo á sus templos y recreaciones. Trata Cortés de algunas prevenciones que tuvo por necesarias; y se duda que intentasen los Españoles en esta sazon derribar los ídolos de México 185 Cap. II. Descubrese una conjuracion que se iba disponiendo contra los Españoles, ordenada por el Rey de Tezcúco: y Motezuma, parte con su industria, y parte por las advertencias de Cortés, la sosiega castigando al que la fomentaba 196 Cap. III. Resuelve Motezuma despachar á Cortés respondiendo á su embaxada: junta sus nobles, y dispone que sea reconocido el Rey de España por sucesor de aquel Imperio: determinando que se le dé la obediencia, y pague tributo como á descendiente de su Conquistador 207 Cap. IV. Entra en poder de Hernan Cortés el oro y joyas que se juntaron de aquellos presentes. Dicele Motezuma con resolucion que trate de su jornada: y él procura dilatarla sin replicarle, al mismo tiempo que se tiene aviso de que han llegado navios Españoles á la costa 217 Cap. V. Refierense las muchas prevenciones que hizo Diego Velazquez para destruir á Hernan Cortés: el exército y armada que envió contra él á cargo de Pámphilo de Narbáez: su arribo á las costas de Nueva España; y su primer intento de reducir á los Españoles de la Vera Cruz 226 Cap. VI. Discursos y prevenciones de Hernan Cortés en órden á excusar el rompimiento: introduce tratados de paz; no los admite Narbáez; ántes publica la guerra, y prende al Licenciado Lucas Vasquez de Ayllon 236 Cap. VII. Persevera Motezuma en su buen ánimo para con los Españoles de Cortés, y se tiene por improbable la mudanza que atribuyen algunos á diligencias de Narbáez. Resuelve Cortés su jornada, y la executa, dexando en México parte de su gente 248 Cap. VIII. Marcha Hernan Cortés la vuelta de Zempoala, y sin conseguir la gente que tenia prevenida en Tlascála. Continúa su viage hasta Motalequita, donde vuelve á las pláticas de paz, y con nueva irritacion rompe la guerra 259 Cap. IX. Prosigue su marcha Hernan Cortés hasta una legua de Zempoala: sale con su exército en campaña Pámphilo de Narbáez: sobreviene una tempestad, y se retira: con cuya noticia resuelve Cortés acometerle en su alojamiento 269 Cap. X. Llega Hernan Cortés á Zempoala, donde halla resistencia: consigue con las armas la victoria: prende á Narbáez, cuyo exército se reduce á servir debaxo de su mano 279 Cap. XI. Pone Cortés en obediencia la caballería de Narbáez, que andaba en la campaña: recibe noticia de que habian tomado las armas los Mexicanos contra los Españoles que dexó en aquella corte: marcha luego con su exército, y entra en ella sin oposicion 289 Cap. XII. Dáse noticia de los motivos que tuvieron los Mexicanos para tomar las armas. Sale Diego de Ordaz con algunas compañías á reconocer la ciudad: da en una zelada que tenian prevenida; y Hernan Cortés resuelve la guerra 300 Cap. XIII. Intentan los Mexicanos asaltar el quartel, y son rechazados: hace dos salidas contra ellos Hernan Cortés; y aunque ambas veces fueron vencidos y desbaratados, queda con alguna desconfianza de reducirlos 310 R. Juigné, Impresor, 17, Margaret Street, Cavendish Square. Notas Se corrigieron errores obvios de puntuación e la ortografia. *** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK HISTORIA DE LA CONQUISTA DE MEXICO, VOLUME 2 (OF 3) *** Updated editions will replace the previous one—the old editions will be renamed. Creating the works from print editions not protected by U.S. copyright law means that no one owns a United States copyright in these works, so the Foundation (and you!) can copy and distribute it in the United States without permission and without paying copyright royalties. Special rules, set forth in the General Terms of Use part of this license, apply to copying and distributing Project Gutenberg™ electronic works to protect the PROJECT GUTENBERG™ concept and trademark. 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